La enseñanza de lo
cotidiano
Cuentan que, en
cierta ocasión, un joven simple pidió entrar como novicio en un templo zen.
El abad
accedió, pero viendo su escasa
capacidad para realizar incluso
las tareas menos complejas,
decidió encargarle que
barriera bien el
patio todos los
días. Así pasaron las
semanas, los meses
y los años,
y el joven
simple se afanó
en barrer minuciosamente el patio
durante todos los días de su vida. Lloviera, nevara, hiciera calor o viento,
estuviera enfermo o cansado, el joven simple no dejó jamás de barrer
cuidadosamente el patio con su vieja escoba. Nunca antes
se había visto el patio más limpio. Una mañana, el
abad percibió en «el monje de la
escoba» como si algo apenas perceptible emanara de él, algo que provocaba
respeto y reconocimiento, algo en lo que
antes no había reparado, acostumbrado como estaba a verlo un día tras otro casi
formando ya parte del paisaje del patio. Llegó ante él, lo invitó
a dejar la
escoba un momento,
y le propuso
algunas preguntas de
hondo contenido espiritual.
Minutos después, el
abad unió las
manos sobre su
pecho y se inclinó
ante el monje
simple con una
profunda reverencia: había
descubierto a un iluminado.
-¿Cómo has alcanzado
este estado? -le preguntó el abad-. Tú no has recibido enseñanza de los
maestros del templo y ni siquiera has leído las escrituras, tampoco has
meditado durante horas junto a los
demás monjes, únicamente te has dedicado
a barrer el patio todos los días, mañana
y tarde.
-Dices bien querido
abad -contestó el monje-, pero mi mejor maestro ha sido la escoba, que me
mostró el valor del silencio, de la humildad y del servicio; mis escrituras han sido el polvo
seco del verano, las hojas del otoño, las lluvias de primavera y la nieve del
invierno; y mi meditación ha estado siempre presente en la intención de barrer
lo mejor que he sabido y he podido.
Oídas aquellas palabras,
el abad se retiró en silencio y el monje continuó barriendo con su escoba.
Todo es muy sencillo
Un rey poderoso y con
afán de conocimiento pidió a un grupo de sabios que realizaran una obra
colosal y sin
precedentes: que escribieran
la historia del
hombre conocida hasta entonces. Pasaron muchos años,
y aquellos sabios
por fin se
presentaron ante el
rey con cien libros
escritos que contenían
la historia de
la humanidad. Pero el
rey, viendo aquella ingente tarea, dijo:
-Señores, no creo que
tenga vida para leer todos esos libros, os pido que os esforcéis en hacer un
resumen.
Los sabios se
pusieron manos a la obra y años después fueron a ver al rey con solamente diez
libros. Pero el rey, al igual que los sabios, ya empezaba a hacerse viejo, por
lo que les pidió:
-Estos diez libros
son muchos para mí, os ruego un nuevo esfuerzo para que hagáis un resumen.
Volvieron a pasar los
años, y los sabios que aún continuaban vivos fueron de nuevo ante el rey con un
solo libro. Pero el rey era ya anciano y
estaba en cama muy enfermo, al ver a los sabios se lamentó:
-Me parece que voy a
morir sin saber nada de la historia del hombre.
El más viejo de los
sabios contestó al rey:
-Majestad, en
realidad yo os puedo
hacer un resumen:
el hombre nace,
sufre y finalmente muere.
En ese momento el rey
falleció.
Siempre querer más
Había una vez un
pobre mendigo que se había acostumbrado a mal vivir con lo poco que le
daban. Aunque no era
viejo y estaba
sano, no aceptaba
ningún trabajo que le
ofrecían y así iba de un lado para otro sobreviviendo como podía. Un
día se encontró con un amigo de la infancia y ambos se pusieron a recordar
viejos tiempos.
-¿A ti qué tal te ha
ido? -le preguntó el amigo al mendigo.
-Muy mal -respondió-,
ya ves, he tenido muy mala suerte y mi situación es lastimosa.
-Pues, mira -repuso
el amigo-, yo he descubierto
que tengo poderes
sobrenaturales y creo que puedo
ayudarte.
Dicho esto, tocó con
su dedo índice un ladrillo y lo convirtió en oro.
-Para ti -dijo
generosamente-, esto, sin duda, aliviará muchas de tus necesidades.
-Sí -contestó el
mendigo-, pero la vida es tan larga y pueden ocurrir tantas cosas. . .
El hombre volvió a
tocar con su dedo una gran piedra y la convirtió en oro.
-También es
para ti, ahora
ya jamás tendrás
problemas de dinero,
¡eres rico! -dijo
el amigo.
-Bueno, está bien,
pero la vida es muy larga. Suceden tantas cosas,
tantos imprevistos, según tienes
más cosas aparecen más necesidades. . . en fin, hay vicisitudes...
-¡Pero bueno! ¿Qué
más quieres? -exclamó el amigo.
