Es esta una escueta selección de entre las múltiples señales que nos dejaron los antiguos de que hemos sido visitados, desde siempre, por seres no terrestres. Ya sean mensajes en piedra, grabados en roca, dibujos y jeroglíficos, relatos y leyendas, no hay prácticamente lugar del mundo que no posea una antigua tradición de “dioses” -ya que dado su enorme poder nuestros antepasados no podían o no querían denominarlos de otra manera- venidos del espacio en diversos artilugios. Bien fuera a continuación de alguna tremenda catástrofe natural que hubiera diezmado la población y arrasado su cultura, con el fin de proporcionarles la tecnología y conocimientos que les permitiera rehacer la civilización y, al mismo tiempo también, cruzarse con la raza humana para potenciar una determinada evolución genética, bien con la intención de supervisar el progreso generado en determinada población, tanto material como espiritualmente, las pruebas de su venida son abundantes.
Ángeles o demonios, ¡no lo sé!, en cualquier caso nos hablan asimismo de espléndidas batallas entabladas por ejércitos celestes de bandos rivales en la Tierra , quizá por conseguir la supremacía y el control de esos nuevos seres creados a su imagen y semejanza pero, ¿de cuál de ellos? En efecto, vemos por todas partes del globo relatos y estelas de seres venidos de Sirio y las Pléyades principalmente y, decididamente, humanoides como nosotros, enfrentados a otras razas de fines más oscuros, como los llamados “reptilianos”. Sea como fuere estos reptilianos, asociados con el símbolo de la serpiente o el dragón, puede que no fueran sino seres protegidos por escafandras, cascos y trajes espaciales en un ambiente hostil para ellos y que, al acomodarse, se despojaban de sus atuendos igual que la serpiente cambia de piel. En la mayoría de los casos, aparecen ante los hombres en discos llameantes, esferas tronantes, nubes relumbrantes, provistos de ingenios alados y con armas mortíferas, decididamente tachados de “dioses”.
Como nos advierte Andreas Faber Kaiser, “muchas alusiones a sucesos tradicionalmente interpretados como divinos pueden perfectamente referirse a hechos propios de un plano superior al terrestre actual, pero no directa ni necesariamente divinos”. El impacto generado en aquellas poblaciones llevó a adorarlos y dejar constancia de ello a la hora de erigir sus templos. Por eso, continúa el autor diciendo que: “es posible que el templo no sea la ingenua morada destinada a los dioses para cuando éstos decidan volver a visitar algún día la Tierra , sino el modelo gráfico que nos indica que construyendo “algo” similar podemos, llegados al nivel tecnológico correspondiente, evadirnos de la Tierra en los templos (=astronaves) como ellos demostraron podían hacer con sus naves (divinas=moradas divinas =templos), y entrar en contacto con “ellos, con los no terrestres”.
Son muchos los investigadores serios que se mueven en este terreno, como puntualiza Modest Agrest, “a los primitivos habitantes de nuestro planeta los visitantes cósmicos les debieron parecer provistos de un poder sobrenatural. Si presumimos que estos “dioses” salieron de una máquina (una astronave), ello nos induce a pensar que se hubieran construido templos parecidos a aquellos en la forma; y los templos son propios a todas las religiones y a todas las culturas”.
Es posible que cúpulas, minaretes, menhires, dólmenes, pirámides, pináculos en forma de campana, taulas y talayots, los Trulli de Apulia, etc., fueran el modo de expresar a las futuras generaciones la llegada en distintas épocas de seres del espacio, de poder extraordinario, que supusieron un enorme avance tecnológico. Muchas de estas construcciones se rematan con una pequeña protuberancia superior que simula la cabina de mando. La descripción más detallada nos la ofrece la Biblia en la visión de Ezequiel, cuando dice: “Y sobre las cabezas “de los animales” había una semejanza “como” de un firmamento, como del centelleo del cristal terrible, extendido arriba, sobre sus cabezas… y encima del firmamento que había sobre su cabeza había como la apariencia de una piedra de zafiro, “sobre ella” la semejanza de un trono y, sobre, ella, la semejanza de un hombre arriba… Y lo vi, y caí sobre mi rostro, y oí la voz de uno que hablaba…”. (Más detalle en una entrada anterior: Los dioses del Antiguo Testamento)
Esquemas de pinturas rupestres de la zona franco-cantábrica
En los intentos de representación, a veces se nos muestra un corte transversal de la nave, para que veamos como era por dentro. Un ejemplo significativo de ello es la imagen representada en la famosa losa del templo de Palenque que, a todas luces, representa un ser de aspecto humano tripulando una especie de cohete. Otro ejemplo destacado es la imagen de Buda encerrado dentro de algo parecido a una nave cupular que encontramos en la sala nº 26 del templo indio de Ajanta. Similar al módulo de aterrizaje lunar del proyecto Apolo, nos encontramos con la cabeza de una figura del príncipe Xochipilli, de la cultura mixteca. Curiosa es la representación de la enigmática “campana” norvietnamita, provista de patas, con signos solares y tridente, y un ser en su interior que maneja utensilios. No menos significativas son las representaciones tanto del dios barbudo Quetzaltcoatl como de Kukulkán, serpientes emplumadas aztecas y mayas respectivamente, cuyas cabezas surgen de la cabeza de un reptil o un óvalo en forma de ojo de buey con un extraño casco. Igualmente portan armas irreconocibles así como una “segunda piel” emplumada y con botas o escafandra.
