Nos decía Belline en su libro “Un vidente en busca del futuro” que es raro que un vidente obtenga visiones para sí mismo y para los suyos.
"Es mejor así... De la misma forma que un médico prefiere dejar a sus colegas el cuidado de la salud de los suyos, así como la de establecer el diagnóstico, también yo prefiero permanecer ignorante de los dramas que puedan herir en el corazón de los seres que amo. Prefiero… debería decir preferiría. Por desgracia, he tenido flashes anunciándome la inminencia de una desgracia. Tuve la visión de mi padre moribundo. Muchos años más tarde vi, dos horas antes de que se cumpliera lo irreparable, que mi hijo marchaba hacia la muerte.
Y no pude impedir nada. Se llamaba Michel, en recuerdo de un amigo al que conocí en el sanatorio y que un desengaño amoroso había conducido al suicidio. No pude salvarlo, y sentí unos remordimientos que no creí merecer, por lo cual, cuando nació mi hijo le puse su nombre. Su madre y yo habíamos hecho un hombre de aquel hijo rubio, de ojos azules. Un chico guapo, generoso, ávido de vivir. Le habían gustado siempre los coches; esta pasión se recrudeció aún más después del servicio militar y a menudo me invitaba a dar un paseo, mientras rodábamos sin rumbo fijo hablábamos sin apremios ni encogimientos. Raras veces Michel se refería a sus problemas personales, los del mundo lo ocupaban más. Por ejemplo, decía:
_Había que doblar el precio del oro. La mitad de la plusvalía recuperada de tal forma podría dedicarse al equipamiento de los países subdesarrollados…
Me sorprendía la penetración de mi hijo, proyectaba una mirada de vidente sobre los hombres y los acontecimientos, sin duda había heredado de mí aquel conocimiento intuitivo, ese don, y me lo había demostrado en múltiples hechos e incidentes. Armado con ese don de la videncia innato, solo tenía que desarrollarse, y al comprobar de que asímismo estaba animado por el constante deseo de ser útil, me decía que me podría suceder más adelante, y entretanto concedía toda su atención a todo aquello cuanto se refiere a la dificultad de vivir.
Una noche, en el coche, le dije que, dentro de diez años, estaría en condiciones de tomar el relevo. Le expresé mi alegría de saber que la obra de mi vida tal vez sería, gracias a él, elevada a la perfección. Tras escucharme, me respondió con una voz tranquila:
_¿Diez años, papá? No creo que llegue. Moriré muy joven.
Jamás olvidaré el tranquilo perfil de mi hijo, y aún me parece oírlas como un desgarrón.
Mi primera reacción fue una frase de reproche:
_¿Te das cuenta de lo que has dicho?
En aquellos momentos estaba seguro de que sufría tanto como yo. Sin embargo, no cedió, no procuró tranquilizarme. Más aún, me dijo, como si se tratara de una evidencia que no podía discutir:
_No puedo hacer nada, papá, es lo que siento.
Menos que nadie, yo no podía tomar aquellas palabras a la ligera. ¡Conocía demasiado bien su valor!
_Sabes bien por qué quiero vivir_prosiguió con un tono amigo_.Prefiero vivir unos años intensos, antes que seguir un largo camino enojoso. Si se me ofrecieran ochenta años de aburrimiento e inutilidad, los rechazaría.
Poco tiempo después se compró un modelo DS, si hubiera podido impedirlo lo habría hecho, pero conocía bien sus veintidós años y toda manifestación de autoridad actuaba sobre él como un acicate. Se insertó en mí cierta ansiedad por una asociación de ideas que se había formado en mí y no me abandonaba: “DS – détresse” (angustia). Pero sabiendo por experiencia que la lasitud, al disminuir la resistencia nerviosa, impulsa al pesimismo e impone este tipo de paralelismos, apartaba de mí el lúgubre estribillo, me negaba a acogerlo, a ver en él una advertencia del destino.
¡Qué buen tiempo hacía en aquellos comienzos de Agosto de 1969! ¿Cómo se habría podido imaginar, al respirar aquel aire, que tenía una dulzura de miel, que la desgracia estaba allí, muy cerca, que esperaba, que acechaba implacable el momento que se le había señalado para arrojarse sobre su víctima…?
Eran las 2 de la madrugada cuando me desperté sobresaltado, bañado en sudor, presa de una angustia inexpresable que me daba escalofríos. Casi al mismo tiempo, mi mujer abrió los ojos. Sintió mi miedo, comprendió en seguida lo que yo temía. En aquellos momentos, como acostumbraba a hacer, Michel estaba en la autopista y habría recorrido ya unos cien kms. Nada lo amenazaba aún… salvo aquella fatalidad que yo presentía. Pero ignoraba dónde, cuándo y cómo lo esperaba. Yo tenía la certeza de que era impotente de conjurar la suerte, solo nos quedaban la esperanza y la oración. Si existe el infierno debe ser eso: el ser al que más quiere uno en el mundo, marcha hacia la muerte y no puede hacer uno nada por salvarlo.
