El ahora llamado Camino de Santiago surgió como
un vano intento del hombre de alcanzar el Paraíso, el Cielo, el Más Allá, en
vida. Allí, en el fin del mundo, esperaban alcanzar la purificación de haber
visto el “auténtico” cielo, el umbral del Más Allá, la frontera entre el mundo
espiritual y el terrenal, entre la causa y la consecuencia, allí donde se
originó todo y adonde todo terminaba por llegar.
Nadie medianamente informado duda de que el
Camino de Santiago que hoy conocemos, es una réplica relativamente reciente de
una antiquísima ruta de peregrinación que desde todos los rincones del mundo
antiguo conducía hasta el País de Occidente o Región del Ocaso, la Atlántida y Mu, las islas de
las Hespérides, el Avalon de los celtas o Islas de los Bienaventurados, allí
donde el sol se muere para renacer vivificado al día siguiente. Se conocía en
la antigüedad como la Vía Láctea ,
pues estaba trazado en la tierra como un reflejo del sendero estrellado que
finalizaba al borde de aquella estremecedora costa, que aún hoy en día recibe
de calificativo “de la Muerte ”.
Galáctea ruta que conducía a la primitiva Galaztia o Galazia recorriendo el
paralelo 42, identificada por algunos como “la última Thule” de los romanos, la
última tierra desconocida, el Finis Terrae, aquel Nilo celeste egipcio que
conducía a Osiris al Amenti en su barca solar hacia el Oeste, la región donde
residían los dioses y donde se esclarecían todos los misterios.
Se trataba por tanto de ir en vida y a pie hasta
el Más Allá, en pos de la vida eterna, y esperaban alcanzar la purificación, el
renacimiento en el “auténtico Cielo”, completamente regenerados tras la muerte
física. Como apunta Juan García Atienza:”…hacia el mar infinito de donde un día
surgieron los dioses ancestrales para enseñar a la Humanidad los principios
de todas las creencias y de todos los conocimientos… el final se convertía así
en finalidad, en meta, en estación terminal de esperanzas y de temores. Era el
final de una muerte anunciadora del renacer definitivo”.
Desde el primer paso en el peregrino se inicia
ese contacto con lo trascendente y esa transformación que trueca al hombre
cotidiano en una especie de receptor que ha sido sintonizado en una onda que se
emite desde el lugar sagrado. No necesita llegar hasta el final para captar el
mensaje, el resto del camino es, simplemente, la senda de su propio perfeccionamiento.
No se trata de hacer el camino, sino de que el camino le haga a uno. El secreto
del verdadero Conocimiento empieza por la aceptación de que ese Conocimiento
existe. Una vía de confluencia que opera con las sinergías interiores de los que
buscan su propia armonía y reforzamiento interior.
Este Conocimiento fue simbolizado por el
laberinto, todos grabados en la piedra, cerca del mar, de ríos o corrientes telúricas, en rutas de dólmenes,
estilizado en la forma de una anz provista de asa, el signo gracias al que el
hombre es recibido entre los dioses (la llave o “ank” egipcia). Se convertirá
en el Crismón, y éste en la Rosa ,
la Rosa en la Cruz. Objetos
que se asocian a este símbolo son él báculo del peregrino que apunta a las
estrellas, disimulando la forma de la tau o vara de medir de los constructores;
la concha o vieira, que ya había sido utilizada en ofrendas mortuorias en ritos
prehistóricos. Plinio la llama “venera”, en clara referencia a la tradición
clásica –de ella surge Venus- como símbolo de regeneración y nacimiento. La
concha se emparentó con la marca de la pata de la Oca , que representa la
capacidad operativa del espíritu sobre la materia, tras recorrer el laberinto
iniciático, en cuyo centro se encuentra aquello que los egipcios equiparaban al
sol naciente en el instante de romper la
cáscara del huevo primordial y volar desde el pecho de las momias: la Oca , símbolo del regreso del
alma al mundo primordial de los espíritus.
Finalmente comparto la opinión de Louis
Charpentier de que: “…la explicación normal de esta ciencia tradicional que los
antiguos dejaron es que fue obra de hombres superiores, desaparecidos en un
cataclismo y cuyos supervivientes se dispersaron por el mundo y enseñaron a los
demás. Éstos fueron los gigantes de la leyenda, los Jaunak, los Señores, dueños
de la Naturaleza
o de los secretos fecundadores de la tierra”.
(Texto extraído y adaptado principalmente de las siguientes obras: José Antonio Solís: La verdad sobre el Camino de Santiago
Louis Charpentier: El Misterio de Compostela)
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