miércoles, 28 de mayo de 2014

El Mito de Sísifo, o el "hombre absurdo" (Albert Camus)

Sísifo, dentro de la mitología griega, como Prometeo, hizo enfadar a los dioses por su extraordinaria astucia. Como castigo, fue condenado a perder la vista y a empujar perpetuamente un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviese a caer rodando hasta el valle, desde donde debía recogerlo y empujarlo nuevamente hasta la cumbre y así indefinidamente.



En “El Mito de Sísifo” Camus discute la cuestión del suicidio y el valor de la vida, presentándolo como metáfora del esfuerzo inútil e incesante del hombre.

Camus desarrolla la idea del "hombre absurdo", o con una "sensibilidad absurda". Es aquél que se muestra perpetuamente consciente de la completa inutilidad de su vida. También es aquél que, incapaz de entender el mundo, se confronta en todo momento a esta incomprensión. El hombre rebelde será, por lo tanto, aquel que se encuentre en todo momento frente al mundo. Para ello es necesaria una ética de la cantidad, no de la calidad, que acumule el mayor número de experiencias. Esta "eterna vivacidad", este eterno confortamiento con el absurdo mediante el mayor número de experiencias es justamente lo que daría sentido a no renegar del absurdo.
   En este punto Camus muestra como su existencialismo no promueve el quietismo y la pasividad ante el absurdo. Aceptar el absurdo es la única alternativa aceptable al injustificable salto de fe que constituye la base de todas las religiones. Sísifo es el héroe absurdo definitivo.

Camus busca responder la que considera la cuestión fundamental de la filosofía: juzgar si la vida vale o no la pena de ser vivida. En otras palabras, si la falta de un sentido o el absurdo de la existencia requieren del suicidio.
   Gran parte de nuestra vida está fundamentada en la esperanza en el mañana, a pesar de que el mañana nos acerca más a la muerte. Las personas viven como si no tuvieran la certeza de la muerte. Una vez despojado de sus romanticismos comunes, el mundo es un lugar extraño e inhumano; el conocimiento verdadero es imposible y el uso de la razón y la ciencia no pueden explicar el universo: sus intentos terminan siempre en abstracciones sin sentido, en metáforas. Desde el momento en que se le reconoce, el absurdo se convierte en una pasión, en la más desgarradora de todas.

No es el mundo el que es absurdo, tampoco el humano: el absurdo surge cuando la necesidad del humano por entender se encuentra con la irracionalidad del mundo, cuando “mi apetencia de absoluto y de unidad”, se encuentra con “la irreductibilidad de este mundo a un principio racional y razonable".



Para Camus, que se propone tomar el absurdo seriamente y llevarlo hasta sus últimas consecuencias, estos “saltos” no son convincentes. Tomarse el absurdo seriamente significa admitir la contradicción entre el deseo de la razón y el mundo irrazonable. El suicidio, entonces, debe ser rechazado: sin el hombre, el absurdo no puede existir. La contradicción debe ser vivida; la razón y sus límites debe ser admitida, sin esperanzas falsas. El absurdo no debe ser aceptado nunca: requiere constante confrontación, constante rebeldía. Mientras la cuestión de la libertad humana en el sentido metafísico pierde el interés para el hombre absurdo, gana libertad en un sentido muy concreto: sin estar ligado a una esperanza por un mejor futuro o por la eternidad, sin una necesidad de buscarle un propósito a la vida o de crear significado, “disfruta de una libertad con respecto a las reglas comunes.” Aceptar el absurdo implica aceptar todo lo que el mundo irrazonable tiene para ofrecer. Sin un significado de la vida, no hay escala de valores.

“Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos. En el universo vuelto de pronto a su silencio se alzan las mil pequeñas voces maravillosas de la tierra. Llamamientos inconscientes y secretos, invitaciones de todos los rostros constituyen el reverso necesario y el premio de la victoria. No hay sol sin sombra y es necesario conocer la noche. El hombre absurdo dice que sí y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos no hay más que uno al que juzga fatal y despreciable. Por lo demás, sabe que es dueño de sus días. En ese instante sutil en que el hombre vuelve sobre su vida, como Sísifo vuelve hacia su roca, en ese ligero giro, contempla esa serie de actos desvinculados que se convierten en su destino, creado por el, unido bajo la mirada de su memoria y pronto sellado por su muerte. Así, persuadido del origen enteramente humano de todo lo que es humano, ciego que desea ver y que sabe que la noche no tiene fin, está siempre en marcha. La roca sigue rodando. 




Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. El también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada fragmento mineral de esta montaña llena de oscuridad, forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.”


Albert Camus - El Mito de Sísifo




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