El mendigo respondió:
-Quiero tu dedo.
Estar despierto
Un grupo de personas
fueron a preguntar a un maestro:
-La gente
sufre calamidades, muere
a veces miserablemente, muchos
sufren, tienen problemas, se
odian, se traicionan... ¿cómo puedes
permanecer indiferente a todo eso? ¿Cómo si eres un iluminado, no
ofreces tu ayuda a los demás?
El maestro contestó:
-Imaginad que
estáis soñando. En vuestro sueño vais en un barco y éste se hunde. En ese momento os
despertáis. Yo os pregunto
a vosotros: ¿Os
volveríais a dormir
para prestar ayuda a los pasajeros de vuestro sueño?
La teoría es
insuficiente
Un erudito alquiló
una barca para cruzar un río caudaloso.
Al recibirlo, el barquero se expresó con
frases gramaticalmente incorrectas.
Después de corregirlo,
el erudito preguntó:
-¿Tú no has estudiado
gramática?
-No señor -contestó
el barquero-, soy un iletrado.
-¿Tampoco sabes
geografía ni aritmética? - volvió a
preguntar el erudito.
-No, señor, nada de
eso sé -respondió avergonzado el aludido.
-Supongo que tampoco
sabrás nada de historia, literatura o filosofía -interrogó de nuevo el hombre
culto.
-No tengo ni
idea de nada de eso, soy sólo un barquero ignorante
-habló humillado el pobre hombre.
-¡Pues, amigo
-sentenció el erudito-, un hombre sin cultura es como si hubiera perdido la
mitad de su vida!
Instantes después,
la barca, arrastrada
por la corriente,
fue a dar
con unas rocas
que provocaron una gran vía de agua. El barquero preguntó a su pasajero:
-Señor, ¿sabe usted
nadar?
-No -respondió.
-Entonces me temo que
va a perder toda su vida.
Dejando al ego de
lado
Cuentan que un hombre
llegó a la conclusión de que vivía muy condicionado tanto por los halagos
y aceptación de los demás,
como por sus
críticas o rechazo. Dispuesto a afrontar la situación, visitó a un sabio.
Éste, oída la situación, le dijo:
-Vas a hacer, sin
formular preguntas, exactamente lo que te ordene. Ahora mismo irás al cementerio
y pasarás varias horas vertiendo halagos a los muertos; después vuelve.
El hombre obedeció y
marchó al cementerio, donde llevó a
cabo lo ordenado. Cuando regresó, el
sabio le preguntó:
-¿Qué te
han contestado los
muertos?-Nada, señor; ¿cómo
van a responder
si están muertos?
-Pues ahora
regresarás al cementerio
de nuevo e
insultarás gravemente a los
muertos durante horas.
Cumplida la orden,
volvió ante el sabio, que lo interrogó:
-¿Qué te han contestado los muertos ahora?-Tampoco han contestado en
esta ocasión; ¿cómo podrían hacerlo?, ¡están muertos!
-Como esos muertos
has de ser tú. Si no hay nadie que reciba los halagos o los insultos, ¿cómo podrían
éstos afectarte?
Detalles con
significado
Un joven rey
gobernaba a su pueblo con justicia y sobriedad. Se ocupaba del bienestar de sus
súbditos, los impuestos
que cobraba eran
los imprescindibles para
cubrir eficazmente las necesidades generales y dedicaba su jornada a
atender puntualmente los asuntos de estado. En el reino había paz y
prosperidad. A su lado siempre estaba su fiel y sabio consejero, que ya había
servido como tal a su padre. Un día, el joven rey dijo en una comida a su
mayordomo:
-Estoy cansado de
comer con estos palillos de madera, soy el
rey, así que da orden al orfebre de palacio de que me fabrique unos
palillos de marfil y jade.
Oída esta orden, el
consejero se dirigió inmediatamente al soberano:
-Majestad, os pido
que me relevéis lo antes posible de mi cargo. No puedo serviros por más tiempo.
El monarca,
extrañado, preguntó cuál era el motivo de aquella repentina decisión.
-Es por los palillos,
señor -respondió el consejero-. Ahora habéis solicitado unos palillos de jade y marfil, y mañana querréis
sustituir los platos de barro por una
vajilla de oro. Más adelante, vuestros vestidos de
tela desearéis que
sean reemplazados por
otros de seda. Otro día, en vez de conformaros con comer verduras y
puerco, solicitaréis lenguas de alondra y huevos de tortuga. De este modo,
llegará el momento en que los caprichos, la autocomplacencia y el mal uso del
poder os harán ser injusto con vuestro pueblo. Entonces, yo me rebelaré contra
su majestad, y por nada del mundo deseo ver amanecer ese día.
Dicen que el rey
revocó la orden dada al orfebre y
que desde ese día fue llamado «el Prudente». Y conservó al viejo
consejero a su lado hasta su muerte.
