viernes, 9 de diciembre de 2011

Mis "Omisilicifids"

Versiones para el juego del mismo nombre  en el fallecido todoslosforos, cada palabra lleva como mínimo una "a".



Cuentan las leyendas, relacionadas a lugares alejados tras las Montañas Heladas, más allá tras las Ciudades Cristalinas, habita la Emperatriz aquel deslumbrante palacio, grandísimo, cuyas almenas más altas rozan las nubladas alturas, tan frágil cuanto parece creado utilizando solamente gotas celestiales.



Así enunciado, la inspiración será parecida a la fuerza, nunca a actuar: la lucha domina al pensar. Así había escuchado opinar a una virtuosa guitarrista: “La inspiración para nada está asociada a la garganta; la inspiración asciende internamente abajo a arriba.” Digámoslo más claro, tampoco parece una facultad, sería más una auténtica forma vital, más semejante a la sangre; entendámoslo, similar a una viejísima cultura, creación hecha acto.



Las primeras cartas eran alegres, desenfadadas, pletóricas exclamaciones a la nueva vida, orillando muchas referencias a la amistad hacia ella, aunque mostrándola a cada párrafo, a cada confidencia. Para las demás, comenzaba  a deslizar una ligera tristeza  a las palabras escritas, modificando la tonalidad a esas cartas. Una pena construía la nueva imagen a una Alma entristecida, desubicada, desorientada,



Aunque parezca realmente extraordinario, jamás había ojeado algún anuncio farmacéutico salvo para llegar inevitablemente a esta consecuencia: padezco la enfermedad allí descrita , la variedad  más virulenta. La diagnosis parece concordar, bajo nada excepcional: igual a todas las sensaciones sentidas alguna ocasión durante nuestra vida.



Llamé a Pura, al preguntarle: ¿has notado algo? asintió, decía haber llegado a escuchar a las cuatro una tremenda batahola cercana a nuestra vivienda, aunque había juzgado más sensato evitar indagaciones, tampoco avisar a la policía. Agradecí esa acción, asegurándole haber actuado fenomenal para todas, claro está, también para ambos.



Cuando iba a levantarse, volvía a marearse. Aún estando disgustado, Stanley avanzó hacia ella  brindándole la mano, aunque Natalie realizó una ligera agitación liberándose, una mueca para apartarle. Avanzó hacia adelante, cuando al instante contrajo la cara lanzando una sorda vibración, casi animal… Stanley nunca había escuchado antes una cosa así para alguien humano.



Dedicaría a esta obra toda la imaginación, logrando aquel ambiente ideado: una iluminación blanca, evitando sombras, parecida a trabajar bajo grandes lámparas; también necesitaba calma. Tenía toda la claridad esperada, mas la paz silenciosa ante las tumbas. Ahora conseguiría pintar Las meninas, para confirmar así la capacidad creadora. Desafío insoportable. A ratos invadió gran condicionamiento; para empezar llegaría a inutilizarme la pasada campaña.



Más tarde, habladme para recordar a Francisco Real.  Ya conocía al llamado “Real”, aunque nunca frecuentaba la zona baja, prefería trabajar principalmente las tierras altas, esas estepas hasta las lagunas llamadas Guadalupe, la Batería…Hasta cuatro ocasiones una velada realizamos tratos; esa velada nunca la olvidaré; en ella apareció la Lujanera a pasarla aquí, además Rosenda Juárez abandonó Arroyo para jamás regresar.



Figuraos una vieja desmirriada, raquítica, vestida mediante ropas similares a felpa negra, la cintura sujeta mediante una recia trencilla sedosa; cubríale la cabeza una gorra cuya tela parecía lana renegrida, bajo la cual escapaban largas trenzas blancas, ajustando rígidamente la ropa a la cara. La túnica la envolvía completamente, igual al santo sudario, para asomar nada más la cara pálidamente enjuta.



Parecía una locura salir dadas las circunstancias, aunque más valía fallecer luchando a esperar al maldito animal delatándose, hasta llegarían a apresarle bajo aquella nauseabunda buhardilla. Deseaba también derrotar a esta bestia, tanto estaba obsesionándole, apenas dormía, tampoco descansaba tranquilo, había llegado a transformarse cual pesadilla dispuesta a acosarle hasta cualquier lugar: la dejaría seca a disparos.



