Pocos
personajes más misteriosos de la historia reciente, nadie más esquivo que un
tal Fulcanelli, apodo o sobrenombre que aparece en dos libros publicados a
principios del siglo XX por un supuesto discípulo suyo, llamado Eugene
Canseliet, y que hasta hace pocos años se suponía que copiaba o transcribía
literalmente sus escritos de carácter alquímico y hermético, de primera mano y
tras la desaparición, que no precisamente “muerte”, de su autor. Su identidad
confirmada sigue en suspenso después de casi un siglo.
Actualmente
avanza la posibilidad de que tras ese nombre se encontrara el físico del siglo
XIX Jules Violle (1.841-1923), según el libro de Patrick Rivière y Jacques
Keystone, pero no se comprende por qué razón hubiera deseado ocultar su
identidad, si no fuera por preservar sus dilatados descubrimientos científicos.
También se afirmó que reapareció en el periodo de entreguerras del siglo XX,
tal y como se afirmó en los siglos XVIII y XIX también del oscuro y famoso
Conde de Saint Germain; ambos supuestamente habían logrado el secreto de la
inmortalidad, o al menos, de una larga vida dos o tres veces más dilatada de lo
común. Tal vez habían alcanzado el secreto de la Piedra Filosofal.
Si hemos de creer otras fuentes mucho más ambiguas sobre Fulcanelli, resulta
que vivió en el siglo XVI y se fecha su “muerte” alrededor del año 1.610.
Todo ello
plantea dudas sobre la veracidad de las declaraciones de Canseliet, a pesar de
dar una gran impresión de sinceridad y devoción por su “maestro”. Si se refería
a Jules Violle, puede que quisiera conservar su anonimato por orden expresa
suya, pero si el personaje en cuestión vivió en el siglo XVII, debería tener
entonces más de doscientos cincuenta años, algo difícil de creer, con lo que
estaría ocultando la apropiación y falsificación de textos de un personaje
desaparecido mucho antes. Los libros en cuestión, “El Misterio de las
Catedrales” (1.925) y “Las Moradas Filosofales” (1.929), además de un texto
inconcluso titulado “Finis Gloriae Mundi”, no publicado hasta el año 2.000,
pero declarado como un engaño, revelan, no obstante, un profundo conocimiento
de la obra y significado de la alquimia, teniendo como telón de fondo su
verdadero sentido de transformación y mutación espiritual, mas que en la
consecuencia secundaria que sería la transmutación de los metales nobles en
oro, cuya búsqueda dramática por la avidez y codicia humanas de los poderosos ensombreció
durante siglos el auténtico mensaje.
Así que no
encontraremos en los textos un tratado práctico y realizable de la Gran Obra de forma que
se pudiera obtener la Piedra Filosofal
de forma científica por la química moderna, tal vez porque los textos
originales se perdieron o se manipularon, ignorándose el exacto contenido de
los mismos. O no era ese su verdadero propósito, dado que su carácter esotérico
aconsejaba mantener a toda costa cierto oscurantismo aunque, al mismo tiempo,
la necesidad de ser revelados. Así encontramos un gran compendio de simbología
alquímica cargado de hermetismo, poesía y belleza, por otra parte indescifrable
para el profano ya que, lógicamente, los autores de la tradición alquímica
tenían siempre mucho cuidado en no transmitir fielmente el trabajo a realizar. Se
dificulta así la consecución futura de aquella materia que convertiría
cualquier metal en oro, sobre todo a aquellas personas o grupos que no tuvieran
nobles intenciones, disfrazando el proceso con una compleja y oscura
metodología que desesperaría a cualquiera, por lo menos al no Iniciado y avanzado
espiritualmente para tan alto objetivo.
Podemos atisbar
otra intención del autor, como que la descripción y análisis de los motivos
escultóricos de las grandes catedrales góticas era probar la conexión indudable
de las sublimes pirámides egipcias con estas hermosas construcciones medievales,
y cómo el Conocimiento transmitido por la Tradición seguía vivo. Ambas debían servir para
el tránsito y consecución de una liberación espiritual del más alto rango,
superar la transitoriedad de la existencia humana una vez llegado el momento de
la muerte física y evadirse de ella, purificar la esencia espiritual, llámese
alma, asegurándole una eterna plenitud. Así como podríamos entender del alcance
último del exquisito “Libro de los Muertos” egipcio, que también se puede
traducir como “Manual para el bienestar en la vida futura”. Lo esencial del
mensaje sería el acceso al Conocimiento de cómo trascender las limitaciones de
la vida material, preparándose con tenacidad y pureza para otra vida posterior espiritual
“desencarnada”.
Introducción de E. Canseliet a El Misterio de las Catedrales:
“Es tarea
ingrata e incómoda, para un discípulo, la presentación de una obra escrita por
su propio Maestro… Hace ya mucho tiempo que el autor de este libro no está
entre nosotros. Se extinguió el hombre. Sólo persiste su recuerdo... ¿Podía él
llegado a la cima del Conocimiento, negarse a obedecer las órdenes del Destino?…
Fulcanelli ya no existe. Sin embargo, y éste es nuestro consuelo, su
pensamiento permanece, ardiente y vivo, encerrado para siempre en estas páginas
como en un santuario… Gracias a él la catedral gótica nos revela su secreto. Y
así nos enteramos, con sorpresa y emoción de cómo fue tallada por nuestros
antepasados la primera piedra de sus cimientos, resplandeciente gema, más
preciosa que el mismo oro, sobre la cual edificó Jesús su Iglesia.
Toda la
verdad, toda la Filosofía ,
toda la Religión
descansaban sobre esta Piedra única y sagrada…
Sé, no por
haberlo descubierto yo mismo, sino porque el autor me lo afirmó, hace más de
diez años, que la llave del arcano mayor ha sido dada, sin la menor ficción,
por una de las figuras que ilustran la presente obra. Y esta llave consiste sencillamente en un color, manifestado al
artesano desde el primer trabajo. Ningún filósofo, que yo sepa, descubrió la
importancia de este punto esencial. Al revelarlo yo, cumplo la última voluntad
de Fulcanelli y sigo el dictado de mi conciencia…”
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