miércoles, 29 de marzo de 2017

La fe es creer en lo que sabemos que no existe (Juan Eslava Galán)



Vengo observando, con creciente desasosiego, que muchas ovejas de la grey cristiana abandonan su aprisco y prescinden del director espiritual, descuidan los sacramentos para limitarse a practicar un catolicismo tibio y acomodaticio o directamente no practican nada, engolfados como están en esta sociedad laica que adora al Becerro de oro y corre irreflexivamente tras los placeres del mundo. 
    La verdad es que somos cristianos por pura rutina, por mero acomodo social, porque hemos nacido aquí, en la católica España. Precisamente por eso parece mentira que seamos tan dejados en la práctica de nuestros deberes religiosos. Somos católicos porque nos bautizan, porque hacemos la primera comunión, porque nos confirma el obispo, porque nos casa el cura… Somos católicos porque, en fin, nos dicen una misa de cuerpo presente que, ya finados y confinados en el ataúd, no podemos rehuir y, finalmente, un oficio de difuntos.

Eso es todo: un catolicismo pautado y rutinario, burocrático y registral. ¿Qué panorama contemplamos cuando observamos la comunidad católica? Vivimos como paganos, solo preocupados por los placeres y por las comodidades, como si no existiera otra Vida, como si no hubiera un Infierno para castigar al que no obedece los preceptos de la Santa Madre Iglesia y una Gloria para premiar a los corderos sumisos al pastor.
    El panorama no puede ser más desolador: abandono de las visitas al sagrario y del rezo del Santo rosario en familia, sacramentos diferidos sine die, especialmente el de la penitencia, olvido del cumplimiento pascual, disminución de los óbolos y donaciones a la Iglesia, tibieza en el cumplimiento de los deberes religiosos, aumento escandaloso de las bodas civiles… drástico recorte de las decenas de misas que antes se encargaban en sufragio de las ánimas del purgatorio…
- Bueno, yo no es que sea muy practicante, pero católico soy ¿eh?- dicen las encuestas.
- ¿Católico? ¿Tú te llamas católico, desgraciado? ¿Qué sabes de los dogmas, qué de los misterios, qué de las Escrituras que son el fundamento de nuestra Santa Madre Iglesia?
Nada.
Nada de nada. Cuatro recuerdos desvaídos de la catequesis que te administró aquel cura sobón cuando tenías seis o siete años y pare usted de contar.



En los últimos decenios hemos asistido a la desaceleración de la Iglesia. Hemos asistido a la dispersión de su rebaño, hemos asistido, lo que es peor, a la disminución de las vocaciones y a la deserción de un sin número de pastores que, captados por los cantos de sirena de la sociedad hedonista ahorcaban los hábitos y abandonaban su sagrado ministerio para entregarse a los vicios que antes zaherían desde el púlpito y solo practicaban (algunos) en la intimidad de sus conciencias. Ahora no. Desparecidas las tonsuras, adoptados los atuendos seglares y las formas profanas salen al mundo con hambre atrasada de placeres, como berracos…

En este negocio las ovejas sumisas (o sea, los católicos observantes) nos salvamos, pero los que se apartan del redil se condenan para siempre jamás. O sea, de un lado, a la derecha del Padre, los católicos sumisos que obedecemos al mayoral (el Papa) y a sus gañanes (los integrantes de la Conferencia Episcopal), los que sostenemos a la Iglesia con nuestro óbolo, ovejas camino de la salvación. Del otro lado, a la izquierda del padre, el resto: cabritos destinados al Infierno, a la caldereta de Satanás.

Hoy los teólogos y los fieles reclaman una revisión de las fuentes del cristianismo y los princip0ios sobre los que se asientas sus creencias. Incluso existe una nueva hornada de teólogos laicos comprometidos con la verdad que escudriñan los textos y profundizan en ellos desde un punto de vista científico e histórico.
    Los católicos no debemos temer el resultado de esas investigaciones que iluminan con luz vivísima y certera los fundamentos de nuestra fe. Ya sabemos que la religión es solamente un producto cultural nacido del terror primigenio de los primeros humanos inermes ante una naturaleza hostil que no acertaban a comprender, pero esa certeza robustece nuestra fe. Si nuestros pastores se mantienen imperturbables en la verdad católica, no va a ser solo porque viven de ella, ¿no es cierto?




¿Qué documentos testimonian la presencia de Jesús en la Tierra. El Nuevo Testamento, especialmente los Evangelios. Admitamos que los evangelistas tendieron las redes de su apostolado y en su afán por captar adeptos colmaron sus textos de milagros, apariciones, sucesos sorprendentes y otras fantasías conducentes a convencer a las gentes sencillas de que Dios los reclamaba para su balador rebaño…
    Constataremos que el Jesús histórico, el devoto judío que sanó, exorcizó y prodigió por los caminos de Tierra Santa, guarda escasa relación con el Cristo ideado por San Pablo, el verdadero inventor del cristianismo. El primer siglo de cristianismo silencia la figura histórica de Jesús. Solo muchos años después de su muerte se redactan escritos, a menudo contradictorios y plagados de fantasías, que narran su vida y milagros. En la Iglesia se impone la visión de San Pablo para el que Jesús, ahora llamado Jesucristo, es Dios mismo, la entidad que habita en el Reino de los Cielos, el Ser Supremo. Pablo habla de Cristo y apenas menciona a Jesús. El Jesús de carne y hueso le interesa poco o nada.

Los académicos liberales creen que Jesús fue un reformador social y se preguntan, ¿cómo pudo derivar hasta transformarse en el Cristo cósmico? Algunos autores dudan de la existencia real de este Jesús apenas mencionado en los textos de escritores e historiadores de la época. Los que lo mencionan lo hacen de pasada o en textos algo más extensos falsificados por los copistas cristianos.




Fábulas, mentiras, falsificaciones… ¿sobre estos cimientos se fundamenta el cristianismo? Sí, admitámoslo. ¿Qué el cristianismo se basa en una sarta de mentiras y supercherías? Vale, es cierto, ¿qué pasa? Será todo mentira, pero, a pesar de ello, la Iglesia Católica resiste incólume los embates del vendaval de la historia.
    ¿A qué se debe esa paradoja? No existe paradoja alguna. Lo que permite que de esa ensalada de mentiras florezca una Iglesia siempre renovada es la firme mano de Dios que blande su nudosa y pastoril cayada para guiar a su balador rebaño, Dios nuestro pastor que lanza la certera pedrada de su castigo contra los que se descarrían.


A la luz de la ciencia, el cristianismo se nos revela como un potaje integrado por ingredientes de muy diverso origen: judaísmo, cultos mistéricos, paganismo, gnosticismo… La grandeza del mensaje cristiano reside precisamente en mantener estos dogmas como verdades a que nos obliga la fe. ¿La razón lo rechaza? Pues doblega tu razón y acepta que todo eso es cierto. Es el fundamento de tu religión ¡Nada menos! Y con la fe no se juega. ¿En qué consiste la fe? Muy sencillo: “La fe es creer en lo que sabemos que no existe”.


Juan Eslava Galán – El Catolicismo explicado a las ovejas

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