A cada uno su
respuesta
Un joven discípulo solicitó al Maestro Iluminado
el asistir en silencio a las entrevistas
que éste concedía a aquellas personas que iban en busca de su consejo y
sabiduría.
La primera visita fue
la de un hombre que preguntó:
-Maestro, ¿Dios
existe?
-Sí -fue la lacónica
respuesta.
En la segunda visita
una mujer también preguntó:
-Señor, ¿Dios existe?
-No -fue en esta
oportunidad la contestación.
En una tercera visita
un joven interrogó:
-Iluminado, ¿Dios
existe?
En esta ocasión, el
Maestro guardó silencio, y el joven se marchó sin una respuesta a la pregunta
formulada.
El discípulo,
desconcertado por la
extraña conducta del Maestro,
no pudo por menos que preguntarle:
-Señor, ¿cómo
puede ser que a tres
preguntas iguales hayas respondido
de modo diferente cada vez?
-Lo primero que has
de saber -contestó el Maestro- es que cada contestación va dirigida a la
persona que pregunta
y por tanto
no es para
ti ni tampoco
para nadie más. y lo segundo
es que he respondido de acuerdo con la realidad y no con las apariencias. En el
primer caso se trataba de un hombre en el que mora la divinidad pero que ahora
vive un momento de oscuridad y duda, por eso he querido apoyarlo. El segundo
caso se trataba de una mujer beata apegada a las formas externas de la religión
que ha descuidado a su familia por atender el templo, y por ese motivo es bueno
que aprenda a encontrar a Dios entre
los suyos. El tercer
caso se trataba
sólo de alguien
que ha venido
a verme por curiosidad y
sencillamente ha improvisado
esa pregunta como
podía haber hecho cualquier otra.
No se puede comprar
todo
Un noble inmensamente rico decidió un buen día que
debía contar entre su séquito con un rapsoda que compusiera y cantara himnos y
alabanzas a su persona. Para ello, mandó contratar al mejor juglar que hubiera
en todo el mundo. De regreso, los enviados contaron que, en efecto, habían
hallado al mejor rapsoda del mundo, pero
que éste era un hombre muy independiente
que se negaba a trabajar para nadie.
Pero el noble no se dio por satisfecho y decidió ir él mismo en su búsqueda. Cuando llegó a su presencia, observó que el juglar, además de ser muy independiente, se encontraba en una situación
de franca necesidad.
-Te ofrezco una bolsa
llena de oro si consientes en servirme -le tentó el rico.
-Eso para ti es una
limosna y yo no trabajo por limosnas -contestó el rapsoda.
-¿Y si te ofreciera
el diez por ciento de mi fortuna?
-Eso sería
un despropósito muy
injusto, y yo
no podría servir
a nadie en
esas condiciones de desigualdad.
El noble rico
insistió:
-¿Y si te diera la
mitad de mi fortuna accederías a servirme?
-Estando en igualdad
de condiciones no tendría motivo para servirte.
-¿Y si te diera toda
mi fortuna?
-Si yo tuviera todo
ese dinero, no tendría ninguna necesidad de servir a nadie.
Verdadero maestro,
verdadero discípulo
Dos viajeros,
uno que venía
del norte y
otro que venía
del sur, se
encontraron casualmente en un
punto del sendero
y decidieron continuar
juntos para hacer
más llevadero el camino. Uno de ellos preguntó al otro:
-¿Hacia dónde te
diriges?
-Voy a donde pueda
encontrar un maestro, un auténtico maestro, llevo años de búsqueda incansable viajando
por el mundo
-contestó el hombre
que venía del
sur -pero no desespero,
sé que encontrar
un auténtico maestro
es muy difícil,
su aparición en el mundo
es muy rara y por tanto la posibilidad de encontrarlo es también muy escasa.
-¿Y qué harás cuando
lo encuentres? -volvió a preguntar cl compañero.
-¡Oh, qué gran
momento será ese! Me postraré a sus pies, mi corazón se estremecerá y mis
ojos seguramente derramarán lágrimas. Dios quiera que algún día pueda
vivir ese momento -contestó.
Pasaron las
jornadas y ambos compartieron diversas vivencias cotidianas además
de la comida de cada día y el fuego por
las noches.
Una mañana, el hombre
que venía del norte, dijo:
-Ha llegado el
momento de separarnos, tú sigue tu camino, que yo seguiré el mío.
-¿Adónde irás?
-preguntó su compañero.
-Continuaré mi
búsqueda.
-¿Qué búsqueda?
-La de
un auténtico discípulo.
Encontrar una persona
así en el
mundo es algo extraordinariamente raro. Es verdaderamente raro que alguien sea capaz por
sí mismo primero de reconocer a un auténtico maestro, y después de
mostrar el comportamiento y la actitud correctas que le permitan aprender. Instantes
después, el hombre que venía del sur, pudo ver como el Maestro de su época se
alejaba por el camino.
Ramiro Calle - Los 120 mejores cuentos de las tradiciones orientales