Realmente complicado acertar plenamente en este misterio, que se hunde en el principio de los tiempos, pero que ciertos datos enlazados sabiamente pueden arrojar algo de luz, como lo que se propone en este libro. Me atrevo a resumirlo y ofrecer sus conclusiones, pero que, al desconocer por mi parte tanto el euskera como el no haber pisado nunca su geografía, podrían contener inexactitudes que me gustaría fueran matizadas, corroboradas ó descartadas tanto por aquellos naturales vascos como por especialistas a los que pudiera interesarles su esclarecimiento.
Y es que este tema no sólo atañe al conocimiento de esa cultura específica, sino que su dilucidación podría a la vez contener en sí misma el acercamiento al origen de nuestra sociedad actual, a los albores de la civilización, que siguen envueltos en la oscura nebulosa del mito y la leyenda. Empezamos…
¿Qué pueblo era éste que, no sólo desafiaba al gran Carlomagno, sino que también se permitía castigarlo?
Durante mucho tiempo se los llamó vascones, por extensión del nombre de una tribu vasca. Realmente un pueblo extraño, que ocupaba la costa atlántica, desde la cordillera cantábrica hasta Burdeos, y los Pirineos desde Tarbes hasta Hendaya. Este pueblo no se parecía a ningún otro, ni por su aspecto físico ni por sus tradiciones. Un pueblo de labradores, de pastores y marinos que, a través de las guerras y las invasiones, había conseguido mantener su independencia: un pueblo que hablaba una lengua sin ningún parentesco con las conocidas en Occidente y cuyo origen escapaba a la historia y penetraba en el terreno de las leyendas.
La más antigua de estas leyendas era la de “Mari” (Mari no es quizá su nombre original. Parece que, al cristianizarse, “Maya” -ó “Maia”- tomó el nombre de la Virgen). Mari, que por la costumbre de los latinos, llamamos “Diosa”, pero que los mitólogos vascos denominan “genio”, es la reina de todos los genios de formas y especialidades diversas que se ocupan de las cosas de la Tierra y de la Naturaleza en general. Se trata de un ser femenino, si bien a veces, sus apariencias sean masculinas. Es una “dama”(andere). Las habitaciones ordinarias de Mari son las regiones situadas en el interior de la tierra, que comunican con la superficie por diversos conductos que son las cavernas y los precipicios. Mari es una mujer que, a veces, tiene pies de ave (como la reina Pedauque tenía pies de pato); ó pies de cabra; puede ser un árbol parecido a una mujer o un zarzal ardiente, pero, en sus moradas, puede adoptar la forma de un macho cabrío, de un cuervo, de un caballo, de una novilla, de un buitre; puede ser también la ráfaga de viento, la nube, el arco iris, el globo de fuego. Ella es todas las fuerzas telúricas, a los que se atribuyen los fenómenos del mundo, pero es también el jefe _o la reina_ de todos los genios que provocan estos fenómenos. Mari tiene un esposo, uno de sus nombres es “Maju”, pero el más corriente es “Sugoi” o “Sugar”. La palabra quiere decir “serpiente”, pero en euskera, “Su” significa fuego, “Sugar” la llama… este “sugar” es la fuerza que rodea la tierra.
Pero la leyenda vasca es más extensa. En efecto, Sugar se presenta como un genitor. De las uniones de Sugar y Mari nacen dos hijos: Atarrabi y Mikelats, uno bueno, el otro malo… Sugar tuvo ciertas relaciones con una princesa que vivía en Mundaca, de la cual tuvo un hijo, Jaun Zuria, el primer señor de Vizcaya. Esta es, sin duda, la leyenda vasca más antigua que tenemos sobre el origen de los vascos. Los vascos han “nacido de la tierra” y, los señores, de una aportación celeste a los vascos. Son exactamente, lo que los griegos llamaban autóctonos.
