Hay un sitio en el Ser interior donde se puede
permanecer siempre en calma y desde donde es posible considerar con equilibrio
y discernimiento las perturbaciones de la consciencia de superficie y actuar
sobre ésta a fin de modificarla.
Lo primero que hay
que hacer es establecer en la mente una paz y un silencio estables. Solo en una
mente silenciosa puede erigirse la verdadera consciencia.
Tener una mente
sosegada no significa la ausencia total de pensamientos mentales, sino que
estos permanecen en la superficie y que en el interior se siente el Ser
verdadero separado observándolos pero sin dejarse arrastrar, capaz de
vigilarlos y juzgarlos, de rechazar todo aquello que tiene que ser rechazado, y
de aceptar y conservar todo aquello que es verdadera consciencia y experiencia
verdadera.
Aspira a que la Madre te conceda este sosiego y esta calma bien
establecidos en la mente y esta percepción constante del ser interior dentro de
ti, separado de la naturaleza exterior y dirigido hacia la Luz y la verdad.
Es verdad que la
mayor parte de nosotros mismos, o más bien de nuestras predisposiciones, de
nuestra forma de reaccionar ante la naturaleza universal, procede de nuestras
vidas pasadas. Pero la herencia no afecta en gran manera mas que al ser
exterior; e incluso en este caso, no todos los efectos de la herencia son
aceptados, sino solamente los que están de acuerdo con lo que debemos ser, o
por lo menos, no son contrarios a ellos.
El propósito es que la consciencia se eleve hasta
salir del cuerpo y se establezca encima, extendiéndose por todas partes, sin
limitarse al cuerpo. Así liberado, se abre uno a todo lo que está por encima de la mente
ordinaria, recibe desde allí todo lo que desciende de las alturas y observa
todo lo que está debajo. Desde allí, el ser mental puede abrirse libremente a
los planos superiores o la existencia cósmica y a sus fuerzas, puede actuar con
mayor libertad y poder sobre la naturaleza inferior.
Las fuerzas que
obstaculizan el camino son las fuerzas de la naturaleza inferior mental, y
física. Detrás de ellas se encuentran los poderes adversos de los mundos
material, vital y físico sutil. Tan solo a partir del momento en que la mente y
el corazón hayan logrado adoptar una orientación unidireccional y se hayan
concentrado en una aspiración exclusiva hacia el Divino se podrá luchar con
éxito contra estos poderes adversos.
Las fuerzas hostiles
tienen una cierta función que ellas mismas se han asignado: la de someter a
prueba la condición del individuo, del trabajo de la Tierra misma y de su estado
de madurez para el descenso y la realización espiritual. A cada paso del camino
están ahí atacando furiosamente, criticando, sugiriendo, imponiendo el
desaliento o incitando a la rebelión, fomentando el escepticismo y acumulando
dificultades. Cada vez que se vence y se rechaza un ataque de tal naturaleza se
produce una purificación en el ser, se gana un nuevo campo para la Madre, en tales momentos es
la mejor manera de afrontar la dificultad.
Solo si se mantiene uno detrás, si se separa uno
del vital inferior, negándose a considerar como propios sus deseos y sus
reclamaciones y manteniendo en lo que a éstos respecta una ecuanimidad y una
equidad perfectas en la consciencia, el vital inferior se purifica y se vuelve
también tranquilo y ecuánime. Si llega una ola de deseo, debe ser observada con
la misma tranquilidad y el mismo impasible desapego con los que observas
cualquier cosa que sucede fuera de ti y tienes que dejarla pasar, rechazarla de
la consciencia y poner persistentemente en su lugar el verdadero movimiento y
la verdadera consciencia.
El subconsciente está hecho de hábitos y de
recuerdos y repite pertinazmente, o siempre que puede, todas las cosas
reprimidas. Es menester educarlo por medio de una presión todavía más pertinaz
de las partes Superiores del ser, para que abandone sus viejas respuestas y
adopte las nuevas y verdaderas.
Cuando tu
consciencia penetre más en tu interior y la luz superior descienda a estas
partes interiores encubiertas, las cosas que ahora se repiten de esa manera,
desaparecerán.
Es necesario hacer que la consciencia se mantenga
en un estado apacible, sin agitación ni inquietud y después, desde esta
tranquilidad invocar la Fuerza
para que ilumine toda esta oscuridad y la transforme.
Para ser capaz de recibir el Poder divino y dejar
que actúe a través de uno en las cosas de la vida exterior, son necesarias tres
condiciones:
1)
Sosiego, ecuanimidad, no inquietarse por ninguna cosa que
ocurra, mantener la mente inmóvil y firme, observando el juego de las fuerzas,
pero permaneciendo tranquila.
2)
Fe absoluta; fe en que lo que ocurra será lo mejor, pero
también en que si uno llega a ser un verdadero instrumento, el resultado será
el que la voluntad propia, guiada por la
Luz divina reconozca como la cosa que hay que hacer.
3)
Receptividad: la capacidad de recibir la Fuerza divina, de sentir su
presencia y la presencia de la
Madre de ésta, y permitirle que haga su obra, guiando la
visión, la voluntad y la acción de uno mismo. Si este poder y esta presencia
pueden ser percibidos, y esta plasticidad se hace habitual en la consciencia en
medio de la acción, el resultado final está asegurado.
El individuo no
está limitado al cuerpo físico; es la consciencia exterior la que tiene esta
impresión. Tan pronto como se logra superar esta sensación de limitación, lo
primero que se puede percibir es la consciencia interior que aunque esté
vinculada no pertenece al cuerpo, y después los planos de consciencia que están
alrededor del cuerpo, que forman parte de uno mismo, del ser individual, y a
través de los cuales se está en contacto con las fuerzas cósmicas y los otros
seres: es la consciencia del contorno.
El Divino puede estar y está en todas partes,
escondido, manifestado a medias o empezando a manifestarse, en todos los planos
de la consciencia. En la Supermente empieza a
manifestarse sin disfraz ni velo, en su propia forma esencial.
Lo que pretendemos
hacer descender al mundo material es la consciencia, la luz y la energía
supramentales, porque solo esto puede
transformarlo verdaderamente.
El Espíritu está ya presente en la Materia como en todas
partes; solo una aparente inconsciencia de superficie o consciencia
involucionada, vela su presencia. La tarea que nos incumbe es despertar la Materia a la consciencia
espiritual escondida en su seno.
Sri Aurobindo –
Guía del Yoga integral