La pretensión de este ensayo es arrojar un poco de luz, más que nada a título personal, sobre la figura de Jesús que nos ha legado el catolicismo y encontrar, si cabe, una interpretación más fiel a la que pudo ser en su origen. La verdad absoluta en este asunto es muy probable que nunca lleguemos a poseerla, a menos que fuera la propia Iglesia Católica la que fuera desvelando todo el artificio creado en torno a su imagen de Jesús, aspecto que dudo pueda suceder en un futuro próximo. Lo único que puede afirmarse sobre el Cristo, el Ungido ó el hipotético Mesías, es que existió una persona, en fecha indeterminada, que agrupó en torno suyo un nutrido grupo de seguidores. La tesis más extendida actualmente es que se trataba de un líder carismático que intentaría, por un lado, derrocar políticamente tanto al corrupto gobierno de Jerusalén como al dominio asfixiante y cruel del todopoderoso Imperio Romano y, por otro, restablecer la auténtica espiritualidad del ser humano planteando un camino de salvación personal en esta vida, basado en el amor y la perfecta conjunción de nuestras entidades masculina y femenina, una especie de transmutación interior.
Cabe lógico suponer que la recepción del mensaje cristiano, especialmente el concebido por Pablo, se habría dirigido a hombres y mujeres intensamente religiosos del Imperio Romano, que eran susceptibles a una ambientación mística, mítica y religiosa que le pudo ayudar enormemente a que sus ideas sobre Jesús, al que no conoció, acercasen a éste al ámbito de lo divino y encarnasen una figura digna de adoración. Fácilmente sería asumible por esos oyentes, imbuidos de las religiones anteriores asentadas en todo el ámbito de la cuenca del Mediterráneo, la idea de un Mesías ideal, engendrado por una mujer virgen de estirpe real, sin tacha de mal, capaz de cualquier tipo de milagros así como de su propia resurrección, en la misma medida que los atributos de otras divinidades imperantes, especialmente los mitos de Osiris/Isis/Horus, Dionisos, Apolo y Diana, Mitra, el Mazdeísmo, la variante babilónica de Isis, Astarté, y otros cultos “paganos”. La tarea de Pablo, así como de los posteriores Padres de la nueva Iglesia que se estaba gestando, hasta que se erigió como la opción “única y verdadera” en el Conciclio de Nicea sería, por una parte, afianzar el sistema patriarcal, con el dominio completo del sexo masculino sobre el femenino y, por otra, estructurar un canon dogmático de referencia que pudiera exterminar las demás corrientes religiosas, empleando cualquier método a su alcance.
El resultado fue, como vemos, redactar toda una teología exclusivista basada en unos hechos reales que se tuvieran como irrefutables, pero que el tiempo ha demostrado como falsos en su mayoría, en base a perseguir y destruir tanto la sublime corriente gnóstica, la multitud de Evangelios rechazados, los Apócrifos así como todas aquellas copias de los manuscritos de los textos que definitivamente serían fijados, y que planteaban múltiples contradicciones con ellos. Las acciones que les allanarían el camino para su consecución fueron, por ejemplo, la destrucción de
Uno de los detalles más sospechosos que primero llama la atención es el hecho de que los evangelios canónicos fueran escritos, como mínimo, mas de treinta años después de los hechos acaecidos. Si tan importante fue el mensaje de Jesús que nos querian trasmitir, no se entiende esta dilación en el tiempo, más o menos la duración media de una vida en esa época. Solo este dato puede llevarnos a pensar que los hechos, sean cuales fueren, no se produjeron en esas fechas, y que fueran mucho más próximos o casi inmediatos a la destrucción definitiva del Templo de Jerusalén en el año 70 d.C. Existen indicios de la existencia de un relato previo y próximo en su redacción al Evangelio de Marcos, en el que se apoyaron también Mateo y Lucas, quienes a su vez lo completaron y corrigieron, a lo que se ha llamado la fuente “Q”. Es el escritor del Evangelio que llamamos de Marcos quien hizo una refundición profunda de estos textos, no antes del mencionado año 70 d.C., quien los amplió, los retocó profundamente y los acomodó a su propio pensamiento teológico.
