¿Está lista la humanidad
para una transformación de la conciencia, un florecimiento interior tan radical
y profundo que la florescencia de las plantas, con toda su hermosura, sea
apenas un pálido reflejo? ¿Podrán los seres humanos perder la densidad de las
estructuras mentales condicionadas y llegar a ser, lo mismo que los cristales o
las piedras preciosas, transparentes a la luz de la conciencia? ¿Podrán
desafiar la fuerza de gravedad del materialismo y la materialidad para elevarse
por encima de la forma, cuya identidad mantiene al ego en su lugar y los
condena a vivir prisioneros dentro de su personalidad?
En la actualidad estamos presenciando un surgimiento sin precedentes de la conciencia, pero también el atrincheramiento y la intensificación del ego. No es posible vencer en la lucha contra el ego, lo único que hace falta es la luz de la conciencia. Una parte esencial del despertar consiste en reconocer esta parte que todavía no despierta, el ego con su forma de pensar, hablar y actuar, además de los procesos colectivos condicionados que perpetúan el estado de adormecimiento.
Lo que comienza a aflorar no es un nuevo sistema de creencias ni una religión, ideología espiritual o mitología. Estamos llegando al final no solamente de las mitologías sino también de las ideologías y de los credos.
El cambio viene de un nivel más profundo que el de la mente, más profundo que el de los pensamientos. En efecto, en el corazón mismo de la nueva conciencia está la trascendencia del pensamiento, la habilidad de elevarse por encima de él y reconocer al interior del Ser una dimensión infinitamente más vasta. Es inmensa la sensación de liberación al saber que no somos esa “voz que llevamos en la cabeza”. ¿Quién soy entonces? Aquel que observa esa realidad. La conciencia precede al pensamiento, es el espacio en el cual sucede el pensamiento, la emoción o la percepción.
Cuando el ser humano tiene un cierto grado de Presencia, de atención y alerta en sus percepciones, puede sentir la esencia divina de la vida, la conciencia interior o el espíritu de todas las criaturas y de todas las formas de vida, y reconocer que es uno con esa esencia y amarla como a sí mismo. Sin embargo, hasta tanto eso no sucede, la mayoría de los seres humanos perciben solamente las formas exteriores sin tomar conciencia de su esencia interior, de la misma manera que no reconocen su propia esencia y se limitan a identificarse solamente con su forma física y psicológica.
El yo no es más que eso:
la identificación con la forma, es decir, con las formas de pensamiento. El
resultado es un desconocimiento total de nuestra conexión con el todo, de
nuestra unidad intrínseca con “todo lo demás” y también con la Fuente. Este estado de olvido
es lo que se ha denominado el pecado original, el sufrimiento, el engaño.
Cuando nos abstenemos de tapar el mundo con
palabras y rótulos, recuperamos el sentido de lo milagroso que la humanidad
perdió hace tiempo, cuando en lugar de servirse del pensamiento, se sometió a
él; la profundidad retorna a nuestra vida, las cosas recuperan su frescura y
novedad. Y el mayor de los milagros es la experiencia de nuestro ser esencial
anterior a las palabras, los pensamientos, los rótulos mentales y las imágenes.
Para que esto suceda debemos liberar a nuestro Ser, nuestra sensación de
Existir del abrazo sofocante de todas las cosas con las cuales se ha confundido
e identificado.
No conviene tomar al ego muy en serio. El ego no es malo,
sencillamente es inconsciente. Cuando nos damos a la tarea de observar el ego,
comenzamos a trascenderlo. Cuando
detectamos un comportamiento egotista, sonreímos; a veces hasta reímos. ¿Cómo
pudo la humanidad tomarlo en serio durante tanto tiempo? Por encima de todo, es
preciso saber que el ego no es personal, no es lo que somos. Para el ego, tener
es lo mismo que ser: tengo, luego existo. Sin embargo, hay otro ímpetu más
fuerte y profundo: la necesidad de poseer más, el deseo. El ego desea desear
más que lo que desea tener. El deseo es estructural, de manera que no hay
contenido que pueda proporcionar una sensación duradera de logro mientras esa
estructura mental continúe existiendo.
¿Qué somos cuando ya no
tenemos nada con lo cual identificarnos? Cuando las formas que nos rodean
mueren o se aproxima la muerte, nuestro sentido del Ser, del Yo Soy, se libera
de su confusión con la forma: el espíritu vuela libre de su prisión material.
Reconocemos que nuestra identidad esencial es informe, una omnipresencia, un
Ser anterior a todas las formas y a todas las identificaciones. Reconocemos que
nuestra verdadera identidad es la conciencia misma. Ésa es la paz de Dios. La
verdad última de lo que somos no está en decir yo soy esto o aquello, sino en
decir Yo Soy.
La conciencia es el poder
oculto en el momento presente; es por eso que la llamamos también Presencia. La
finalidad última de la existencia humana es traer ese poder al mundo. Esta
también es la razón por la cual no podemos convertir la liberación del ego en
un objetivo alcanzable en un futuro. Solamente la Presencia puede
liberarnos del ego, y solamente podemos estar presentes Ahora, no ayer ni
mañana. Solamente la
Presencia puede deshacer el pasado que llevamos sobre los
hombros y transformar nuestro estado de conciencia.
Sin el impedimento de la
disfunción del ego, nuestra inteligencia entra en alineación perfecta con el
ciclo expansivo de la inteligencia universal y su ímpetu creador. No somos
nosotros los creadores sino los vehículos de la inteligencia universal. No nos
identificamos con aquello que creamos, de manera que no nos perdemos en lo que
hacemos. Aprendemos que en el acto de creación interviene una energía de la más
alta intensidad.
Los cimientos de la nueva
tierra están en el nuevo cielo, en el despertar de la conciencia. La tierra (la
realidad externa) es solamente el reflejo externo de ese cielo. El surgimiento
del nuevo cielo y, con él, de la nueva tierra, no son unos sucesos liberadores
que hayan de suceder en el futuro. Nada nos habrá de liberar porque la libertad
está solamente en el momento presente. Ese reconocimiento es el despertar. El
despertar como un suceso futuro carece de significado, porque despertar es
reconocer la Presencia. Así ,
el nuevo cielo y la nueva tierra están emergiendo dentro de nosotros en este
momento y, si no es así, entonces no son más que un pensamiento.
Jesús dijo:
“Bienaventurados los humildes, porque ellos heredarán la tierra”. ¿Quiénes son
los humildes y qué quiere decir eso de que heredarán la tierra?
Los humildes son quienes carecen de ego. Son
las personas que han despertado a su naturaleza esencial y reconocen esa
esencia en todos “los demás” y en todas las formas de vida. Viven en el estado
de entrega, encarnan la conciencia despierta que está cambiando todos los
aspectos de la vida en nuestro planeta, porque la vida en la tierra es
inseparable de la conciencia humana que la percibe y se relaciona con ella. Es
así como los humildes heredarán la tierra.
Una nueva conciencia
comienza a surgir en el planeta. ¡Está surgiendo ahora y es Usted!
Eckhart Tolle – Una Nueva Tierra
Hermosa reflexión, agradezco el coincidir con ustedes y bendigo su existir. Gracias. Gracias. Gracias.!
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