martes, 5 de abril de 2011

Krishnamurti : El arte de vivir

¿Por qué le temes a la muerte? Tal vez sea porque no sabes cómo vivir. Si supieras cómo vivir plenamente, ¿le tendrías miedo a la muerte? Si amaras los árboles, la puesta del sol, si amaras a los pájaros, la hoja que cae, si tuvieras conciencia de los hombres y mujeres que lloran, de la gente pobre, si realmente sintieras amor en tu corazón, ¿estarías temeroso de la muerte? ¿Lo estarías? No te dejes persuadir por mí. Consideremóslo juntos. Ustedes no viven con alegría, no son dichosos, no son vitalmente sensibles a las cosas; por eso preguntan qué va a pasar cuando mueran. Para ustedes la vida es dolor, por eso están mucho más interesados en la muerte. Sienten que tal vez habrá felicidad después de la muerte. Pero ése es un problema tremendo y ustedes no saben cómo investigarlo. Después de todo, en el fondo de esto está el temor: temor de morir, temor de vivir, temor de sufrir. Si no pueden comprender qué es lo que causa el temor y se libran de él, entonces no tiene mucha importancia si están viviendo o si están muertos.



Es entonces muy importante que desde la más tierna edad estén ustedes libres para descubrir y no se hallen cercados por un muro de "debes" y "no debes", porque si les dicen constantemente lo que deben y lo que no deben hacer, ¿qué ocurrirá con su inteligencia? Serán entidades irreflexivas que solamente siguen una carrera, a las que sus padres les dicen con quién deben casarse o no casarse; y eso, evidentemente, no es la acción de la inteligencia. Ustedes podrán pasar sus exámenes y ser muy prósperos, podrán tener buenas ropas y estar llenos de joyas, podrán gozar de amigos y de prestigio, pero en tanto estén atados por la tradición, no puede haber inteligencia.
La inteligencia, por cierto, adviene sólo cuando tenemos libertad para investigar, para considerar cuidadosamente las cosas y descubrir; de ese modo nuestra mente se vuelve muy activa, muy alerta y clara. Entonces somos individuos plenamente integrados, no entidades temerosas que, no sabiendo qué hacer, sienten internamente una cosa y exteriormente se ajustan a algo diferente.


Ser realmente libre implica una gran sensibilidad. No hay libertad si estamos cercados por el interés propio o por distintos muros de disciplinas. En tanto nuestra vida sea un proceso de imitación no puede haber sensibilidad ni libertad. Es esencial, mientras están aquí, sembrar la semilla de la libertad, lo cual implica despertar la inteligencia; porque con esa inteligencia podrán ustedes abordar todos los problemas de la vida.



A fin de descubrir qué es verdadero, jamás debes aceptar, jamás debes ser influido por lo que puedan decir los libros, los maestros o cualquier otra persona. Si eres influido por ellos, sólo encontrarás lo que ellos quieren que encuentres. Y debes saber que tu propia mente puede crear la imagen de lo que ella desea: puede imaginar a Dios con barba o con un solo ojo, puede hacer que sea azul o púrpura. De modo que has de estar atento a tus propios deseos y no has de dejarte engañar por las proyecciones de tus propias necesidades y anhelos. Si anhelas ver a Dios de cierta manera, la imagen que verás estará de acuerdo con tus deseos; y esa imagen no será Dios, ¿verdad? Si estás sufriendo y deseas ser consolado, o si te sientes romántico o sentimental en tus aspiraciones religiosas, a larga crearás un Dios que proveerá lo que necesitas; pero eso tampoco será Dios.



Así que tu mente tiene que estar por completo libre; sólo entonces podrás descubrir lo verdadero, no mediante la aceptación de superstición alguna, no mediante la lectura de los así llamados libros sagrados ni siguiendo a ningún gurú. Sólo cuando tengas esta libertad, esta verdadera libertad respecto de las influencias externas, y también estés libre de tus propios deseos y anhelos, de modo que tu mente sea muy clara, sólo entonces te será posible descubrir lo que Dios es. Pero si meramente te sientas y especulas, entonces tu suposición es tan buena como la de tu gurú y es igualmente ilusoria.



