La ansiedad, la angustia,
el temor a revelar nuestra vulnerabilidad. Hemos tenido que aprender a
soportarlos y a convivir con ellos. Pero la rebelde naturaleza humana rechaza
esta táctica apaciguadora. No le ha bastado al hombre con protegerse, con
resignarse al miedo o con ejecutar, como los animales, las respuestas al temor
prefijadas por la naturaleza: la huida, el ataque, la inmovilidad, la sumisión.
Ha querido también sobreponerse al temor. Actuar como si no lo tuviera.
Valiente no es el que no siente miedo –ése es el impávido, el insensible– sino
el que no le hace caso, el que es capaz de cabalgar sobre el tigre. Valor es
mantener la gracia, la soltura, la ligereza, estando bajo presión. ¿Quién no
desearía ser valiente? Todos experimentamos una nostalgia de la intrepidez.
¡Nos sentiríamos tan libres si nos estuviéramos tan asustados!
Pero esta llamada
ascendente puede tal vez hundirnos más en la negrura, porque ¿cómo se puede
esperar de mi que sea valeroso si mi corazón está corroído, debilitado, vampirizado por el miedo? El ser humano quiere vivir por encima del miedo. Sabe
que no puede eliminarlo sin caer en la locura o en la insensibilidad, pero
quiere actuar “a pesar” de él. Aquí se revela nuestra naturaleza paradójica: no
podemos vivir sin que nuestros sentimientos nos orienten, pero no queremos
vivir a merced de ellos. Para resolver esta contradicción, la inteligencia ha
inventado las formas morales de vida, aquellas que surgen de los sentimientos
regulados por la inteligencia creadora, una de cuyas invenciones es la ética,
que habla del bien y la nobleza.
La valentía se mueve,
pues, en el campo de la inteligencia creadora, que aspira a superar nuestra
naturaleza animal. Lo nuestro no es “sobrevivir” sino “supervivir”. Esto quiere
decir vivir por encima de nuestras realidades. Lo nuestro es aspirar a un
proyecto de vida que, antes de existir en la realidad, solo existe en nuestra mente.
El hombre tiene primero que inventar un proyecto y entregarle el mando de su
acción, y comenzar a buscar o a crear los medios para realizarlo. Valiente es
aquel a quien la dificultad o el esfuerzo no le impiden emprender algo justo o
valioso, ni le hacen abandonar el propósito a mitad de camino. Actúa, pues, “a
pesar de” la dificultad, y guiando su acción por la justicia, que es el último
criterio de la valentía. La valentía es la libertad en acto, un acto ético, no
un mero mecanismo psicológico. Pertenece al campo de la personalidad.
El valiente no lo tiene
fácil, porque el valor supone cierto desdoblamiento de conciencia, en la que
retiñen dos principios de acción: lo que deseo y lo que quiero. Deseo huir,
pero quiero quedarme. En nosotros resuenan dos canciones distintas. Los valores
sentidos nos golpean desde nuestro corazón, el peligro, la amenaza, la
vergüenza, la presencia ominosa del dolor o del mal como horizonte definitivo.
Los valores pensados nos llaman desde nuestra cabeza, que es casi como si nos
llamaran desde fuera. A veces, ambas canciones se unifican; pero, cuando esto
sucede, un hombre valiente es el que puede mantener dos deseos en su corazón
sin que le explote… y decidirse por el mejor.
La inteligencia puede
proponer buenas razones, alternativas deseables, proyectos perspicaces. Pero la
razón puede achantarse. Por eso me gusta hablar de la “inteligencia resuelta”.
Es la inteligencia que resuelve problemas y avanza resueltamente. Se trata de
elegir el proyecto de ser valiente –o sea, libre; o sea, justo– y de aplicarme
a adquirir el carácter necesario para llevarlo a cabo. ¿Cuáles son las virtudes
que han de configurar ese carácter?: la fortaleza, la justicia, la prudencia y
la templanza… y añadir la compasión y el respeto. Nos falta un último punto de
apoyo que engarce esto con la realidad: el deber, que tiene que ver con el
proyecto de vivir con dignidad. Quien no acepte ese proyecto, no está obligado
a nada, pero debe saber lo que esta negativa supone: la vuelta a la selva, a la
lucha feroz por la supervivencia, a la soledad, a la violencia ejercida por el
más fuerte, al horror.
La obligación de
comportarnos justa, respetuosa, valientemente no afecta solo a nuestro trato
con los demás, sino también al trato con nosotros mismos. Si la dignidad
implica libertad, no podemos abdicar de ella; si la dignidad implica
conocimiento, no podemos permanecer en la ignorancia; si la dignidad implica
rechazar la tiranía, no podemos claudicar ante nuestros tiranos interiores.
José A. Marina – Anatomía del miedo (Un tratado sobre la valentía)
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