martes, 21 de mayo de 2013

Buscando una Alquimia interior (Titus Burckhardt)



La alquimia puede ser definida como el arte de la transformación del alma. Por tanto, lo que constituye el fundamento de la Obra, su verdadera “materia”, es la propia naturaleza del hombre. La diferencia con cualquier otro Arte Sagrado es que se realiza solo interiormente. La alquimia puede compararse con la mística en lo que tiene de camino que permite al hombre llegar al conocimiento de su naturaleza inmortal.

Los símbolos alquímicos de la perfección apuntan al dominio de la condición humana por el espíritu, el retorno a los orígenes del Paraíso Terrenal; la extirpación de la raíz de todos los pecados supone el retorno a la perfección adánica. En primer lugar, hay que recobrar la pureza del símbolo “hombre” para que sus contornos puedan incrustarse de nuevo en la infinita y divina imagen original.

La alquimia observa el juego de las fuerzas del alma desde un punto de vista puramente cosmológico, y trata al alma como si fuera una “materia” que se hubiera de purificar, disolver y cristalizar de nuevo. Por ello, tiene cierto carácter contemplativo, se asienta en la analogía entro lo psíquico y lo mineral, considerando la materia desde el punto de vista cualitativo, en su cualidad interior, y el alma como si tratara de un objeto a purificar.

Mientras el alma no quede libre de las concreciones interiores, no será materia dúctil sobre la que el espíritu, que procede de “arriba”, pueda imprimir una nueva “forma”, una forma que no limita ni ata, sino que libera, pues procede de la sustancia eterna del ser.

El alma es fundamentalmente lo mismo que la materia prima del mundo. La materia prima que subyace en el alma es, en primer lugar, la sustancia básica del consciente individual; en segundo lugar, la sustancia de todas las almas, sin distinción de individualidades; y, por último, la sustancia básica de todo el universo. Si el consciente sigue ahondando, descubrirá el espejo del fondo del alma que manifiesta su naturaleza reflejando límpidamente la luz del espíritu.

Del mismo modo que la materia prima solo puede “percibirse” en realidad por el conocimiento del ser puro cuya proyección es, así también el verdadero fondo del alma solo puede conocerse por su respuesta al espíritu puro; el alma no se revela del todo hasta que se “casa” con el espíritu, y esto es lo que se expresa en el “matrimonio” del Sol y la Luna, del Rey y la Reina, del azufre y el mercurio.

El “descubrimiento” del fondo receptor del alma y la “revelación” del espíritu creador son simultáneos, no pueden separarse; sin embargo, las distintas etapas y aspectos de la obra interior pueden relacionarse con uno y otro polo. Todo camino de realización espiritual incluye la preparación de una “materia” receptora y la percepción del efecto de la acción espiritual o divina sobre dicha “materia”.




En la obra alquímica interior, la Naturaleza interviene en virtud de esa fuerza primitiva maternal que libera al alma de su existencia estéril y quebradiza. Así pues, la Naturaleza es la fuerza del anhelo y el deseo en los hombres y, al mismo tiempo, es algo más, es la potencia inagotable que desarrolla todos los gérmenes ocultos en el ser, ya a favor, ya en contra de los planos del yo, según éste pueda adaptarse a la fuerza de la Naturaleza o se convierta en su víctima.

En la obra espiritual no se trata de destruir las fuerzas naturales, sino de convertirlas en cabalgadura del espíritu. Lo único que debe destruirse es la tendencia egoísta, la cual pervierte la auténtica esencia natural de estas fuerzas.

Porque la Naturaleza Universal tiene, como maya, dos vertientes o movimientos: uno que, partiendo del centro espiritual, pugna por abrirse a la pluralidad, y que en los hombres está ligado a la pasión; y otro que, partiendo de la pluralidad, retorna al centro espiritual. El primero se compara con Medea, la hechicera, y el segundo con Sofía, la sabiduría. En su relación con la voluntad activa del hombre ambos son femeninos. Dichoso el que prometido a la sabiduría, puede seducir sin peligro a la terrible hechicera Naturaleza para descubrir los secretos que ella no ha de poder ocultarle.

La obra alquímica despierta una terrible fuerza de la Naturaleza, que puede corromper a los intrusos y a los ignorantes, pero que puede elevar a los sabios al poder espiritual. Esta fuerza mora en el hombre, pero no está aislada y limitada al individuo, sino que es parte o aspecto de un ritmo impersonal e infinito, y es el único significado que en la explosión naturaleza, se conserva sin falsear.

Así procede el alquimista, disuelve las concreciones imperfectas del alma, las reduce a su materia y las hace cristalizar de nuevo en una forma más noble. Pero solo puede realizar esta obra si actúa en armonía con la Naturaleza, sirviéndose de una “vibración” espiritual que se genera durante la obra y que enlaza el reino humano con el cósmico. Entonces, la Naturaleza acude espontáneamente en Ayuda del Arte.




Titus Burckhardt  - Alquimia



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