X
Puedes verme, puedes sentirme; espérame si quieres hacerlo. No soy como un objeto de museo, ni una estampa que miramos para ver si ya se puso amarilla. Soy como otros que pueden sentir como el más indefenso animal. Y como tal ser de vida intuitiva, oigo las pisadas a hombre y temo por mi fragilidad. Ni estoy pasado del tiempo que me ha tocado, ni quiero anticiparme a lo que no conozco. Pretendo actuar como tal ser humano, pero sin prejuicios universales que lleguen a perturbar mi camino.
Sin embargo, no cantéis alabanzas, ni temáis por mí muerte, porque ya lo haríais con retraso; estoy casi sin vida ya y todo lazo que intente atarme aquí podré disolverlo sin esfuerzo. Tendedme, sí, un lazo eterno al que pueda aferrarme para siempre. Entonces, pisad sobre mi tumba, para dar por terminadas mis ansias de expansión. Ya no estoy sustentado por mis ideas, que no fueron sino cables entrelazados que se desataron y se perdieron por el espacio, para ahora volver a mí y llorar por mi inutilidad. Los que me desearon encontrar de frente observaron cómo desaparecía sorteando sin rumbo fijo los obstáculos. Como animal acorralado, no estoy seguro sino en mi soledad, aún cuando proliferen ideales externos, que asumiré en otro momento. Canté sin saber de canciones, hablé sin conocer las palabras, ¡qué desdicha!, oí sólo lo que por dentro acontecía.
Y no puedo asegurar que estoy escribiendo ahora, no soy el dueño de mi mano que va formando frases. Los dedos hacen movimientos, surgen signos, no me fijo en como lo hacen. Así que cogemos un lápiz o un artefacto con tinta y, ya está, no sabemos cómo, pero al final vemos un montón de garabatos que no sabemos para qué llegaron allí. Prefiero no preocuparme de este misterio, aun sabiendo de que somos capaces de escribir como queramos, pero no lo que queremos. No deberíamos titular una obra escrita con nuestro nombre o pseudónimo. Sería más justo decir que tal mano dispuso los elementos a su antojo confabulándose con el papel, nuestro ser consciente y pensante no ha tenido nada que ver. ¿Quién puso las ideas? ¿Quién dotó a la mano de poder?
Lo peor del exceso de escritura es que ya no cabemos en tanta profusión de libros, en un ejército de manos distintas, incansables y ávidas de perfeccionarse, de conseguir una belleza de estilos sin considerar demasiado el fondo. Aún así, deberíamos establecer cada uno una póliza de seguros que amparara su deformación, basta una herida para producir resultados distintos, como se hace con las piernas de un bailarín, la voz de un cantante, incluso el cerebro de un jugador de ajedrez.
¡Tantas palabras hay formando frases que no dicen nada! Al revisarlas, a veces desisto en mis deseos de garabatear, creyendo que todas las necedades están escritas ya, que todo es una pura copia de lo que ya existe. ¡Ojalá no sea verdad!, en mi mente danza la idea de que el mundo es una gran máquina, cuya función es la de fabricar copias más o menos perfectas de distintos tipos de hombres, lanzarlos por todas partes y llenar el mundo de gente generando diferencias a partir del mismo patrón, generando una serie de embriones deformados de lo que fue en su día un molde perfecto: el primer espécimen de raza humana.
Después, en un arrebato de orgullo, titulamos una obra con nuestro nombre, cuando sólo son seguros y diferentes nuestros hechos, que jamás serán bien explicados en los libros, porque todo se debe al trabajo autómata de esas manos, tarea que nos es absolutamente ajena.
XI
Nos debatimos de forma inconsciente entre el aire que respiramos y su proceso de absorción, para purificar levemente la suciedad acumulada, que pide a gritos su renovación. No conozco el alcance de mi pensamiento, ni siquiera si existe algo distinto y profundo. Quizá seamos puras y simples apariencias, justo lo que los demás saben de nosotros. Es dudoso llegar al conocimiento de nosotros si resulta que no poseemos nada. Pero nos comprometemos con el pensamiento intentando detectar los cambios, profundizamos para no caer en la sensación de desencanto. Pienso lo que hago, no al revés; este constante actuar no sigue una línea fija, meditada y preexistente a la que obedezca la acción.
