Estamos hechos para buscar
la felicidad. Todos posemos la base para ser felices, para acceder a los
estados cálidos y compasivos de la mente que aportan felicidad. Aunque nuestra
naturaleza es fundamentalmente apacible y comprensiva, no es suficiente,
tenemos que desarrollar una aguda conciencia de esa condición, cambiar la forma
de percibirnos.
Todos buscamos algo mejor en la vida; así
pues, el movimiento primordial de nuestra vida nos encamina en pos de la
felicidad. Ésta se puede alcanzar mediante el entrenamiento de nuestra mente,
que incluye intelecto y sentimiento, corazón y cerebro. Al imponer una cierta
disciplina interna podemos experimentar una transformación de nuestra actitud,
perspectiva y enfoque de la vida.
Hablar de esta disciplina
interna supone identificar aquellos factores que conducen a la felicidad y los
que conducen al sufrimiento. La clave se encuentra en el estado de ánimo. Si
utilizamos de forma positiva nuestras circunstancias favorables, éstas pueden
transformarse en estados que contribuyen a alcanzar una vida más feliz. Cuanto mayor
sea el nivel de calma de nuestra mente, tanto mayor será nuestra capacidad para
disfrutar de una vida feliz.
Cuando se carece de disciplina interna que
produce la serenidad mental no importan las posesiones o condiciones externas,
ya que éstas nunca proporcionarán a la persona la sensación de alegría y
felicidad que busca. Pero si se posee esta cualidad interna es posible tener
una vida gozosa, aunque falten las posesiones materiales que uno consideraría
normalmente necesarias para alcanzar la felicidad.
Primero tenemos que
aprender cómo las emociones y comportamientos negativos son nocivos y cómo son
útiles las emociones positivas. Si se desea buscar la felicidad, se deberían
buscar las causas que en otras ocasiones la han producido, y si no se desea el
sufrimiento, debería procurarse que no vuelvan a presentarse las causas y
condiciones que dieron lugar al mismo. Saberlo fortalece nuestra determinación
de afrontarlas y superarlas, así como ser conscientes de los efectos
beneficiosos de las emociones y comportamientos positivos.
Nuestra siguiente tarea
consiste en identificar los estados mentales que experimentamos, identificarlos
con claridad en función de que nos conduzcan o no a la felicidad. Por ejemplo,
el odio, los celos, la cólera, son nocivos, los consideramos estados negativos
de la mente porque destruyen nuestro bienestar mental. Cuando los
experimentamos, todo nos parece hostil, hay más temor, una mayor inhibición e
indecisión: una sensación de inseguridad.
Por otro lado, los estados mentales como la
afabilidad y la compasión son definitivamente muy positivos, muy útiles. Si
tienes sentimientos de compasión y deseas ser amable, hay algo que abre
automáticamente tu puerta interior, ese sentimiento de cordialidad ayuda a abrirse a los demás.
Se descubre entonces que
todos los seres humanos son como uno mismo, que podemos relacionarnos más
fácilmente con ellos. Eso genera un espíritu de amistad, hay menos necesidad de
ocultar las cosas y, como resultado, desaparecen los sentimientos de temor, las
dudas sobre uno mismo y la inseguridad.
Alcanzar la verdadera
felicidad exige producir una transformación en las perspectivas, en la forma de
pensar, y eso no es tan sencillo, no podrá conseguirse rápidamente. El cambio
requiere tiempo: se trata de un proceso de aprendizaje. Cada día, al
levantarse, se puede desarrollar una sincera motivación positiva al pensar:
“Utilizaré este día de una forma más positiva. No lo desperdiciaré”. Luego, por
la noche, antes de acostarse, analizar lo que se ha hecho y preguntarse:
“¿Utilicé este día como lo tenía previsto?”. Si todo se desarrolló tal como se
había deseado, deberíamos alegrarnos por ello. Si alguna cosa salió mal,
lamentar lo que se hizo y examinarlo críticamente.
No obstante, pueden surgir
ciertos sentimientos, como cólera o apego debido a la costumbre o a muchas
vidas anteriores. Al principio, la utilización de las prácticas positivas es
muy débil, porque las influencias negativas siguen siendo muy poderosas.
Finalmente, a medida que se intensifican las prácticas positivas, disminuyen
los comportamientos negativos. Así que, en realidad, es una batalla constante
dentro de nosotros.
La práctica repetida nos permite llegar a un
punto en el que los efectos negativos de una perturbación no pasan más allá del
nivel superficial de nuestra mente, como las olas que agitan la superficie del
océano, pero que no tienen gran efecto en las profundidades. Eso es lo que se
logra mediante la práctica gradual.
Aunque puede haber
agresividad, no proviene del sustrato humano fundamental, sino que es más bien
el resultado del intelecto, de la inteligencia desequilibrada, del mal uso de
ella, o de nuestra imaginación. En cierto modo brota cuando nos sentimos
frustrados en nuestros esfuerzos por lograr amor y afecto.
Así que, por mucha violencia que exista y a
pesar de las penalidades por las que tengamos que pasar, la solución definitiva
de nuestros conflictos consiste en volver a nuestra naturaleza humana básica,
que es bondadosa y compasiva.
La compasión es una actitud
mental basada en el deseo de que los demás se liberen de su sufrimiento. No
obedece tanto a que tal o cual persona me sea querida como al reconocimiento de
que todos los seres humanos desean, como yo, ser felices y superar el
sufrimiento.
Sobre la base del reconocimiento de esta
igualdad, se desarrolla un sentido de afinidad, al margen de considerarlo amigo
o enemigo. Tal compasión se basa en los derechos fundamentales del otro y no en
nuestra proyección mental. De ese modo se genera amor y compasión, la verdadera
compasión, que conduce a la felicidad.
Dalai Lama – El Arte de la Felicidad
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