miércoles, 14 de septiembre de 2016

La Reencarnación: una interpretación errónea de los textos orientales (Alan Watts)



La idea de la liberación no se refiere al maya del mundo físico, sino al de las instituciones sociales. No es más que una hipótesis que permite captar el sentido del Budismo y el Vedanta, el Yoga y el Taoísmo mejor que cualquier otra interpretación. El nirvana sería una visión transformada del mundo físico, una percepción del mundo en su plena relatividad. Si, entonces, el maya o irrealidad no reside en el mundo físico sino en los conceptos o formas mentales por las cuales se le describe, es claro que el maya se refiere a las instituciones sociales y a las formas en que modifican nuestra percepción del mundo.

La Divinidad juega a ser finita, el Uno disimula ser muchos, solo que durante el proceso, mientras hace el papel de cada individuo, el Uno se ha olvidado de sí mismo, por así decirlo, incurriendo en la inconsciencia o ignorancia. Mientras dure esta ignorancia, la forma individualizada de la Divinidad, el alma renacerá constantemente sobre el mundo, elevando o degradando su suerte y condición de acuerdo a sus acciones y sus consecuencias. Hay varios niveles, por encima y por debajo del humano, que el alma individual puede atravesar en el transcurso de su reencarnación durante periodos de tiempo fascinantemente largos, rozando las más altas variedades de placer y los abismos más hondos de dolor, girando una y otra vez en la rueda del samsara durante miles y millones de años.

Todas las formas de liberación han ofrecido una salida del infinito ciclo de las reencarnaciones: el Vedanta y el Yoga a través del verdadero Yo, y el Budismo por medio de la comprensión de que la vida no le está ocurriendo a ningún sujeto, de modo que no hay nadie que pueda reencarnarse. Coinciden en que el alma individual con sus reencarnaciones sucesivas de una vida a otra, e incluso de momento a momento, es maya, una ilusión traviesa.



La gran mayoría de los hindúes y budistas asiáticos conserva la creencia de que la reencarnación es un hecho, y los occidentales que adoptan el Vedanta o el Budismo abrazan también, en general, la creencia en la reencarnación. Los budistas occidentales afirman, incluso, que esta creencia les consuela, en abierta contradicción con su objetivo declarado: obtener la libertad de los renacimientos. Sin embargo, es lógico conservar la creencia en la reencarnación si uno cree, también, que maya es el mundo físico, y no las ideas sobre el mundo físico. Esto es lo mismo que decir que uno sigue creyendo en esta cosmología hindú hasta que comprende que no es más que una institución social. A mi juicio, los budistas y vedantistas que comprenden profundamente sus propias doctrinas, que de hecho están liberados, no creen en la reencarnación en sentido literal. Esta liberación fue, y sigue siendo, una retirada fuera del alcance de las instituciones sociales, y no una liberación del hecho de estar vivo.

El Budismo Mahayana incorporó un refinamiento lógico y final: el Bodhisattva que regresa a la sociedad acepta sus convenciones, pero sin “apego”, jugando al juego social, pero sin tomárselo en serio.
     Si esta tesis es correcta, ¿por qué no fue expresada con claridad, por qué se ha permitido que la mayoría de los budistas y vedantistas siguiera creyendo literalmente en la cosmología reencarnacionista? Hay dos razones. Primero, liberación no es revolución. No es salir del propio camino para perturbar el orden social, arrojando dudas sobre las ideas convencionales que unen a la gente. Además, la sociedad se siente insegura, y por lo tanto hostiliza a quienes desafían sus convenciones. Segundo, la propia técnica de la liberación requiere que el individuo descubra la verdad por sí mismo, se le ha de exigir que experimente, que actúe de forma coherente de cara a los conceptos que da por ciertos, hasta encontrarse con que no lo son.