Nicholas Allen había intentado varias ocasiones lanzar la mirada, aunque nada conseguía. Desconocía la estancia circundante, la audición congestionada, habíanse disipado sensaciones, estabilidad, la inmensa cicatriz hacía palpitar violentamente la cara. Quería explicar la postura actual, hubiera asegurado notarse colgado boca abajo, aunque nada más pensar así parecía una idea absurda.



Claro está, cuando Isabel llamó para invitarnos a la gran fiesta, contestamos afirmativamente. Más tarde, cuando añadió: “realmente será una fiesta para disfrazarnos”, ya habíamos confirmado nuestra asistencia. Nada más cortar la comunicación, la Negra estaba mirándome, ambas sorprendidas, casi estupefactas. ¿Disfrazarnos?... vacilaba. ¿Encontraremos a esta hora algún disfraz, cuál?



Cuando era jovencita abandoné las primeras imágenes explicando la divinidad, aunque ignoraba realmente estar preguntando las normas para rezar. Así, la gran pregunta era: “¿cuál sería nuestra vida?” Quizás también: “¿cuándo comenzaría la existencia?”. Desconocía esa seguridad futura para dejar atrás las imágenes infantiles hacia las cosas divinas. Actualmente indago las consecuencias, cuando aquel pastor protestante, contrariamente a escuchar esta turbación, esta declaración, hubiera contestado agradablemente: “abandonar toda creencia era una gran dicha, era normal, hasta ideal… una buena razón para alegrarse”.




Nuestra tía Enriqueta vendría a representar la pata más derechosa para toda la familia. La familia… usando la acepción más amplia. Realmente la tía Enriqueta sería una parienta lejana, francamente ignoramos esta herencia, entendida a la manera elegante. La verdad, habita nuestra casa, ocupando la habitación sobrante durante incontables años. Traga, dilapida igual a las demás, aunque aporta una miseria: exclusivamente la jubilación, la mínima cantidad imaginable.



Anduvo nuevamente varios pasos hasta la llave, iluminándose las bombillas. Cuando ahora giraba mirándome, la faz parecía haberle cambiado; quizás la claridad deslumbrante hacía resaltar las facciones, aunque era la primera ocasión para contemplar las profundas arrugas, la cara estriada, hasta la actitud estaba marchita, marcaban a aquella señora cansada, agotada. Continuamente ha dado la vida para otras personas, imaginé. Súbitamente admití mezquina la determinación para fugarme ante la primera contrariedad; la admiré agradecido, emocionado.



Así, fatigado al pensar tanto, abrevió la escueta cena, la cual acabada llamó al posadero, para encerrarse ambos tras la caballeriza, hincando las rodillas cerca suya, jurándole: jamás movería las piernas a otra parte, valeroso caballero, mientras vuestra cortesía decida otorgarme la gracia cual quisiera rogarle, ésta otorgará muchas alabanzas para vuestra persona, también será provechosa para la humanidad.



Labios granas, granas cual la granada.
Granas cual la sangre grana,
mas al grana, grana pasión.
Labios granas, granas, cual brilla la faca,
van volando clavaítos al corazón.
Ya nunca habrá estrellas, astros, lunas,
cuando antes había labios, había pasión.
Labios granas, granas cual la granada.
Granas cual la sangre grana,
mas al grana, grana pasión.




Aquella.
Jamás esa,
tampoco,
 _para nada_ ésta.

Aquella,
la esperada al umbral
internamente azarosa.
Nunca llamada, nunca
esperada siquiera;
cual presencia vaporosa,
sombra cautiva, llama leal al final estaba,
tenaz ante huracanes, sólida agua perdurable,
las estrellas nunca la marchitan,
la oscuridad quisiera apagarla.

Frágil estela aérea,
atáme a la vida suavemente.
Aquella,
quizá intentando realizarse,
hacerse probable,
sería probable todavía,
ahora, mañana,
dudando fuera una quimera.

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