Entre las teorías de las “invasiones”, la más interesante y, digámoslo, la única que podría parecer seria en relación con los conocimientos científicos actuales del hombre, sería la del origen atlante del pueblo vasco, y de algunos otros (al menos atlánticos) -aquí nos topamos con el tipo de Cro-Magnon-. En lo concerniente al País vasco, si bien no ha sido enorme la cantidad hallada de restos humanos de este periodo (que se sitúa aproximadamente en el periodo glacial de Wurm V, entre -13.700 y -7.000), los tipos encontrados parece que, en su totalidad, pertenecen al tipo de Cro-Magnon, que no fue el primer sapiens que apareció en la Tierra durante la Prehistoria. Fue precedido por otro tipo humano, cuya edad se ha calculado en -35.000 años y conocido por el hombre de Combe-Capelle. Era muy diferente del hombre de Cro-Magnon. Pequeño, sus arcos supercialiares eran más acusados, de órbitas redondas, un cráneo alargado, un marcado progmatismo y un mentón ligeramente desdibujado. El hombre de Neandertal, se extinguió casi totalmente cuando apareció el hombre de Combe-Capelle. No podría descartarse que el origen de esta raza de Cro-Magnon sea de fuera del lugar donde fue hallada por vez primera. Pudo tratarse de una invasión, pero, entonces, ésta sería obligatoriamente anterior al último periodo glacial (tal como apunta J.M. de Barandiaran). Paulette Marquer es aún más categórica: “El estudio del cráneo de Urtiaga nos permite afirmar que el primer habitante conocido del País Vasco español, paleolítico ó mesolítico, pertenecía, de forma indicutible, al tipo de Cro-Magnon”.
Por otra parte, esta raza de Cro-Magnon la encontraremos, precisamente, a lo largo de las costas del atlántico, tanto en Europa como en África… también corresponde a las pinturas rupestres del Norte de España (y Sur de Francia), un arte diferente al del Sur de España ó al impresionista de Levante. Ahora bien, el mesolítico confirmará, en el País Vasco, la evolución “in situ” de la población indígena paleolítica que culminará con los vascos actuales, es decir, que los artistas de Altamira, Santimamiñe, Ekain son cromagnonoides, antepasados de los vascos. Debe señalarse que, salvo los bisontes y los osos, casi todas las pinturas rupestres son las que representan animales ahora domesticados. Al menos en el País vasco: en Alkerdi, bovinos; en Santimamiñe, bovinos, caballos y carneros; en Ekain, caballos; en Isturitz, renos, cabras y carneros. Igual que los hombres, estos anímales estaban allí ya en el magdaleniense: “ni unos ni otros proceden de otra parte”. Estos animales fueron domesticados “in situ” por los cromagnonoides. Desde luego, esto constituye “gran magia”, es decir, una gran ciencia; una ciencia fundada en un profundo conocimiento de la Naturaleza, incluso, quizá, de la Genética, como podría llevar al trigo, al maíz o a algunas otras especies que sabemos fueron creadas por mutación, fruto de una ciencia antigua que nuestra ciencia moderna sería incapaz de realizar… después llegó el cataclismo.
Fuese cual fuese el aspecto del cataclismo, rápido o lento, se produjese la fusión, brutal o no, hubo un diluvio que seguramente hizo desaparecer una gran parte de todo cuanto vivía en la tierra. Únicamente debió de sobrevivir una gran parte de lo que vivía en las montañas. Si existía, lo cual es probable, una civilización de las llanuras o de los valles, ésta debió de desaparecer totalmente y además, mecánicamente, de una forma lenta o no, se restableció el equilibrio: el equilibrio entre la velocidad de rotación de la Tierra y el reparto de las aguas sobre la superficie del globo. Sucedía, sólo, que ya no había civilización. Este cataclismo constituyó el final de una civilización, el arte de las pinturas rupestres desapareció definitivamente y no solo este arte, sino también lo que se denomina la “industria magdaleniense”. Pero éste no fue el hecho de la desaparición de una raza humana, al menos en el País vasco, pues la raza siguió. Fue el tipo de ruptura, de transformación de la vida humana que se denominó el “hiato neolítico”.
Si retrocediéramos en el tiempo, veríamos la conformación tradicional de lo que comúnmente se entendió por “vascos”, que no sólo se circunscribía a las siete provincias históricas, sino que su alcance e influencia en tiempos anteriores, correspondería a gran parte de la cornisa cantábrica, de los pirineos y todo el sur de Francia hacia el Este. Esto se puede corroborar analizando tanto los croquis de la distribución del arte parietal, de los megalitos y del porcentaje de sangre tipo “0” .
