El hombre,
orgulloso de sus conquistas y de su poder sobre la materia y sobre la vida,
parece dominar el Mundo cada día más. Pero a medida que con la ciencia y la
técnica domina el universo, pierde el hombre el dominio de su universo íntimo.
Quiere regir el universo y no sabe regir su propia persona. Domeña la materia,
pero cuando debería – libre de su tiranía – vivir más del espíritu, la materia
perfeccionada se vuelve contra él, le esclaviza y el espíritu muere. Si el
hombre pierde el espíritu lo pierde todo. Desaparece el hombre. Hay que
comenzar de nuevo.
Realmente nuestra
civilización está en peligro, pero no tanto en las fronteras geográficas como
en las del mismo corazón humano. El gusano roedor está dentro, progresa
inexorablemente, cebado por las facilidades del mundo moderno, que ofrecen al
cuerpo la fruición de la carne y al espíritu el orgullo del poder.
Hay que devolver
al hombre la conciencia de su alma. Hay que rehacer al hombre para que el
universo –por medio de él- sea rehecho en el orden y en el amor. Si el espíritu
del hombre zozobra frente a la materia triunfante es porque olvida, ignora o
niega a Dios.
El hombre en pie
es aquel cuyo espíritu enteramente libre domina la sensibilidad y el cuerpo. No
desprecia ni a uno ni a otra, puesto que ambos son bellos y útiles como creados
por Dios, pero los domina y los dirige: Él es el amo; ellos los servidores.
La mujer debe, en
el mundo actual, reino de la materia todopoderosa, llevar y engendrar lo
humano. Su misión está en hacerse consciente de su responsabilidad en la
construcción del mundo. En aceptar estar presente en él y desempeñar en él su
papel, acomodado a todos los planes económicos, políticos, sociales, desde la
célula más insignificante a las más extensas agrupaciones… De esta manera se
perfecciona el mundo.
La alegría florece
en la cúspide de la entrega, pero la entrega exige el olvido de sí, la muerte a
sí mismo. De esta manera, la alegría es la vida, reencontrada en el momento en
que se había aceptado perderla. La alegría comienza en el instante mismo en que
tú cesas en la búsqueda de tu propia felicidad para procurar la de los otros.
Humanamente no
eres libre en tanto no hayas construido en ti al hombre de pie, sometiendo a tu
espíritu, tu cuerpo, tu sensibilidad, tu imaginación. Tú, solo tú, con la complicidad
de los otros y de las cosas, limitas tu libertad. Si quieres ser libre has de
luchar contra ti, has de conquistar tu libertad. No son las cosas las que te
atan a ti, sino tú quien te atas a las cosas. Te entregas a ellas como esclavo.
Si la vida te domina sin que logres tú dominarla, no eres un hombre acabado.
Con demasiada
frecuencia el hombre moderno se atormenta porque no tiene el placer de
detenerse, o no sabe ya darse, contemplarse, para adquirir consciencia de sí
mismo. A fuerza de correr, no se atreve ya a recogerse, porque se vería
brutalmente colocado frente a responsabilidades que le dan miedo. Correr le da
la impresión de vivir. De hecho, se aturde, se evade de sí mismo y se condena a
la vida instintiva. Ya no es hombre sino bestia.
El valor profundo
de un hombre se mide, entre otras cosas, por su poder de relación, pero el
poder de relación no es esencialmente un conjunto de cualidades externas:
amabilidad, jovialidad, facilidad de palabra y de ademanes…, no es solo el
fruto de cualidades interiores: fina sensibilidad, compostura y atención. La
facilidad en las relaciones se beneficia de estas cualidades, que son solo
primicias del auténtico encuentro. Esencialmente, el poder de relación se mide
por el desprendimiento interior, por el vacío de uno mismo. Si quieres
relacionarte con tus semejantes extiende en ti el desierto, pero aceptando que
vengan los demás a poblarlo. Haz el silencio en ti, pero aceptando que vengan
los demás a meter ruido en él.
Si sabes escuchar,
muchos irán a ti para explicarse. Muéstrate atento, silencioso, recogido y
acaso antes de que hayas pronunciado una palabra constructiva, se habrá ido ya
el otro, feliz, libre, ya que, inconscientemente, lo que él esperaba no era un
consejo, una receta de vida, sino alguien en quien descansar.
Si amas, te das.
Si te das a los demás te vuelves rico de los demás. De este modo, el amor
engrandece infinitamente a quien ama, puesto que quien acepta desprenderse de
sí mismo descubre a los demás, y se une a la humanidad entera.
Michel Quoist - Triunfo
Pues sí. El hombre es cada vez menos hombre para convertirse en bestia. El hombre ha perdido ya lo poco que tenía como persona, ha perdido humanidad, ha perdido dignidad, ha perdido toda la consonancia que le hacía ser lo que debía. A eso estamos yendo y de cabeza. Y no hay quien lo pare.
ResponderEliminarUn abrazo
Es muy difícil desatarse de las garras que la tecnología y el sistema capitalista han creado y nos están llevando a esa deshumanización de que hablas, Marisa. Yo al menos no podía imaginar hace treinta años que el mundo estaría ahora así, al borde de un colapso completo, que para contrarrestarlo se necesitaría de un cambio individual total, recuperar la conciencia de ser, respirar, meditar, concentrarse en el ahora... y esa pizquita de amor a uno mismo, a los demás y a toda la naturaleza imprescindibles.
ResponderEliminarUn abrazo!