Parece muy improbable que
la humanidad en libertad pueda alguna vez dispensarse de los Paraísos
Artificiales. La mayoría de los hombres y mujeres llevan vidas tan penosas en
el peor de los casos y tan monótonas, pobres y limitadas en el mejor, que el
afán de escapar, el ansia de trascender de sí mismo aunque solo sea por breves
momentos es y ha sido siempre uno de los principales apetitos del alma.
El arte y la religión, los carnavales y los saturnales, el baile…, son
cosas que han servido de Puertas en el Muro. Y para el uso privado y cotidiano,
siempre ha habido los tóxicos químicos. Los sedantes y narcóticos vegetales,
los eufóricos que crecen en los árboles y los alucinógenos que maduran en las
bayas o pueden ser exprimidos de las raíces, han sido conocidos y utilizados
sistemáticamente desde tiempo inmemorial. Y a estos modificadores naturales de
conciencia, la ciencia ha añadido su cuota de sintéticos.
El afán universal y
permanente de autotrascendencia no puede ser abolido cerrando de golpe las más
populares Puertas del Muro. La única acción razonable es abrir puertas mejores,
con la esperanza de que hombres y mujeres cambien sus viejas y malas costumbres
por hábitos nuevos y menos dañinos.
Algunas de estas puertas podrán ser de
naturaleza social y tecnológica, otras religiosas o psicológicas, y otras más
dietéticas, educativas o atléticas. Pero subsistirá indudablemente la necesidad
de tomarse frecuentes vacaciones químicas del intolerable sí mismo y del
repulsivo ambiente. Lo que hace falta es una nueva droga, que alivie y consuele
a nuestra doliente especie sin hacer a la larga más daño del bien que hace a la
corta. Debe producir cambios en la conciencia que sean más interesantes e
intrínsecamente valiosos que el mero alivio o la mera ensoñación, que ilusiones
de omnipotencia o escapes a la inhibición.
El razonamiento
sistemático es algo de lo que tal vez no podamos prescindir ni como especie ni
como individuos. Pero tampoco podemos prescindir, si hemos de permanecer sanos,
de la percepción directa de los mundos interior y exterior en lo que hemos nacido.
Esta realidad es un infinito que está más allá de toda comprensión y, sin
embargo, puede ser percibida directamente de modo total.
Es una trascendencia que pertenece a un
orden distinto al humano y que, sin embargo, puede estar presente en nosotros
como una inmanencia sentida, como una participación experimentada. Saber es
darse cuenta, siempre, de la realidad total en su diferenciación inmanente;
darse cuenta de ello y, aún así, permanecer en condiciones de sobrevivir como
animal, de pensar y sentir como ser humano. Nuestra finalidad es descubrir que
siempre hemos estado donde deberíamos estar.
El hombre que regresa por la Puerta en el Muro ya no
será nunca el mismo que salió por ella. Será más instruido y menos engreído,
estará más contento y menos satisfecho de sí mismo, y reconocerá su ignorancia
más humildemente pero, al mismo tiempo, equipado para comprender la relación de
las palabras con las cosas, del razonamiento sistemático con el insondable
Misterio que trata, por siempre jamás, vanamente, de comprender.
Aldous Huxley – Las puertas de la percepción