En el Neolítico, los vascos ya eran tal como los conocemos hoy. Esta civilización nos aportará muchas cosas nuevas. En primer lugar, apareció el hacha de piedra pulida, no era ya un arma de caza ni de guerra, sino un útil. Un útil de leñador y, por tanto, de carpintero. Exigía, por parte del fabricante, un extraordinario conocimiento de las piedras susceptibles de ser utilizadas, es decir, capaces de ser afiladas sin perder su cohesión o su dureza. Las únicas construcciones que perduran de esta época son los dólmenes, cuya antigüedad no puede establecerse. Los montantes, colocados de canto, los que sostienen la laja y los que tapan las aberturas restantes dejan siempre una abertura para penetrar en la camara dolménica, y esta abertura es dirigida con bastante cuidado hacia el nacimiento del sol: en el solsticio de invierno (sudeste) o en el solsticio de verano (nordeste). Un punto interesante es que estas “avenidas cubiertas de piedra” raras veces son rectas, sino que forman un ángulo más o menos acentuado hacia la izquierda, igual que todas las iglesias hasta el Renacimiento, como los templos egipcios.
A causa de la notable identidad de construcción de los dólmenes en la parte del mundo en que se encuentren, muchos eruditos e investigadores han emitido y defendido la hipótesis de la existencia de lo que han denominado “el pueblo de los dólmenes”, han imaginado la existencia de un pueblo que extendió el arte dolménico a través del mundo. Si esta existencia fuera probada, toda la frágil idea que nos hemos hecho sobre el pasado, incluso el más reciente, se derrumbaría, si fueron ellos solos, los antepasados de los vascos, es decir, los descendientes de la raza llamada de Cro-Magnon.
La lengua ha sido el elemento que más ha llamado la atención de los especialistas pero, por razones más sentimentales que científicas, la mayoría de los lingüistas se dedicaron a encontrarle una filiación con otras. Casi todo lo que encontraron como emparentado con la lengua vasca no resistió a ningún estudio crítico serio. Algunas raíces existen en todas las lenguas y que pudieron ser el resultado de intercambios a lo largo de los siglos. Pero si los vascones se reconocen como tales, es por cortesía hacia quienes tiene costumbre de llamarlos así. En el País Vasco, al vasco se le llama euskaldun; euskaldun es quien habla euskera, pues la idea dominante, aunque sin duda inconsciente, es de que sólo es digno de ser euskaldun el que habla el euskera y que, por tal razón, conserva la esencia de la raza… ¿no será que el euskera es también un mensaje procedente del fondo de los tiempos, y que es un don, una enseñanza, constituyendo, en sí mismo, una valor sagrado que debe guardarse a cualquier precio? Es principalmente una lengua hablada por quienes, en los montes, tiraban de los enormes bloques de piedra para construir dólmenes, y lo hacían con ayuda de bueyes.
El euskera conserva la mayor parte de las palabras de aquellos tiempos lejanos. El hacha, que fue de piedra antes de que apareciera el bronce, es llamada aún aitzkora, de aitz: piedra, aitzkur:azada, aitzkurbegi, que es el agujero del hierro de la azada en la cual va metido el mango, aitzto: cuchillo. También Barandiarán ha escrito: “El hecho de que urraida (de urre, oro y aide, parecido) y zirraida, sean los nombres vascos del cobre y del estaño y que su formación corresponda justamente al orden de la aparición histórica de estos metales, indica igualmente que el vocabulario vasco conserva palabras anteriores a la difusión del cobre (eneolítico) y del estaño (Edad de Bronce)”. Es asimismo notable que hortzi, de hortz “el cielo” signifique el rayo y, asimismo, diente… y sabemos que en los tiempos prehistóricos el diente llevado en un collar era una protección contra el rayo. Pero quizá es más atigua todavía, ya que la tierra, en su calidad de suelo, “lur” provenga de la misma raíz que nieve: blur; lo mismo puede suceder con uno de los nombres de la piedra: arri y del hielo: karri; incluso “orma”: pared, tiene sentido de hielo en Navarra, parece recuerdo de un tiempo en que el suelo era de nieve.
Tiene cierto aspecto de maravilloso la perennidad de un pueblo que, en su rincón geográfico, valerosamente defendido a lo largo de los tiempos, pueda hallar en sus cementerios, sus necrópolis, sus cavernas los restos de sus antepasados, de sus pensamientos, de sus artes, que se han sucedido sin solución de continuidad desde hace 30.000 años. Antepasados que se han transmitido en su tierra, hasta los descendientes actuales en su etnia apenas modificada, con su lengua, con su sangre. Los antiguos, al referirse a alguien de su familia, decían que “era de su sangre”. Se era_o no se era_ de “sangre real”. Ahora bien, estadísticamente, se advirtió muy pronto que existe una relación entre la distribución de los tipos sanguíneos y la geografía, lo cual no carece de significado. Los vascos, generalmente, poseen sangre del tipo “0” . Incluso poseen uno de los mayores porcentajes de sangre de este tipo en el mundo, siempre por encima del 50%.
