jueves, 24 de mayo de 2012

Juan el Bautista: sí. María Magdalena: por supuesto. Pero entonces... ¿quién fue Jesús?

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La pretensión de este ensayo es arrojar un poco de luz, más que nada a título personal, sobre la figura de Jesús que nos ha legado el catolicismo y encontrar, si cabe, una interpretación más fiel a la que pudo ser en su origen. La verdad absoluta en este asunto es muy probable que nunca lleguemos a poseerla, a menos que fuera la propia Iglesia Católica la que fuera desvelando todo el artificio creado en torno a su imagen de Jesús, aspecto que dudo pueda suceder en un futuro próximo. Lo único que puede afirmarse sobre el Cristo, el Ungido ó el hipotético Mesías, es que existió una persona, en fecha indeterminada, que agrupó en torno suyo un nutrido grupo de seguidores. La tesis más extendida actualmente es que se trataba de un líder carismático que intentaría, por un lado, derrocar políticamente tanto al corrupto gobierno de Jerusalén como al dominio asfixiante y cruel del todopoderoso Imperio Romano y, por otro, restablecer la auténtica espiritualidad del ser humano planteando un camino de salvación personal en esta vida, basado en el amor y la perfecta conjunción de nuestras entidades masculina y femenina, una especie de transmutación interior.

Cabe lógico suponer que la recepción del mensaje cristiano, especialmente el concebido por Pablo, se habría dirigido a hombres y mujeres intensamente religiosos del Imperio Romano, que eran susceptibles a una ambientación mística, mítica y religiosa que le pudo ayudar enormemente a que sus ideas sobre Jesús, al que no conoció, acercasen a éste al ámbito de lo divino y encarnasen una figura digna de adoración. Fácilmente sería asumible por esos oyentes, imbuidos de las religiones anteriores asentadas en todo el ámbito de la cuenca del Mediterráneo, la idea de un Mesías ideal, engendrado por una mujer virgen de estirpe real, sin tacha de mal, capaz de cualquier tipo de milagros así como de su propia resurrección, en la misma medida que los atributos de otras divinidades imperantes, especialmente los mitos de Osiris/Isis/Horus, Dionisos, Apolo y Diana, Mitra, el Mazdeísmo, la variante babilónica de Isis, Astarté, y otros cultos “paganos”. La tarea de Pablo, así como de los posteriores Padres de la nueva Iglesia que se estaba gestando, hasta que se erigió como la opción “única y verdadera” en el Conciclio de Nicea sería, por una parte, afianzar el sistema patriarcal, con el dominio completo del sexo masculino sobre el femenino y, por otra, estructurar un canon dogmático de referencia que pudiera exterminar las demás corrientes religiosas, empleando cualquier método a su alcance.

El resultado fue, como vemos, redactar toda una teología exclusivista basada en unos hechos reales que se tuvieran como irrefutables, pero que el tiempo ha demostrado como falsos en su mayoría, en base a perseguir y destruir tanto la sublime corriente gnóstica, la multitud de Evangelios rechazados, los Apócrifos así como todas aquellas copias de los manuscritos de los textos que definitivamente serían fijados, y que planteaban múltiples contradicciones con ellos. Las acciones que les allanarían el camino para su consecución fueron, por ejemplo, la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, reservorio del saber acumulado de la humanidad, así como tachar de heréticas cualesquiera corrientes que se desviaran del dogma que fue estableciéndose, allí donde éstas revelaran datos fidedignos y veraces pero que ponían en jaque el canon, como el arrianismo o el priscilianismo, por citar algunas. Afortunadamente, las primeras y genuinas corrientes pondrían a salvo prontamente copias primitivas de los textos, aún no falseadas, como por fortuna nos muestran los textos encontrados en Nag Hammadi y los pergaminos de las cuevas de Qumran.



