“Cada vez estoy
más convencida de que la carencia de afecto es la peor de las enfermedades que
puede soportar un ser humano. Se han inventado medicinas para curar la lepra y
la tuberculosis. Pero a menos que haya manos dispuestas a servir y corazones
disponibles para el amor, la enfermedad de no ser queridos resultaría
incurable.
El amor es un
fruto de estación en todo tiempo y que está al alcance de todas las manos.
Todos lo pueden cosechar sin ninguna clase de limitaciones. Todos pueden
alcanzar este amor por medio de la meditación, del espiritu de oración y de
sacrificio, a través de una intensa vida interior.
No vivamos
distraídos. Busquemos más bien en nuestra propia intimidad de manera que
podamos ser capaces de comprender mejor a nuestros hermanos. Si queremos
comprender mejor a aquellos en medio de los cuales nos corresponde vivir,
tenemos antes que comprendernos a nosotros mismos.
Trabajar sin amor
es una esclavitud. El amor tiene que cimentarse sobre el sacrificio. Tenemos
que dar hasta sentir dolor.
Tratad de buscar a
quienes os necesitan y de entablar con ellos un conocimiento personal. Haced
por ellos las cosas pequeñas. Aquellas cosas para las que ningún otro tiene
tiempo.
No es necesario
desplazarse hasta lo suburbios para tropezar con la carencia de amor y
encontrar la pobreza. En toda familia y vecindario existe alguien que sufre.
No debemos emitir
juicios de condena, de murmuración. Ni siquiera permitirnos insinuación alguna
capaz de herir a las personas. A lo mejor una persona nunca ha oído hablar del
cristianismo, de manera que no sabemos qué camino ha escogido Dios para
mostrarse a esa alma y cómo Él la está moldeando. Por eso mismo ¿quiénes somos
nosotros para condenar a nadie?
Tenemos que amar a
los que están más cerca de nosotros, en nuestra propia familia. De ahí el amor
se esparce hacia todos los que tienen necesidad de nosotros. Tenemos que llegar
a conocer a los pobres de nuestro entorno, porque solo conociéndolos seremos
capaces de comprenderlos y de amarlos. Solo cuando los amamos podemos
servirlos.
Los pobres, los
leprosos, los marginados, incluso los alcohólicos, a quienes prestamos
servicio, son gentes maravillosas. Muchos de ellos poseen una personalidad
extraordinaria. Esta experiencia que nos viene de servirlos tenemos que
comunicarla a personas que no la han podido disfrutar. Es una de las mayores
recompensas de nuestro trabajo.
Mis años de
servicio a los pobres me han ayudado a comprender que son justamente ellos
quienes mejor comprenden la dignidad humana. Su principal problema no consiste
en carecer de dinero, sino en no ver reconocido su derecho a ser tratados con
humanidad y con amor.
Podemos a veces
comprobar cómo vuelve la alegría a las vidas de los más desposeídos cuando se
dan cuenta de que muchos de entre nosotros se preocupan por ellos, les
demuestran su amor. Hasta su misma salud mejora, cuando están enfermos.
El desahucio no es
solo de una habitación, de un cobijo, sino que existe el desahucio que reclama
comprensión y bondad, que reclama alguien que abra su corazón para acoger al
que se encuentra solo, al que carece de todo parentesco y afecto humano.
Tenemos que ir en
busca de la gente que vive lejos o cerca.
Pobres materiales
o pobres espirituales.
Pueden tener
hambre de pan o hambre de amistad.
Pueden estar
desnudos de ropas o del deseo de conocer las riquezas de amor que Dios les
tiene.
Pueden carecer de
un hogar o un cobijo de ladrillo o quizá de un refugio hecho de amor en
nuestros corazones.
Cada uno de
nosotros no somos más que simples instrumentos de Dios. Llevamos a término
nuestra humilde tarea y desaparecemos”.
José Luis
González-Balado – La sonrisa de los pobres. Anécdotas de Madre Teresa
Si cada uno de nosotros tuviéramos un poquito sólo de lo que tenía esta mujer, otro gallo nos cantaría. Si todos nos preocupáramos por los demás y no por mirarnos el ombligo las cosas nos irían de otra manera. En fin.
ResponderEliminarUn achuchón
Desde luego, Marisa, un poco de eso debemos de tener todos, pero es más cómodo ocuparnos de nuestros asuntos y que a los demás les parta un rayo. Hay quien cree que demostrar amor a los demás es síntoma de debilidad, o lo deja para un después impreciso pues ahora no tiene tiempo, o algún tipo de discriminación que se ha adquirido. Hemos creído que éramos seres separados, que cada uno es física y mentalmente independiente; solo cuando nos damos cuenta de que no es así y que todas las manifestaciones de vida son aspectos de la Unidad, nuestra relación con los demás empieza a cambiar radicalmente.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo!