La libertad, tal como la
entiendo y la propongo, consiste nada más (y nada menos) que en la posibilidad
o el derecho que tiene cada uno de elegir una (y a veces más de una) de las
alternativas que se presentan en un determinado momento.
La libertad es la capacidad de elegir
dentro de lo posible. Esta libertad incluye y necesita, por supuesto, la
honestidad de no calificar como imposible lo que no lo es, solamente para negar
que descartara todas las otras opciones por mis principios, por mis temores o
por mi conveniencia.
La consecuencia de dar este paso hacia
nuestra libertad consiste también en aceptar que algunas situaciones donde no
podemos elegir son, en realidad, producto de una elección previa. Sin embargo,
parece demasiado tentador para muchos decir que no se podía hacer otra cosa
para disminuir así su responsabilidad en el resultado de su elección.
Declararse libre es dar el
paso hacia nuestra definitiva autonomía, asumir el coste de mis decisiones, y
aunque hoy me dé cuenta de que me equivoqué, aceptar que era posible hacer todo
lo contrario y no lo hice, admitir que, de hecho, otros lo hicieron aunque siga
pareciéndome de lo mas lógico haber hecho lo que hice.
Como en todas las cosas,
los problemas empiezan en las pequeñas cosas. En nuestra vida cotidiana tu y yo
hemos pasado, y seguiremos pasando, por esos momentos en los cuales, sin
demasiada conciencia, decidimos renunciar a algunas libertades. ¿Que me cuesta –pensamos
a veces– renunciar a mi elección? Después de todo –nos decimos– es un tema tan
poco importante... ¿Para qué hacer de esto una cuestión de debate? –terminamos
argumentando–. Además de ser ciertamente un tema menor... seguramente sea
transitorio.
E incluso respiramos hondo antes de dar
por cerrado el asunto y nos conformamos con la renuncia a nuestro rumbo,
convencidos de que la lucha por la libertad es la batalla de las grandes cosas,
no de las minucias. Sin embargo, muchas veces estas ideas son el disfraz con el
que escondemos la falta de energía al defender nuestras libertades.
Es importante ser capaz de
desapegarse de algunas actitudes, pretensiones y caprichos, pero habrá que
temer a las "pequeñas" renuncias cuando no son elegidas con nuestro
corazón, con conciencia y con responsabilidad.
Es necesario recordar que la libertad es
tan importante como para no renunciar a ella ni siquiera un momento. El desafío
puede sonar casi heroico, pero todos somos capaces de mostrar esa cuota de sana
osadía.
Este paso es tan
trascendente que para algunos pensadores lo que define el paso de ser un
individuo a ser una Persona Adulta es justamente nuestra libertad. La capacidad
de optar entre dos o más posibilidades y la responsabilidad que se debe asumir
después de tomar cada decisión. Y aunque a veces no podremos elegir lo que
pasa, podremos elegir como actuar frente a ello.
Es el derecho que me
otorgo de elegir una u otra respuesta lo que me hace libre o esclavo (y no el
alto precio que, con frecuencia, debo pagar por mi elección). Dar este paso será
una manera de decidirnos a afrontar nuestra vida con absoluto protagonismo, con
responsabilidad, sobre todo lo que nos ocurre, entendiendo los hechos de
nuestra vida como una consecuencia deseada o indeseable de algunas de nuestras
decisiones.
Soy responsable de las
decisiones que tomo; por lo tanto, soy libre de quedarme o salir, de decir o
callar, de insistir o abandonar, de correr los riesgos que yo decida y de salir
al mundo a buscar lo que necesito.
En las circunstancias mas
difíciles y en los momentos en que nos invade la sensación de haber perdido el
rumbo, la certeza del resultado final es justamente lo que podrá hacernos
recuperar la fuerza para hacer y para arriesgar; las motivaciones para avanzar,
para desear, para insistir, para valorar el camino recorrido y para seguir
luchando por lo que creemos.
Hacen falta coraje y
solidez para enfrentarse a los precios que la sociedad querrá cobrarnos casi
siempre por la osadía de enfrentarnos a ella, por la frescura de declararnos
libres de decidir por nosotros mismos, por el desplante de desconocer la
inviolabilidad de sus mandatos o por la insolencia de pedir explicaciones a las
actitudes de los más poderosos.
Podemos y debemos
animarnos a hacer, a preguntar, a protestar y a cuestionar, aún en minoría,
frente a los caprichos de algunos o las injusticias de muchos; quizá con la
única restricción de cuidar de que esa libertad sea ejercida dentro del estado
de derecho, que no involucremos a quien no quiere estar involucrado, y que
nuestra forma de protesta o de rebeldía no este diseñada para destruir a los
que piensan diferente, sino para sumarlos a todos en la construcción de un
mundo mejor.
Jorge Bucay - 20 pasos hacia adelante
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