La pobreza es culpa de la sociedad, una sociedad en la que los codiciosos y los astutos prosperan y alcanzan la cúspide. Y nosotros queremos la misma cosa, también queremos trepar por la escalera y llegar a la parte de arriba. Y cuando todos queremos llegar arriba, ¿qué sucede? Pisamos a alguien; y el hombre al que pisan, al que destruyen, pregunta: "¿por qué la vida es tan injusta? Ustedes lo tienen todo y yo no tengo capacidad, no tengo nada". En tanto sigamos trepando por la escalera del éxito, siempre existirán el enfermo y el mal alimentado. Es el deseo de éxito el que tiene que ser comprendido y no por qué hay ricos y pobres o por qué algunos tienen talento y otros no tienen ninguno. Lo que tiene que cambiar es nuestro deseo de trepar, nuestro deseo de ser grandes, de alcanzar el éxito. Todos aspiramos al éxito, ¿no es así? Allí radica la culpa y no en el karma o en alguna otra explicación. El hecho real es que todos nosotros deseamos estar en la cima; quizá no en la cima misma, pero al menos tan alto en la escalera como seamos capaces de treparla. En tanto exista este impulso de ser grande, de ser "alguien" en el mundo, vamos a tener al rico y al pobre, al explotador y a los explotados.



Una mente condicionada no es libre porque jamás puede ir más allá de sus propios límites, de las barreras que ha erigido en tomo de sí misma; eso es obvio. Y es muy difícil para una mente semejante liberarse de su condicionamiento e ir más allá, porque este condicionamiento le ha sido impuesto no sólo por la sociedad, sino que se lo ha impuesto ella misma. Ustedes gustan de su condicionamiento, porque no se atreven a ir más allá. Temen lo que podrían decir sus padres y sus madres, lo que el sacerdote y la sociedad podrían decir; en consecuencia, contribuyen a crear las barreras que los retienen. Ésta es la prisión en que casi todos estamos atrapados y por eso sus padres están siempre diciéndoles -como ustedes a su vez les dirán a sus hijos- que hagan esto y no hagan aquello.



¿Pero qué es la inteligencia? ¿Puede haber inteligencia cuando hay temor o cuando la mente está condicionada? Cuando tu mente tiene prejuicios o cuando piensas que eres un ser humano maravilloso, o cuando eres muy ambicioso y deseas trepar la escalera del éxito, mundano o espiritual, ¿puede haber inteligencia? Cuando sólo te interesas en ti mismo, cuando sigues a alguien o le rindes culto, ¿puede haber inteligencia? Ciertamente, la inteligencia llega cuando comprendes toda esta estupidez y rompes con ella. Por lo tanto, tienes que empezar, y lo primero es que te des cuenta de que tu mente no es libre. Has de observar cómo tu mente está atada por todas estas cosas; ése es el principio de la inteligencia, la cual trae libertad. Tienes que encontrar la respuesta por ti mismo.



Entonces, queremos algo que nos dé sensación de seguridad, y para ello tenemos defensas de muchas clases diferentes. Tenemos protecciones tanto internas como externas. Cuando cerramos las ventanas y las puertas de nuestra casa y permanecemos dentro, nos sentimos seguros, a salvo, sentimos que no nos molestan. Pero la vida no es eso. La vida está golpeando constantemente a nuestras puertas, trata de abrir nuestras ventanas para que podamos ver más; y si a causa del temor cerramos las puertas y echamos el cerrojo a todas las ventanas, los golpeteos sólo se vuelven más fuertes aún. Cuanto más estrechamente nos aferramos a la seguridad en cualquiera de sus formas, más viene la vida y nos empuja. Cuanto más miedo tenemos y nos encerramos en nosotros mismos, mayor es nuestro sufrimiento, porque la vida no nos dejará tranquilos. Queremos estar seguros, pero la vida dice que no podemos estarlo; y así es como comienza nuestra lucha. Buscamos seguridad en la sociedad, en la tradición, en la relación con nuestros padres y nuestras madres, con nuestras esposas y nuestros maridos; pero la vida se abre paso siempre por los muros de nuestra seguridad.



Si miran a su alrededor, verán que en todo el mundo hay una espantosa destrucción y desdicha humana. Pueden leer sobre las guerras en la historia, pero no conocen su realidad, de qué modo las ciudades son destruidas por completo, cómo la bomba de hidrógeno, arrojada sobre una isla, causa la total desaparición de la isla, cómo los barcos son bombardeados y se esfuman en el aire. Hay una destrucción espantosa a causa del llamado progreso; y es en este mundo donde ustedes van a crecer. Podrán pasarlo bien, dichosamente mientras son jóvenes; pero cuando se vuelvan adultos, a menos que estén muy alerta, atentos a sus pensamientos, a sus sentimientos, perpetuarán este mundo de batallas, de ambiciones despiadadas, un mundo donde cada uno está compitiendo con otro, donde hay miseria, inanición, superpoblación y enfermedad.


