Dejé que mis amigos dijeran que la verdad y la no violencia estaban fuera de lugar en la política o en las demás cuestiones temporales. Pero no comparto tal opinión. No utilizo esos métodos para asegurar mi salvación personal. Trato de recurrir a ese principio en todas las situaciones de mi vida cotidiana.
La no violencia no es una vestimenta que uno se pone y saca a voluntad. Su sede se encuentra en el corazón, y debe ser una parte inseparable de nuestro ser.
En nuestra condición actual -nos enseña la doctrina hindú- no somos más que mitad hombres. La parte inferior de nuestro ser todavía es animal. Sólo el dominio de nuestros instintos mediante el Amor puede sujetar a la bestia que existe en nosotros.
En la no violencia, las masas humanas tienen un arma que le permite a un niño, a una mujer e inclusive a un hombre decrépito, resistir exitosamente al gobierno más poderoso. Si tu espíritu es fuerte, la simple carencia de fortaleza física deja de ser una desventaja.
La historia enseña que nos vemos agobiados por los males que sufren los vencidos cuando son oprimidos brutalmente, aun con las mejores intenciones, cuando se encuentran bajo el fardo de la miseria.
A la dignidad humana se la preserva mejor no mediante el desarrollo de la capacidad para manejar la destrucción, sino por el rehusarse a la represalia. Es posible entrenar a millones en las oscuras artes de la violencia, lo cual viene a ser la ley de la bestia. Resulta más factible capacitarlos en las artes claras de la no violencia, que es la ley del hombre regenerado.
En nuestro estado actual somos en parte hombres y en parte bestias. En nuestra ignorancia, que llega inclusive a la soberbia, sostenemos que cumplimos acabadamente el fin de nuestra especie cuando devolvemos golpe por golpe, y desarrollamos la ira requerida por dicho propósito. Suponemos que la represalia es la ley de nuestro ser, pero en ninguna escritura encontramos que la venganza sea obligatoria sino que apenas es permisible. Lo obligatorio es la restricción.
Observo con gran temor un incremento del poder político del estado, porque aun cuando aparentemente actúe bien reduciendo la explotación, le causa un enorme daño a la humanidad pues destruye la individualidad que existe en la raíz de todo progreso.
El estado ideal es aquel en que no hay ningún poder político, en virtud de la desaparición del estado. Pero en la vida nunca se realiza por completo el ideal. De ahí la afirmación tan conocida de Thoreau, de que el mejor de los gobiernos es aquel que gobierna menos.
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