Absurdo.
El Maestro no dejaba de restregar un
ladrillo contra el suelo de la habitación, en la que estaba sentado un discípulo,
entregado a la meditación.
Al principio, el discípulo estaba contento
creyendo que el Maestro trataba de poner a prueba su capacidad de concentración.
Pero cuando el ruido se hizo insoportable, estalló: ¿Qué diablos estás
haciendo? ¿No ves que estoy meditando?
– Estoy puliendo
este ladrillo para hacer un espejo, replicó el Maestro.
– !Tú estás loco!
¿Cómo vas a hacer un espejo de un ladrillo?
– ¡Más loco estás
tú! ¿Cómo pretendes hacer un meditador de tu propio yo?
Escondrijo.
El Maestro llegó a ser una verdadera leyenda
viviente. Se decía que incluso en una ocasión Dios le había pedido consejo: “Quisiera
jugar al escondite con la humanidad. He preguntado a mis ángeles cuál es el
mejor lugar para esconderse, y unos me han dicho que el fondo del océano. Otros
que la cima de la más alta montaña, y todavía otros me han dicho que la cara
oculta de la luna o alguna estrella lejana. ¿Qué me sugieres tú?
– Escóndete en el
corazón humano, respondió el Maestro. Es el último lugar en que pensarán.
Receptividad.
– Quisiera aprender.
¿Querrías enseñarme?
– No creo que
sepas cómo hay que aprender, dijo el Maestro.
– ¿Puedes
enseñarme a aprender?
– ¿Puedes tú
aprender a dejarte que te enseñe?
Más tarde le decía el Mestro a sus desconcertados
discípulos: “El enseñar solo es posible cuando también es posible aprender. Y el
aprender solo es posible cuando te enseñas algo a ti mismo.
Incongruencia.
Todas las preguntas que se suscitaron aquel
día en la reunión pública estaban ligadas a la vida más allá de la muerte.
El Maestro se limitaba a sonreír sin dar una
sola respuesta.
Cuando, más tarde, los discípulos le
preguntaron por qué se había mostrado tan evasivo, él replicó: ¿No habéis
observado que los que no saben lo que hacen con esta vida son precisamente los
que más desean otra vida que dure eternamente?
– Pero, ¿hay vida
después de la muerte o no la hay?, insistió un discípulo.
– ¿Hay vida antes
de la muerte? ¡Esta es la cuestión!, replicó enigmáticamente el Maestro.
Naturaleza.
Explicaba un conferenciante cómo una pequeña
parte de las enormes sumas de dinero que se gastan en armamento en el mundo
moderno podría resolver todos los problemas materiales de la totalidad de la
raza humana.
Tras la conferencia, la reacción inevitable
de los discípulos, fue: Pero, ¿cómo es posible que los seres humanos sean tan
estúpidos?
– Porque la gente,
dijo solemnemente el Maestro, ha aprendido a leer los libros impresos, pero ha
olvidado el arte de leer los que no lo están.
– ¿Podrías
indicarnos un ejemplo de libro no impreso?
Pero el Maestro no indicó ejemplo alguno.
Un día, como los discípulos seguían
insistiendo, dijo al fin el Maestro: “El canto de las aves, el sonido de los
insectos, todo ello pregona la Verdad. Los
pastos, las flores… todo ello está indicando el camino. ¡Escuchad! ¡Mirad! ¡Ese
es el modo de leer!
El Maestro había citado a Aristóteles: “En
la búsqueda de la verdad, parece mejor y hasta necesario renunciar a lo que nos
es más querido”. El Maestro sustituyó la palabra “verdad” por la palabra “Dios”.
Más tarde, le dijo un discípulo: “En mi búsqueda
de Dios estoy dispuesto a renunciar a todo; a la riqueza, a los amigos, a la
familia, a mi país y hasta a mi propia vida. ¿Puede una persona renunciar a
algo más?”.
El Maestro respondió con toda calma: “Sí. A
tus creencias sobre Dios”.
El discípulo se marchó entristecido, porque
estaba muy apegado a sus convicciones. Tenía más miedo a la ignorancia que a la
muerte.
Prioridad.
El Maestro acogía favorablemente los avances
de la tecnología, pero era profundamente consciente de sus limitaciones.
Cuando un industrial le preguntó en qué se
ocupaba, le respondió:”Me dedico a la industria de las personas”.
– ¿Y qué demonios
es eso?, si puede saberse, dijo el industrial.
– Fijémonos en tu
caso, respondió el Maestro. Tus esfuerzos producen mejores cosas; los míos,
mejores personas.
Más tarde les decía a sus discípulos: “El
objeto de la vida es lograr el esplendor de las personas, pero hoy día la gente
parece estar especialmente interesada por el perfeccionamiento de las cosas”.
Soledad.
– Quisiera estar
con Dios en oración.
– Lo que tú
quieres es un absurdo.
– ¿Por qué?
– Porque cuando
estás tú, no está Dios, y cuando está Dios, no estás tú. Por lo tanto… ¿cómo
vas tú a estar con Dios?
Más tarde decía el Maestro: “Busca la
soledad. Cuando estás con alguien, no estás solo; cuando estás “con Dios”, no
estás solo. La única forma de estar realmente con Dios es estar completamente
solo. Y entonces solo cabe esperar que esté Dios y no esté uno mismo”.
Humanidad.
La conferencia que el Maestro iba a pronunciar
sobre LA DESTRUCCIÓN DEL
MUNDO había sido profusamente anunciada, y fue mucha la gente que acudió a los
jardines del monasterio para escucharlo.
La conferencia concluyó en menos de un
minuto. Todo lo que el Maestro dijo, fue:
“Estas son las
cosas que acabarán con la raza humana:
la política sin
principios,
el progreso sin
compasión,
la riqueza sin
esfuerzo,
la erudición sin
silencio,
la religión sin
riesgo
y el culto sin
consciencia".
Vigilancia.
– ¿Hay algo que yo
pueda hacer para llegar a la
Iluminación ?
– Tan poco como lo
que puedes hacer para que amanezca por las mañanas.
– Entonces, ¿para
qué valen los ejercicios espirituales que tú mismo recomiendas?
– Para estar
seguro de que no estáis dormidos cuando el sol comienza a salir.
Cautiverio.
“¡Qué orgulloso te sientes de tu
inteligencia!”, le dijo el Maestro a uno de sus discípulos. “Eres como el
condenado que se siente orgulloso de la amplitud de su celda”.
Anthony de Mello : Un minuto de sabiduría ( Editado en español como: ¿Quién puede
hacer que amanezca?)
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