Esta alta densidad sería igualmente alcanzada en Marruecos, principalmente en las montañas del Atlas e, igualmente, en Tunicia, en la islas Canarias, en la parte oeste de Irlanda, igualmente del tipo cromagnonoide. Desde luego, no es una coincidencia y se puede extraer una primera conclusión: al ser los vascos cromagnonoides y al haber evolucionado su raza sin interrupción y sin ninguna aportación extranjera importante desde la época de Cro-Magnon, debe admitirse forzosamente que existe una directa relación racial entre el cromagnonoide y la sangre del grupo “0” . Estas características se vieron reforzadas cuando se descubrió el factor “rhesus”. Y resulta que, en la humanidad, existen genes que poseen este factor y otros que no lo poseen. En el pueblo vasco es en el que se ha observado la mayor ausencia de este gen (rhesus negativo).
En resumen, 1) todos los pueblos con gran frecuencia o predominio del gen “0” y Rh- se encuentran al borde del mar, y su mayor densidad se halla en el Atlántico. 2) Prácticamente, sólo hay dólmenes en las regiones en las que existen genes “0” en proporción notable.
Tanto si la historia de los descendientes de la raza de Cromagnon se desarrolló como he dicho o de forma diferente, es de todos modos cierto, que esta vieja raza atlántica ha dejado en Europa un núcleo de descendientes que han permanecido prácticamente solos y puros. El pueblo vasco. Para el vasco, todo lo que tiene nombre existe y, consecuentemente, todo lo que existe debe llevar un nombre. Resulta evidente que, conscientemente o no, nombrar es una forma de sacralización. Bailar es un placer y el placer es un sentimiento religioso. Creo lo que el eclesiástico vasco dijo, como la cosa más natural del mundo: “si no fuera sacerdote, me habría hecho bailarín…” Y esto explica la seriedad que adoptan los vascos al realizar todos los ejercicios corporales que suelen considerarse como distracciones. El juego de la pelota tiene un aspecto religioso.
Por encima y más allá del mundo existe lo desconocido, lo innominado, no asequible para los sentidos o el intelecto humanos, responsable de todo, pero fuera del alcance de los hombres. Ahora se le da un nombre: Jainko, que parece que fue introducido por el cristianismo y derivar de Jaungoikoa: “el señor que se encuentra en los cielos”. Desde luego, es hacer entrar a Dios en el círculo de las cosas que tienen nombre, que existen desde un punto de vista terrestre. Al ser incognoscible e innominado, no resulta asombroso que no aparezca en ninguna de las innumerables pinturas rupestres y, evidentemente, no queda ninguna huella en el idioma. Se sabe que ciertas piedras eran sagradas, ya marquen en el suelo lugares privilegiados o recuerdos que les den cierto derecho a la veneración. No se sabe nada, o casi nada, de los cultos antiguos, con excepción del culto danzado, parece que no existió templo en el que se desarrollaran los ritos, pero sabemos que las “gentes de la casa” se reunían ciertas épocas delante de ella _o delante de la caverna, por la noche_ para celebrar danzas religiosas. Un aquelarre. Es probable que fueran estas danzas las que inspiraron el famoso aquelarre de las brujas, en el cual fue introducido el diablo, representando el diablo de la religión anterior. Un nombre vasco, bastante antiguo, es, en efecto, xara. La palabra que da idea de reunión es batz. Xarabatz da la idea de reunión en el bosque…
Pero hay dos manifestaciones de la divinidad incognoscible, de fuerzas antagónicas o complementarias que se expresan en términos sexuales, masculino y femenino. Ahí es donde encontramos a la gran diosa de los antiguos vascos: Mari, que práticamente tiene todos los atributos de la naturaleza terrestre, y su marido: Maju, que parece contener todas las fuerzas celestes. Maju es tambien Sugaar, la gran serpiente cuya naturaleza es de fuego celeste y que tiene evidentes analogías con la N’wuoivre, la serpiente celeste de los celtas. Según José Miguel de Barandiarán: “Mari es un genio de sexo femenino… es considerada como una jefa de los genios”. Pero la palabra genio da la impresión de que resultaría más adecuada tomarla bajo la forma griega de “genan”, engendrar, hacer; egin en vascuence.
