La melancolía de mi
susceptibilidad es el aire de hastío cansado y de abandono, de derrota y de
renuncia que genera la transformación desordenada del presente en intelectuales
con muy pocas razones para quejarse y sin argumentos más allá de la
irritabilidad que el desorden suscita en sus órdenes fosilizados.
Los intelectuales
melancólicos profetizan el apocalipsis que anida en cada nuevo gesto social o
público para denunciar la disolución de la alta cultura en la sociedad
atolondrada del presente. Hablan como enviados de los dioses para salvarnos de
la insalubridad de un tiempo domado por valores disminuidos; su apocalipsis
doméstico ciega las vías de remedio práctico y racional para las taras que las
novedades comportan. En lugar de cooperar, se apartan casi siempre envueltos en
un aire de melancolía que nos deja el muerto entre los trenos.
La melancolía es sobre todo un estado de
ánimo que predice el desfondamiento de las esperanzas de hacer de la sociedad
el bosque rico de imaginación, fuerza creadora y atadura a la tradición que ha
sido siempre y ya no va a ser más.
El melancólico
contemporáneo prefiere actuar como el guardián de esencias que ha olvidado o,
peor aún, que la memoria ha ido tergiversando y convirtiendo en un texto tan
simplificado y liofilizado que está muerto o se parece demasiado a la dieta
blanda de enfermo. Ya no recuerda que leyó aquellas páginas que por fin le
revelaban una sabiduría ignorada y que entonces parecía imborrable. Pero se ha
borrado. Se ha borrado el saber sobre la rutinaria percepción catastrofista que
todo presente tuvo de su propio tiempo; se ha borrado la humildad de admirar en
los nuevos la calidad que secretamente envidian; se ha borrado la percepción de
la mudanza como ley y sistema complejo, lleno de nódulos y encrucijadas.
¿Cómo ha llegado a convertirse lo que debía
ser sabiduría sobre la condición humana en munición contra la evolución de las
cosas y de los nuevos gustos y los nuevos fetiches, que no son nada más que las
expresiones actuales de la misma agitación de siempre?
En la melancolía anida una
impaciencia violenta y en ella crece una máquina de rencor contra el atropello del
presente que padece el intelectual sensible. La melancolía humana como blindaje
contra las corrientes disolutas del presente, y decora al intelectual
elevándolo a ser sensible e intolerante ante la estupidez. Probada la degradada
evolución de todo, reaparece la fe difusa y nebulosa en alguna superstición más
o menos sofisticada como refugio de la incertidumbre, de la soledad, del
desconsuelo, de la mortificante incomprensión que el mundo expresa con su
indiferencia o su pasividad.
Casi siempre, el melancólico de hoy fue el progresista ilustrado y burgués de
La deserción de los
presuntos maestros multiplica las defecciones y el abstencionismo cultural en
lugar de estimular el conocimiento, el aprecio y el juicio ponderado de lo
real. Parece creer que hoy la mala preparación, la indolencia crítica, la
pasividad intelectual o la mera inercia cultural son superiores a etapas
anteriores, cuando de hecho semejante visión es manifiestamente sectaria,
parcial y poco atenta a la diversidad del presente.
El retrato del melancólico
de hoy puede parecerse mucho al del narcisista, perpetuamente descontento por
la indiferencia que sobre él proyecta un presente movido por intereses espurios
y sin sustancia alguna. Por eso no le queda otro espacio al melancólico que la
consciencia blindada contra las embestidas de un presente descarnadamente soez.
El melancólico pasea
altivo o cabizbajo por una ciudad de letras que le sume en la desilusión,
víctima de un ciclo histórico que nos conduce sin tregua al abismo final de los
tiempos. El apocalipsis estético y ético parece estar al otro lado del semáforo
de una avenida que cruza con el orgullo herido, mientras se pregunta qué afanes
y qué prisas impiden que se les vea y se les escuche, qué arrebata a tantos
detrás de tan poco, mientras el saber verdadero sigue solo y demediado, y por
qué todos viven ajenos a su percepción dramática de la cultura actual.
Lo peor es que ellos saben
que encarnan los mismos sentimientos de preterición y olvido que nunca creyeron
experimentar, cuando vivían enrolados en las banderas del futuro. Y también
saben que nunca leyeron promesa alguna de futuro feliz y pleno en los maestros
de la antigüedad grecolatina ni en los maestros modernos, pero se dejan engañar
como una forma del consuelo de la insatisfacción.
Alguien les ha estafado,
pero la quejumbre lastimera del privilegiado por clase y cultura, por profesión
de inteligencia, por país y tiempo histórico, hace mucho tiempo que delata la
conducta menos disculpable y más dolorosamente improductiva. Y al narcisista
herido ya ni siquiera se le ve por la calle, a punto de cruzar con el verde
imperturbable, mientras la gente atareada más o menos feliz sigue en sus cosas.
Jordi Gracia – El Intelectual melancólico. Un panfleto
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