Donde
quiera que vayas, ahí estás. Nos guste o no, este momento es todo cuanto
tenemos para trabajar. Pero, cuando surge la nube del olvido acerca de dónde
estamos ahora, en ese preciso instante, nos perdemos, dejamos de estar en
contacto con nosotros mismos. Para permitirnos estar verdaderamente en contacto
con donde ya estamos tenemos que hacer una pausa en nuestra experiencia, lo
suficientemente larga para permitir que el momento presente pueda penetrar en
nosotros, sentirlo, verlo en su totalidad, sostenerlo en la conciencia y, de
ese modo, llegar a conocerlo y comprenderlo mejor.
Puede
que casi nunca estemos donde realmente estamos, que casi nunca estemos en contacto
con todas nuestras posibilidades. Por el contrario, nos encerramos en una
ficción personal, según la cual ya sabemos quiénes somos, ya sabemos dónde
estamos y adónde nos dirigimos, ya sabemos qué está ocurriendo; y mientras
tanto, permanecemos envueltos en un velo de pensamientos, fantasías e impulsos,
la mayoría de ellos relacionados con el pasado y el futuro, con lo que deseamos
y nos gusta y con lo que tememos y no nos gusta, que se prolongan continuamente
y nos impide ver en qué dirección vamos.
El
hecho de no saber siquiera que estamos soñando es lo que los budistas llaman ignorancia, o inconsciencia. Estar en
contacto con este no saber es lo que
se llama atención plena. El trabajo
que hay que hacer para despertar de tales sueños es la meditación, el cultivo
sistemático del estado despierto, de ser consciente del momento presente. La meditación
consiste simplemente en ser nosotros mismos y tener un cierto conocimiento
acerca de quiénes somos, darnos cuenta de que, nos guste o no, estamos en el
camino de nuestra vida, que tiene una dirección y siempre se está desplegando;
que lo que ocurre ahora influye en lo que ocurre a continuación, poder
orientarnos tanto interna como externamente. Si lo hacemos, es posible que esto
nos permita trazar un recorrido que sea más fiel a nuestro ser interior: un
camino del alma, un camino con Corazón, nuestro
camino.
La
atención plena guarda relación con examinar quiénes somos y con cuestionar
nuestra visión del mundo y el lugar que ocupamos en el mismo, así como con el
hecho de cultivar la capacidad de apreciar la plenitud de cada momento, estar
en contacto con la plenitud de nuestro ser por medio de un proceso sistemático
de autoobservación, de autoindagación y de acción atenta. No hay nada de frío,
analítico o insensible en ello. En general, la práctica de la atención plena se
caracteriza por la amabilidad y la capacidad de apreciar, así como por ser
fuente de nutrición. De hecho, se la podría llamar Corazón pleno. Practicar la atención plena significa comprometernos
plenamente a estar presentes en cada momento. No intentamos mejorar ni llegar a
ningún otro lugar. No tratamos de alcanzar siquiera comprensiones profundas ni
visiones especiales. Tampoco nos forzamos a dejar de juzgarnos, calmarnos o
relajarnos. Y, por supuesto, no fomentamos el ensimismamiento ni el
egocentrismo. Simplemente nos invitamos a interaccionar con el momento presente
con plena conciencia, con la intención de encarnar lo mejor que podamos la
calma y la ecuanimidad aquí y ahora.
En
estos tiempos en que la confusión y la agitación internas y externas son tan
grandes; en estos tiempos en que la aceleración temporal, impulsada por la
llegada de la era digital y de la capacidad de hacer más cosas en menos tiempo,
es tan feroz, que incrementa de forma drástica el riesgo de no estar nunca
presentes con y para nosotros mismos. La especie se encuentra en una coyuntura
crítica, en un momento clave del cambio, y la atención plena, nuestra capacidad
innata para estar despiertos y presentes con el corazón abierto y ver con
claridad, nunca ha sido tan importante.
Lo
que necesitamos, ahora más que nunca, dentro de toda esa confusión, es una
sabiduría interna, un giro de la conciencia que acompañe y determine la
trayectoria de las diversas actividades que emprendemos en el mundo y que nos
guíe individual y colectivamente para desarrollar con plenitud nuestro potencial
como seres humanos. La meditación basada en la atención plena, en especial
cuando se entiende como una forma de ser, de vivir la vida y no como una simple
técnica, es un vehículo muy poderoso para experimentar de forma directa estas
posibilidades transformadoras y curativas en nosotros mismos y en el mundo. Asimismo,
puesto que constituye una puerta de acceso a lo eterno, actúa más allá del
tiempo; de este modo permite que se produzca la transformación sin que debamos
esforzarnos por llegar a ningún otro lugar ni fustigarnos a lo largo del camino
por nuestra incompetencia e imperfección.
¿Podemos
convertirnos plenamente en nosotros mismos para vivir nuestras preciosas y
fugaces vidas más satisfactoriamente? Al fin y al cabo ¿qué más hay que hacer?
¿Y qué podría ser más importante para recuperar nuestra propia vida, con todas
sus posibilidades y realidades?
La
atención plena, incluso cuando se cultiva solo unos minutos, lleva al corazón a
aproximarse a sí mismo. Invita a esa intimidad que tanto anhelamos y que nos
llama porque, en última instancia, la atención plena es la intimidad subyacente
a cualquier separación; pone inmediatamente a nuestro alcance la bondad y la
belleza intrínsecas del mundo y de nuestro corazón, con el fin de que las
semillas de nuestra naturaleza más auténtica crezcan, florezcan y nutran
nuestras vidas, nuestro trabajo y nuestro mundo, momento a momento, día tras
día.
Jon Kabat-Zinn – Mindfulness en la vida cotidiana
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