Más allá de si la vida
tiene un sentido último, cada uno puede conferirle a la vida el sentido, el
significado y el propósito que quiera. ¿Qué vamos a hacer con nuestra vida?
Somos seres en evolución de instante en instante, y si nos lo proponemos
podemos mejorar y madurar. Empezamos a cambiar y mejorarnos ahora o nunca, pues
de otro modo incurrimos en la “enfermedad del mañana”, y la vida se consume sin
haber hecho nada por nuestro mejoramiento ni por los demás.
El cambio interior solo
sobreviene mediante el esfuerzo bien dirigido, la disciplina y el
autoconocimiento. La senda hacia la liberación es gradual y, como nadie puede
recorrerla por uno, no existe otra posibilidad que hollarla o seguir
empantanado en el doloroso terreno de la ignorancia.
En la senda hacia la completa evolución de
la conciencia, es necesario trabajar sobre la mente para ordenarla,
desarrollarla y purificarla. El desarrollo de la conciencia suscita sabiduría y
de la sabiduría nace la compasión.
La conquista de lo
ilusorio para alcanzar la sabiduría liberadora es a través de la virtud, la
meditación y el entendimiento correcto, sin dejar de revestirnos de la genuina
humildad que nos alentará a seguir aprendiendo sin cesar, puesto que somos
aprendices en la senda hacia lo Inefable.
El que se ejercita espiritualmente obtiene
otro estado de conciencia que se caracteriza porque ya no se deja afectar de
igual modo por las circunstancias y permite vivir la vida con sabiduría,
simplicidad y sencillez. El que logra establecerse en la esencia de la mente y
no se deja arrastrar por tendencias hacia el pasado ni hacia el futuro se
conecta, sereno y desasido, con lo que a cada momento surge y se desvanece.
No es fácil ser un
verdadero librepensador y tener la capacidad de mirar más allá del yo y del
apego a las propias ideas y a los estrechos puntos de vista. El trabajo está en
ir transformando la mente y superando patrones, esquemas y adoctrinamientos,
así como toda suerte de esas “zonas oscuras” que falsean el conocimiento y la
percepción.
A la persona le aterra perder su “egoidad”,
cuando si se descorre el velo del egocentrismo, uno se encuentra cara a cara
con su verdadero yo real. Muchos mueren por no querer ver morir a su ego y
otros hallan la verdadera vida cuando es su ego el que muere.
Desde la perspectiva del
ego todo se convierte en una contienda, un combate, un escenario en el que
afirmarse y vencer. Así es el ego. Nunca está satisfecho y por eso nunca es
feliz. Cuanto más ego, más vulnerabilidad, intranquilidad, ansia y desvelos.
Sin tanto ego uno comienza a ser más dichoso. Hay que tener un ego maduro pero
controlado, puesto al servicio de la razón y la compasión.
En la sociedad se valora a las personas por
lo que tienen o aparentan, pero no por lo que son. Al ponerse el énfasis en la
personalidad, no se repara en lo esencial. Los que así proceden son víctimas de
ellos mismos de su propia banalidad y viven de espaldas a su sol interior.
Si algo necesita este
mundo convulso es amor; si algo requiere esta sociedad atrozmente competitiva y
orientada hacia la posesividad y la hostilidad, es compasión. La más alta
posesión de un ser humano es poder contar consigo mismo, desde la humildad y no
desde la prepotencia, siendo intrépido en la búsqueda interior, aprendiendo a
vencerse a uno mismo, poniendo el énfasis en desplegar lo que es beneficioso
para todos.
Es un sabio no el que
acumula conocimientos, sino el que se libera de las ataduras de la mente y
supera las ilusiones del ego; es un sabio el que en su propio corazón siente el
corazón de todas las criaturas, sin perder su eje de quietud; es un sabio el
que se libra de las redes de la ignorancia a través de experiencias profundas
que lo transforman y permiten que resplandezca su luz interior.
Ramiro Calle – 50 Cuentos para meditar y regalar
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