Las personas creen ser
inferiores y que existe algo superior, un Dios omnipotente y omnisciente que
controla su destino y el del mundo entero, por lo que le adoran y le rinden
culto. Cuando alcanzan cierto estado de desarrollo y están preparados para la
iluminación, ese mismo Dios que ellos adoran se manifiesta como Maestro y les
conduce hacia delante. Ese guru sólo viene para decirles: Dios está en ti
mismo. Sumérgete en tu interior y realízalo allí. Dios, el guru, y el Sí mismo
son una y la misma cosa.
La concepción de que hay
una meta y un camino que conduce a ella, es errónea. Nosotros somos esa meta,
la paz misma. Lo único que se requiere es abandonar la idea de que no somos
paz.
Nadie puede obtener lo que no posee de
antemano. Y en caso de conseguir una cosa así, te abandonará de la misma forma
que vino. Lo que viene, se va. Lo único que permanece es lo que siempre es. El maestro
no puede darte nada nuevo que antes no tuvieras. Lo único que precisas es
abandonar la idea de que no comprendes el Sí mismo. Nosotros somos ese Sí
mismo, siempre; el problema es que no lo sabemos.
El Sí mismo es la única
realidad que existe siempre y el resto de las cosas sólo se ven por su luz.
Habitualmente olvidamos esto y sólo nos fijamos en las apariencias. Lo que hay
que hacer es concentrarse en el que ve y no en las cosas vistas, no en los
objetos sino en la Luz
que los revela y manifiesta.
En un principio está la llamada luz blanca
del Sí mismo que trasciende la luz y la obscuridad. En ella ningún objeto puede
ser visto, pues en esa luz no hay perceptor ni objeto percibido. Después se
cierne la obscuridad total de la ignorancia del Sí mismo, en la que tampoco
puede verse objeto alguno. Pero de aquella primera luz del Sí mismo procede una
luz reflejada, la luz de la mente, que es la luz que permite ver esa película
que conocemos como mundo, que ni puede verse con la luz total ni en la obscuridad
absoluta, sino solamente con esa luz tenue o reflejada.
Al espectador, que es el
ego, el Sí mismo le parece cambiante. Pero el Sí mismo es siempre el mismo,
invariable e inmóvil. Es como es. Tanto el espectador como el espectáculo sólo
son sombras en la pantalla, que es la única realidad que soporta aquellas
escenas. En este mundo, el espectador y el espectáculo constituyen la mente en
su conjunto, y esa mente sólo se fundamenta en el Sí mismo.
Cuando lo percibido se considera como una
entidad independiente del Sí mismo, es irreal. Lo percibido no es distinto al
perceptor. Lo que existe es el Sí mismo, no un perceptor y un objeto percibido.
Considerado como el Sí mismo, lo percibido es real. El Sí mismo brilla con todo
su esplendor en el momento en que el ego se ha entregado por completo.
Desde otro punto de vista no hay nada que
pueda llamarse irreal. Lo único que existe es el Sí mismo. Cuando intentas
buscar el ego, sobre el que se basa el mundo y todo lo que existe, descubres
que el propio ego no existe y lo mismo ocurre con la propia creación.
Cuando conozcas al que ve
todo eso, mediante la investigación «¿Quién soy yo?», todos los problemas
acerca de lo visto quedarán definitivamente resueltos. En la pregunta ¿Quién
soy yo?, el yo que se menciona es el ego. Al intentar perseguirlo y descubrir
su fuente, vemos que no posee una existencia autónoma sino que se pierde en el
Yo real.
La respiración y la mente brotan del mismo
lugar, y cuando uno de ellos es controlado, el otro también está controlado.
Desde el punto de vista práctico, es mejor formular la pregunta, ¿De dónde
procede el yo?, y no simplemente, ¿Quién soy yo? No se debe salir del paso
respondiendo que no somos el cuerpo, ni los sentidos y cosas por el estilo,
sino que debemos intentar descubrir de dónde brota en nuestro interior la idea
de yo que maneja el ego. Este método supone, de manera implícita aunque no
expresa, la observación de la respiración. Cuando vemos de dónde surge el
pensamiento del yo, que es la raíz de todos los demás pensamientos,
necesariamente tenemos que observar la fuente de la respiración, porque el
pensamiento «yo» y la respiración brotan del mismo lugar.
Si miras con el ojo
físico, ves el mundo. Si miras con el ojo de la realización, sólo ves el Sí mismo.
Para ver el Sí mismo, la mente sólo necesita volverse hacia dentro sin ningún
tipo de luz reflejada.
Si descubres primero tu
propia realidad, no tendrás ningún obstáculo para conocer la realidad del
mundo. Es muy extraño que la mayoría de la gente no se preocupe de conocer su
propia realidad y esté tan ansiosa por conocer la realidad del mundo que le
rodea. Comprende primero tu propio Sí mismo y luego verás si el mundo existe
con independencia de ti y es capaz de manifestar su existencia o realidad ante
ti.
Sólo hay un estado, tanto
de consciencia como de existencia. Los tres estados de vigilia, sueño con
sueños y sueño profundo no pueden ser reales, puesto que aparecen y
desaparecen. Lo real existe siempre. Esos tres estados no son reales y por tanto
es imposible decir que tienen tal o cual grado de realidad. El Sí mismo siempre
es lo que es. Los tres estados deben su existencia a la ausencia de
investigación, y la investigación termina con ellos. Por mucho que lo
expliquemos, el hecho no quedará claro hasta que no alcances la realización del
Sí mismo y te maravillarás de cómo has podido estar tanto tiempo ciego ante la
única existencia autoevidente.
La única realidad es la
existencia o consciencia. La consciencia es la pantalla sobre la que aparecen y
desaparecen las imágenes. La pantalla es lo real, las imágenes sólo son sombras
que se ven sobre ella. A causa de un hábito prolongado, hemos considerado
reales estos tres estados y decimos que la consciencia es el cuarto estado.
Pero no hay tal cuarto estado, sino sólo uno. El llamado cuarto estado se
describe como dormir despierto, que significa dormir para el mundo y estar
despierto para el Sí mismo.
Lo único necesario es
abandonar la falsa idea de que estamos esclavizados. Cuando conseguimos esto,
ya no tenemos deseos ni pensamientos de ningún tipo. En tanto que uno desee su
liberación, sigue esclavizado. La gente teme que cuando el ego o mente se
desvanece, el resultado es el vacío y no la felicidad. Pero lo que sucede
realmente es que el pensador, el objeto pensado y el pensamiento mismo, se
sumergen conjuntamente en la
Fuente , que es la consciencia y la felicidad, y por tanto
este estado no es inerte ni vacío.
Nuestra verdadera
naturaleza es liberación, pero nosotros imaginamos estar esclavizados y
realizamos tremendos esfuerzos para liberarnos, aunque de hecho siempre somos
libres. Esto sólo puede entenderse cuando se alcanza ese estado. Entonces nos
sorprendemos de haber estado buscando frenéticamente lo que ya teníamos, lo que
éramos y lo que somos.
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