Toda esta tradición sinóptica fue sin duda conocida por el autor del Evangelio de Juan, que a su vez reemprendió una gran tarea de repensar, reintepretar y resumir la tradición que le había llegado, pero casi treinta años después. Sin embargo, este último no les menciona, no les corrige expresamente, sino que polemiza con ellos indirectamente por medio de omisiones, añadiduras y cambios, y no duda tanto en incorporar claros elementos de la gnosis, cuya importancia no podía callar por estar muy extendida, como fijar la tendencia hacia la divinidad de Jesús, no mostrada por los anteriores, para intentar probar que solo él era el Salvador, que era el Mesías anunciado por los profetas y cuya vida contenía todos los elementos (nacimiento de una virgen, entrada en Jerusalén montado en un pollino, resurrección, etc.) que parecían hacer indiscutible al mismo tiempo su ascendencia del linaje de David, ser Hijo de Dios y su derecho legítimo de convertirse en Rey de Israel.
En general, los cuatro evangelios que a la postre formaron el canon de la futura religión (mientras se rechazaron otros muchos igualmente válidos pero que suscitaban en algunos puntos una clara oposición a ellos) fueron transcritos en forma liberal, y ni siquiera vacilaron en cambiar algunos de sus contenidos para comodarlos a su conveniencia, esto, es, que era Jesús y no otro de los muchos profetas de su época el verdadero Mesías. Aunque todos estos atributos quizá fueran una pura invención y adaptación de tradiciones más antiguas, y lo único que se muestra más evidente es que, en todo caso, Jesús encabezaba un grupo de índole sociopolítico con la intención de sedición contra el Imperio. En términos históricos, resulta difícil discutir que sin la fe convencida e impuesta de la resurrección de Jesús por medio de Dios, el cristianismo se hubiera visto abortado antes de nacer.
Hay pocas dudas entre los teólogos de que los Evangelios tal como se conocían hace apenas medio siglo además contenían multitud de interpolaciones, errores de copia, omisiones flagrantes, añadidos pintorescos, errores históricos, etc., hasta su fijación expresa en el Concilio de Nicea para adecuarlos a la corriente que quería hacerse única depositaria de la verdad. Como antes comentábamos, existían corrientes y versiones muy arraigadas contrarias al canon y con bastante legitimidad histórica y textual, que fueron tachadas de heréticas y duramente perseguidas hasta casi su total aniquilación. Entre ellas citamos el arrianismo, que negaba la divinidad de Jesús; el pelagianismo, que negaba la existencia del pecado original y que la humanidad entera ni murió a través del pecado ni resucitó por mediación del Cristo; el mandeísmo, que tenía a Juan el Bautista como verdadero profeta y tildaba a Jesús de un usurpador de la verdad; el juanismo, que consideraba también a Juan el Bautista como el auténtico Mesías y a Jesús como su sucesor, en tanto que María Magdalena se considera como suprema sacerdotisa de Isis e impulsora del movimiento a la postre cristiano; personajes de gran trascendencia y pureza vilmente condenados, como Apolonio de Tiana, Arriano y Prisciliano. Esta adquirida, por la fuerza, tranquilidad del cristianismo oficial empezó a resquebrajarse cuando comenzaron a aparecer copias ó fragmentos más antiguos y menos alterados de esos y otros textos, al descubrirse la biblioteca de Nag Hammadi en 1945, los textos llamados “apócrifos” y los encontrados en Qumran en el Mar Muerto, que abrían graves contradicciones frente al canon establecido y defendido a ultranza durante casi dos milenios.
