Nos han quitado un tesoro.
Algún ser humano despreciable le disparó sin piedad, absurdamente.
Era parte de la familia, apenas un adolescente.
Pasan los días, pero la herida tardará en cicatrizar.
Aún lo veo escondiéndose en la maleza, o persiguiendo mariposas, con esa mirada plena de inocencia, como cuando se encontró frente al mar inmenso; un día antes cazó su primer y único ratón.
Nos seguía sin dudar cuando bajábamos a la playa a pasear a las perras; o nos esperaba tras la cancela a nuestra llegada a la hora del almuerzo. También se echaba a nuestros pies al acostarnos y, al amanecer, se encaramaba sobre nuestro pecho ronroneando para que le abriéramos la puerta.
No quiero alargar este relato, las lágrimas me asaltan… ¡cuántas cosas quedarían sin decir! Siento un vacío que no puedo llenar, jamás pensé tener ese apego y cariño a un gato.
Pero es que Michi era especial, ¡cómo posaba con su límpida mirada ante la cámara! Un bello ejemplar de ojos azules, pelo blanco, largo y sedoso, porte esbelto y garboso, actitud dócil y confiada. Ese fue su único error.
No puedo olvidar cuando lo encontré malherido, bajo el níspero, apenas a diez metros de la ventana de nuestra habitación, sin poder moverse ni llamarnos esperando, quizá, que lo salvara de un destino fatal. No pudo ser.
Otra víctima inocente, como tántas otras, de esta sociedad desquiciada, cruel y violenta.
Nunca te olvidaré… ¡hasta siempre, campeón!
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