La felicidad
parece ser más bien el resultado de la aceptación gozosa de cuanto nos ofrece
la vida, cuando nos decidimos a sentirnos satisfechos con nuestro destino. El
hombre feliz comprende que la vida tiene sentido. Por unos momentos la vida
deja de pesarnos y se vuelve leve, como si alguien hubiera tomado sobre sus
hombros nuestra carga.
La felicidad es un
rayo de luz que nos viene de otro mundo, y que se quiebra en mil colores en el
corazón de cada ser humano. La felicidad es una decisión de la voluntad, no
entregues a nadie la llave de tu felicidad. No existe una felicidad total.
Puedes aprender a
sembrar las semillas de la felicidad y hacerlo consciente de cuáles son las
raíces de tu propia infelicidad. Cada uno tiene que responsabilizarse de su
propia felicidad; para que sea posible y duradera puedes buscarla por dos
caminos esenciales: la serenidad y el control de la mente. Si no fuéramos
felices desde nosotros mismos, nunca podríamos conseguirlo; nada ni nadie puede
dárnosla.
Serenidad es lo
mismo que transparencia, apertura, dejar que se haga presente lo que somos, y
vivir gozosamente en esa conciencia. Nunca conseguirás una serenidad permanente
si no logras controlar tu mente. En realidad se trata más bien de
“descontrolar” la mente de tantos pensamientos y creencias erróneas que
distorsionan tu mirada y tu encuentro con la vida. Hablar de control de la
mente es hablar de limpieza interior.
La serenidad que
buscamos no es ni una abstracción, ni el fruto de un esfuerzo; es el resultado
de un ser en armonía, íntegro, que comprende la realidad, se relaciona
acertadamente: por eso es difícil conseguirla. (Ya que…) ¿Dónde estás tú? ¿Quién
eres tú? ¿Qué buscas?
Hemos dejado de
creer en las posibilidades ocultas de la persona humana, en nuestros propios
recursos, y hemos puesto nuestras esperanzas en la técnica. El conflicto somos
nosotros mismos. Solo cuando el hombre se comprenda a sí mismo podrá encontrar
el hilo brillante que le saque de su laberinto. La reconstrucción interior se
inicia amándonos a nosotros mismos y sabiendo perdonar los propios errores.
Situarse dentro de
nosotros mismos quiere decir iniciarse en un nuevo estilo de vida, en un
trabajo incesante, alerta, que debes realizar contigo hasta conseguir la
re-construcción de tu intimidad; es darte cuenta de tu modo de reaccionar ante
los estímulos que llegan hasta ti desde el exterior y desde tu propia
interioridad. Cuando aprendas a vivir dentro de ti mismo se te abre un camino
nuevo que te sitúa a un punto desde el cual es posible el cambio.
La transformación
del ser humano nunca es el resultado de un largo discurso, comienza en el mismo
momento en que nos volvemos conscientes de nosotros mismos y nos liberamos de
los conceptos. Darse cuenta no es juzgar, comparar, reprender o alabar. Es una
mirada que informa de lo que es, de cómo son las cosas y de cómo mantengo mi
relación con ellas. Es el comienzo de una toma de decisiones desde mí mismo.
El hombre y la
mujer que inician el cambio saben lo que sienten, y eligen vivir desde ellos
mismos cuando lo creen conveniente. Han descubierto que ellos son “alguien”
frente al ambiente, frente a los demás, y deciden vivir desde su propio centro.
Vivir es aprender a vivir gozosamente en cualquier circunstancia, basta con
vivir conscientes para ser felices. Con frecuencia no podrás cambiar algunas
circunstancias; todavía te queda un recurso: ¡cámbiate a ti mismo!. Comprende dónde
está la fuente de tu sufrimiento y habrás dado un paso decisivo para superarlo
y ser un poco más feliz. Puesto que la causa de nuestros sufrimientos está en
la mente del hombre, es también ahí donde hay que poner los cimientos de su
superación.
¡Qué difícil es
ser libre desde dentro, y emprender un camino nuevo, más allá de lo que ha sido
hasta ahora nuestro territorio familiar! No hay mayor victoria que la hazaña de
liberarse de uno mismo, de nuestras viejas filosofías para reestructurar de un
modo más acertado nuestra mente.
La causa de
nuestros sufrimientos es nuestro modo equivocado de pensar y relacionarnos con
la realidad. Mientras que nuestra mente permanezca condicionada por tantas
fantasías, sin comprender cómo son las cosas, el acceso a la tierra virgen de
la realidad primera es imposible. Para Buda, la realidad, todo cuanto existe,
la vida es dhuka, sufrimiento, porque
nada permanece, porque todo es insustancial, imperfecto, nada tiene consistencia
en sí mismo. La vida fluye sin descanso; aprender a fluir, a soltar, a
separarse de todo, a vivir desapegado y libre de todo, es el gran acierto de la
vida misma. Sin el dolor – ¡qué duro es reconocerlo!–, el hombre se vuelve
superficial, absorto en el juego de sus frivolidades. Parece que solo en los
momentos de sufrimiento aprendemos a traspasar dignamente el umbral de nuestro
destino.
