jueves, 9 de marzo de 2017

Solo lo humano es eternamente castizo (Miguel de Unamuno)




Elévanse a diario en España amargas quejas porque la cultura extraña nos invade y arrastra o ahoga lo castizo, y va zapando poco a poco nuestra personalidad nacional. Es una idea arraigadísima lo de creer que la subordinación ahoga la individualidad, que hay que resistirse a aquélla o perder ésta. Lo mismo los que piden que cerremos o poco menos las fronteras y pongamos puertas al campo, que los que piden más o menos explícitamente que nos conquisten, se salen de la verdadera realidad de las cosas, de la eterna y honda realidad, arrastrados por el espíritu de anarquismo que llevamos todos en el meollo del alma, que es el pecado original de la sociedad humana, pecado no borrado por el largo bautismo de sangre de tantas guerras. Mas no hace falta conquista, ni la conquista purifica, porque, a su pesar y no por ella, se civilizan los pueblos.

Si no tuviese significación viva lo de ciencia y arte españoles, no calentarían esas ideas a ningún espíritu, no habrían muerto hombres, hombres vivos, peleando por lo castizo. Mientras pasan sistemas, escuelas y teorías, va formándose el sedimento de las verdades eternas de la eterna esencia. Sobre el suelo compacto y firme de la esencia y arte eternos corre el río del progreso que le fecunda y acrecienta.

Hay una tradición eterna, legado de los siglos, la de la ciencia y el arte universales y eternos, he aquí una verdad que hemos dejado morir. Hay una tradición eterna, como hay una tradición del pasado y una tradición del presente. Debajo de la historia, es donde vive la verdadera tradición, la eterna, en el presente, no en el pasado muerto para siempre y enterrado en cosas muertas. En el fondo del presente hay que buscar la tradición eterna, en las entrañas del mar, no en los témpanos del pasado, que al querer darles vida se derriten, revertiendo sus aguas al mar.
    Así como la tradición es la sustancia de la Historia, la eternidad lo es del tiempo; la historia es la forma de la tradición, como el tiempo la de la eternidad. Y buscar la tradición en el pasado muerto es buscar la eternidad en el pasado, en la muerte, buscar la eternidad de la muerte.





La tradición hace posible la ciencia, mejor dicho, la ciencia misma es tradición. Estas últimas leyes a que la ciencia llega no son más que fórmulas de la eternidad viva, que no está fuera del tiempo, sino dentro de él. La tradición eterna es el fondo del ser del hombre mismo. El hombre, esto es lo que hemos de buscar en nuestra alma. Lo verdaderamente original es lo originario, la humanidad en nosotros.
    ¡Gran locura la de querer despojarnos del fondo común a todos, de la masa idéntica sobre la que se moldean las formas diferenciales, de lo que nos asemeja y une, de lo que hace que seamos prójimos, de la madre del amor de la humanidad, en fin, del hombre, del verdadero hombre, del legado de la especie! ¡Qué empeño por entronizar lo pseudo-original, lo distintivo, la mueca, la caricatura, lo que nos viene de fuera! Preferimos el arte a la vida, cuando la vida más oscura y humilde vale infinitamente más que la más grande obra de arte.



Hay un ejército que desdeña la tradición eterna, que descansa en el presente de la Humanidad, y se va en busca de lo castizo e histórico de la tradición, al pasado de nuestra casta, mejor dicho, de la casta que nos precedió en este suelo. Los más de los que se llaman a sí mismos tradicionalistas, o sin llamarse así se creen tales, no ven la tradición eterna, sino su sombra vana en el pasado. ¡Qué pena de ejército! Son gentes que por huir del ruido presente que les aturde, incapaces de sumergirse en el silencio de que es ese ruido, se recrean en ecos y retintines de sonidos muertos.

Hay que ir a la tradición eterna, madre del ideal, que no es otra cosa que ella misma reflejada en el futuro. Y la tradición eterna es tradición universal cosmopolita. Combatir contra ella es querer destruir la humanidad en nosotros, es ir a la muerte, empeñarnos en distinguirnos de los demás. Para hallar la humanidad en nosotros y llegar al pueblo nuevo, conviene, sí, que nos estudiemos, porque lo accidental, lo pasajero, lo temporal, lo castizo, de puro sublimarse y exaltarse se purifica destruyéndose. Pero ¡ay de aquel que al hacer examen de conciencia se complace en los pecados pasados y ve su originalidad en las pasiones que le han perdido, pone el pundonor mundano sobre todo!



El estudio de la propia historia, que debía ser un impecable examen de conciencia, se toma, por desgracia, como fuente de apologías y apologías de vergüenzas, y de excusas, y de disculpaciones y de componendas con la conciencia, como medio de defensa contra la penitencia regeneradora. Apena leer trabajos de historia en que se llama glorias a nuestras mayores vergüenzas, a las glorias de que purgarnos, en que se hace jactancia de nuestros pecados pasados; en que se trata de disculpar nuestras atrocidades innegables con las de otros. Mientras no sea la historia una confesión de un examen de conciencia no servirá para despojarnos del pueblo viejo, y no habrá salvación para nosotros.


La humanidad es la casta entera, sustancia de las castas históricas que se hacen y deshacen como las olas del mar; solo lo humano es eternamente castizo. Mas para hallar lo humano eterno hay que romper lo castizo temporal y ver cómo se hacen y deshacen las castas, cómo se ha hecho lo nuestro y qué indicios nos da de su porvenir su presente.


Miguel de Unamuno – En torno al casticismo

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