Relieve en un templo egipcio
Otras muestras son, entre otras muchas, la famosa cabeza del “Caballero del Águila” azteca; el misterioso astronauta etrusco del Museo de Asís; los relieves de Tassili, en Argelia, en el “periodo marciano”, cabezas ocultas en cascos espaciales; muy similares son los relieves en piedra en Valcamónica, donde se ve claramente la cabeza dentro de un casco; los llamados “espaciales” australianos, llamados wondjina, pinturas realizadas por “otra raza”, y que muestran seres sin boca; el jaguar humanoide de la “Cultura de la Venta ”, en Tabasco, con los típicos flequillos solares que figuran el vuelo, sobre lo que parece ser un cubrecabezas; el humanoide con escafandra del valle del Cauca, en Colombia, que empuña dos cetros en espiral; diversas representaciones de la cerámica nazca, en Perú; la cabeza que asoma por la boca de una serpiente, muy representada en Xochicalco, Tula o Chichén Itzá; el “guerrero de Teotihuacán”, con su extraño casco provisto de oculares, una especie de “mono” y botas, empuñando extrañas armas; el mismo sentido pueden tener las cabezas con una especie de casco y cubreorejeras erigidas en la isla de Pascua;
las estatuillas “dogu” japonesas, con perfectas y detalladas escafandras; especialmente realista es también la denominada “cruz universal” mexicana, en cuyo centro está el dios del fuego, portando armas desconocidas y lanzando rayos en todas direcciones; numerosas son las descripciones y representaciones de las naves voladoras “vimanas”, en el Ramayana, con cruentos combates celestes. Aquí se nos habla del “carro celeste de Rama, que se movía por sí solo y era grande, y estaba bien pintado. Tenía dos pisos, muchas habitaciones y ventanas. El carro celeste, que posee una fuerza admirable, alada de velocidad, dorado en su forma y en su esplendor, ascendió envuelto en humo y destellos flameantes”. Ravana, enemigo mortal de Rama “voló sobre los adversarios haciendo caer ingenios que causaron grandes destrucciones”;el Panchatantra hindú, contiene el relato de seis jóvenes que construyen un dirigible llamado “Garuda” capaz de despegar, aterrizar, viajar en cualquier dirección, con un sofisticado sistema de control que permitía maniobrarlo con precisión y con toda tranquilidad. (Sobre la tradición de los dogones de Malí, ver la entrada: “Los dogones: nosotros aquí y nuestros primos a 9 años luz”).
Crónicas y relatos de avistamientos y aterrizajes de lo que hoy denominamos OVNI son innumerables y universales desde tiempos remotos. Citemos solo algunos de ellos.
En el poema Li Sao del S.III, Chu Yuang nos habla de un viaje aéreo sobre Asia. Estando arrodillado ante la tumba del emperador Chun apareció “un carro de jade tirado por cuatro dragones”. Yuan subió al aparato y voló a gran altura a través de China, en dirección a la cordillera de Kun-Lun. Por la misma época, el gran pensador chino Chuang-Tsu en “Viaje hacia el Infinito”, narra cómo había subido en el espacio a 53.000 kms. de altura a lomos de un fabuloso pájaro de dimensiones enormes.
En Birmania encontramos a Puluga, el ser supremo que “tiene el trueno por voz y el viento por aliento, y que baja a la Tierra a traer prosperidad. En Nigeria, M´Chimba-M`Chamba “enciende y agita el mundo” para inducir luego a los hombres a hacer fértil el suelo. Para los antiguos lituanos la divinidad suprema es Perkunas, provocador del rayo y el trueno, que está representado por un hombre maduro con rayos sobre la cabeza. En Ugarit, Baal, cuyo nombre específico es Hadad “el señor del trueno, del rayo, de las aguas celestes, el que cabalga las nubes”. El Chilam Balam nos habla de “seres ascendidos del cielo en naves voladoras, dioses blancos que vuelan en unos discos y alcanzan las estrellas”. Los pagalangos maoríes dicen que grandes hechiceros llegados del cielo, tras una breve estancia, emprendieron el vuelo en sus naves prometiendo volver. Entre los algonquinos de Canadá descendió un dios llamado Glooskap, quien los instruyó en muchas técnicas de construcción, de cultivo y de caza, liquidó a sus enemigos y operó varias curaciones milagrosas. Prometió volver, pero no lo hizo, por lo que lo recuerdan para siempre como el “dios embustero”. Igualmente los tupis de la Amazonia esperan el regreso de su héroe solar, pero exclaman: ¿Por qué no vuelves, hijo del cielo y el viento?. El inca Tupac Yupanqui, respecto a las esculturas-relieves de Marcahuasi afirma que “las crearon los blancos venidos de las estrellas y las esculpieron a semejanza suya y a la de los extranjeros que viven en las cuatro partes del mundo”.