A veces me dicen que mis escritos son tan raros como mis actos, que son tan genuinamente míos que ningún otro podría emularlo. ¡Qué extraño les parezco! ¡Si supieran que es falso! Yo creo todo lo contrario, soy demasiado simple y común, o a mí me lo parece, y esa misma simplicidad me obliga e explicarla con conceptos ambiguos, dando una apariencia irreal. Puede que me camufle sinceramente en una hipotética personalidad que quisiera obtener, pero que de ninguna forma existe, sólo como posibilidad. Quizá sea debido al ansia perpetua de no pasar totalmente desapercibido, de que mi flexible incongruencia tiene un límite al que no sé llegar. En este trecho angustioso hay una actividad interna que desea hacer más ligero al cuerpo, de convertir en inexistentes a su vez al espacio y al tiempo, mientras me transporto a confines en los que las ideas dirigidas a ese yo que quedó detrás, y que anda a un paso tras de mí, ya no se desean asimilar.
Por otro lado, me convierto en una poderosa grabadora muda e inaccesible, que como tal no pregunta, ni responde con acento propio, ni siquiera puedo verla aunque soy yo, no puedo atravesar con la mirada para observar, sumidos en un movimiento eterno, esos engendros acumulados que parecen copias de algo natural. Entonces se me hace precisa la huida, sin ningún límite previsto, sin llegar a definir esos otros mundos a los que llego impulsado y que temo por desconocidos, aún ligados estrechamente al pasado y engendrados por él.
Cuando te sientes con algo duro al cuello que va apretando cada vez más, el instinto te ayuda a deshilacharlo aminorando su presión. Si logras soltarte momentáneamente y huyes sin rumbo buscando nuevas defensas que sirvan para repeler otros nuevos lazos, empiezas a creer en el futuro y te ríes a carcajadas del pasado fastidioso. Es así como consigues la fuerza para sacar provecho a los nuevos mundos por conquistar, y sientes una especie de felicidad porque el esfuerzo no fue en vano, incluso te asalta una inusual sensación de seguridad y tranquilidad, justo con el mismo cuerpo con el que antes manejabas peligrosamente armas mortales. Te sientes así dueño del mundo.
jueves, 23 de septiembre de 2010
miércoles, 1 de septiembre de 2010
PALABRAS VII, VIII y IX
VII
Pasear, pasear por las calles modernas, de grandes aceras, me pierdo en ellas. Árboles colocados geométricamente a la misma distancia, con la cabeza fija en el suelo, sólo levanto la vista para no tropezar con nada ni nadie, cada cierto número de metros, escondido tras robustas señoras y etiquetados hombres, siempre con la sensación de huir de algo, con el temor de que me acusen de algún delito. Ese es mi paseo, temeroso de no sobresalir entre la gente.
Mientras, el alma del diablo que llevo dentro, escondido hace años, tan familiar, alimentándose continuamente de mis tropiezos, sale a veces de su oscuro escondrijo, sin importarle en absoluto que las formas de mi personalidad sufran el daño potente de la inactividad. Un diablo astuto y enfadado que no sabe del carácter y sí de la vulgaridad del arisco ser humano, que sólo entiende las palabras de su propia ley. Va matando como la poesía mal escrita, como grafismos presuntuosos sobre papel cartón, que no sabe de emociones, ni de advertencias, ni comprende que yo, hombre por nacer, quiera ir resolviendo los actos de mi ingenua compostura humana, ni aprecia que lo oculte cuando su herida, que no cicatriza, va ensanchándose para llegar a destruirme. Ese diablo desapacible, que llamo con cualquier nombre, tal vez el mío, que le doy la mano y saludo, le hago muecas de sonrisa olvidando lo que tengo que achacarle, que voy a verle y visitarle cuando no sale de mí, hasta me molesta que haya un momento en que pare su negatividad. Ya significa para mí un inevitable vicio que tengo que sufrir, que no haya lugar en que crea que desaparece y le venza. Ya no temo su monstruosidad, soy tan monstruo como él, su huella acaso no se extinga, dentro del paso del alma eterna.
Su mugrienta misión tendrá larga vida, como un viejo parásito adherido. De todos modos, nunca llegará a confundirse conmigo, es un ente aparte que tiene completa libertad de acción, y esa libertad supone la base de mi esperanza.
VIII
Nunca conocí a nadie libre de preocupaciones, a nadie encontré que no estallara a veces, que se alejara furioso del mundo y le injuriara, a su vida misma, a sus padres por procrearlo. A nadie vi exento de tal arrebato, por más gente que observé y estudié, por más diversas que fueran sus ideologías. Si no lo manifestaban en público, por defensa hacia su imagen, lo hacían en su soledad, despreciándolo todo.
