Cuando los niños me formulan
esas preguntas metafísicas, fundamentales, que con tanta frecuencia aparecen en
sus mentes: ¿de dónde vine al mundo?
¿cuándo lo hizo Dios? ¿dónde estaba yo antes de nacer? ¿Adónde va la gente
cuando muere?... me parece que quedan satisfechos con una historia muy
vieja y simple de los vedas, que cuenta que…
“No hubo
nunca un momento en que el tiempo comenzara, pues éste va en redondo como un
círculo, y en el círculo no existe el lugar donde la línea comienza. Gira, y
asimismo gira el mundo, repitiéndose una y otra vez. Del mismo modo, hay veces
en que el mundo es, y otras en que no es, pues si el mundo fuera, sin descanso,
por siempre jamás, se cansaría horriblemente de sí mismo. Viene y va. Ahora lo
ves; ahora no lo ves. De ese modo no se cansa de sí mismo, y regresa siempre
después de desaparecer”.
“Es
también parecido al juego del escondite, porque resulta siempre divertido
buscar a alguien que no se esconde cada vez en el mismo lugar. A Dios le gusta
jugar al escondite, pero como no hay nada fuera de Dios, no se tiene más que a
sí mismo para jugar. Esta dificultad la supera simulando que él no es él. Esta
es su manera de esconderse de sí mismo: simula que es tú, y yo, y toda la gente
en el mundo, y todos los animales y plantas, las piedras y todas las estrellas.
De este modo, le ocurren aventuras extrañas y maravillosas, algunas de las
cuales son terroríficas. Pero éstas últimas son simplemente como malos sueños,
que desaparecen cuando él se despierta”.
“Ahora
bien: cuando Dios juega al escondite y pretende ser tú y yo, lo hace tan bien
que le lleva mucho tiempo recordar cuándo y cómo se inventó a sí mismo. Pero
ésa es justamente la gracia del juego, eso es lo que él quería conseguir. No
quiere encontrarse a sí mismo demasiado pronto, pues eso estropearía el juego.
Por eso es tan difícil para ti y para mí darnos cuenta de que somos Dios
disfrazado y oculto. Pero cuando el tiempo se ha prolongado el tiempo
suficiente, todos nosotros despertamos, o dejamos de simular, y recordamos que
no somos más que el único Sí mismo, el Dios que es todo lo que es y que vive
por siempre jamás”.
“Por
supuesto, debes recordar que Dios no tiene forma de persona, ni hombre ni
mujer, no tiene piel ni forma, porque no hay nada fuera de Él. Dios es el
yo-mismo del mundo, pero no puedes ver a Dios por la misma razón que no puedes
ver tus propios ojos sin un espejo. Tu yo-mismo está muy bien escondido, porque
es Dios quien se esconde”.
“Puedes
preguntarte por qué Dios, a veces, se oculta bajo la forma de gente horrible, o
simula ser personas que sufren enfermedades y dolores. Primero recuerda que él
no hace esto sino a sí mismo. Y que también que en todos los cuentos que te
gustan debe de haber gente mala tanto como buena, pues la emoción de la
historia consiste en enterarse de cómo los buenos salen con bien de su
encuentro con los malos. Es como cuando jugamos a los naipes. Al principio de
la partida los revolvemos todos en un montón, lo cual es similar a la forma en
que se dan las cosas malas en este mundo; pero el objeto del juego es poner la
mezcla en orden, y el que mejor lo hace es el ganador. Luego volvemos a
mezclar, y a jugar, y así también ocurre con el mundo”.
Esta historia, obviamente
mítica en su forma, no presume de describir científicamente el proceso de las cosas. Basándose en analogías con
el juego y el drama, y recurriendo a la gastada palabra “Dios” en el papel de
Jugador, este cuento solo intenta parecerse
a la existencia. Los hindúes sofisticados no piensan en Dios como en un
superpersona separada que rige el mundo
desde arriba, como un Monarca. Su Dios se encuentra más “abajo” de “arriba”, y
él (o ello) juega al mundo desde
dentro.
Ningún hindú puede advertir que es Dios
disfrazado sin ver al mismo tiempo que esto es verdad para todos y todo lo
demás. En la filosofía Vedanta nada existe, salvo Dios. Parecen existir otras cosas además de Él, pero solo porque Él está
soñándolas y usándolas como disfraz para jugar al escondite consigo mismo. Por
lo tanto, el universo de cosas aparentemente separadas es real solo por un
momento, no eternamente, pues viene y va cuando el Yo-mismo se oculta y se
encuentra a sí mismo.
Pero el Vedanta es mucho
más que la idea o la creencia de que esto es así. Es, centralmente y sobre
todo, la experiencia, el conocimiento
inmediato de todo esto, y por eso constituye una subversión completa de nuestro
modo ordinario de ver las cosas. Pone el mundo patas arriba… es el empujón que
necesitamos para proyectarnos fuera de nuestra solitaria sensación de yo-mismo.
Además, cuando se ve más allá de la ilusión
del ego es imposible pensar en uno mismo como mejor o superior a los demás. En
todas las direcciones, solo existe el único Sí-mismo jugando sus miríadas de
juegos de escondite.
Alan Watts – El Libro del Tabú