Para comprender a Dios tenemos que comprender primero nuestra propia mente, lo cual es muy difícil. La mente es muy compleja y no es fácil comprenderla. Pero es bastante fácil sentarse y entrar en alguna clase de ensoñación, tener distintas visiones, ilusiones y pensar que estamos muy cerca de Dios. La mente puede engañarse enormemente a sí misma. Así, para experimentar de verdad aquello que puede ser llamado Dios, tenemos que estar completamente quietos; ¿y no han descubierto lo extremadamente difícil que es eso? ¿No han notado cómo aun las personas mayores jamás se sientan quietamente, cómo se agitan, cómo menean los dedos de los pies y mueven las manos? Es físicamente difícil permanecer quietos; ¡mucho más difícil le es a la mente quedarse quieta! Está siempre inquieta, como un niño a quien se le ordena permanecer en el rincón. Es un gran arte para la mente estar completamente silenciosa, sin coacción alguna; sólo entonces es posible experimentar aquello que puede ser llamado Dios.


Lo importante es que averigüen qué hay detrás de la palabra "amor", para descubrir si realmente aman a sus padres y si sus padres les aman. Por cierto, si ustedes y sus padres se amaran realmente los unos a los otros, el mundo sería por completo diferente. No habría guerras ni hambre ni diferencias de clase. No habría ricos ni pobres. Ya lo ven, sin amor tratamos de reformar económicamente la sociedad, tratamos de poner en orden las cosas; pero en tanto no tengamos amor en nuestros corazones, no podremos crear una estructura social libre de conflicto y desdicha. Por eso tenemos que investigar muy cuidadosamente estas cosas; tal vez descubriremos lo que es el amor.


Al desear, al anhelar algo, la mente crea un patrón y en ese patrón queda atrapada; y entonces se fatiga, se embota, se vuelve estúpida, irreflexivo. La mente es el centro de este sentimiento de posesión, el sentimiento del "yo" y lo "mío": "Yo poseo alguna cosa", "yo soy un gran hombre", "soy un hombre pequeño", "yo he sido insultado", "me han alabado", "yo soy inteligente", "yo soy muy hermosa", "quiero llegar a ser alguien", "soy el hijo o la hija de alguien"... Este sentimiento del "yo" y lo "mío" es el núcleo mismo de la mente, es la mente misma. Cuanto más tiene la mente este sentimiento de ser alguien, de ser grande o muy inteligente o muy estúpida, etc., tanto más construye muros alrededor de sí misma y se encierra, se embota. Entonces sufre, porque en ese encierro inevitablemente hay dolor. A causa de que está sufriendo, la mente pregunta: "¿Qué puedo hacer?". Pero en vez de quitar los muros que la cercan, de quitarlos mediante una percepción sensible y una cuidadosa reflexión, investigando y comprendiendo todo el proceso por el cual se han creado los muros, lucha para encontrar algo externo con lo cual vuelve a cercarse nuevamente. Así es como poco a poco la mente se convierte en una barrera para el amor; y sin comprender lo que la mente es, lo cual equivale a comprender las modalidades de nuestro propio pensar, la fuente interna de donde proviene la acción, no podremos descubrir qué es el amor.


Existe la belleza de la forma en la poesía o en una persona o en un árbol hermoso, pero sólo tiene sentido a través del refinamiento interno del amor. Si hay amor, habrá refinamiento tanto externo como interno. El refinamiento se expresa exteriormente en la consideración por los demás, en la manera como tratamos a nuestros padres, a nuestros vecinos, al sirviente, al jardinero. El jardinero puede haber creado para nosotros un bello jardín, pero sin ese refinamiento que es amor, el jardín es meramente una expresión de nuestra propia vanidad.
Por lo tanto, es esencial tener refinamiento, tanto externo como interno. La manera como ustedes comen es muy importante: si hacen ruido mientras comen, eso importa muchísimo. El modo como se comportan, los modales que tienen cuando están con sus amigos, la manera como hablan de otros... todas estas cosas importan porque señalan lo que son ustedes internamente, indican si hay o no hay refinamiento interno. Una falta de refinamiento interno se expresa en la degeneración externa de la forma; de modo que el refinamiento externo significa muy poco si no hay amor. Y ya hemos visto que el amor no es una cosa que podamos poseer. Adviene sólo cuando la mente comprende los complejos problemas que ella misma ha creado.