No hay método ni punto de vista más aceptable que cualquier otro, cada uno entraña una afirmación ó una negación, un parecido porcentaje de fracaso ó de éxito. El error ó la verdad están en la mente del hombre, de ahí su imperfección. Entonces, ¿para qué defender ó despreciar determinada doctrina? ¿No será más útil dejar atrás el propio pensamiento, para manejarnos según nuestra voluntad? Si toda idea está predestinada a dejar de ser cierta ¿dónde está el orgullo necesario para hacer fuerte la nuestra, sin complejos, frente a la de nuestros semejantes? El hecho de defender una postura es ya un problema, implica tener una seguridad que no tenemos.
Es evidente la uniformidad que envuelve al ser humano. Si somos capaces de razonar, aunque de forma vaga y principiante, si estamos en la vida y no en otro estrato más lejano… ¿no tendrá cualquiera su orgullo, sus ilusiones, sus alegrías, sus decepciones? ¿puede decirse que la fama, el dinero, la aparente felicidad de algunos no es comparable a la del mísero e ignorado? ¿podemos negar que cada uno ansía más de lo que tiene, que nadie se conforma con su situación por envidiable que parezca? ¿cuando dejaremos de destruirnos por los momentos de desolación, ignorando que todos padecen periódicamente la misma frustración? Olvidamos que mientras más ricos, más pobres somos.
La vida es una riqueza en sí misma, por más esclavos o señores que seamos, por más indiferentes o absurdos que sean nuestros actos. No debemos creer en la predestinación, ni en el fatalismo, ni en un deseo constante por lograr un más allá más generoso. La vida se nos ha dado a todos por igual, el más discriminado puede ser el más feliz, cuando sueña algún día salir de su opresión; puede que la felicidad radique en la ilusión y no en la consecución de lo deseado. El más libre no está exento de ser manejado, el más pobre aspira a ser rico, el más rico… ¿a qué aspirará? Quizá la imperfección es lo perfecto, y el fracaso, la victoria. Si nos quejamos de nuestra situación es porque nuestra naturaleza nos lo exige, siempre más, siempre insatisfechos, en la lucha conseguimos el equilibrio.
El pensamiento implica esa libertad, exponer lo que se cree aún sabiendo que es difícil de probar. Aceptamos la palabrería y el conocimiento de los que nos precedieron, y tranquilamente nos conformamos y tragamos, añadiéndole algunos datos para que parezca personal. Cualquier idea puede existir ya en nosotros sin saberlo, y no fuera de nuestro alcance, aunque hayan sido ya expuestas, porque cada uno está lleno de originalidad. Dentro caben todas las posibilidades del pensamiento, toda cualidad, todo defecto, toda desgracia, cualquier bien o mal siempre tendrán oportunidad de surgir, ya que esa uniformidad tan dispar nos engloba a todos, y cada uno de los matices de lo humano nos iguala seamos grandes o pequeños.
IX
El fantasma de nuestras identidades no debe ser concebido como expresión única de nuestro ser, pero su tumulto confunde a la voz verdadera que te habla, la cual no quieres callar a toda costa... ¿dónde estás, amistad? ¿dónde acabo yo y empiezan los demás? ¿en qué lugar de mí se encuentra la gente? ¿cual es el camino para hallar el verdadero camino? ¿o sólo hay un camino? ¿quién se siente seguro con otra persona?... La amistad, pero ¡que palabra! A veces, se utiliza tan mal. Juguete desconocido, pero arma imprescindible.
¡Tanta palabra y tan poco hecho! ¡tanta ilusión y esperanza en un futuro mejor! Y, ¿qué hacemos en el presente? ¿naufragamos, nos evadimos con sensaciones superficiales? ¿Qué es lo que realmente lanza hacia la felicidad? Amigos, ¿qué debo pediros? ¿qué debe haber entre nosotros para considerarnos sin temor amigos fieles? Sin embargo, miento, os llamo amigos, y no lo siento. Mi inseguridad y recelo disloca mis pensamientos, transforma en hipocresía mis defectos más evidentes. Mentiría si os pidiera que alejarais la falsa idea que tenéis de mí. Me confundo y camino hacia la torpeza, la indigencia, la indiferencia y hasta la crueldad, pero son falsas. No sé por qué hago de mí una imagen tan retorcida, incoherente, inestable, inasible. Desprecio todo eso, pero lo hago, continúo confundiendo, como si me sintiera muy alejado de todos y hundido en mi abismo particular, cubierto con una capa engañosa. Esa lámina opaca me aplasta y se convierte en mi propia máscara.