Uno de los detalles más sospechosos que primero llama la atención es el hecho de que los evangelios canónicos fueran escritos, como mínimo, mas de treinta años después de los hechos acaecidos. Si tan importante fue el mensaje de Jesús que nos querian trasmitir, no se entiende esta dilación en el tiempo, más o menos la duración media de una vida en esa época. Solo este dato puede llevarnos a pensar que los hechos, sean cuales fueren, no se produjeron en esas fechas, y que fueran mucho más próximos o casi inmediatos a la destrucción definitiva del Templo de Jerusalén en el año 70 d.C. Existen indicios de la existencia de un relato previo y próximo en su redacción al Evangelio de Marcos, en el que se apoyaron también Mateo y Lucas, quienes a su vez lo completaron y corrigieron, a lo que se ha llamado la fuente “Q”. Es el escritor del Evangelio que llamamos de Marcos quien hizo una refundición profunda de estos textos, no antes del mencionado año 70 d.C., quien los amplió, los retocó profundamente y los acomodó a su propio pensamiento teológico.

Toda esta tradición sinóptica fue sin duda conocida por el autor del Evangelio de Juan, que a su vez reemprendió una gran tarea de repensar, reintepretar y resumir la tradición que le había llegado, pero casi treinta años después. Sin embargo, este último no les menciona, no les corrige expresamente, sino que polemiza con ellos indirectamente por medio de omisiones, añadiduras y cambios, y no duda tanto en incorporar claros elementos de la gnosis, cuya importancia no podía callar por estar muy extendida, como fijar la tendencia hacia la divinidad de Jesús, no mostrada por los anteriores, para intentar probar que solo él era el Salvador, que era el Mesías anunciado por los profetas y cuya vida contenía todos los elementos (nacimiento de una virgen, entrada en Jerusalén montado en un pollino, resurrección, etc.) que parecían hacer indiscutible al mismo tiempo su ascendencia del linaje de David, ser Hijo de Dios y su derecho legítimo de convertirse en Rey de Israel.

En general, los cuatro evangelios que a la postre formaron el canon de la futura religión (mientras se rechazaron otros muchos igualmente válidos pero que suscitaban en algunos puntos una clara oposición a ellos) fueron transcritos en forma liberal, y ni siquiera vacilaron en cambiar algunos de sus contenidos para comodarlos a su conveniencia, esto, es, que era Jesús y no otro de los muchos profetas de su época el verdadero Mesías. Aunque todos estos atributos quizá fueran una pura invención y adaptación de tradiciones más antiguas, y lo único que se muestra más evidente es que, en todo caso, Jesús encabezaba un grupo de índole sociopolítico con la intención de sedición contra el Imperio. En términos históricos, resulta difícil discutir que sin la fe convencida e impuesta de la resurrección de Jesús por medio de Dios, el cristianismo se hubiera visto abortado antes de nacer.

Hay pocas dudas entre los teólogos de que los Evangelios tal como se conocían hace apenas medio siglo además contenían multitud de interpolaciones, errores de copia, omisiones flagrantes, añadidos pintorescos, errores históricos, etc., hasta su fijación expresa en el Concilio de Nicea para adecuarlos a la corriente que quería hacerse única depositaria de la verdad. Como antes comentábamos, existían corrientes y versiones muy arraigadas contrarias al canon y con bastante legitimidad histórica y textual, que fueron tachadas de heréticas y duramente perseguidas hasta casi su total aniquilación. Entre ellas citamos el arrianismo, que negaba la divinidad de Jesús; el pelagianismo, que negaba la existencia del pecado original y que la humanidad entera ni murió a través del pecado ni resucitó por mediación del Cristo; el mandeísmo, que tenía a Juan el Bautista como verdadero profeta y tildaba a Jesús de un usurpador de la verdad; el juanismo, que consideraba también a Juan el Bautista como el auténtico Mesías y a Jesús como su sucesor, en tanto que María Magdalena se considera como suprema sacerdotisa de Isis e impulsora del movimiento a la postre cristiano; personajes de gran trascendencia y pureza vilmente condenados, como Apolonio de Tiana, Arriano y Prisciliano. Esta adquirida, por la fuerza, tranquilidad del cristianismo oficial empezó a resquebrajarse cuando comenzaron a aparecer copias ó fragmentos más antiguos y menos alterados de esos y otros textos, al descubrirse la biblioteca de Nag Hammadi en 1945, los textos llamados “apócrifos” y los encontrados en Qumran en el Mar Muerto, que abrían graves contradicciones frente al canon establecido y defendido a ultranza durante casi dos milenios.



