Lo que de verdad
necesitamos es un cambio radical en nuestra actitud frente a la vida. Debemos
aprender por nosotros mismos que en
realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino que la vida espere
algo de nosotros. Dejemos de interrogarnos sobre el sentido de la vida y,
en cambio, pensemos en lo que la existencia nos reclama continua e
incesantemente. En última instancia, vivir significa asumir la responsabilidad
de encontrar la respuesta correcta a las cuestiones que la existencia nos
plantea, cumplir con las obligaciones que la vida nos asigna a cada uno en cada
instante en particular.
La salud psíquica
precisa un cierto grado de tensión interior, la tensión existente entre lo que
uno ha logrado y lo que le queda por conseguir, o la distancia entre lo que uno
es y lo que debería llegar a ser. El hombre no necesita realmente vivir sin
tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta o una misión que le merezca la
pena.La
carencia total y absoluta de un sentido de la vida, nos atrapa en una amarga
sensación: el “vacío existencial”. El hastío genera más problemas que la
tensión; todo ello sin contar que, con frecuencia, el vacío existencial se
presenta bajo máscaras y disfraces. A veces, la frustración de la voluntad de
sentido se compensa mediante la voluntad de poder, hasta en su expresión más
tosca: la voluntad de tener dinero. En otras ocasiones, el vacío de la voluntad
de sentido se rellena con la voluntad de placer. Y eso explica que la
frustración existencial suele provocar un desenfreno libidinoso, e incluso que
las pulsiones de la libido se mezclen con las agresivas.
La noción del sentido de
la vida también se entiende desde el ángulo inverso: si consideramos que
cualquier situación plantea y reclama del hombre un reto o una respuesta a la
que solo él está en condiciones de responder. En última instancia, el hombre no
debería cuestionarse sobre el sentido de la vida, sino comprender que la vida
le interroga a él. En otras palabras, la vida pregunta por el hombre, y éste
contesta de una única manera: respondiendo de su propia vida y con su propia
vida. Únicamente desde la responsabilidad personal se puede contestar a la
vida. Obra como si vivieras por segunda
vez y la primera vez lo hubieras hecho tan desacertadamente como estás a punto
de hacerlo ahora.
La auténtica meta de la
existencia humana no se cifra en la denominada autorrealización. La
autorrealización por sí misma no puede situarse como meta. No debe considerarse
el mundo como simple expresión de uno mismo, ni tampoco como mero instrumento,
o como un medio para conseguir la ansiada autorrealización. En efecto, cuanto
más se afana el hombre por convertir la autorrealización más se le escapa de
las manos, pues la verdadera autorrealización solo es el efecto profundo del
cumplimiento acabado del sentido de la vida. La autorrealización no se logra a
la manera de un fin, más bien como el fruto legítimo de la propia
trascendencia.
El amor es el único camino
para arribar a lo más profundo de la personalidad de un hombre. Nadie es
conocedor de la esencia de otro ser humano si no lo ama. Mediante el amor, la
persona que ama posibilita al amado la actualización de sus potencialidades
ocultas. El que ama ve más allá y le urge al otro a consumar sus inadvertidas
capacidades personales.
El único aspecto verdaderamente transitorio de la vida
es lo que en ella hay de potencial. Ahora bien, lo potencial, al actualizarse,
se convierte en realidad, se hace real. Todo lo real se guarda y se archiva en
el pasado, de donde se le rescata y se le preserva de la transitoriedad. La
transitoriedad de nuestra existencia en modo alguno la vuelve carente de
sentido; por el contrario, espolea nuestra responsabilidad si comprendemos que
las posibilidades son esencialmente transitorias. Es decir, de las múltiples
posibilidades presentes en cada instante, es el hombre quien condena a algunas
a no ser y rescata a otras para el ser. ¿De esas diversas posibilidades, cuál
se convertirá, por la elección del hombre, en una “huella inmortal en la arena
del tiempo”? En todo momento el hombre debe decidir, para bien o para mal, cuál
será el monumento de su existencia.
Con frecuencia el hombre
se fija únicamente en la rastrojera de lo transitorio y pasa por alto el fruto
ya granado del pasado, pues en el pasado quedan cincelados los valores, y sus
gozos y sufrimientos. De ahí, del pasado, el hombre es capaz de rescatar sus
acciones. Nada puede deshacerse y nada puede volverse a hacer. Haber sido es la forma más segura de
ser.
La persona activa arranca
las hojas del almanaque día a día, pero toma la precaución de archivarla junto
a las otras y de anotar unas cuantas notas al dorso. De esa manera recoge y
refleja, con orgullo y goce, el arsenal de valores atesorados en esas notas,
unas notas escritas a lo largo de una vida vivida intensamente. ¿Qué le importa
comprobar que va envejeciendo? ¿Tiene alguna razón para envidiar a los jóvenes,
o para sentir nostalgia por la lozanía perdida? ¿Por qué ha de envidiar a la
gente joven? ¿Por el esplendoroso horizonte de sus posibilidades, por el futuro
que les espera? “No, gracias –se dirá-;
en vez de posibilidades yo cuento con las realidades de mi pasado: mis
trabajos, los amores sentidos y regalados y los sufrimientos asumidos
valientemente. De esos sufrimientos es de lo que me siento más orgulloso,
aunque quizá no susciten envidia”.
Existe un grave riesgo
inherente a la enseñanza de la teoría de la “nada” del hombre; es decir, de
afirmar que el hombre es el resultado de las condiciones biológicas,
psicológicas y sociológicas; o, dicho de otra forma, el producto de la herencia
y del ambiente. Esta concepción del hombre lo convierte en un robot, no en un
ser humano. El hombre, en última instancia, se determina a sí mismo. El hombre
no se limita a existir, sino que decide cómo será su existencia. Por la misma
razón, todo ser humano posee la voluntad para cambiar a cada instante. Uno de
los rasgos principales de la existencia humana es, precisamente, su capacidad
para elevarse por encima de esas condiciones y trascenderlas. El hombre se
trasciende a sí mismo.
Sin embargo, la libertad
no es la última palabra. La libertad es una parte de la historia y la mitad de
la verdad. La libertad es la cara negativa de cualquier fenómeno humano cuya
cara positiva es la responsabilidad. De hecho, la libertad se encuentra en
peligro de degenerar en mera arbitrariedad salvo si se ejerce en términos de
responsabilidad.
Al hombre se le puede
arrebatar todo salvo una cosa: la elección de la actitud personal que debe
adoptar frente al destino para decidir su propio camino. Y es precisamente esta
libertad interior, que nadie nos puede arrebatar, la que confiere a la
existencia una intención y un sentido.
¿Quién es, en realidad, el
hombre?: es el ser que siempre decide
lo que es.
Viktor Frankl – El hombre en busca de sentido