“Fundamentalismo” es una
palabra erudita del ámbito del cristianismo, usada primero por los expertos
para designar un fenómeno religioso muy concreto del protestantismo evangélico
en Estados Unidos a principios del siglo XX. El término “fundamentalista” se
aplica a personas creyentes de las distintas religiones, sobre todo a judíos
ultra-ortodoxos, a musulmanes integristas y a cristianos tradicionalistas.
La característica que
mejor define la actitud fundamentalista es su negativa a recurrir a la mediación hermenéutica en la lectura de
los textos fundantes de las religiones. Se cree que éstos han sido revelados
directamente –o mejor, dictados– por Dios, tienen un solo sentido, el literal,
y una única interpretación, la que emana de su lectura directa. El
fundamentalismo propende a aislar el texto de su contexto socio-histórico hasta
convertirlo en objeto devocional, a quien se considera intocable y se rinde
culto. Tal concepción conduce inevitablemente al dogmatismo en las creencias,
al sobrenaturalismo en la comprensión de la realidad, a la uniformidad en el
actuar y al providencialismo en torno al futuro. El lenguaje religioso se
convierte en fórmula fija, inmutable, toma la forma de dogma y funge al
interior de la comunidad creyente como ortodoxia. El pluralismo es visto, por
ende, como una amenaza contra la unidad de la fe.
El fundamentalismo cristiano defiende el carácter infalibilista de las escrituras sagradas. Por eso, al
referirse a éstas, lo hace afirmando: “dice la Biblia ” y no “la Biblia significa”. La
verdad de la Biblia
se extiende a la doctrina y a la moral, a los aspectos históricos y a la
práctica. Su autoridad es definitiva y completa en todos los campos. Parte de
una posición dogmática que impone a la Biblia.
De esta forma la secuestra y le impide el poder expresarse
libremente, cuando si algo caracteriza a la palabra de Dios es no estar
encadenada.
El fundamentalismo adopta
una actitud de sospecha y desdén permanentes ante los que defendemos la
necesidad de la mediación hermenéutica en la lectura de los textos sagrados, y
nos pregunta entre la ingenuidad y la indignación: “¿Cómo puede usted leer el
mismo texto que yo leo, y no llegar a la misma interpretación que yo le doy?
Sin duda usted actúa de mala fe, que
es lo que caracteriza a toda interpretación liberal y pone en entredicho, o
incluso desvirtúa, la palabra de Dios”. Al reaccionar así, el fundamentalista
se niega a aceptar que la interpretación admite múltiples opciones.
El lenguaje simbólico,
metafórico, imaginativo es suplantado por el lenguaje realista. Solo les reconoce
un solo sentido, lo que implica un empobrecimiento semántico del rico mundo
simbólico. No hay ni puede haber lenguaje literal sobre Dios y lo divino; la
afirmación del realismo bíblico es una consecuencia de la interpretación
fundamentalista de la Biblia.
La tendencia
fundamentalista se opone al ecumenismo y se muestra intolerante con otras
concepciones y experiencias que no coinciden con la suya. No se encierra en una
burbuja. Suele asociarse con otros fundamentalismos de carácter político,
económico, cultural y social, con quien establece alianzas para defender con
más eficacia el etnocentrismo cultural, una moral regresiva, la tendencia a las
exclusiones por razones de etnia o raza y una concepción religiosa
restauracionista. Utiliza la religión de manera instrumental para sus fines
expansionistas y para sus intereses hegemónicos.
La actitud fundamentalista
se caracteriza por imponer sus creencias, incluso por la fuerza, a toda la
comunidad humana en la que está implantada la religión profesada, sin distinguir
entre creyentes y no creyentes. De ahí la confusión de lo público y lo privado
y la ausencia de distinción entre comunidad política y comunidad religiosa,
entre ética pública y ética privada. El fundamentalismo religioso ha
desembocado con frecuencia en choques, enfrentamientos y guerras de religiones.
La historia universal es la mejor prueba de ello. Incluso hay quienes
consideran que la violencia se encuentra en el principio de las religiones y
que éstas son fuente de aquéllas. La violencia estaría ya presente en los
mismos textos tenidos por revelados.
Y así es de hecho. No
pocos textos fundantes del judaísmo, el cristianismo y el Islam presentan a un
Dios violento y sanguinario, a quien se apela para vengarse de los enemigos,
declararles la guerra y decretar castigos eternos contra ellos. Con estos
ingredientes, se construye la trama perversa de la violencia y lo sagrado, que
da lugar a la “sacralización de la violencia” o “violencia de lo sagrado”.
El Antiguo Testamento es
uno de los libros más llenos de sangre de la literatura mundial. Hasta mil son
los textos que se refieren a la ira de Yahvé que se enciende, juzga como un
fuego destructor, amenaza con la aniquilación y castiga con la muerte. El poder
de Dios se hace realidad en la guerra, batallando del lado del “pueblo
elegido”, y su gloria se manifiesta en la victoria sobre los enemigos. En el
Nuevo Testamento aparece también el Dios sanguinario, al menos de manera
indirecta, en la interpretación que algunos textos ofrecen de la muerte de Cristo
como voluntad de Dios para expiar los pecados de la humanidad. Según esta
teoría, Dios reclamaría el derramamiento de la sangre de su “Hijo” para aplacar
su ira.
Algunas imágenes del Corán
sobre Alá no son menos violentas que las de la Biblia judía y cristiana.
El Alá de Mahoma, como el Yahvé de los profetas, se muestra implacable con los
que no creen en Él. “!Que mueran los traficantes de mentiras!”, dice el libro
sagrado del Islam. Dios puede hacer que los descreídos se los trague la tierra
o caiga sobre ellos un pedazo de cielo; para ellos solo hay “el fuego del
infierno”. El simple pensar mal de Alá comporta la maldición. En el Corán se
hace referencia a la lucha “por la causa de Dios”, incluso hasta la muerte,
contra quienes combaten a los seguidores de Alá.
Las tradiciones religiosas
que incitan a la violencia o la justifican, y más si lo hacen en nombre de
Dios, no pueden considerarse reveladas, ni ser tenidas por palabra de Dios, y
menos aún imponerse como normativas a sus seguidores. En cuanto “textos de
terror” deben ser excluidos de las
creencias y las prácticas religiosas, así como del imaginario colectivo de la
humanidad.
El fundamentalismo, en
fin, adopta una actitud hostil frente a los fenómenos socioculturales de la
modernidad que, a su juicio, socavan los fundamentos del sistema de creencias:
la secularización, la teoría evolucionista, el progresismo, el diálogo con la
cultura moderna y posmoderna, las opciones políticas revolucionarias de las
personas y los grupos creyentes, la emancipación de la mujer, la apertura a los
descubrimientos científicos, los avances en la genética, los movimientos
sociales, los métodos histórico-críticos, etc. Todos ellos son considerados enemigos de la religión y en esa
medida son combatidos frontalmente.
Juan José Tamayo – Fundamentalismo y Cristianismo
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