Algunos de nosotros siempre estaremos intentando –con un exasperante grado de relativo éxito– mejorar de un modo u otro, y por más que queramos aceptarnos a nosotros mismos, lo seguiremos haciendo. La renuncia a uno mismo y la aceptación de sí mismo no son más que diferentes nombres para definir la misma cosa, el ideal para el que no existe un camino, el arte para el que no existe una técnica. Evidentemente, hay una vital contradicción en la idea de renunciar a uno mismo, y también en la de aceptarse a uno mismo. Nuestras tentativas de rechazo o aceptación son igualmente infructuosas, ya que no logran alcanzar ese centro inaccesible de nuestro yo más íntimo que está intentando aceptar o rechazar. La parte de nosotros que puede cambiarnos es la que necesita ser cambiada.
El único resultado importante de cualquier serio intento de renunciar o aceptarse a sí mismo es el humillante descubrimiento de que es imposible. Y a eso se refiere precisamente la muerte de uno mismo, que es la improbable fuente de un modo de vida tan nuevo y tan vivo que da la sensación de haber vuelto a nacer. En sentido metafórico, el ego muere al descubrir su propia incapacidad, su ineptitud de hacer variar algo de uno mismo que sea realmente importante.
Cuando la vida nos obliga finalmente a ceder, a rendirnos ante la plena manifestación de lo que ordinariamente se llama “temor a lo desconocido”, el sentimiento reprimido surge súbitamente como un manantial de puro gozo. Lo que antes se experimentaba con horror a nuestra inevitable mortalidad, se transforma, por medio de una alquimia interior, en un casi extático sentido de liberación de las cadenas de la individualidad.
Pero es exactamente cuando descubro que no puedo abandonarme a mí mismo cuando me abandono; exactamente cuando creo que no puedo aceptarme cuando me acepto. Ya que al topar con la dura roca de lo imposible es cuando uno alcanza la sinceridad, en la que ya no puede perdurar el encubridor “juego del escondite” del yo y del mí, del “buen yo” que trata de cambiar al “malo de mí”.
Recibir el universo en uno mismo, a la manera de algunos “místicos”, es vanagloriarse con la idea de que uno es Dios, creando una nueva oposición entre el gran todo y la degradada parte. Darse de modo pleno e incondicional al mundo es convertirse en una no-entidad espiritual, un mecanismo, una cáscara, una hoja llevada por los vientos de las circunstancias. Pero, si al mismo tiempo, se percibe el mundo y se abandona el yo, entonces prevalece esa unión que origina el Segundo Nacimiento.
Así, cuando decimos que de la unión del yo y la vida (o el mundo) nace el Cristo, queremos dar a entender que el ser humano se eleva a un nuevo centro de conciencia en el cual no es él ni solo él mundo… En realidad, este centro ya existía...
El desapego significa no sentir ningún remordimiento por el pasado ni miedo por el futuro; dejar que la vida siga su curso sin intentar interferir en su movimiento y cambio, sin intentar prolongar las cosas placenteras ni provocar la desaparición de las desagradables.
Actuar de este modo es moverse al ritmo de la vida, estar en perfecta armonía con su música cambiante, a esto se llama iluminación. Dicho brevemente: es no apegarse al pasado ni al futuro y vivir en el eterno ahora. Por sí mismo el pasado y el futuro son una ilusión. La vida existe solo en este preciso momento, y es en este momento cuando es infinita y eterna. Ya que el momento presente es infinitamente pequeño, antes de que podamos medirlo ha desaparecido y, sin embargo, persiste para siempre. Este movimiento y cambio ha sido llamado Tao por los chinos.
Un sabio dijo que si pretendemos vivir en armonía con el Tao debemos alejarnos de el. Pero no acababa de estar en lo cierto. Ya que lo curioso del caso es que no podemos alejarnos de él aunque queramos; aunque tus pensamientos huyan hacia el pasado o corran hacia el futuro; no pueden escapar del momento presente.
Quizá te creas fuera de la armonía de la vida y de su eterno ahora, pero no podrías existir, ya que tú eres vida y existes ahora. De ahí que no sea posible escapar ni atrapar el Tao infinito; no hay ni un acercarse a él, ni un alejarse de él; simplemente es, y tú lo eres. Por lo tanto, conviértete en lo que eres.
Alan Watts – Conviértete en lo que eres