Es muy notorio el hecho de que no exista ninguna referencia por parte de los cronistas romanos o judíos de la figura de Jesús, y menos alrededor del año 33 d.C. que es cuando se supone su crucifixión, a excepción del llamado testimonium flavianum, atribuido a Flavio Josefo, pero que un análisis serio del texto por especialistas confirma que es una interpolación muy posterior de la Iglesia. Sin embargo, este autor sí que hace referencia a una corriente filosófica encabezada por Judas el Galileo, que entendía al hombre como soberano y que no debía someterse a cualquier poder. Seguramente pertenecía al grupo de los zelotes, los “celosos de la verdad”, cuyos miembros más radicales serían los sicarios. Estas facciones deberían ser de sobra conocidas, por lo que no se tuvo más remedio por la oficialidad que mantener dichos apelativos en algunos apóstoles, como Simón “Zelote” y Judas “Iscariote”. Asímismo, en sus Antiguedades Judías menciona un falso profeta egipcio que arrastraba a las gentes al Monte de los Olivos. La figura del propio Juan el Bautista tiene realidad histórica comprobada, que por linaje bien podía ser el Mesías anunciado por los profetas que recuperaría el trono de Israel, capaz de milagros, curaciones y exorcismos, y cabe suponer que la afiliación de Jesús como primo sanguíneo suyo se efectuó para añadir legitimidad a su figura y “robarle” sus atributos. Otra figura contemporánea que también tiene realidad histórica es Simón el Mago, también caudillo de un amplio grupo de seguidores y capaz de todo tipo de milagros, después tildado de demoníaco y corruptor, una vez que, igualmente, parte de sus hazañas y poderes fueran también a parar a la figura de Jesús.

Otra escena de los textos que ha dado mucho que hablar es la disyuntiva que se propone al pueblo entre la figura de Jesús y la de Barrabás. Parece cierto que este nombre deriva de Bar Abba, en arameo, Hijo del Padre. Siguiendo literalmente las conclusiones de Mateo Martín Lapiedra en su imprescindible libro “Filia Dei – Revelando al Hijo del Hombre”: «¿No indicaría, acaso, que el verdadero Jesús, el luchador, fue sustituido entonces por otro falso, el manso? Es de esperar que al poder establecido no le conviniera relacionar la figura del Mesías con la de un rebelde libertador, y sí, en cambio, con la de un dócil místico y bonachón». En la misma medida hemos visto transfiguradas en la figura de Jesús las características sabidas del Bautista, que ya poseía, antes que él, de un nutrido y fiel grupo de discípulos, y cuyo poder y virtud de concentrar a las masas por un nuevo orden era temida por Herodes, quien tras la decapitación de aquel temía que el nuevo profeta de que le hablaban, Jesús, era el mismo Bautista que había regresado de entre los muertos.

Pero si tuviéramos que elegir el personaje principal de toda la trama, al que se le escamotearon sus atributos en toda regla, se menospreció en grado sumo, se vilipendió fanáticamente y se trató de oscurecer su importancia lo máximo posible para asentar definitivamente la supuesta superioridad masculina, ese sería el de María Magdalena. La mayoría de los investigadores actuales independientes y que rehúsan someterse al confuso y falaz dogma católico, apuntan en toda regla a la Magdalena como la verdadera artífice e impulsora del auténtico mensaje. En los evangelios canónicos se nota un gran esfuerzo en la dispersión de su figura cuando menos, y para qué hablar de su transformación medida en prostituta, una gran pecadora arrepentida de la que se expulsan siete demonios. Es casi unánime la opinión de que María la de Betania, la mujer que unge a Jesús con aceite de nardos y María Magdalena son una misma persona. Su importancia sería tal y su influjo tan grande que no podía ser de ninguna manera totalmente descartada a la hora de falsificar los textos, aunque sí emborronar su imagen tanto que pasara casi desapercibida. Es sintomático comprobar que, según nos dice Lynn Picknett y Clave Prince en “La Revelación de los Templarios”: «Tal vez parezca curioso, pero la primitiva Iglesia sí reconoció su verdadero lugar en la jerarquía y le dio el título de Apostola Apostolorum, «la Apóstol de los Apóstoles», o más explícitamente «la primera Apóstol». A idéntica conclusión llega en su fascinante libro “María Magdalena, el Primer Papa”.