¿Dónde está la alegría que necesito, por que no se marcha la preocupación? Habrá que intentar tener las puertas abiertas, salir de uno, buscar algo que nos integre de nuevo, confiar en alguien, superar la inmadurez grupal, reconocer mi ignorancia de lo perfecto en el ser humano y renunciar a su crítica. Últimamente, he mantenido una postura de mínima relación de cordialidad, quizá un saludo expresivo, un adiós lacónico, un gesto en silencio, ¡y sólo con eso pretendía ser entendido!
Luego, una escueta conversación con un desconocido fue descorriendo un visillo que mostraba una vida distinta, se veía todo un mundo en nosotros abandonado, fascinante y posible que podía y pedía renovarse, tenía como eje la convivencia, el trabajo en grupo, dejados a un lado anteriormente…, quizá merezca la pena intentarse. Pero… ¿cómo?
Pasear, pasear por las calles modernas, de grandes aceras, me pierdo en ellas. Árboles colocados geométricamente a la misma distancia, con la cabeza fija en el suelo, sólo levanto la vista para no tropezar con nada ni nadie, cada cierto número de metros, escondido tras robustas señoras y etiquetados hombres, siempre con la sensación de huir de algo, con el temor de que me acusen de algún delito. Ese es mi paseo, temeroso de no sobresalir entre la gente.
Mientras, el alma del diablo que llevo dentro, escondido hace años, tan familiar, alimentándose continuamente de mis tropiezos, sale a veces de su oscuro escondrijo, sin importarle en absoluto que las formas de mi personalidad sufran el daño potente de la inactividad. Un diablo astuto y enfadado que no sabe del carácter y sí de la vulgaridad del arisco ser humano, que sólo entiende las palabras de su propia ley. Va matando como la poesía mal escrita, como grafismos presuntuosos sobre papel cartón, que no sabe de emociones, ni de advertencias, ni comprende que yo, hombre por nacer, quiera ir resolviendo los actos de mi ingenua compostura humana, ni aprecia que lo oculte cuando su herida, que no cicatriza, va ensanchándose para llegar a destruirme. Ese diablo desapacible, que llamo con cualquier nombre, tal vez el mío, que le doy la mano y saludo, le hago muecas de sonrisa olvidando lo que tengo que achacarle, que voy a verle y visitarle cuando no sale de mí, hasta me molesta que haya un momento en que pare su negatividad. Ya significa para mí un inevitable vicio que tengo que sufrir, que no haya lugar en que crea que desaparece y le venza. Ya no temo su monstruosidad, soy tan monstruo como él, su huella acaso no se extinga, dentro del paso del alma eterna.
Su mugrienta misión tendrá larga vida, como un viejo parásito adherido. De todos modos, nunca llegará a confundirse conmigo, es un ente aparte que tiene completa libertad de acción, y esa libertad supone la base de mi esperanza.
VIII
Nunca conocí a nadie libre de preocupaciones, a nadie encontré que no estallara a veces, que se alejara furioso del mundo y le injuriara, a su vida misma, a sus padres por procrearlo. A nadie vi exento de tal arrebato, por más gente que observé y estudié, por más diversas que fueran sus ideologías. Si no lo manifestaban en público, por defensa hacia su imagen, lo hacían en su soledad, despreciándolo todo.
No hay método ni punto de vista más aceptable que cualquier otro, cada uno entraña una afirmación ó una negación, un parecido porcentaje de fracaso ó de éxito. El error ó la verdad están en la mente del hombre, de ahí su imperfección. Entonces, ¿para qué defender ó despreciar determinada doctrina? ¿No será más útil dejar atrás el propio pensamiento, para manejarnos según nuestra voluntad? Si toda idea está predestinada a dejar de ser cierta ¿dónde está el orgullo necesario para hacer fuerte la nuestra, sin complejos, frente a la de nuestros semejantes? El hecho de defender una postura es ya un problema, implica tener una seguridad que no tenemos.
