Si existe una teoría
científica de la inteligencia, debería haber otra igualmente científica de la
estupidez. Creo, incluso, que enseñarla como asignatura troncal en todos los
niveles educativos produciría enormes beneficios sociales. El primero de ellos
vacunarnos contra la tontería, profilaxis de urgente necesidad, pues es un
morbo del que todos podemos contagiarnos. Por cierto, un síntoma de estupidez
es haber convertido la palabra “morbo” (enfermedad) en un elogio. Si la
inteligencia es nuestra salvación, la estupidez es nuestra gran amenaza. Por
ello merece ser investigada.
La historia de la
estupidez abarcaría gran parte de la historia humana. El empecinamiento de
nuestra especie en tropezar no dos sino doscientas veces en la misma piedra da
mucho que pensar. Me parece que hay que hacer una inversión de toda la
historia, porque es indecente. La glorificación de una raza, de una nación, de
un partido, el afán de poder, la obnubilación colectiva, esa pedante seriedad,
ese engolamiento feroz y ridículo, la cascada del horror, deberían contarse
como un fracaso de la inteligencia.
La inteligencia fracasa cuando es incapaz
de ajustarse a la realidad, de solucionar los problemas afectivos, sociales o
políticos; cuando se equivoca sistemáticamente, emprende metas disparatadas, o
se empeña en usar medios ineficaces, cuando decide amargarse la vida; cuando se
despeña por la crueldad o la violencia.
Necesitamos un Pasteur que
descubra la vacuna contra esa rabia festejada, una pedagogía de la inteligencia
que evite tales obcecaciones asesinas, o, al menos, que no las condecore. No es
fácil, porque la estupidez se disfraza con muchos ropajes.
Muchas veces es difícil distinguir entre la
inteligencia dañada y la fracasada, porque ambas llegan a los mismos penosos
resultados. No me gusta el fracaso, lo confieso. Creo que la inteligencia puede
triunfar y sería deseable que lo hiciera. La principal función de la
inteligencia es salir bien parados de la situación en que estemos. Una cosa es
la capacidad intelectual y otra el uso que hacemos de esa capacidad. Una
persona muy inteligente puede usar su inteligencia estúpidamente. Ésta es la
esencia del fracaso, la gran paradoja de la inteligencia. La causa del fracaso
de la inteligencia es la intervención de un módulo inadecuado, que ha adquirido
una inmerecida preeminencia por un fallo de la inteligencia ejecutiva.
La inteligencia fracasa cuando se equivoca
en la elección del marco establecido. El marco de superior jerarquía para el
individuo es su felicidad. Es un fracaso de la inteligencia aquello que le
aparte o le impida conseguir la felicidad.
Sociedades estúpidas son
aquellas en que las creencias vigentes, los modos de resolver conflictos, los
sistemas de evaluación y los modos de vida, disminuyen las posibilidades de las
inteligencias privadas. Debemos conceder a la inteligencia social la máxima
jerarquía cuando proponga formas de vida que un sujeto ilustrado y virtuoso, en
pleno uso público de su inteligencia, tras aprovechar críticamente la
información disponible, considera buenas. Pero la complejidad social impide que
una inteligencia aislada pueda manejar toda la información necesaria. Las
experiencias personales, la variedad de las circunstancias, la comprobación
práctica de la eficacia de las propuestas teóricas, son indispensables para una
justa solución de los problemas.
Son inteligentes las
sociedades justas, y estúpidas las injustas. Puesto que la inteligencia tiene
como meta la felicidad –privada o pública–, todo fracaso de la inteligencia
entraña desdicha. La desdicha privada es el dolor. La desdicha pública es el
mal, es decir, la injusticia.
Lo que nos dice la inteligencia comunitaria
es que la justicia, que es su gran creación, exige un uso público de la
inteligencia. La libertad de conciencia solo adquiere su legitimidad total
cuando esa conciencia se compromete a buscar la verdad, a escuchar argumentos
ajenos, atender a razones y rendirse valientemente a la evidencia, aunque vaya
en su contra. Es decir, a saltar por encima de los muros de su privacidad. El
uso público de la inteligencia se propone buscar el mundo de las evidencias
universalizables que puedan compartir todos los seres humanos. En todo lo que afecta
a las relaciones entre seres humanos, una verdad privada es de rango inferior a
una verdad universal.
Debemos anhelar el triunfo
de la inteligencia porque de ello depende nuestra felicidad privada y nuestra
felicidad pública. En aquellos asuntos que nos afectan a todos, la inteligencia
comunitaria es el último marco de evaluación. Abre el campo de juego donde
podremos desplegar nuestra inteligencia personal. Colaborará a nuestro
bienestar y a la ampliación de nuestras posibilidades. La justicia –la bondad
inteligente y poco sensiblera– aparece inequívocamente como la gran creación de
la inteligencia. La maldad es el definitivo fracaso.
El ser humano está hecho
para el egoísmo y para el altruismo, para el juego y el rigor, para el placer y
la grandeza, para la soledad y la compañía. Armonizar esos elementos
contradictorios exige un gran alarde de la inteligencia. Sabiduría es la
inteligencia habilitada para la felicidad privada y para la felicidad política,
es decir, para la justicia.
La inteligencia triunfante es pues la que
inventa lo valioso en nuestra vida privada o pública. Es nuestra gran posibilidad,
nuestra salvación. Los humanos alcanzan su areté
(virtud) básica en la sabiduría, que es la inteligencia aplicada a la
creación de una vida buena. Es un modo de ser expansivo, que integra la
inteligencia del individuo y la inteligencia del ciudadano. Frente a la torpe,
monótona, repetitiva historia de la estupidez –otra equivocación, otro
desvarío, otra crueldad, otra batalla, otra obcecación, otra codicia– tenemos
que contar la historia triunfal de la humanidad, es decir, de la inteligencia.
Esto
obliga a despojar de grandeza las acostumbradas narraciones históricas, cuyos
argumentos están llenos de ferocidad y ensañamiento. Necesitamos abolir esa
glorificación del fracaso, edificar una sensibilidad que reniegue de la
estupidez ensalzada y de la torpe connivencia estética con la brutalidad.
La evolución biológica
dejó al ser humano en la playa de la historia. Aún no sabemos si triunfará la
sabiduría o la estupidez. La inteligencia es un caudal poderoso y, contra
viento y marea, triunfará, a menos que la especie humana se degrade. Confío en
una inteligencia resuelta, inventiva, cuidadosa, poética, ingeniosa, intensa y
estimulante. Y espero que alguna vez podamos contar su éxito con palabras altas
y grandes.
José Antonio Marina – La Inteligencia fracasada