Hay un camino para
conseguir este estado de conciencia que nos haga posible la concienciación y
desidentificación de los contenidos fluctuantes de la conciencia: mediante la
concentración en la respiración y las sensaciones del propio cuerpo. (Ello nos hace posible...) el control del pensamiento, que empieza siempre
dede el mismo punto de salida: la concentración. Concentrarse es involucrarse
totalmente en cada actividad, con atención absoluta y con clara conciencia de
lo que hacemos -al principio te das cuenta de que estás “dormido” y que eres
inconsciente en gran parte de todo lo que sucede en ti-, (con una
práctica constante) se baja al nivel “alfa” de vibración. (Un pasito más allá...), durante la meditación,
nos sentimos quietos, relajados, sin pensar en nada, sin deseos de conseguir
nada. Desde ese no-pensar, brota otro tipo de conciencia más amplio que nos
ilumina mostrándonos nuevos horizontes.
La fe no es un
mero pensamiento o sentimiento, es algo más profundo que toca al hombre en lo más
íntimo y que lo transforma convirtiéndolo en un hombre nuevo. Mediante la fe
construimos un mundo, pero, a su vez, ese mundo nos crea a nosotros, aumenta o
reduce nuestras posibilidades según el mundo ancho o estrecho que nosotros
mismos hayamos creado. Con la fe todo es posible; cuando se pierde la fe, los límites
de nuestro mundo se estrechan hasta las fronteras de nuestras nuevas creencias.
Somos lo que ahora
creemos ser, en virtud del condicionamiento que, desde el cerebro profundo,
ejercen sobre nosotros las imágenes que rigen nuestra existencia. Siempre es la
imagen quien condiciona el subconsciente y la existencia toda. Pero la mente es
más que todo cuanto pueda limitar una imagen. La visualización de una imagen
desde el estado alfa hace posible el acceso a la realidad espiritual
simbolizada en la imagen; no somos seres aislados, abandonados a la debilidad
de nuestro ego asustado. De un modo desconocido para nosotros vivimos inmersos
en la totalidad; todo es uno, y nuestros límites siempre están en contacto con
otras orillas del mar imenso de la energía total.
El zen insiste una
y otra vez en la misma necesidad de matar al yo (que desaparece al cesar los
pensamientos). No se trata de diluirse en una actitud irresponsable, pasiva. Pero
sí es necesario renunciar a cualquier forma de apego. No se trata de la negación
del mundo, sino de la superación del apego a él. El ego nos encierra en un
espacio estrecho, fabricado de estructuras mentales y creencias, que nos ahogan
y nos hacen caer en el gran error de vivir como seres estáticos, al margen del fluir
de la vida. Matar el yo es aprender a dejar, a soltarlo todo, sin que nada
quede entre las manos.
El día que un
hombre, o una mujer, dice desde lo hondo de su ser: “yo no soy mi cuerpo, que
se seca como una laguna en verano; yo no soy mis pensamientos, ni mis
sentimientos, no soy lo que hago ni nada de todo cuanto tengo…” y se queda en
silencio, sin angustiarse, sin intentar de nuevo aferrarse a nada, está en el
inicio del paso definitivo.
Muy pronto su
corazón oirá la gran noticia: “yo soy tú”. El ego se desvanece y un mundo nuevo
se abre ante él, como una tierra virgen que ha existido desde siempre, pero que
solo ahora se desnuda de sus sombras.
Rafael Navarrete –
El Aprendizaje de la
Serenidad. Para un control de la mente
Lo principal es siempre, y hablo por mí, quererse a uno mismo, aceptar las propias carencias o errores para avanzar en el camino de cometer los menos posibles e intentar que esas carencias que tenemos no lo sean tanto.
ResponderEliminarAhora ando en el camino de la concentración porque me inicié en el mundillo del yoga, pero debo decir con toda la sinceridad del mundo, que de momento no consigo concentrarme porque ando más pendiente de no meter mucho la pata en los ejercicios, jejeje, pero todo se andará.
Buena entrada, Manu. Provechosa!!!
Besitos
Si, creo que nos pasa a todos al principio, jaja... aunque también el estar concentrado en los movimientos y la respiración nos hace olvidarnos por momentos de todos nuestros problemas, y empezamos a descubrir un mundo interior que hasta entonces desconocíamos. Cuando lleguemos a hacerlos con soltura es cuando notaremos más sus beneficios, y lo mejor es que se pueden trasladar a nuestra vida diaria. Aunque eso de matar el yo y conseguir esa perfecta serenidad y transparencia se nos antoja lejísimos, las técnicas que se van aprendiendo en cuanto a respiración, control del propio cuerpo tanto externa como internamente, relajación y meditación tienen un valor aplastante y muy beneficioso.
EliminarMe alegro de nuestras coincidencias, un abrazo.