Es evidente la uniformidad que envuelve al ser humano. Si somos capaces de razonar, aunque de forma vaga y principiante, si estamos en la vida y no en otro estrato más lejano… ¿no tendrá cualquiera su orgullo, sus ilusiones, sus alegrías, sus decepciones? ¿puede decirse que la fama, el dinero, la aparente felicidad de algunos no es comparable a la del mísero e ignorado? ¿podemos negar que cada uno ansía más de lo que tiene, que nadie se conforma con su situación por envidiable que parezca? ¿cuando dejaremos de destruirnos por los momentos de desolación, ignorando que todos padecen periódicamente la misma frustración? Olvidamos que mientras más ricos, más pobres somos.
La vida es una riqueza en sí misma, por más esclavos o señores que seamos, por más indiferentes o absurdos que sean nuestros actos. No debemos creer en la predestinación, ni en el fatalismo, ni en un deseo constante por lograr un más allá más generoso. La vida se nos ha dado a todos por igual, el más discriminado puede ser el más feliz, cuando sueña algún día salir de su opresión; puede que la felicidad radique en la ilusión y no en la consecución de lo deseado. El más libre no está exento de ser manejado, el más pobre aspira a ser rico, el más rico… ¿a qué aspirará? Quizá la imperfección es lo perfecto, y el fracaso, la victoria. Si nos quejamos de nuestra situación es porque nuestra naturaleza nos lo exige, siempre más, siempre insatisfechos, en la lucha conseguimos el equilibrio.
El pensamiento implica esa libertad, exponer lo que se cree aún sabiendo que es difícil de probar. Aceptamos la palabrería y el conocimiento de los que nos precedieron, y tranquilamente nos conformamos y tragamos, añadiéndole algunos datos para que parezca personal. Cualquier idea puede existir ya en nosotros sin saberlo, y no fuera de nuestro alcance, aunque hayan sido ya expuestas, porque cada uno está lleno de originalidad. Dentro caben todas las posibilidades del pensamiento, toda cualidad, todo defecto, toda desgracia, cualquier bien o mal siempre tendrán oportunidad de surgir, ya que esa uniformidad tan dispar nos engloba a todos, y cada uno de los matices de lo humano nos iguala seamos grandes o pequeños.
IX
El fantasma de nuestras identidades no debe ser concebido como expresión única de nuestro ser, pero su tumulto confunde a la voz verdadera que te habla, la cual no quieres callar a toda costa... ¿dónde estás, amistad? ¿dónde acabo yo y empiezan los demás? ¿en qué lugar de mí se encuentra la gente? ¿cual es el camino para hallar el verdadero camino? ¿o sólo hay un camino? ¿quién se siente seguro con otra persona?... La amistad, pero ¡que palabra! A veces, se utiliza tan mal. Juguete desconocido, pero arma imprescindible.
¡Tanta palabra y tan poco hecho! ¡tanta ilusión y esperanza en un futuro mejor! Y, ¿qué hacemos en el presente? ¿naufragamos, nos evadimos con sensaciones superficiales? ¿Qué es lo que realmente lanza hacia la felicidad? Amigos, ¿qué debo pediros? ¿qué debe haber entre nosotros para considerarnos sin temor amigos fieles? Sin embargo, miento, os llamo amigos, y no lo siento. Mi inseguridad y recelo disloca mis pensamientos, transforma en hipocresía mis defectos más evidentes. Mentiría si os pidiera que alejarais la falsa idea que tenéis de mí. Me confundo y camino hacia la torpeza, la indigencia, la indiferencia y hasta la crueldad, pero son falsas. No sé por qué hago de mí una imagen tan retorcida, incoherente, inestable, inasible. Desprecio todo eso, pero lo hago, continúo confundiendo, como si me sintiera muy alejado de todos y hundido en mi abismo particular, cubierto con una capa engañosa. Esa lámina opaca me aplasta y se convierte en mi propia máscara.
¿Dónde está la alegría que necesito, por que no se marcha la preocupación? Habrá que intentar tener las puertas abiertas, salir de uno, buscar algo que nos integre de nuevo, confiar en alguien, superar la inmadurez grupal, reconocer mi ignorancia de lo perfecto en el ser humano y renunciar a su crítica. Últimamente, he mantenido una postura de mínima relación de cordialidad, quizá un saludo expresivo, un adiós lacónico, un gesto en silencio, ¡y sólo con eso pretendía ser entendido!
Luego, una escueta conversación con un desconocido fue descorriendo un visillo que mostraba una vida distinta, se veía todo un mundo en nosotros abandonado, fascinante y posible que podía y pedía renovarse, tenía como eje la convivencia, el trabajo en grupo, dejados a un lado anteriormente…, quizá merezca la pena intentarse. Pero… ¿cómo?
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