El mundo moderno puede ser
descrito como un mundo “de realidad empobrecida”, desprovisto de significado,
“inane y autodestructivo”, “interesado en la moda más que en la belleza”, en
las noticias más que en la verdad.; y listo para todo tipo de catástrofes. Como
dijo el físico John Scott Haldane: “La civilización occidental, con todas las
ventajas superficiales que le confiere el provechoso estudio de la ciencia
física, a llegado a representar a los ojos de muchas gentes en los países
orientales poco más que un materialismo. Pero el materialismo no forma ninguna
base para la honestidad, ni para la caridad, ni para la consideración de la
verdad, la lealtad, o el arte, y sin éstos, la civilización real no existe, y
toda civilización solo de apariencia es completamente inestable”.
Las condiciones del mundo
han cambiado, en términos comunicativos, todas sus partes están hoy en contacto
casi inmediato unas con otras, y se habla de
un “único mundo” y de la necesidad de “comprenderse unos a otros”. Pero
apenas se ha hecho previsión alguna para que una tal comprensión tenga lugar.
El concepto mismo de progreso requiere investigación y definición,
particularmente en lo que concierne a las preguntas, ¿progreso en qué? y
¿progreso hacia qué? todo concuerda en una civilización que se basa en un
concepto de la “conquista de la naturaleza” y que se ha descrito como una
“barbarie organizada”. Como dice Van Straelen, “nosotros hemos devenido meros
engranajes de las grandes máquinas; veo a esas masas agitadas y las compadezco
como pobres esclavos, que no conocen otro reposo que ese tipo de
entretenimiento enlatado puestos ante ellos por las gentes de inclinación
aprovechada en ambientes polucionados e insalubres”. Y es a esto a lo que
nosotros llamamos progreso, desarrollo y civilización, y despreciamos a las
áreas sin industrializar de la superficie de la tierra como si fueran países
atrasados habitados por razas inferiores… estancadas y que no cambian –como si
debiera admirarse cualquier cambio, sin que importe si es para mejor o para
peor-.
Ciertamente, la ciencia ha
dominado a la naturaleza, pero en el occidente el hombre ha olvidado lo más
difícil: de dominar ala naturaleza humana.
El mayor problema
inmediato, cuya solución es indispensable para hacer un mundo mejor y más
feliz, es el de la relación entre las vidas de los hombres y su vida de
trabajo. En esta cuestión están implícitos el problema de las nociones
contrastadas de una manufactura para el lucro y de una manufactura para el uso,
y el problema del “modelo” de vida, de si sea cuantitativo y cualitativo.
Es cierto que cuando el
trabajo y la cultura están divorciados, y cuando ya no queda nada excepto la
mano de obra, las horas de ocio, por muchas que sean, no salvarán lo que se ha
perdido en las horas de trabajo ininteligente a lo que el industrialismo
condena a la mayoría. Precisamente en este punto, es esencial para el bienestar
de toda la humanidad, que permanezcamos en los terrenos vocacionales sobre los
que han crecido las sociedades tradicionales y verdaderamente civilizadas, así
como las formas de arte más elevadas.
Estamos hablando de
devenir ciudadanos del mundo. Nadie puede aspirar a esto si no tiene nada suyo
propio, con lo que contribuir a la constitución de una sociedad cosmopolita y
si no pone un ladrillo de su estructura, sino que, en lugar de esto, solo
quiere vivir en ella. Aquellos que no toman parte en la obra de construcción no
tienen derecho a participar de su vida, de otro modo que con alguna capacidad
servil. Nosotros no podemos mantenernos al margen; aceptar meramente las
bendiciones reales y supuestas del industrialismo y de la democracia sería hacer
justamente eso. La noción misma de “un mundo mejor” proclama que nadie está
satisfecho con el mundo tal como está, y que hay mucho trabajo que hacer.
En el caso de las
sociedades vocacionales, la teoría pone al hombre en primer lugar, el trabajo
se hizo para él, no él para el trabajo; el fin principal que se tiene en vista
es proporcionar los medios para el desarrollo y la fruición de las
potencialidades propias del trabajador y, al mismo tiempo, proveer a las
necesidades de la sociedad. El perfeccionamiento de la obra a la que un hombre
se entrega, y que quiere hacer más que cualquier otra cosa en el mundo, eso y
su propio proceso de crecimiento y de autoperfeccionamiento están
inseparablemente unidos.
Bajo estas condiciones, cada ocupación es
una profesión con su ética profesional apropiada; y esto es su justicia o
“igualdad”, es decir, que cada hombre haga este trabajo para el que está dotado
naturalmente. Buscad primero esta justicia y las necesidades de la sociedad se
verán satisfechas, más fácilmente y mejor que de cualquier otra manera; por muy
iguales que sean los hombres desde algunos puntos de vista, no están dotados
idénticamente, y la diversidad de los talentos corresponde a la de las cosa que
los hombres requieren para su buen uso.
En nuestra filosofía, el
propósito último, el fin último del hombre es liberarse; si es posible aquí y
ahora, o si no es ahora, entonces por un proceso de maduración progresivo que
se completará en algún otro estado del ser y antes del fin del tiempo.
La libertad que se tiene
en vista trasciende todo tipo de libertad específica; todas las demás
libertades, por deseables que sean, son solo aspectos parciales de una libertad
absoluta de ser, no solo cómo, sino también cuando y donde uno quiera; y
sostenemos que esta libertad solo puede alcanzarse con el conocimiento y la
práctica de una verdad no menos absoluta. Por consiguiente, cualquier logro de
libertades menores puede alcanzarse también por medio de una adhesión estricta
a la verdad.
Ananda Kentish Coomaraswamy – La doctrina India del fin último del hombre
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