A las 6 de la mañana, la Policía nos llama, Michel está en el hospital, en la sección de reanimación; pero al cabo de tres días Michel nos dejó sin haber recuperado el conocimiento.
Yo no acepté aquella separación, no quería que Michel se convirtiera en un fantasma interior, que viviera solo para el recuerdo, pues tenía la intuición de que mi hijo y yo no estábamos totalmente separados. En torno a mí notaba un clima, ondas, llamadas que me hacían comprender que Michel intentaba entrar en comunicación conmigo. Deseaba aquel intercambio pero a la vez lo temía, tenía miedo de forzar la puerta de ese mundo desconocido en que los vivos no tienen su lugar, de retrasar la evolución de Michel devolvíendolo hacia la vida terrestre que había abandonado.
Durante un tiempo luché antes de ponerme al unísono con aquella presencia que sentía en las fronteras de mí mismo, a la escucha de aquella voz que trataba de penetrar hasta mi conciencia. En el límite de sufrimiento llamé a Michel. Y vino. Sin duda, ya estaba preparado para aquella comunicación a través de largos años de videncia, y este mismo don en mi hijo explica el hecho de que se estableciera un lazo entre nosotros, permitiéndonos alcanzarnos con más facilidad que otros.
Me habló por primera vez el 6 de Abril de 1971, le pregunté si podía ayudarnos a vivir a su madre y a mí.
_No, pero tenéis que vivir. La vida es la más fuerte. Mi muerte solo tiene sentido por vuestro sufrimiento y vuestra supervivencia…
_La vida en el más allá es aérea, indescriptible, inimaginable para vosotros. Aquí no existen ni el tiempo, ni el mal, ni el bien, tal como lo conocéis vosotros. Las palabras de que os servís parecen vacías, no acertarían a evocar esta especie de errar, de sueño en múltiples dimensiones, hecho de armonías, de sonidos, de colores. No se materializa lo inmaterial, no se imagina lo inimaginable.
Noche tras noche, prosiguió el milagroso diálogo. En el curso de estas extrañas entrevistas, supe que tenía que proseguir mi tarea, haciendo abstracción de mí mismo, y ponerme al servicio de los demás. Una noche tras presenciar la visión de unos padres cuyo hijo de dieciséis años había muerto horas antes en acidente de moto, y se hallaban en un estado de postración total, no acababan de asimilar su desgracia, le pregunté a Michel:
_¿Qué puedo decirles a seres tan desgraciados?¿Creen en la supervivencia?¿Tienen una esperanza?
Tras un silencio, me respondió:
_La esperanza es una semilla que debes sembrar en los corazones_. Me dijo también –en un momento en que le expresé mis inquietudes sobre el porvenir de los hombres, amenazados por la polución, la falta de oxígeno y de agua, los virus, la guerra atómica, el hambre, que no impediría la multiplicación de los nacimientos_que debía unir mi voz a los que denunciaban ya el peligro.
_Puesto que eres vidente y te encuentras a veces con seres responsables, dispones de una audiencia, lo cual debe impulsarte a hacerlos reflexionar. ¿No impulsas acaso fuera de las trampas a aquellos que van a verte cuando corre peligro su vida personal? Pues es lo mismo, has de clamar contra la guerra, contra el egoísmo, poner alerta al mundo... corréis hacia la catástrofe si permanecéis indiferentes.
{Otro aspecto de los contactos con Michel que Belline nos narra en su libro “El Tercer Oído” es que las huellas que nosotros dejamos en la tierra no se borran. Pero lo más importante del mensaje es la diferencia que establece entre el destino de los hombres en la Tierra , condenados al sufrimiento y al dolor (“…hay que elegir, en la Tierra todo sacrificio es elección. La otra vida dependerá de esta elección… Esta civilización del dinero está cumpliendo su ciclo… Deseo que todo suceda pacíficamente, sin demasiada violencia en la Tierra. Las fuerzas de la destrucción están siempre en marcha. Los hombres pagarán cada retraso con el precio de su libertad… hay que inventar una nueva vida…”), mientras los seres del más allá, formados de rayos o irradiaciones, gozan de una completa felicidad y están destinados a cumplir misiones desconocidas. Hay mensajeros, afirma Michel: “ aquí unos viajeros nos dejan para ir, algunos de ellos, hacia unas tierras… conocidas y desconocidas… Parten, y nosotros desconocemos el fin de su viaje”.}
Hace tiempo cesaron estas entrevistas con mi hijo, se interrumpió el contacto, esa cálida presencia que es la esencia misma de la condición humana. Entre nuestro mundo terrestre existe ese obstáculo del cuerpo al que se añaden los misterios que somos incapaces de horadar y que no desvelan… la irrealidad… lo inimaginable… Palabras vacías de sentido”.
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