También durante el Imperio Romano abundan las descripciones de extraños soles o luces en el cielo, acompañados de fenómenos atmosféricos. Plinio el Viejo comenta sobre trazos brillantes surgidos de improviso: “tres lunas aparecieron simultáneamente durante el consulado de J. Domicio y J. Fannio. Una chispa que cayó de una estrella se hizo mayor a medida que se acercaba a la Tierra y, después de alcanzar el tamaño de la Luna , difundió la luminosidad de un día nublado, para retirarse luego en el cielo en forma de antorcha”. “En el consulado de J. Octavio y C. Escribonio se han visto estrellas que se trasladan en todos los sentidos, sin que se levantaran vientos impetuosos”. “Durante el consulado de L. Valerio y J. Mario, un escudo ardiente atravesó el cielo al ponerse el sol, de Occidente a Oriente, despidiendo chispas”.
En la obra de Julio Obsequens, el S.IV, se reseña, entre otras, tres misteriosas lunas que se hicieron visibles en el cielo de Rimini y después en varias regiones italianas. “Tres soles brillaron al mismo tiempo aquella noche y varias estrellas atravesaron volando el cielo en Lanuvio”. En Capua “se vio el sol por la noche” y en Formia “aparecieron dos soles durante el día”. En la isla de Cefalonia “pareció como si una trompa sonara en el cielo, y cayó una lluvia de tierra”. “Algo así como un sol brilló de noche sobre Pésaro”. En la Galia “se vieron tres soles y tres lunas”. Cerca de Spoleto “una bola de fuego de color oro rodó hasta el suelo, pareció que aumentaba de tamaño y, luego, que se movía por el terreno hacia Oriente, y era tan grande que escondía el sol”.
Elio Lampidio, durante el imperio de Cómodo, dice que un objeto brillante y muy visible atravesó el cielo. Según Herodiano “acaecieron muchos prodigios en estos tiempos, se veían de continuo y a pleno día estrellas suspendidas en el aire”. Suetonio afirmó que después de la muerte de César, un cometa brilló durante siete días. Muy desconcertante es una moneda acuñada por el emperador Pertinax, sucesor de Cómodo, donde aparece un globo con cuatro antenas, diferente a las habituales representaciones solares.
Durante la Edad media son también numerosos los “avistamientos”. San Gregorio de Tours afirma que “un globo muy luminoso sobrevoló el territorio franco en el año 583” . Los Annales Laurissenses concretan que “en el año 776 escudos volantes parecieron guiar a los sajones cuando asediaban en Sigiburgo a los caballeros de Carlomagno”. Asímismo, en las Crónicas Anglosajonas, “poderosos, aparecieron en el año 793 sobre Northumbria, espantando a los habitantes. Eran resplandores excepcionales, semejantes a lámparas, y se vieron dragones rojos volar por el aire”. El Flores Historiarum, del benedictino Roger de Wendover, cuenta que “en el año 796, pequeños globos que evolucionaban en torno al sol fueron vistos en varias partes de Inglaterra”. Eginardo, el secretario y biógrafo de Carlomagno, recuerda que en el año 810, encontrándose en camino hacia Aquisgrán, “vio descender un gran globo fulmíneo del cielo. Se dirigía de Oriente a Occidente, con un resplandor que hizo encabritarse al caballo del monarca, quien cayó y se hirió gravemente”.
En definitiva, tienen hoy poco o ningún crédito aquellos escépticos que definen los avistamientos de naves voladoras como simples “alucinaciones colectivas u otros efectos meteorológicos comunes”. Salvo en casos aislados de histerismo personal o afán de notoriedad, como el caso del célebre Adamski en su vuelo espacial hacia Ganímedes, y muchos otros que aplicando la duda razonable pueden entenderse como ilusiones ópticas, engaños o fenómenos naturales, aún queda un enorme número de casos y vestigios del pasado, así como experiencias presentes, que no pueden atribuirse en modo alguno a dichas causas y sí, con toda lógica, a seres venidos de otros mundos dotados de una tecnología muy avanzada. El propio programa de “desclasificación OVNI” estadounidense, creado específicamente para desacreditar el asunto extraterrestre, no puede por menos que afirmar, abrumado, que al menos un diez por ciento de los casos estudiados no tienen explicación natural, fraudulenta o científica. Dios-hombre-pájaro, seres con escafandras, luces y serpientes centelleantes, carros de fuego o dragones alados… ¿cómo podía ser representada de otro modo una criatura venida del cielo?
Peter Kolosimo – Astronaves en la Prehistoria.
No es terrestre.
Andreas Faber Kaiser – Sacerdotes o Cosmonautas
Maurice Chatelain – Nuestros ascendientes llegados del cosmos.
Espacio y Tiempo.
Andrew Tomas – No somos los primeros.
J.J. Benítez – Existió otra humanidad
Michael Granger - ¿Terrestres o extraterrestres?
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