El “gran dicho” de los
Upanishads es “Eso eres tú”. “Eso” es aquí, por supuesto, el Atman o Espíritu,
la esencia espiritual, indivisa bien sea transcendente o bien sea inmanente, el
motor inmutable. Se presta a todas las modalidades del ser pero él mismo jamás
deviene un alguien o un algo. “Eso”, en otras palabras, es el Brahman, o Dios
en el sentido general del Logos o del Ser, considerado como la fuente universal
de todo ser, fuente de todas las cosas. Todas las cuales están “en” él como lo
finito en lo infinito. Aunque no como una parte de él, puesto que lo infinito
no tiene partes.
Este Atman, en tanto que
eso que sopla e ilumina, es primordialmente el Espíritu, a causa de que él es
este Eros divino que es la esencia vivificante de todas las cosas y así su ser
real. Se usa también para significar “sí mismo”, bien “uno mismo” en todos los
sentidos, o bien con referencia al Sí mismo o Persona espiritual, y debe ser
distinguido del “yo” afectado y contingente que es un compuesto del cuerpo y de
todo lo que nosotros entendemos por “alma” cuando hablamos de una psicología.
Cada una de estas
aparentes definiciones del Espíritu representa la actualidad en el tiempo de
una de sus indefinidamente numerosas posibilidades de manifestación formal. La
existencia comienza con el nacimiento y acaba con la muerte, jamás puede repetirse. Nada sobrevive excepto un legado; el hombre ha devenido
una memoria. Todo el problema del fin último del hombre, la liberación, la
beatitud o la deificación es, por consiguiente, un problema de encontrarse a
“uno mismo” no ya en “este hombre” sino en el Hombre Universal, que es
independiente de todos los órdenes del tiempo y que no tiene ni comienzo ni
fin.
Cualquier ser nacido es
por completo literalmente una criatura de las circunstancias, un autómata; no
se da cuenta de que él es lo que es y hace todo lo que él hace, a causa de que
otros antes que él han sido lo que fueron, y han hecho lo que hicieron, y todo
esto sin ningún comienzo concebible, un eslabón en una cadena causal de la que
no podemos imaginar ni un comienzo ni un fin.
A su muerte, el ser
compuesto se deshace en el cosmos; no hay nada que pueda sobrevivir como una
consciencia de ser. Los elementos de la entidad psicofísica se desintegran y
pasan a otros como un legado. Es un proceso que ha estado teniendo lugar a lo
largo de la vida, un proceso descrito en la tradición india como el “renacimiento
del padre en y como el hijo” vive en sus descendientes directos e indirectos.
Esta es la supuesta doctrina india de la “reencarnación”; es la misma que la
doctrina griega de la metempsicosis; es la doctrina cristiana de nuestra
preexistencia en Adán, y es la doctrina moderna de la “repetición de los
caracteres ancestrales”.
¿Necesito decir que esto
no es una doctrina de la reencarnación? ¿Necesito decir que ninguna doctrina de
la reencarnación, acordemente a la cual el ser y la persona mismos de un hombre
que ha vivido una vez sobre la tierra y que ahora está muerto renacerá de otra
madre terrestre, ha sido enseñada nunca en la India , ni siquiera en el budismo ni, por
supuesto, en la tradición neoplatónica ni en ninguna otra tradición ortodoxa?
Tanto en los Brahmanas como en el Antiguo Testamento se afirma con igual
rotundidad que aquellos que han partido una vez de este mundo han partido para
siempre, y que no han de ser vistos de nuevo entre los vivos.
Desde el punto de vista
indio como desde el punto de vista platónico, todo cambio es un morir. Nosotros
morimos y renacemos diariamente y a cada instante, y la muerte “cuando llega la
hora” es solamente un caso especial. Yo no digo que una creencia en la
reencarnación no haya sido mantenida nunca en la India. Digo que una creencia
tal, solo puede haber resultado de una mala interpretación popular del lenguaje
simbólico de los textos; y que la creencia de los eruditos y los teosofistas es
el resultado de una interpretación igualmente simplista y desinformada.
Por “reencarnación”
nosotros entendemos un renacimiento aquí del ser y la persona del decedido.
Nosotros afirmamos que esto es una imposibilidad, por buenas y convincentes
razones metafísicas. La consideración principal es ésta: que si bien el Cosmos
abarca un rango de posibilidades indefinido, todas las cuales deben realizarse
en una duración igualmente indefinida, el presente universo habrá cumplido su
curso cuando todas las potencialidades se hayan reducido a acto, justamente
como cada vida humana ha cumplido su curso cuando todas sus posibilidades se
han agotado. El fin de una “aeviternidad” habrá sido alcanzado entonces sin
lugar alguno para una repetición de los acontecimientos ni para una repetición
de las condiciones pasadas. La sucesión temporal implica una sucesión de cosas
diferentes. Nosotros podemos hablar de una “migración” de “genes” y llamar a
esto un renacimiento de tipos, pero esta reencarnación del carácter de alguien
debe ser distinguida de la “transmigración” de su persona verdadera.
Tales son la vida y la
muerte del animal racional y mortal. El Vedanta afirma que el único Ser
verdadero del hombre es el espiritual y que este ser suyo no está “en” alguien
ni en ninguna “parte” de él, sino que solamente se refleja en él. Afirma que
este ser no está en el plano de él ni está en modo alguno limitado por su
campo, sino que se extiende desde este campo hasta su centro,
independientemente de los recintos que penetra. Lo que tiene lugar a la muerte,
entonces, por encima de su desintegración, es una retirada del espíritu del
vehículo fenoménico del cual él había sido la “vida”. Nos referimos a la muerte
como una “entrega del espíritu”. Así pues, a la muerte, el polvo retorna al
polvo y el espíritu a su fuente. Es el espíritu, como lo expresan los textos
vedánticos, el que “queda” cuando el cuerpo y el alma se deshacen.
Ananda Kentish Coomaraswamy – El Vedanta y