Uno de los personajes más apasinantes de la mitología vasca es el “Basa-jaun”. Es el señor del bosque, vivía apartado de los hombres, en tribu o en familia, en su bosque o en sus cavernas… es un genio bienhechor, gran protector de los rebaños y las cosechas. Su compañera era la “Baa-Andere”. Eran genios con forma humana, enormes y poseedores de una fuerza y de una agilidad prodigiosa. Todos los relatos que lo decriben nos lo presentan como de un hombre de una categoría superior a la de los humanos ordinarios. En este sentido, era un Jaun, un señor, con apariencia humana, salvo, según dice la leyenda, que uno de sus pies tenía la planta circular, como la reina Pedauca tenía pie de oca… Los Basa-jaunak eran una casta de hombres sabios acerca de todas las cosas de la naturaleza, y la leyenda les atribuye la mayor parte de los atributos que condicionan la vida de los hombres. Probablemente ese culto bailado que practicaban los vascos en ciertas lunas de su casa o de su caverna, los Basa-janak lo celebraban en los bosques, de ahí ese xarabatz (¡sabbat!).
Legendariamente, los dólmenes vascos fueron construidos por los “jentilak”. Jentilak es el plural de jentil que, según Barandiarán, sería un hombre salvaje, dotado de una fuerza extraordinaria. El jentil lanzaba rocas a grandes distancias; un pagano que, generalmente, vivía en paz con los cristianos, pero les ayudaba, vivía en diferentes cavernas, minero, cultivador de trigo, herrero, molinero, constructores de crómlechs, llamados por ello “jentilbaratz”, tumba de gentil, o jentilharri, el constructor de cierto tipo de casas. Entre estas atribuciones se reconocerán muchas propias de los Basa-jaunak. Todas aquellas gentes trabajaron con sus manos. Eran “sabios de la mano”. Esta mano se halla esculpida en toda la región pirenaica… entonces, ¿no nos llevaría esto más allá de los ba sa-jaunak del neolítico?
Los vascos son hombres de Cro-magnon que se convirtieron en euskaldunak. Desde luego, no todos los Cro-Magnon se convirtieron en vascos. Pero la toponimia vascoide se extiende mucho más allá del territorio pirenaico y de sus alrededores. Son aún importantes sus restos a medida que se asciende hacia el norte (y hacia el sur), aún podemos comprobar la existencia de numerosos sufijos berri, que significa nuevo.
Según Frank Bourdier, en vascuence ur designa el agua; en el Gard, la ninfa de la fuente de Eure, en la época romana se llamaba ura y la de la Ourne: Urna… Los nombres de ríos derivados del agua, ur, son muy numerosos en Francia: el Ure, el hure, la fuente de Lure, el Uzure, el Orne. Dun, que señala el lugar de la abundancia parece encontrarse en el Oudon; el urande es Ur-andi “agua grande”, todos los Alaisia (sierra de Alaiz) que parecen formados con la radical haitz (piedra ó roca) y al (ó Ahal): poder; igualmente mende, ¿no será un “mendi” (montaña)?...
Cójanse los mapas del reparto de la sangre "0" y compárense con el de la distribución de dólmenes, pueden ser difícilmente vinculados a un sistema cualquiera. En Francia, en las dos orillas del Báltico. Si Noruega e Islandia no poseen dólmenes, puede suponerse que la aportación de sangre 0 tuvo lugar después de la era dolménica. Irlanda, Inglaterra, Escocia y las Hébridas, presentan concentraciones del 75 al 80%; a lo largo del mar negro, en el Noroeste del Caúcaso, en Córcega, Cerdeña, en la costa mediterránea de Africa (en las tierras beréberes), en el Senegal, en Etiopía, Abisinia, India, etc…
Pero ¿cómo transportó ese arte a las islas o a lejanos continentes? Desde luego, fueron por mar. Todas las zonas en donde hay dólmenes son marítimas o están bastante próximas al mar. Entonces habrá que reconsiderar la idea generalmente propagada del hombre neolítico, y considerar que los hombres de Occidente tuvieron una marina antes que los cretenses y los fenicios, a quienes se supone generalmente como los primeros marinos del mundo. En primer lugar, es notable que la lengua vasca posea, tanto para las embarcaciones como para muchos accesorios, palabras que son específicamente vascas… al navío se le denomina “untzi”. Es la misma palabra para denominar todo tipo de vaso, así como para designar el arca. La embarcación de agua dulce es uruntzi, pero el navío que va por el mar es itsauntzi… no es el mismo tipo de embarcación. La navegación es ibilze, el navegante, ibile y itsaibile el navegante por mar.
