Quien se apegue al
razonamiento y no lo supere en el momento requerido permanece prisionero de la
forma, que es la limitación mediante la que se define el estado individual; no
sobrepasará jamás a ésta, y nunca irá más lejos de lo exterior, es decir,
permanecerá unido al ciclo indefinido de la manifestación. El paso de lo
“exterior” a lo “interior” es también el paso de la “multiplicidad” a la
unidad, de la circunferencia al centro, al punto único desde donde le es
posible al ser humano, restaurado en las prerrogativas del “estado primordial”
elevarse a los estados superiores y, mediante la realización total de su
verdadera esencia, ser en fin efectiva y actualmente lo que es desde toda
eternidad potencialmente.
Quien se conoce a sí mismo
en la “verdad” de la “Esencia” eterna e infinita conoce y posee todas las cosas
en sí mismo, pues ha alcanzado el estado incondicionado que no deja fuera de sí
ninguna posibilidad, y este estado, con respecto al cual todos los demás, por
elevados que sean, no son realmente sino estados preliminares sin ninguna
medida común con él; este estado, que es el fin último de toda iniciación, es
propiamente lo que debe entenderse por la “Identidad Suprema”.
Por consiguiente, todo ser
tiende, conscientemente o no, a realizar en él mismo, por los medios apropiados
a su naturaleza particular, el plan del Gran Arquitecto del Universo, lo cual
no es en suma sino la universalización de su propia realización personal. Es en
el punto preciso de su desarrollo en el cual un ser toma realmente conciencia
de esta finalidad, cuando comienza para él la iniciación efectiva, que debe
conducirle por grados, y según su vía personal, a esa realización integral que
se cumple en el desarrollo completo, armónico y jerárquico de todas las
posibilidades implicadas en la esencia de ese ser.
Aquellos que han pasado
más allá de la forma están, por ello mismo, liberados de las limitaciones
inherentes a la condición individual de la humanidad ordinaria; aquellos que no
han llegado más que al centro del estado humano, sin todavía haber realizado
efectivamente los estados superiores, están al menos libres de las limitaciones
por las cuales el hombre caído de este “estado primordial” en el cual están
reintegrados, está unido a una individualidad particular así como a una forma
determinada.
Lo que está en la base
misma de toda enseñanza verdaderamente iniciática, es que toda realización
digna de este nombre es de orden esencialmente interior, incluso aunque sea
susceptible de tener repercusiones de cualquier género en el exterior. El
hombre no puede encontrar los principios sino en sí mismo; y puede porque lleva
en él la correspondencia de todo lo que existe, pues “el hombre es el símbolo
de la existencia universal”; y, si alcanza a penetrar hasta el centro de su
propio ser, alcanzará con ello el conocimiento total, con todo lo que por
añadidura implica: “aquel que conoce a su Sí conoce a su Señor”, y conoce
entonces todas las cosas en la suprema unidad del Principio, en el cual está
contenida “eminentemente” toda realidad.
Los elementos que
constituyen el cuerpo pueden ser “transmutados” y “sutilizados”, de modo que
puedan transferirse a una modalidad extracorporal, donde el ser podrá desde
entonces existir en condiciones menos estrechamente limitadas en relación con
las del dominio corporal, especialmente bajo el aspecto de la duración. En tal caso,
el ser desaparecerá en un determinado momento sin dejar tras él ninguna huella
de su cuerpo; podrá, por otra parte, en circunstancias particulares, reaparecer
temporalmente en el mundo corporal. No es necesario por otra parte ver en ello
nada “trascendente” en el verdadero sentido de la palabra, puesto que no se
trata todavía sino de posibilidades humanas, cuya realización, además, no puede
tener interés más que para un ser al que ésta torna capaz de desempeñar alguna
“misión” especial; aparte de este caso, ello no sería en suma sino una simple
“digresión” en el curso del proceso iniciático, y una demora más o menos
prolongada sobre la vía que debe normalmente conducir a la restauración del
“estado primordial”.
El ser establecido en este
punto ocupa una posición realmente “central” con respecto a todas las
condiciones del estado humano, de manera que, sin haber pasado más allá, las
domina no obstante en cierta manera, en lugar de estar por el contrario
dominado por ellas, como es el caso del hombre ordinario; y esto es cierto
especialmente en lo que concierne a la condición temporal como a la espacial.
De ahí que él podrá entonces, si quiere (por alguna razón profunda)
transportarse a un momento cualquiera del tiempo, así como a un lugar
cualquiera del espacio. Esta posibilidad puede, por lo demás, en el curso
ordinario de las cosas, no manifestarse al exterior en modo alguno; pero el ser
que la adquiera la posee desde entonces de una manera permanente e inmutable, y
nada podrá hacérsela perder, le basta con retirarse del mundo exterior y entrar
en sí mismo, todas las veces que le convenga hacerlo, para encontrar siempre en
el centro de su propio ser, la verdadera “fuente de la inmortalidad”.
René Guenon - Apreciaciones sobre la Iniciación.
Hermetismo
No hay comentarios:
Publicar un comentario