Es muy notorio el hecho de que no exista ninguna referencia por parte de los cronistas romanos o judíos de la figura de Jesús, y menos alrededor del año 33 d.C. que es cuando se supone su crucifixión, a excepción del llamado testimonium flavianum, atribuido a Flavio Josefo, pero que un análisis serio del texto por especialistas confirma que es una interpolación muy posterior de
Otra escena de los textos que ha dado mucho que hablar es la disyuntiva que se propone al pueblo entre la figura de Jesús y la de Barrabás. Parece cierto que este nombre deriva de Bar Abba, en arameo, Hijo del Padre. Siguiendo literalmente las conclusiones de Mateo Martín Lapiedra en su imprescindible libro “Filia Dei – Revelando al Hijo del Hombre”: «¿No indicaría, acaso, que el verdadero Jesús, el luchador, fue sustituido entonces por otro falso, el manso? Es de esperar que al poder establecido no le conviniera relacionar la figura del Mesías con la de un rebelde libertador, y sí, en cambio, con la de un dócil místico y bonachón». En la misma medida hemos visto transfiguradas en la figura de Jesús las características sabidas del Bautista, que ya poseía, antes que él, de un nutrido y fiel grupo de discípulos, y cuyo poder y virtud de concentrar a las masas por un nuevo orden era temida por Herodes, quien tras la decapitación de aquel temía que el nuevo profeta de que le hablaban, Jesús, era el mismo Bautista que había regresado de entre los muertos.
Pero si tuviéramos que elegir el personaje principal de toda la trama, al que se le escamotearon sus atributos en toda regla, se menospreció en grado sumo, se vilipendió fanáticamente y se trató de oscurecer su importancia lo máximo posible para asentar definitivamente la supuesta superioridad masculina, ese sería el de María Magdalena. La mayoría de los investigadores actuales independientes y que rehúsan someterse al confuso y falaz dogma católico, apuntan en toda regla a
Si no recuerdo mal nos comenta que existe no lejos de Egipto una antigua ciudad llamada “Magdala”. Ese dato debía ser bien conocido, ya que es la única persona en los evangelios a la que se nombra por su lugar de nacimiento. Además, de “Torre”, Magdala viene a significar “Alta, Elevada”. Y precisamente debía ser “elevado” su conocimiento de la religión egipcia y, si apuramos más, podríamos considerarla como una sacerdotisa de Isis, iniciada e iniciadora de los misterios de la vida y la muerte. Señala también esta autora que en los textos apócrifos se resalta su tez oscura y su ascendencia no judía. Es probable que tomara la determinación de regenerar la maltrecha religión judaica y se estableciera en Betania con sus propios recursos; no en vano es evidente que mantenía con su pecunio las actividades del grupo de apóstoles. Con este nombre se conocen dos localidades en la antigua Palestina, una, a solo tres kilómetros de Jerusalén, y otra al este del río Jordán, donde Juan el Bautista predicaba. Aunque los redactores de los evangelios y los copistas siguientes eliminaran cualquier relación con el Bautista, es lógico pensar que se conocían, y hasta imaginar que fue ella la que lo inició en el antiguo rito egipcio del bautismo, desconocido en aquellas tierras. Es posible aventurar que, una vez que la misión del Bautista a expensas de
Parece muy claro que, tanto en los evangelios canónicos como sobre todo en los apócrifos, solo ella y Judas eran conocedores y partícipes de la verdadera dimensión del mensaje del Ungido, ya que el resto de apóstoles (y, por supuesto, el hermano de Jesús, Santiago, primer caudillo de los cristianos una vez desaparecido el Cristo) eran ignorantes del verdadero sentido del mensaje profundo, la muerte y la posterior resurrección de Jesús. No en vano, todos desaparecieron de la escena en los teribles momentos, incluso negaron pertenecer al grupo de sus discípulos. Solo quedarían a su lado las tres Marías (quizá solo María Magdalena), el enigmático discípulo amado, Juan, y un personaje también clave, José de Arimatea. De su propiedad era el sepulcro donde fue sepultado su cadáver, a toda prisa, como para que no se pudiera comprobar si efectívamente estaba muerto. Hay quien cree, y no le faltan motivos, que quien fuera que fuese el crucificado, éste no murió en la cruz, sino que solo se le administró una pócima para crear tal convicción, y que su prematuro descendimiento de la cruz formaba parte de la estratagema para eludir tanto a las autoridades romanas como para convencer al sanedrín. De hecho y normalmente, se pretendía que los crucificados sufrieran el mayor tormento posible, para lo cual se les hacía apoyar los pies en el patibulum, lo que aseguraba una muerte lenta por asfixia en no menos de cuarenta y ocho horas. Esa pócima debía de provocar aparentemente la defunción y mantener al mínimo las constantes vitales, de modo que cobra sentido la escena del Longinus cuando hunde su lanza en el cuerpo del crucificado y apenas brota sangre. Escenas parecidas se comprueban actualmente entre algunos yogis y fakires, que logran reducir al mínimo sus pulsaciones y aliento durante días, como si su espíritu hubiera abandonado el cuerpo a voluntad, quedando solo un amasijo de carne insensible.