Pero el vasco no es el único preocupado por esta búsqueda, los dólmenes vascos son vascos, pero los de otros lugares están más bien vinculados a los cromagnonoides, de los que los vascos no son más que una rama. Los más antiguos de estos monumentos son los de Portugal y sur de España. Podría ocurrir que Tartessos (Tarte-xili) significara “entre dos marismas” y, aunque según Pierre Laffite, un vasco jamás hubiera empleado “tarte” (entre) como prefijo, la etimología puede tratarse de una lengua antepasada neolítica. Es probable que los cromagnonoides fueran numerosos por toda la costa oeste de la Península Ibérica (ligures) y en el Sur de ésta donde abundan los dólmenes y una considerable densidad de sangre 0. Se halla a estos ligures muy cerca de Tartessos, en uno de los lagos que rodean el territorio de Tartessos (lago ligústico) creado por los aluviones del Guadalquivir. Así pues, puede admitirse que Tartessos, que poseyó la primera marina del mundo después del gran cataclismo, que era también un pueblo de dólmenes, conociera las Islas Británicas e Irlanda.
No se sabe cuándo empezaron a navegar los vascos, pero si el Este lleva el nombre del sol, el Oeste lleva el nombre del mar: itsasalde (región del mar).
No olvidemos de mencionar las Canarias, y los guanches (que al parecer significa “hombres” (gizon en euskera). Eran hombres de piel blanca, de cabellos rubios o rojizos, y de ojos azules, cuya organización social es ahora difícil de determinar. Estaban rodeados de nobles, los guayres (no resulta imposible que pueda asociarse esta palabra a la raíz vasca “gain”). Se conoce poco acerca de la lengua guanche, ésta era aglutinante, lo cual hacía inhabitual todo análisis y, aunque tenía flexiones, la propia fonética resultaba cambiada. Por una especie de similitud, los vascos eran los únicos que podían penetrar en ella. Se han encontrado afinidades entre los guanches y los beréberes del Atlas. La característica más notable de ambos es la proporción extraordinariamente elevada del grupo sanguíneo 0, hasta el 80%.
Es muy sorprendente cuando se ve que los cromagnonoides del atlántico fueron hasta Etiopía y aún más allá. Para los antiguos egipcios, el país de los muertos estaba al Oeste; el País de los Muertos, es decir, el país de los que están muertos, o sea, los antepasados. Los faraones tienen sus naves listas cerca de sus tumbas o dentro, para llevarlos a ese país de los antepasados, hacia el sol poniente, guiados por Osiris, hacia el mar abierto, hacia Occidente.
Jean Mazel advierte cierta identidad entre costumbres de Hadramaut, territorio en el extremo oriental de la península arábiga y los beréberes. Estas personas de Hadramaut, los “himyaritas, cuyo nombre podría significar “los rojos”, son, sin duda, lo primeros antepasados de de los primeros fenicios (del griego Phoenike:rojo), quienes remontando en tiempos muy antiguos las costas del mar Rojo, al cual dieron su nombre, llegaron para instalarse en la tierra denominada más tarde Fenicia, y actualmente el Líbano. Estos son, sin duda, con los cretenses _ a los que los egipcios llamaban igualmente “los rojos”_ los primeros marinos del mediterráneo oriental… y aún poseen un elevado porcentaje de sangre 0… Sus barcos los llevaban hacia el oeste del Mediterráneo, franqueaban las columnas de Hércules, llegaban a las Canarias y comerciaban con Tarshish, la Tartessos de los romanos, dejaban sus huellas en Galicia y en Armórica y los llevaron hasta las islas Casitérides… regresando, quizás, a los lugares de los que procedían sus antepasados, antes de la noche de los tiempos, antes del cataclismo que hizo desaparecer esta isla misteriosa de la Atlántida, que existía “antes de la mayor destrucción por las aguas”.
Fuera cual fuese el carácter de esta isla y de su existencia, es posible que este mito fuera una adaptación de una tradición anterior de invasión de Europa y de todo el Norte de África por un pueblo atlántico. En el relato platónico, Poseidón, dios del mar, era asímismo dios de la Atlántida, el antepasado, por lo menos, de los reyes que gobernaron la isla. Más tarde, seis mil años después del cataclismo, Homero llamó a Poseidón “agitador de las tierras”, vinculándolo así a los cataclismos terrestres, seísmos y volcanes, ¡del mismo modo en que los vascos emplearán la misma raíz para designar el cataclismo y el mar!
