Si
el hombre posee poderes hasta hoy ignorados o menospreciados, y si existe, como
nos inclinamos a creer, un estado superior de conciencia, importa no rechazar
las hipótesis útiles a la experimentación, los hechos verdaderos, las
comprobaciones que iluminan, al propio tiempo que aventamos el ocultismo y las
falsas ciencias. El estudio de las facultades extrasensoriales es susceptible
de desembocar en aplicaciones prácticas de una amplitud considerable. Tal vez
haya un lugar en el hombre desde el cual pueda percibirse toda la realidad. Tal
vez estamos en vísperas de descubrir un conjunto de métodos que nos permitan
desarrollar sistemáticamente nuestras facultades extrasensoriales, utilizar una
poderosa maquinaria oculta en nuestras profundidades.
El
hombre no está terminado. Una psicología eficaz debería fundarse no en lo que
es el hombre, sino en lo que puede devenir, en su evolución posible. Todas las
doctrinas tradicionales descansan sobre la idea de que el hombre no es un ser
acabado, estudiando las condiciones en las cuales deben realizarse los cambios,
las alteraciones, las transmutaciones, que llevarán al hombre a su verdadera
magnitud.
El único progreso, en psicología, ha sido
el comienzo de la exploración de las profundidades, de las zonas
subconscientes. Nosotros pensamos que también hay cumbres que explorar, una
zona superconsciente, la existencia de un equipo superior del cerebro, en gran
parte no explorado. En el estado de vigilia normal de la conciencia, solo una
décima parte del cerebro está en actividad. ¿No puede existir un estado en que
la totalidad del cerebro esté en actividad organizada?
¿En
qué condiciones puede el espíritu alcanzar aquel otro estado? ¿Cuáles son
entonces sus propiedades? ¿Qué conocimientos puede en tal caso alcanzar? El movimiento
formidable del conocimiento nos conduce a un punto en que el espíritu se siente
obligado a transformarse, para ver lo que hay que ver. Lo poco que vemos
depende de lo poco que somos. Pero, ¿es que solo somos lo que creemos ser?
Nosotros admitimos esta hipótesis: el
hombre posee un aparato al menos igual, si no superior a todos los aparatos
técnicamente realizables, destinado a alcanzar el resultado que es objeto de
toda técnica; a saber, la comprensión y el manejo de las fuerzas universales.
La
concepción mágica de las relaciones del hombre con el prójimo, con las cosas,
con el espacio y el tiempo, no es absolutamente ajena a una reflexión libre y
viva sobre la técnica y la ciencia modernas. Precisamente la modernidad nos
permite creer en lo mágico. Si en el campo silencioso del cerebro se establecen
conexiones ultrarrápidas y si, en ciertas circunstancias, el resultado de este
trabajo es captado por la conciencia, ciertas prácticas de magia imitativa,
ciertas revelaciones proféticas, ciertas iluminaciones poéticas o místicas,
ciertas adivinaciones que cargamos en la cuenta del delirio o del azar, tienen
que considerarse como adquisiciones del espíritu en estado de vigilia. Acaso los
ritos no son más que conjuntos completos de disposiciones rítmicas capaces de
operar una puesta en marcha de otras funciones superiores de la inteligencia.
Pero,
¿qué decir de la insuficiencias de la propia inteligencia binaria? Se le escapa
la existencia interna, la esencia de las cosas. Para llegar a ello, sería
preciso que el razonamiento binario fuese reeemplazado por una conciencia
analógica que revistiese las formas y asimilara las ritmos inconcebibles de
estas estructuras profundas. El recurso a la conciencia despierta, es decir, a un estado diferente del estado de
vigilia lúcida, constituye el leitmotiv
de todas las filosofías antiguas.
El hombre puede penetrar los secretos, ver la luz, ver la eternidad, captar las leyes de la energía, incorporar a su
marcha interior el ritmo del destino universal, tener un conocimiento sensible
de la última convergencia de las fuerzas en el que toda creación se encontrará,
al fin del tiempo terrestre, a la vez cumplida, consumada y exaltada.
El hombre lo puede todo. Pero este poder se
detiene donde esta inteligencia presiente que hay todavía “algo” más allá del Universo.
Esta puerta infranqueable, aceptamos la expresión, es la del Reino de Dios. Se trata
de hacer funcionar una inteligencia “diferente”, de pasar del estado de vigilia
ordinario al estado de vigilia superior. Al estado de alerta.
Si
los hombres no tienen por único objeto el paso al estado de alerta, es que las
dificultades de la vida en sociedad, la persecución de los medios materiales de
existencia, no les deja tiempo para ello. A medida que el progreso técnico
permita respirar al hombre, la busca del “tercer estado”, de la alerta, de la
hiperlucidez, reeemplazará a las otras aspiraciones. La posibilidad de
participar en esta búsqueda será por fin reconocida como uno de los derechos
del hombre. La próxima revolución será psicológica. Todas las tradiciones
atribuyen al estado de alerta ciertos poderes: la inmortalidad, la levitación,
la telequinesia, etc. Pero estos poderes, ¿son solo imágenes de lo que puede el
espíritu cuando ha cambiado de estado, o bien son realidades?
¿Es que no puede encontrarse un lugar, en
mí mismo, desde el cual todo lo que me ocurre
sea explicable inmediatamente, un lugar desde el cual todo lo que veo, sé o
siento, pueda descifrarse en seguida, ya se trate del movimiento de los astros,
de la disposición de los pétalos de una flor, de los movimientos de la
civilización a la que pertenezco, o de los movimientos más secretos de mi
corazón? ¿Es que no hay nada en el hombre, en mí mismo, un camino que conduzca
al conocimiento de todas las cosas del mundo? ¿Es que no reposa en el fondo de
mí la llave del conocimiento total?
Cabe
imaginar el Ultrahumano, nuevo peldaño de la vida del planeta, como un ser racional
y no solamente razonador, un ser dotado de una inteligencia objetiva permanente
que no toma ninguna decisión más que después de observar lúcidamente,
completamente, la masa de información que posee. Un ser cuyo sistema nervioso
sería una fortaleza capaz de resistir cualquier asalto de los impulsos
negativos. Un ser dotado de una memoria total infalible. Si el mutante existe
es probablemente un ser que difiere del hombre por el simple hecho de que
domina su inteligencia y la emplea sin un momento de descanso.
Toda reflexión sobre los mutantes desemboca
en un sueño sobre la evolución, sobre los destinos de la vida y del hombre.
¿Qué es el tiempo, a la escala cósmica que hay que situar la historia de la
Tierra? ¿No ha comenzado el porvenir en la eternidad? ¿No serán los mutantes la
memoria del futuro, de la cual está tal vez dotado el gran cerebro de la
Humanidad?
Louis Pauwels / Jacques Bergier – El retorno de los brujos