Si no recuerdo mal nos comenta que existe no lejos de Egipto una antigua ciudad llamada “Magdala”. Ese dato debía ser bien conocido, ya que es la única persona en los evangelios a la que se nombra por su lugar de nacimiento. Además, de “Torre”, Magdala viene a significar “Alta, Elevada”. Y precisamente debía ser “elevado” su conocimiento de la religión egipcia y, si apuramos más, podríamos considerarla como una sacerdotisa de Isis, iniciada e iniciadora de los misterios de la vida y la muerte. Señala también esta autora que en los textos apócrifos se resalta su tez oscura y su ascendencia no judía. Es probable que tomara la determinación de regenerar la maltrecha religión judaica y se estableciera en Betania con sus propios recursos; no en vano es evidente que mantenía con su pecunio las actividades del grupo de apóstoles. Con este nombre se conocen dos localidades en la antigua Palestina, una, a solo tres kilómetros de Jerusalén, y otra al este del río Jordán, donde Juan el Bautista predicaba. Aunque los redactores de los evangelios y los copistas siguientes eliminaran cualquier relación con el Bautista, es lógico pensar que se conocían, y hasta imaginar que fue ella la que lo inició en el antiguo rito egipcio del bautismo, desconocido en aquellas tierras. Es posible aventurar que, una vez que la misión del Bautista a expensas de la Magdalena quedara prontamente abortada por su prematuro asesinato (algunos opinan obra de ciertos seguidores de Jesús, no conformes del todo con su mensaje de paz y amor, aunque del mismo modo rehacios y contrarios al régimen herodiano), eligiera a Jesús y lo iniciara en los misterios de Isis.

Parece muy claro que, tanto en los evangelios canónicos como sobre todo en los apócrifos, solo ella y Judas eran conocedores y partícipes de la verdadera dimensión del mensaje del Ungido, ya que el resto de apóstoles (y, por supuesto, el hermano de Jesús, Santiago, primer caudillo de los cristianos una vez desaparecido el Cristo) eran ignorantes del verdadero sentido del mensaje profundo, la muerte y la posterior resurrección de Jesús. No en vano, todos desaparecieron de la escena en los teribles momentos, incluso negaron pertenecer al grupo de sus discípulos. Solo quedarían a su lado las tres Marías (quizá solo María Magdalena), el enigmático discípulo amado, Juan, y un personaje también clave, José de Arimatea. De su propiedad era el sepulcro donde fue sepultado su cadáver, a toda prisa, como para que no se pudiera comprobar si efectívamente estaba muerto. Hay quien cree, y no le faltan motivos, que quien fuera que fuese el crucificado, éste no murió en la cruz, sino que solo se le administró una pócima para crear tal convicción, y que su prematuro descendimiento de la cruz formaba parte de la estratagema para eludir tanto a las autoridades romanas como para convencer al sanedrín. De hecho y normalmente, se pretendía que los crucificados sufrieran el mayor tormento posible, para lo cual se les hacía apoyar los pies en el patibulum, lo que aseguraba una muerte lenta por asfixia en no menos de cuarenta y ocho horas. Esa pócima debía de provocar aparentemente la defunción y mantener al mínimo las constantes vitales, de modo que cobra sentido la escena del Longinus cuando hunde su lanza en el cuerpo del crucificado y apenas brota sangre. Escenas parecidas se comprueban actualmente entre algunos yogis y fakires, que logran reducir al mínimo sus pulsaciones y aliento durante días, como si su espíritu hubiera abandonado el cuerpo a voluntad, quedando solo un amasijo de carne insensible.



Estos datos y, por supuesto, otros muchos que ignoro, podrían haber sido conocidos de primera mano por la órdenes secretas, como cátaros y templarios, como ya esbozamos en fechas anteriores, y justificaría ampliamente la devoción expresa hacia las figuras de Juan el Bautista y María Magdalena, como auténticos artífices y depositarios de la Tradición, considerando al Jesús católico más bien como un usurpador, una burda invención para dominar las mentes y el destino de un pueblo ignorante durante dos milenios. A veces lo hicieron abiertamente, como los cátaros, donde eran admitidas las mujeres por igual, convencidos de que solo de la unión de los sexos contrarios brotaba el hombre perfecto y libre, conociendo su verdadera potencialidad y la chispa divina que late en el interior del ser humano, que busca regenerarse mediante su existencia material. Por ello, no dudaron en inmolarse antes que abrazar la mentira. Otras veces, como en el caso de los templarios, no tuvieron más remedio que ocultarlos de cara a los poderes dominantes, y preservarlos así de los ataques intolerantes, convirtiéndose en un saber esotérico, solo apto para iniciados.

