Vengo observando, con
creciente desasosiego, que muchas ovejas de la grey cristiana abandonan su aprisco
y prescinden del director espiritual, descuidan los sacramentos para limitarse
a practicar un catolicismo tibio y acomodaticio o directamente no practican
nada, engolfados como están en esta sociedad laica que adora al Becerro de oro
y corre irreflexivamente tras los placeres del mundo.
La verdad es que somos
cristianos por pura rutina, por mero acomodo social, porque hemos nacido aquí,
en la católica España. Precisamente por eso parece mentira que seamos tan
dejados en la práctica de nuestros deberes religiosos. Somos católicos porque
nos bautizan, porque hacemos la primera comunión, porque nos confirma el
obispo, porque nos casa el cura… Somos católicos porque, en fin, nos dicen una
misa de cuerpo presente que, ya finados y confinados en el ataúd, no podemos
rehuir y, finalmente, un oficio de difuntos.
Eso es todo: un
catolicismo pautado y rutinario, burocrático y registral. ¿Qué panorama
contemplamos cuando observamos la comunidad católica? Vivimos como paganos,
solo preocupados por los placeres y por las comodidades, como si no existiera
otra Vida, como si no hubiera un Infierno para castigar al que no obedece los
preceptos de la Santa Madre
Iglesia y una Gloria para premiar a los corderos sumisos al pastor.
El panorama no puede ser
más desolador: abandono de las visitas al sagrario y del rezo del Santo rosario
en familia, sacramentos diferidos sine
die, especialmente el de la penitencia, olvido del cumplimiento pascual,
disminución de los óbolos y donaciones a la Iglesia , tibieza en el cumplimiento de los
deberes religiosos, aumento escandaloso de las bodas civiles… drástico recorte
de las decenas de misas que antes se encargaban en sufragio de las ánimas del
purgatorio…
- Bueno, yo no es que sea
muy practicante, pero católico soy ¿eh?- dicen las encuestas.
- ¿Católico? ¿Tú te llamas
católico, desgraciado? ¿Qué sabes de los dogmas, qué de los misterios, qué de
las Escrituras que son el fundamento de nuestra Santa Madre Iglesia?
Nada.
Nada de nada. Cuatro
recuerdos desvaídos de la catequesis que te administró aquel cura sobón cuando
tenías seis o siete años y pare usted de contar.
En los últimos decenios
hemos asistido a la desaceleración de la Iglesia. Hemos asistido a la
dispersión de su rebaño, hemos asistido, lo que es peor, a la disminución de las
vocaciones y a la deserción de un sin número de pastores que, captados por los
cantos de sirena de la sociedad hedonista ahorcaban los hábitos y abandonaban
su sagrado ministerio para entregarse a los vicios que antes zaherían desde el
púlpito y solo practicaban (algunos) en la intimidad de sus conciencias. Ahora
no. Desparecidas las tonsuras, adoptados los atuendos seglares y las formas
profanas salen al mundo con hambre atrasada de placeres, como berracos…
En este negocio las ovejas
sumisas (o sea, los católicos observantes) nos salvamos, pero los que se
apartan del redil se condenan para siempre jamás. O sea, de un lado, a la
derecha del Padre, los católicos sumisos que obedecemos al mayoral (el Papa) y
a sus gañanes (los integrantes de la Conferencia Episcopal ),
los que sostenemos a la
Iglesia con nuestro óbolo, ovejas camino de la salvación. Del
otro lado, a la izquierda del padre, el resto: cabritos destinados al Infierno,
a la caldereta de Satanás.
Hoy los teólogos y los
fieles reclaman una revisión de las fuentes del cristianismo y los princip0ios
sobre los que se asientas sus creencias. Incluso existe una nueva hornada de
teólogos laicos comprometidos con la verdad que escudriñan los textos y
profundizan en ellos desde un punto de vista científico e histórico.
Los católicos no debemos temer el resultado
de esas investigaciones que iluminan con luz vivísima y certera los fundamentos
de nuestra fe. Ya sabemos que la religión es solamente un producto cultural
nacido del terror primigenio de los primeros humanos inermes ante una
naturaleza hostil que no acertaban a comprender, pero esa certeza robustece
nuestra fe. Si nuestros pastores se mantienen imperturbables en la verdad
católica, no va a ser solo porque viven de ella, ¿no es cierto?
¿Qué documentos
testimonian la presencia de Jesús en la Tierra.
El Nuevo Testamento, especialmente los Evangelios. Admitamos
que los evangelistas tendieron las redes de su apostolado y en su afán por
captar adeptos colmaron sus textos de milagros, apariciones, sucesos
sorprendentes y otras fantasías conducentes a convencer a las gentes sencillas
de que Dios los reclamaba para su balador rebaño…
Constataremos que el Jesús histórico, el
devoto judío que sanó, exorcizó y prodigió
por los caminos de Tierra Santa, guarda escasa relación con el Cristo ideado
por San Pablo, el verdadero inventor del cristianismo. El primer siglo de
cristianismo silencia la figura histórica de Jesús. Solo muchos años después de
su muerte se redactan escritos, a menudo contradictorios y plagados de
fantasías, que narran su vida y milagros. En la Iglesia se impone la
visión de San Pablo para el que Jesús, ahora llamado Jesucristo, es Dios mismo,
la entidad que habita en el Reino de los Cielos, el Ser Supremo. Pablo habla de
Cristo y apenas menciona a Jesús. El Jesús de carne y hueso le interesa poco o
nada.
Los académicos liberales
creen que Jesús fue un reformador social y se preguntan, ¿cómo pudo derivar
hasta transformarse en el Cristo cósmico? Algunos autores dudan de la
existencia real de este Jesús apenas mencionado en los textos de escritores e
historiadores de la época. Los que lo mencionan lo hacen de pasada o en textos
algo más extensos falsificados por los copistas cristianos.
Fábulas, mentiras,
falsificaciones… ¿sobre estos cimientos se fundamenta el cristianismo? Sí,
admitámoslo. ¿Qué el cristianismo se basa en una sarta de mentiras y
supercherías? Vale, es cierto, ¿qué pasa? Será todo mentira, pero, a pesar de
ello, la Iglesia Católica
resiste incólume los embates del vendaval de la historia.
¿A qué se debe esa paradoja? No existe
paradoja alguna. Lo que permite que de esa ensalada de mentiras florezca una
Iglesia siempre renovada es la firme mano de Dios que blande su nudosa y
pastoril cayada para guiar a su balador rebaño, Dios nuestro pastor que lanza
la certera pedrada de su castigo contra los que se descarrían.
A la luz de la ciencia, el
cristianismo se nos revela como un potaje integrado por ingredientes de muy
diverso origen: judaísmo, cultos mistéricos, paganismo, gnosticismo… La
grandeza del mensaje cristiano reside precisamente en mantener estos dogmas
como verdades a que nos obliga la fe. ¿La razón lo rechaza? Pues doblega tu
razón y acepta que todo eso es cierto. Es el fundamento de tu religión ¡Nada
menos! Y con la fe no se juega. ¿En qué consiste la fe? Muy sencillo: “La fe es
creer en lo que sabemos que no existe”.
Juan Eslava Galán – El Catolicismo explicado a las ovejas