Los educadores tienen su
más grave dificultad en el sistema de enseñanza cuando éste no contempla y no
defiende que la base de toda ella es la vocación pedagógica del maestro. Solo
con maestros felices en su labor pueden surgir las nuevas generaciones con una
formación técnica conveniente, acompañada por la formación ética y moral
imprescindible, impartida por maestros que han enseñado en un clima de relación
y comunicación con el alumno, al que han trasladado, además de conocimientos,
el humanismo que, por venir de quien tiene vocación de enseñar, ya tiene
garantía de generosidad y altruismo.
Los planes de enseñanza,
piedras angulares en el basamento de la sociedad, son redactados por los
gobernantes desde criterios enormemente politizados, y tienen la posibilidad de
educar mentes y ahormar voluntades de futuros seguidores y votantes desde sus
primeros años. Los maestros y profesores serán sus instrumentos, sujetos a la
disciplina administrativa. Y es aquí donde
los educadores tienen su verdadera misión, su gran reto y su grave
responsabilidad. Deberán enseñar por vocación y por profesión lo que convierta
a sus alumnos en hombres de provecho para sí y para la sociedad, conscientes de
que encontrarán su mayor felicidad en lo que no se mide con la eficiencia, la
técnica, la productividad, el enriquecimiento y el brillo social, sino en sus
conocimientos y en su sensibilidad para apreciar y disfrutar del arte y la
belleza, de la generosidad y la bondad.
La mejor asignatura que el
educador debe enseñar es la de desear aprender. Ha de estimular esa natural
curiosidad del ser humano, haciéndole saber que este hambre intelectual es una
fuente inmensa de satisfacción, de felicidad, que ayuda a serenar el espíritu,
al tiempo que lo excita ante la nueva aventura que cada interrogante le
plantea. Las respuestas las encontrará casi siempre en los libros, pero también
preguntando, observando, comprobando y analizando. Todo ello más emocionante
que vivir pasivamente, cumpliendo normas sin preguntar el porqué, viendo sin
mirar y oyendo sin escuchar.
Si al estudiante se le
hace comprender que en su cabeza tiene el juguete más apasionante,
increíblemente superior a esos juegos electrónicos en los que pierde su tiempo,
se le habrá enseñado la lección básica. A partir de ese momento no necesitará
estímulos; los programas de estudio serán para él curiosidades a satisfacer no
solo aprendiéndolos, sino comprendiéndolos.
Los pueblos admiran y
miman a sus deportistas, a sus artistas, a sus científicos, pero prestan escasa
atención a sus educadores. Para vergüenza nacional, nuestro país ha acuñado una
triste frase, “pasa más hambre que un maestro de escuela”, que resume la
consideración de que en España tenemos
por los que deben enseñar a nuestros hijos escaso aprecio y pobre sueldo. Así
nos va.
Cada ministro de Educación
procura entrar en la gris historia de la enseñanza española dejando un plan con
su apellido. Tenemos infinidad de planes, arrinconados por fracasados,
conservadores, renovadores, utópicos y disparatados, pero nada preocupados por
fortalecer, potenciar, dignificar y ennoblecer la figura fundamental en toda
esa gran orquesta de la educación, el que produce la música de la enseñanza: el
maestro.
Este es uno de los más
importantes objetivos a conseguir en este país.
Fernando Pastor Álvarez – Reflexiones de un hombre corriente
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