Pero queda una vuelta de tuerca más, y no menos trascendental. Ya vimos como los errores cronológicos deliberados por parte del dogma católico parecían tener la intención de que no asimiláramos la figura de Jesús con la de los múltiples profetas y revolucionarios inmediatamente anteriores a la destrucción del Templo de Jerusalén, y de los cuales tomaron y copiaron sus atributos. Volvemos al estudio de Mateo Martín Lapiedra, donde de forma novedosa y original nos propone que el nacimiento de Jesús debió acaecer sobre el año 33 d.C., justamente el año en que el dogma oficial pregona su muerte. Su versión comienza tras encontrar un manuscrito en la fortaleza de Montségur, el bastión donde se autoinmolaron los cátaros, y afirma: «Cristo, el único Maestro, no  tiene naturaleza carnal, no pudiendo así nacer, ni siendo posible su muerte. Si que gozaron, en cambio, de dicha naturaleza sus Discípulos, que en Tierra Santa se reunieron. Ellos son los que encarnaron  al Maestro. Hubo entre ellos uno que manifestó Sus Leyes de un modo especialmente claro y ejemplar. Dicha manifestación externa  llegó a  tener, a  los ojos de muchos, el valor de Prueba Viva. No es de extrañar que por ello le confundieran con el Verdadero Maestro incorpóreo. Mas sólo se trataba del Discípulo Amado, así referido por la claridad con que manifestó en sus propias carnes la Verdad. Fue aquel que representó ante ellos el guión del Maestro Jesús, sin ser, repito, realmente el Maestro, que es Espíritu, sino uno de sus discípulos. Y tan bien interpretó su papel que, como Él, inmortal, logró escapar a la muerte cuando trataron de capturarle. Fue otro el que murió en la cruz a fin de que el Discípulo Amado pudiese terminar su obra. Tras cierto tiempo prudencial, este último volvió a manifestarse dando origen a una resurrección aparente. Lo más sorprendente de todo es que finalmente Ella, Madre, Esposa e Hija de  Dios, se  reveló como el  Maestro Visible, habiendo actuado antes bajo un insospechado disfraz. Los que aquello presenciaron, pudieron ver a la Magdalena sin velo y llegaron a entender algunos de los más Grandes Misterios».

Montségur no está lejos de Rennes-le-Château, donde el famoso abate Sauniére encontró a finales del XIX “algo” de una crudeza tan extrema que su posible divulgación podía acarrear tremendos perjuicios al dogma católico. Quizá en pago a su silencio, este humilde sacerdote recibió y dilapidó inmensas cantidades de dinero en el transcurso de unos pocos años, parte de las cuales destinó a la construcción en Villa Bethania de una iglesia en honor de María Magdalena y Juan el Bautista, donde incluyó un sin fin de enigmas, motivos gnósticos, simbología templaria, etc., todo debidamente aderezado para suscitar las mínimas sospechas entre los fieles. A su favor estaba el hecho incontestable de una larguísima tradición de culto por aquellas tierras de la diosa Isis, que sería animada posteriormente por otra no menor adoración por la figura de María Magdalena, cuyo culto sería disimulado por la proliferación de vírgenes negras, y asímismo de Juan el Bautista, cuyo nombre sería, por ejemplo, adoptado por todos los grandes maestres del Priorato de Sión. 