Lo que estoy diciendo en todas estas conversaciones no es algo para ser meramente recordado. Su propósito no es que ustedes traten de acumular en la mente lo que oyen, que se acuerden de ello y después piensen o actúen al respecto. Si simplemente acumulan en sus mentes lo que les estoy diciendo, eso no será más que memoria, no será una cosa viva, algo que comprenden realmente. Lo que importa es la comprensión, no el recuerdo. Espero que vean la diferencia entre ambas cosas. La comprensión es inmediata, directa, es algo que ustedes experimentan intensamente. Pero si sólo recuerdan lo que han oído, ello servirá solamente como un patrón, como una guía para seguir, para repetir, una idea para imitar, un ideal sobre el cual basar sus vidas. La comprensión no es un asunto de la memoria. Es una intensidad constante, un descubrimiento permanente.



Y bien, ¿qué es lo que llega a su fin en la muerte? ¿La vida? ¿Es la vida meramente un proceso de inspirar y expeler el aire? Comer, odiar, amar, adquirir, poseer, comparar, envidiar... esto es lo que la mayoría de nosotros conoce de la vida. Para la mayoría, la vida es un sufrimiento, una batalla constante de dolor y placer, esperanza y frustración. ¿Y no puede eso terminar? ¿Acaso no deberíamos morir? En el otoño, con la llegada del tiempo frío, las hojas caen de los árboles y reaparecen en primavera. ¿No deberíamos, de igual modo, morir a todo lo de ayer, a todas nuestras acumulaciones y esperanzas, a todos los éxitos que hemos cosechado? ¿No deberíamos morir a todo eso y vivir de nuevo mañana, de manera que, como una hoja nueva, fuéramos puros, tiernos, sensibles? Para el hombre que dice: "Yo soy alguien y tengo que continuar", para él siempre hay muerte y ghat crematorio; y ese hombre no conoce el amor.


La sencillez es libertad de la mente respecto de la experiencia, de la carga de la memoria. Pensamos que la sencillez es una cuestión de no tener sino pocas ropas y una escudilla de mendigo; creemos que una vida sencilla consiste en poseer muy poco externamente. Eso puede estar muy bien. Pero la verdadera sencillez implica estar libre del conocimiento, libre de los recuerdos y de la acumulación de experiencias. ¿No han reparado en las personas que dan mucha importancia al hecho de poseer muy poco y piensan que son muy sencillas? ¿Las han escuchado? Aunque puedan no tener más que un taparrabo y un bastón, están llenas de ideales. internamente son muy complejas, luchando consigo mismas, esforzándose por seguir sus propias proyecciones, sus propias creencias. internamente no son sencillas, están repletas de lo que han recogido de los libros, repletas de ideales, dogmas, temores. Exteriormente podrán poseer sólo un bastón y unas pocas ropas. Pero la verdadera sencillez de la vida es permanecer internamente vacío, inocente, sin acumular conocimientos, sin creencias ni dogmas, sin el miedo a la autoridad; y ese estado de sencillez interna puede nacer sólo cuando comprendemos realmente cada experiencia de instante en instante. Si hemos comprendido una experiencia, entonces esa experiencia se ha terminado, no deja ningún residuo. Es a causa de que no comprendemos la experiencia, de que recordamos su placer o su dolor, que jamás somos internamente sencillos. Aquéllos que tienen una disposición religiosa persiguen las cosas que contribuyen a la sencillez exterior; pero internamente son caóticos, confusos, están agobiados por innumerables anhelos, deseos, conocimientos; tienen miedo de vivir, de experimentar.


La paz puede llegar únicamente cuando hay amor. Si tienen paz meramente gracias a la seguridad financiera o de otra clase, o gracias a ciertos dogmas, rituales o repeticiones verbales, no hay creatividad, no existe la urgencia de producir una revolución fundamental en el mundo. Una paz semejante sólo conduce al contentamiento y a la resignación. Pero cuando en ustedes exista la comprensión del amor y de la belleza, encontrarán que la paz no es una mera proyección de la mente. Ésta es la paz creativa, la paz que elimina la confusión y genera orden dentro de nosotros mismos. Pero esta paz no llega mediante esfuerzo alguno por encontrarla. Llega cuando estamos observando constantemente, cuando somos sensibles tanto a lo bello como a lo feo, a lo bueno como a lo malo, a todas las fluctuaciones de la vida. La paz no es algo mezquino creado por la mente; es inmensamente grande, infinitamente extensa y sólo puede ser comprendida cuando hay plenitud en el corazón.