lunes, 12 de marzo de 2012

Hermenegildo: Rey a fuerza de fe



Varias generaciones antes de esta historia, Amalarico, sucesor del gran rey godo Teodorico, eligió entre todas las ciudades a Sevilla para erigirla en capital del reino visigodo, estableciendo su residencia en un antiguo palacio romano que se conservaba junto a la Puerta de Córdoba, frente al atual convento de los Capuchinos. Posteriormente, perdida la capitalidad del reino por luchas intestinas a favor de Toledo por obra de Leovigildo, éste, aún defendiendo con vigor el credo arriano, casó con la católica Teodosia, con la que tuvo dos hijos: Hermenegildo y Recaredo. Mientras vivió Teodosia pudo educar a su primogénito ocultamente en su credo católico, pero una muerte prematura le impidió hacer lo mismo con su hijo menor, Recaredo.

Durante el S.VI se habían ido creando reyezuelos independientes por toda la península, al menos Andalucía estaba sin control real, ya que la raza autóctona y la influencia romana la habían decantado hacia el cristianismo. No tuvo más remedio Leovigildo que llevar sus tropas hasta someterla, apoyándose en obispos y sacerdotes arrianos para consolidar su poder.

Pero Hermenegildo, que había tomado por esposa a la princesa de origen franco Ingunda, también católica, se presentó con ella en la Corte de Toledo, creándose de inmediato una profunda enemistad con la nueva esposa de Leovigildo, Goswinda, defensora del arrianismo. Esta enemistad llevó a dividir a la familia, enfrentando al padre con su hijo. Aún así, Leovigildo, quizá poco prudente y excesivamente confiado, dio a su hijo el cargo de gobernador o virrey de los estados de Andalucía, lo que puso a Hermenegildo en disposición de contar con numerosas tropas y una retaguardia abastecida. Alentado por su esposa y ayudado por su tío, el arzobispo católico hispalense Leandro, preparó su bautizo público como católico en la primitiva catedral, donde se emplaza hoy la iglesia, convento y colegio de la Trinidad, situada muy cerca del palacio romano donde estableció su residencia, donde ya vimos residió su antecesor Amalarico.

Esto significaba la oposición frontal a la religión del rey y del estado, por lo que Leovigildo llamó a su hijo a Toledo para pedirle cuentas de su acción, cita a la que no acudiría, razón por la que Hermenegildo fue destituido de sus prerrogativas. Éste recusa abiertamente tal mandato y se proclama Rey de España en el 583, e instaura la nueva religión. Existe de ello un dato fidedigno en la inscripción encontrada en una lápida por Lasso Vega, que asevera: “En el nombre del Señor, en el año segundo del feliz reinado de nuestro señor Hermenegildo”.

Leovigildo vino entonces con sus tropas para tomar Sevilla y prender a su hijo. Los godos fieles a éste asi como el grueso del pueblo hispano-romano se pusieron del lado de Hermenegildo, quien confiando en su palacio y en las defensas que le prestaban las murallas de la ciudad, no tomó mayores cautelas ante el avance de su padre, que rápidamente se hizo con la ciudad, apresando a su hijo y desterrándolo a Alicante. Por razones poco claras, seguramente ayudado por el poder del imperio bizantino, que controlaba la costa Mediterránea, vuelve Hermenegildo a Sevilla, donde seguía contando con partidarios leales, hasta hacerse de nuevo con el control de Andalucía.

Por segunda vez tuvo que ir Leovigildo contra su hijo. Aquél, sabiendo que su nuera Ingunda permanecía en Levante y gestionaba la ayuda de los griegos imperiales, para que éstos remontaran el Guadalquivir en ayuda de la ciudad, emprende una gigantesca obra de ingeniería, desmontando la ciudad de Itálica y construyendo con sus sillares un dique de contención para desviar el curso del río e impedir el avance de la flota bizantina. A partir de entonces el río, que discurría por donde hoy se sitúa la Alameda de Hércules hasta el Arenal, tomará un nuevo cauce aprovechando la hondonada que separaba la ciudad del arrabal de Triana.



Tras un duro año de sitio, el hambre, la sed y las epidemias diezmaron la población. Hermenegildo, para evitar el sangriento asalto final, huyó de noche de la ciudad con seiscientos de sus leales, según unos a Córdoba, y según la tradición popular a la fortaleza de Osset, muy cerca de Sevilla, en lo que hoy es San Juan de Aznalfarache. Allí resistirá varios días sin víveres en gran alarde de heroísmo y como consecuencia de su fe cristiana. Finalmente quedó solo en la ermita, a la espera del castigo mortal de su padre. Pero Leovigildo, no queriendo profanar con sangre el santo lugar, decidió enviar a su hijo menor Recaredo, para que tratara de convencer a su hermano.

Ciertamente lo consiguió, aunque salió Hermenegildo firme en su ánimo de mantener su religión, pero con la fatal imprudencia de no despojarse de sus insignias reales. Esto bastó para que Leovigildo desoyera las peticiones de clemencia, y aunque le perdonó la vida le mandó encadenar en los calabozos de su propio palacio. Allí permaneció algún tiempo, negándose a convertirse al arrianismo, aún bajo tortura. En última instancia fue enviado a una cárcel de Tarragona, donde ante su insistente negativa de abjurar de su fe, fue decapitado por Sisberto, alcalde de dicha prisión. No sobrevivió éste mucho tiempo a tal ignominia, ya que sería el propio Recaredo, en su primera decisión como gobernante, quien se vengó de su hermano mandándolo ejecutar.

Durante muchos siglos la historia fue cruel con Hermenegildo, y la gloria de la conversión de los visigodos al catolicismo recayó sobre Recaredo, ya convertido, que protegió a ultranza a las dos luminarias culturales de la época, sus tíos Leandro e Isidoro, a la sazón arzobispos de la ciudad. Arremetieron duramente en sus crónicas la doble desobediencia de su sobrino, lo que no empaña la labor enciclopédica de San Isidoro, que en sus “Etimologías” hace acopio del saber humano de su época en todas las disciplinas del saber, manteniendo el rescoldo del saber clásico, que siglos después prenderían en el mundo occidental la gran hoguera del Renacimiento. Años después sería el Papa Gregorio Magno, amigo personal de San Leandro, quien glorificó en sus “Diálogos” a Hermenegildo como mártir y verdadero autor de la conversión, aunque la versión original fue en principio falseada, hasta que siglos más tarde se halló una copia del manuscrito original.



La admiración popular sobre su Rey “no oficial” se mantuvo en forma de leyenda durante siglos en la ciudad. No en vano, sobre el lugar donde se asentaba el palacio romano que fue tanto la residencia como la cárcel de San Hermenegildo, se levantó una iglesia con su nombre, casualmente a poco menos de quinientos metros de donde nací, a extramuros de la ciudad. A la izquierda de la portada principal y a la altura de los ojos, aún puede leerse una inscripción, que me sobrecogió la primera vez que la leí de muy joven, y que dice así:

“!Oh, tú, cualquiera que pasa!
Venera rendido este lugar,
consagrado con la sangre
del Rey Hermenegildo”.


Fuentes principales:

Carlos Ros – Sevilla, día a día
José Mª de Mena – Historia de Sevilla

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