Se afirma que sería precisamente en el año 33 d.C. cuando María Magdalena arribaría a las costas de occitania, llevando consigo la sangre del cristo, el Grial. De aquí partiría poco antes del año 70 d.C. nuestro “Jesús” para completar su formación, y realizar su misión de liberación de una sociedad opresiva e injusta. Su aspecto, modales y lenguaje no serían reconocidos como el habitual, por lo que su sobrenombre del Galileo, más que referirse a Galilea, región de costumbres relajadas y poco receptiva al judaísmo, debió ser originalmente “Galo”, de la Galia romana. A esta fuerte tradición “Juanista” y “Magdalenista” dedicó subrepticiamente Leonardo da Vinci sus más grandes obras de carácter religioso. De todos conocido el cuadro de La Última Cena, donde no hay cáliz, en el que los personajes o bien dan la espalda a Jesús o le increpan levantando el índice, la figura que representa a Pedro parece amenazar al Discípulo Amado, al que una mano salida de ninguno de los asistentes parece querer cortarle el cuello. Este Discípulo Amado barbilampiño con rostro femenino es casi idéntico al de Jesús y forma con éste una clara M. Su carácter juanista, también y evidentemente ocultado a los ojos de la Inquisición se muestra tanto en el cuadro La Virgen de las Rocas como en el de La Virgen, el Niño y Sta. Ana, en los que de forma clara es Jesús el que está en posición de adoración de Juan.

Seguimos leyendo que: «Tras su resurrección aparente, sus discípulos no le reconocieron. De algún modo, se habría transfigurado. ¿Acaso no sería coherente que  esa transfiguración fuera, en realidad, la revelación de la verdadera persona de María tras la antigua máscara de Jesús? Esa María revelada, bien podría ser llamada Hija de Dios  y,  como  no,  con más  razón, Hija  del Hombre,  pues  de  detrás  de  la  apariencia de un hombre, el Jesús visible, había  surgido… Recapitulando, la virgen María engendró a su hijo, por la vida del cual se entrega el tal Judas, su administrador, un falso Mesías. Tras ello, María se revelaría como el auténtico Maestro, protagonizando así una resurrección y una transfiguración aparente. Esta María sin velo sería, obviamente, el primer testimonio de la resurrección… Discípula  Avanzada  sería desconocida por la inmensa mayoría, quizás por todos excepto por su… administrador. Este podría haber sido, perfectamente, el  mismo esposo de María,  enlace que facilitaría enormemente la transmisión  de conocimientos entre ellos, a la vez que haría más comprensible el sacrificio supremo del falso Jesús, acaso Judas, esposo de María, en la cruz. Éste elegiría, entonces, morir en ella para proteger a su  esposa  y  maestra.»

Podemos aceptar el mensaje de paz, amor y bienaventuranza como valores universalmente válidos, e intentar rescatar el sentido de liberación interior, regeneración y renacimiento a través de infinitas vidas, pero todo ello disponible para efectuarlo en esta vida y por nuestro propio esfuerzo, sin que necesitemos la losa del pecado original, la recompensa después de una vida de sufrimiento ni el acatamiento a ninguna autoridad eclesiástica. También es imprescindible recuperar nuestro ser andrógino, dual e integrado en nuestra naturaleza, devolvernos la esencia femenina que nos han usurpado para completar nuestra transmutación aquí y ahora. Todos los demás dogmas, escrituras e imposiciones implantados a sangre durante siglos deben ser eliminados, son producto de las debilidades humanas, la codicia, la ambición, el deseo de poder, no son “Palabra de Dios” ni podrían serlo.


Para consultar:
Mateo Martín Lapiedra - Filia Dei - Revelando al Hijo del Hombre
Lynn Picknett - María Magdalena, ¿el primer Papa?
Lynn Picknett/Clive Prince - La revelación de los Templarios
Antonio Piñero - La verdadera historia de la Pasión
César Vidal - El legado del Cristianismo
James D. Tabor - La Dinastía de Jesús

2 comentarios:

  1. Superinteresante tu artículo. Me encanta tu blog. A ver si me animo un día y pongo el mío en marcha (aunque no creo que me salga tan bien... ;))

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    1. !Bienvenida a mi humilde blog, piluca! Me alegro de que te interesen estos temas, que se pueden enfocar de muchas maneras diferentes, siempre quedan cosas en el tintero.

      Pues no lo dudes más y empiézalo, es bastante fácil, como tener tu propio diario visual. Además, siempre se puede modificar y cambiar lo que se quiera, y añadir nuevas páginas y ventanas. Cuando lo tengas, me avisas.

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