Las formas orientales de liberación parecen culminar en un mismo estado de modalidad de conciencia, caracterizada por la superación de la dualidad del ego y el mundo. Llámesela “conciencia cósmica” o “experiencia mística”, a mí me parece una comprensión sensorial del mundo físico como campo. Pero, a causa de la condición divisoria del lenguaje, este sentimiento puede sugerir intentos descriptivos contrapuestos. El Budismo subraya la irrealidad del ego, mientras que el Vedanta enfatiza la unidad del campo. De ahí que, al descubrir la liberación, el primero parezca afirmar simplemente que el punto de vista egocéntrico se evapora, mientras que el segundo sostiene que descubrimos que nuestro verdadero yo es el Yo del universo.



Sin embargo, hay buenos motivos para creer que algunos maestros de las formas de liberación saben perfectamente bien lo que están haciendo, que tienen plena conciencia de su piadosa triquiñuela, así como del hecho de que la liberación obtenida no proviene de la reencarnación física sino de un pensar y sentir en medio de la confusión.
    ¿En Asia se considera, realmente, que la liberación se refiere a las condiciones sociales, más bien que a las físicas o metafísicas? Mis propias conversaciones con los maestros de Budismo Zen sobre este asunto no me han dejado la menor duda. No he hallado uno solo que creyera en la reencarnación como hecho físico, y menos aún que se atribuyera algún tipo de poderes literalmente milagrosos sobre el mundo físico. A todas estas cuestiones se las entiende simbólicamente.
    ¿Y qué decir de los misteriosos “maestros del Tibet” a quienes tanto se ha atribuido en materia de conocimientos ocultos sobre los mundos supra-físicos? Son contados los occidentales que practicaron realmente sus disciplinas sobre el terreno. Una excepción es Alexandra David-Neel, que afirma que la reencarnación no debe ser entendida literalmente, como corporizaciones consecutivas de un ego individual, ni siquiera como “cadena de karma” individual, o configuración de conducta casualmente conectada. La multitud de vidas del individuo solo refleja la multiplicidad de sus vínculos físicos y sociales. “Se espera que el estudiante logre comprender que el incesante trabajo de su mente y la actividad física efectuada por el cuerpo, nada de todo eso es de él, ni es él. Él, física y mentalmente es la multitud de los otros. Esta “multitud de los otros” incluye los elementos materiales que él adeuda a su herencia, a su atavismo, y luego los que ha ingerido, ha inhalado antes de su nacimiento… En el plano mental, esta “multitud de los otros” incluye muchos seres que le son contemporáneos: gente que está ligada a él, personas con las que conversa, cuyas acciones mira. De aquí la sostenida acción inhibitoria que sufre el individuo mientras absorbe parte de las diversas energías que emiten aquellos con los que está en contacto; estas energías desarticuladas, instalándose en lo que él considera su “yo”, forman allí un hormigueante tropel. Esto incluye, en realidad, un considerable número de seres pertenecientes a lo que llamamos el Pasado…”.



La interpretación simbólica (y no física) de la reencarnación, es un elemento crucial para tomar conciencia de que maya pertenece a la esfera social de la descripción y el pensamiento, y no a la esfera más vasta de las relaciones físicas y naturales. en la doctrina original de Buda, toda especulación metafísica, así como todo interés en controles milagrosos sobre el mundo físico, eran tenidos no solo por banalidades, sino también por estorbos concretos de la liberación. Habría que agregar, también, que la teoría de la reencarnación física no existe en el Taoísmo, y que, de acuerdo a A.K.Coomaraswamy, la interpretación adecuada del Vedanta es que “el único y singular transmigrante” es el Supremo Yo, el Atman-Brahman; nunca, pues, un alma individual.


Estos enfoques disolvieron la totalidad de la cosmología reencarnacionista de la antigua India, reduciéndola, ora a mito, ora a simple posibilidad que no debe preocuparnos. La pesadilla de que un mismo individuo soportara repetidamente la miseria, la enfermedad y la muerte por periodos infinitamente largos de tiempo, o un cautiverio de siglos en las cámaras de tortura de los demonios, llego a su fin con la comprensión de que no hay nadie para sufrir todo esto.


Alan Watts – Psicoterapia del Este, Psicoterapia del Oeste

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