Estos datos y, por supuesto, otros muchos que ignoro, podrían haber sido conocidos de primera mano por la órdenes secretas, como cátaros y templarios, como ya esbozamos en fechas anteriores, y justificaría ampliamente la devoción expresa hacia las figuras de Juan el Bautista y María Magdalena, como auténticos artífices y depositarios de
Pero queda una vuelta de tuerca más,
y no menos trascendental. Ya vimos como los errores cronológicos deliberados
por parte del dogma católico parecían tener la intención de que no asimiláramos
la figura de Jesús con la de los múltiples profetas y revolucionarios
inmediatamente anteriores a la destrucción del Templo de Jerusalén, y de los
cuales tomaron y copiaron sus atributos. Volvemos al estudio de Mateo Martín Lapiedra,
donde de forma novedosa y original nos propone que el nacimiento de Jesús debió
acaecer sobre el año 33 d.C., justamente el año en que el dogma oficial pregona
su muerte. Su versión comienza tras encontrar un manuscrito en la fortaleza de
Montségur, el bastión donde se autoinmolaron los cátaros, y afirma: «Cristo, el único Maestro, no
tiene naturaleza carnal, no pudiendo así nacer, ni siendo posible su muerte. Si que gozaron, en
cambio, de dicha naturaleza sus Discípulos, que en Tierra Santa se reunieron.
Ellos son los que encarnaron al Maestro. Hubo entre ellos uno que
manifestó Sus Leyes de un modo especialmente claro y ejemplar. Dicha
manifestación externa llegó a tener, a
los ojos de muchos, el valor de Prueba Viva. No es de extrañar que por ello le confundieran con el Verdadero Maestro incorpóreo. Mas sólo se
trataba del Discípulo Amado, así referido por la claridad con
que manifestó en sus propias carnes la Verdad.
Fue aquel que representó ante ellos el guión del Maestro
Jesús, sin ser, repito, realmente el Maestro, que es Espíritu, sino uno de sus discípulos. Y tan bien interpretó su
papel que, como Él, inmortal, logró
escapar a la muerte cuando trataron de capturarle. Fue otro el que murió en la cruz a fin de que el Discípulo Amado pudiese terminar su obra. Tras cierto
tiempo prudencial, este último volvió a manifestarse dando origen a una resurrección aparente. Lo más sorprendente de todo es que finalmente
Ella, Madre, Esposa e Hija de Dios, se
reveló como el
Maestro Visible, habiendo actuado antes bajo un
insospechado disfraz. Los que aquello presenciaron, pudieron ver a la Magdalena sin velo y
llegaron a entender algunos de los más Grandes Misterios».