Nunca se ha sabido bien quienes eran los pelasgos. Su nombre griego indica que eran hombres venidos del mar, pero, en el Mediterráneo oriental, estos hombres sólo podían venir de Occidente. Generalmente se está de acuerdo en considerar a los antiguos tracios, frigios, lidios, carios, etrucos, epirotas, ilirios, italiotas (samnitas, oscos, etc) y los albaneses actuales, como ramas, más o menos mezcladas, de los pelasgos. Ahora bien, si se observa el mapa de reparto de la sangre tipo 0, se advertirá que es precisamente en esos lugares donde se encuentra cierta concentración de esa sangre, y siempre a orillas del mar, siempre esta tradición marítima. Platón los calificó de divinos, lo cual en él tenía cierto significado, no tanto de vinculación a los dioses como de una idea de saber o de astucia… ¿en qué época se fueron estos pelasgos, procedentes de Occidente, hacia las costas mediterráneas? Antes de la era dolménica, sin duda alguna, pues se encuentran dólmenes muy antiguos en Cisjordania, lo cual quiere decir que estaban allí antes de esta Era, es decir, antes del Neolítico.
A la luz de estos análisis tan modernos debe considerarse una leyenda griega que adquiere una extraña realidad: la del Vellocino de Oro. Se ignora lo que significaba. Probablemente se trataba de un documento iniciático, pues, para conquistarlo, hacía falta la intervención de una hechicera. Lo importante para nuestro propósito es que, en esta parte del Caúcaso, hay una mancha de sangre 0, o sea, cromagnonoides, Así pues, puede suponerse, que estos cromagnonoides habían poseído un documento simbolizado por el Vellocino de Oro y que los perlasgos de Argos aún lo recordaban, muchos siglos después, y que se pusieron en marcha para recuperarlo. En esta región del Caúcaso se ha encontrado un río llamado “Ebro”, e iberos; téngase en cuenta que, en vascuence, lluvia es “euri”, valle “ibar” y río “ibai”. El interior de la península ibérica es llamado “herribera”, bera puede ser una deformación de “bero”: calor; ello podría significar que “Herribera”_ nombre del cual puede derivar Iberia_ quiere decir “país caluroso”. Existe una palabra vasca, pelatx, que significa, a la vez, una clase de manzana y gavilán. Lo de manzana nos lleva a la isla de Avalón, la isla de las manzanas de los celtas, y también al Jardín de las Hespérides, en donde Hércules, después de haber ahogado a Anteo el atlante (sería un beréber del Atlas), fue a robar las manzanas de oro. En cuanto al gavilán, resulta imposible no pensar en Horus. Aquellos pelatxak _o pelasgos_ construyeron los recintos ciclópeos de Argos y de Larissa, en tiempos que parecen anteriores al neolítico, en los que se ha podido comprobar un descenso en el potencial técnico de la humanidad. Hicieron estas piedras cúbicas y después manipularon _ no se sabe cómo_ aquellos muros de piedra con los que levantaron las murallas. No es imposible que fueran ellos _ también estuvieron allí_ quienes tallaran las enormes piedras, que tanto intrigan a los hombres de ciencia, y que dispusieron aquella explanada de Baalbek en el alto Líbano
… y las tres pirámides de Egipto (Gizeh), piedras talladas, perfectamente ajustadas sin mortero, las únicas revestidas con un paramento. Parece que estas pirámides se hicieron de una vez, según un plan concreto desde el principio, sin improvisaciones ni retoques; ahora bien, no sucede lo mismo con el resto de las pirámides faraónicas, como si los constructores se hubiesen olvidado del arte de sus abuelos, recordando sin embargo el de las generaciones precedentes, el de los constructores de Soser, que se considera, por los cuidados del arquitecto Imhotep, como el primer constructor de pirámides. Por ejemplo, los constructores de las pirámides establecieron su construcción en el “ángulo de facilidad”, es decir, en una pendiente de 52º, una de las más fáciles de observar y de mantener de arriba debajo de la construcción. Pero la gran pirámide de Gizeh (Keops) está construida sobre un ángulo imposible, que no permite ningún dato geométrico conocido. Inclinación que (al estar destruido el revestimiento y ser indeterminable la medida absoluta) ya sea la inclinación PI, la cual da a la altura el valor del radio de la circunferencia teniendo el mismo perímetro que el de la base de la pirámide; o bien la inclinación PHI (o letra FI griega) que la del “número aúreo”, y tantas otras cosas que no corresponden a lo que se sabe de los conocimientos del Egipto faraónico. De hecho, existen muchas inscripciones visibles aún en la Gran Pirámide: signos en la cámara subterránea, un signo, al menos grabado en el techo… Y éste se halla asimismo en los petroglifos de Galicia, cerca de Santiago de Compostela. Pero se ignora su sentido.
