Karl Korsch hace un concienzudo análisis,
allá por los años 50, del verdadero legado de Marx, su carácter científico e
histórico difícilmente refutables en el aspecto teórico, de cómo la necesidad
de cortar de raíz los cimientos del modo de producción económico creado por el
entramado burgués capitalista no se ha llevado a cabo, y el sistema comunitario
y apolítico con la progresiva disolución de los estados nunca se efectuó. Los
países que hoy se nos muestran como comunistas no son tales, sino meros cambios
del poder opresor, distanciamiento social y no lucha de clases, enriquecimiento
de unos pocos y no distribución justa de la riqueza.
Jamás ha habido una revolución social
como soñara Marx, el socialismo actual se parece mucho al socialismo utópico y
doctrinario de que nos hablaba como uno de los impedimentos a la transformación
de las estructuras sociales y productivas. El socialismo se ha aburguesado, se
ha acomodado a sus expectativas de poder. Mientras soplaba un aire de falsa
bonanza impulsado por el frágil entramado inmobiliario y financiero, quizás
pensó que de verdad era posible un estado de bienestar basado en tan etéreos
principios, sin atreverse a una modificación profunda del sistema, hasta que fue cayendo
aceleradamente a los pies del interés capitalista, sin opciones bajo la fuerza
de poderes externos.
Ahora nos vemos con el agua al cuello, ni
siquiera poseemos ya soluciones ni argumentos mínimamente válidos para cambiar
el panorama razonablemente. ¿Es hoy válido el principio marxista de una Revolución Social, Económica, Jurídica, Cultural, etc., como una profecía de lo que tenía que ser ineludiblemente?
En caso de desconcierto generalizado, esto puede dar un vuelco hacia no sabemos dónde.
La historia de los últimos cien años
muestra que esta lucha de los trabajadores contra el capital, siempre
rechazada, pero constantemente reanudada de nuevo, sobrevive a los periodos más
cortos o más largos de represión férrea subsiguientes, a cada derrota, pese a
que en esos periodos se aplasten materialmente todas las organizaciones obreras
existentes. En esas luchas y derrotas las acciones de resistencia, al principio
aisladas y más o menos elementales, crecen paulatinamente hasta convertirse en
una forma masiva, más eficaz y amenazadora de movimiento, hasta una verdadera
guerra entre la clase opresora y la clase oprimida.
La burguesía ha desgarrado
despiadadamente los abigarrados lazos feudales que unían a los hombres con sus
superiores naturales y no ha dejado más vínculo entre hombre y hombre que el
interés desnudo. Solo en el posterior desarrollo histórico del modo de
producción capitalista y de la sociedad burguesa basado en él, se ha visto
claro que con las supuestas libertad e igualdad burguesas “para todos” en lugar
de la vieja “ilibertad” para la gran masa del pueblo trabajador, encubierta con
ilusiones religiosas y políticas, se tenía solo una nueva forma de opresión y
explotación con revestimiento objetivo, en vez de personal. La tarea consiste en
la eliminación práctica de esa nueva forma de servidumbre.
La magnitud del exceso de valor producido
por los trabajadores en los productos de su trabajo respecto de su salario, o
la cantidad de “plustrabajo” prestados para la producción de esa plusvalía, no
son en el modo capitalista resultado de ningún cálculo económico. Son el
resultado de una lucha de clases social que, precisamente por el hecho de que
en el mecanismo económico de la producción capitalista no hay ninguna
limitación objetiva al aumento de la tasa de plusvalía, va tomando en el curso
del desarrollo formas cada vez más agudas. Con la creciente acumulación de
capital en un polo y la creciente acumulación de miseria en el contrapelo de la
sociedad, finalmente desemboca en una
revolución abierta.
La necesidad económica de la acumulación
ininterrumpida e intensificada del capital que se expresó como “fanatismo del
progreso”, constituye el valor (histórico) y la necesidad (transitoria) del
modo de producción capitalista. En lugar de esa mistificación ideológica
aparece en el caso del proletariado la clara orientación científica de su
propia teoría y práctica hacia un nuevo desarrollo progresivo de las fuerzas
productivas en la sociedad socialista.