Montségur no está
lejos de Rennes-le-Château, donde el famoso abate Sauniére encontró a finales
del XIX “algo” de una crudeza tan extrema que su posible divulgación podía
acarrear tremendos perjuicios al dogma católico. Quizá en pago a su silencio,
este humilde sacerdote recibió y dilapidó inmensas cantidades de dinero en el
transcurso de unos pocos años, parte de las cuales destinó a la construcción en
Villa Bethania de una iglesia en honor de María Magdalena y Juan el Bautista,
donde incluyó un sin fin de enigmas, motivos gnósticos, simbología templaria,
etc., todo debidamente aderezado para suscitar las mínimas sospechas entre los
fieles. A su favor estaba el hecho incontestable de una larguísima tradición de
culto por aquellas tierras de la diosa Isis, que sería animada posteriormente
por otra no menor adoración por la figura de María Magdalena, cuyo culto sería
disimulado por la proliferación de vírgenes negras, y asímismo de Juan el Bautista, cuyo
nombre sería, por ejemplo, adoptado por todos los grandes maestres del Priorato
de Sión.
Se afirma que sería precisamente en el año 33 d.C. cuando María
Magdalena arribaría a las costas de occitania, llevando consigo la sangre del
cristo, el Grial. De aquí partiría poco antes del año 70 d.C. nuestro “Jesús”
para completar su formación, y realizar su misión de liberación de una sociedad
opresiva e injusta. Su aspecto, modales y lenguaje no serían reconocidos como
el habitual, por lo que su sobrenombre del Galileo, más que referirse a
Galilea, región de costumbres relajadas y poco receptiva al judaísmo, debió ser
originalmente “Galo”, de la
Galia romana. A esta fuerte tradición “Juanista” y
“Magdalenista” dedicó subrepticiamente Leonardo da Vinci sus más grandes obras
de carácter religioso. De todos conocido el cuadro de La Última Cena, donde no
hay cáliz, en el que los personajes o bien dan la espalda a Jesús o le increpan
levantando el índice, la figura que representa a Pedro parece amenazar al
Discípulo Amado, al que una mano salida de ninguno de los asistentes parece
querer cortarle el cuello. Este Discípulo Amado barbilampiño con rostro
femenino es casi idéntico al de Jesús y forma con éste una clara M. Su carácter
juanista, también y evidentemente ocultado a los ojos de la Inquisición se muestra
tanto en el cuadro La Virgen
de las Rocas como en el de La
Virgen , el Niño y Sta. Ana, en los que de forma clara es
Jesús el que está en posición de adoración de Juan.
Podemos aceptar el
mensaje de paz, amor y bienaventuranza como valores universalmente válidos, e
intentar rescatar el sentido de liberación interior, regeneración y
renacimiento a través de infinitas vidas, pero todo ello disponible para
efectuarlo en esta vida y por nuestro propio esfuerzo, sin que necesitemos la
losa del pecado original, la recompensa después de una vida de sufrimiento ni
el acatamiento a ninguna autoridad eclesiástica. También es imprescindible
recuperar nuestro ser andrógino, dual e integrado en nuestra naturaleza,
devolvernos la esencia femenina que nos han usurpado para completar nuestra
transmutación aquí y ahora. Todos los demás dogmas, escrituras e imposiciones
implantados a sangre durante siglos deben ser eliminados, son producto de las
debilidades humanas, la codicia, la ambición, el deseo de poder, no son
“Palabra de Dios” ni podrían serlo.
Para consultar:
Mateo Martín Lapiedra - Filia Dei - Revelando al Hijo del Hombre
Lynn Picknett - María Magdalena, ¿el primer Papa?
Lynn Picknett/Clive Prince - La revelación de los Templarios
Antonio Piñero - La verdadera historia de la Pasión
César Vidal - El legado del Cristianismo
James D. Tabor - La Dinastía de Jesús
Superinteresante tu artículo. Me encanta tu blog. A ver si me animo un día y pongo el mío en marcha (aunque no creo que me salga tan bien... ;))
ResponderEliminar!Bienvenida a mi humilde blog, piluca! Me alegro de que te interesen estos temas, que se pueden enfocar de muchas maneras diferentes, siempre quedan cosas en el tintero.
EliminarPues no lo dudes más y empiézalo, es bastante fácil, como tener tu propio diario visual. Además, siempre se puede modificar y cambiar lo que se quiera, y añadir nuevas páginas y ventanas. Cuando lo tengas, me avisas.