Aunque tenga cabeza humana, la Esfinge no deja se ser un león. El zodíaco posee, desde tiempos imemoriales, la mayor parte de los signos que conocemos actualmente; ahora bien, el sol de primavera se hallaba en el signo de Leo entre 10.000 y 8.700 a . de J.C. A partir del 8.500 aproximadamente, el punto vernal entra en el signo de Cáncer, o, si se quiere, del cangrejo o del escarabajo, e incluso del cangrejo khmer, que hizo subir el nivel del mar ahogándose. La llanura de Gizeh está a 70 mts. sobre el nivel del mar. Esto coloca a la cúspide de la Gran Pirámide a 218 mts. Las aguas subieron por encima de esta altitud. Puede pensarse que quienes construyeron esta Pirámide sabían que allí, en aquel meridiano que divide tan exactamente las tierras en dos partes iguales al este y al oeste y que, quizá por esto mismo, posee una protección evidente contra los cataclismos marinos, era posible dejar, en una construcción inaccesible a los temblores de tierra y al aumento de las aguas, las Tablas de las leyes celestes y terrestres. El contenido de estas tablas llegó a conocimiento de Salomón, quien trazó el plano de su templo, que fue incapaz de realizar. Debemos señalar asimismo que uno de los dibujos preferidos de los guanches está constituido por tres triángulos parecidos a tres pirámides… ¿se tratará de una tradición que recuerda el tesoro de los antepasados?
También fue el tiempo en que estos hombres trazaron sobre el suelo de Occidente las paralelas que llevaron a las rías abrigadas de las orillas atlánticas. Por allí estaba la luz hacia el Oeste, más allá de aquellas orillas británicas, armoricanas, gasconas, galaicas, gadíricas y africanas.
Fue hacia esas orillas y más lla, adonde Hércules fue a buscar las manzanas de oro _o la agricultura_ del Jardín de las Hespérides, hijas de Atlas y, en una isla, los bueyes de Gerión.
Este Hércules fue originariamente llamado Heracles, nombre que se supone cretense; ahora bien, existe un verbo vasco, erakutsi, que significa mostrar, enseñar; erakasle es el maestro, quiene enseña. En todos sus trabajos, Heracles desempeñó el papel de maestro, de civilizador. Cuando se llevó sus bueyes domesticados, un tal Caco trató de robárselos. En Euskara existe la palabra “Kako” que significa ladrón. En sus peregrinaciones se encontró con la ninfa Pirene, con la cual concibió dos hijos, siendo uno de ellos Keltos, el antepasado de los celtas. Para conquistar frutos y bueyes, debió forzar el paso hacia el Atlántico, ahogar a Anteo que defendía aquel paso, así como matar a Gerión en su isla.
Hércules, cretense, era en realidad de origen pelasgo. Esto podría encubrir un antagonismo entre ciertos cromanonoides que habían permanecido en el Atlántico, y otros, expulsados u obligados a desplazarse hacia Oriente. ¿Tendrá esto algo que ver con la historia de Osiris, cuyos miembros fueron dispersados? Osiris expulsado por su hermano Seth.
Y el Diluvio llegó, y desapareció toda civilización, ya no se impedía el paso a las costas atlánticas. Los vascos no defenderían Galicia ni contra ligures ni contra los íberos _si es que no eran los mismos_, así como tampoco contra los celtas. Simplemente quedó una costumbre, la de ir a reposar cara al Oeste.
Impresionante documento. De todas formas es muy arriesgado deducir cosas de euskera moderno, el cual no es igual al proto vasco de aquella epoca
ResponderEliminarDe todas formas parece que el idioma hunde sus raíces en una situación anterior al periodo neolítico.
EliminarEsandako gauza batzuk esate ausartak dia, bai, baina hainbeste bat-etortze ez dot uste kasualidade hutsak izango dianik... Gora Euskal Herrixa ta gora geu, euskaldunok!
EliminarAh! Ta aizue: O RH negatibua naix neu be! xD