Insiste mucho Marx en instruir al
proletariado con la doctrina materialista de que no puede consumar su
liberación de la particular forma de su presente opresión y explotación
mediante una transformación meramente política, jurídica y cultural, sino solo
mediante una transformación social de todas las relaciones de la existente
sociedad burguesa, que llega hasta el fundamento económico.
En la sociedad comunista desarrollada se
terminarán, junto con los restos de la presente estructura económica de la
sociedad burguesa, junto con la “mercancía”, el “valor” y el “dinero”, también
el estado, el derecho y todos los antagonismos que nacen de las condiciones
sociales de vida de los individuos, o sea, todas las contraposiciones y todas
las luchas de clases. Solo en una fase superior de la sociedad comunista, cuando
haya desaparecido el sometimiento de los individuos a la división del trabajo,
solo entonces se hará superfluo el inhumano sacrificio del presente para el
futuro de la sociedad, y el unilateral principio del progreso desembocará en el
“omnilateral desarrollo de los individuos libres en la sociedad libre”.
Dice Marx que: “La burguesía no puede
existir sin revolucionar constantemente los instrumentos de producción y, por
lo tanto, las relaciones de producción y todas las relaciones sociales. La
constante transformación, inseguridad y movimiento disipa todo lo fijo y
permanente… en un determinado estadio de desarrollo, las fuerzas productivas
materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de
producción existentes… esas fuerzas mutan en trabas de las mismas. Empieza
entonces una época de revolución social. Con la transformación de los medios
económicos se subvierte también más o menos rápidamente toda la gigantesca
sobrestructura. En este terreno la libertad no puede consistir más que en que
el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente su
metabolismo con la naturaleza, lo pongan bajo su control comunitario, en vez de
ser dominados por él como por una fuerza ciega; en que lo realicen con el menor
gasto de energía y en la condiciones más dignas y adecuadas a su naturaleza
humana. Pero éste sigue siendo un reino de la necesidad. Más allá de él empieza
el despliegue de la energía humana que se toma como fin de sí mismo, el
verdadero reino de la libertad, el cual no puede florecer mas que sobre aquel
reino de la necesidad como base”.
Con la disolución del materialismo
económico de Marx en una serie de ciencias particulares sociológicas, se
destruye el fundamento de su carácter práctico revolucionario. En lugar del
ataque radical al todo del presente modo de producción capitalista y a la
formación social y económica basada en él, aparece una crítica teórica a
aspectos aislados del sistema capitalista existente, crítica del orden
económico burgués, del estado, de la educación burguesa, de la religión, del
arte y el resto de la cultura, una crítica que no tiene ya que desembocar
necesariamente en práctica revolucionaria, sino que puede también disiparse en
todo tipo de esfuerzos reformistas que no rebasan el terreno de la sociedad
burguesa y de su estado.
La teoría y la práctica del marxismo,
como teoría materialista y socialismo “científico”, han nacido directamente en
contraposición al socialismo “doctrinario y utópico” que, sin tener en cuenta
las leyes del desarrollo material, quiere pasar directamente de la economía y
la política burguesas al modo de producción consumado del socialismo y el
comunismo plenamente desarrollados. Éste solo es resoluble por la práctica
revolucionaria, no es puramente teórico.
Impresiona la exposición de por qué el
sistema crediticio y bancario, que muchos saludaban como una “abolición gradual
de la separación entre el hombre y la cosa, entre el capital y el trabajo,
entre la propiedad privada y el dinero y entre el dinero y el hombre, en
realidad es una autoalienación tanto más infame y extrema por cuanto su
elemento no es ya la mercancía, el metal, el papel, sino la existencia moral,
la interioridad del pecho humano y, bajo la apariencia de la confianza del
hombre en el hombre, la suma desconfianza y la suma alienación.
Karl Korsch : Karl Marx
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