“Fue una mañana de domingo en marzo. Hace 19 años -mientras el Dr. James Austin esperaba su tren en Londres- observaba un panorama nada fuera de lo ordinario: la sucia estación subterránea, los sombríos edificios y un pálido cielo gris. El neurólogo reflexionaba, algo ausente, sobre el anuncio de Budismo Zen frente a él.
Y entonces, repentinamente, Austin experimentó una sensación de iluminación como nunca antes le había sucedido. Su sentido de existencia individual, de apartamiento del mundo físico a su alrededor, se evaporó como rocío matutino en un brillante amanecer. Él miraba las cosas "como realmente son", recuerda. El sentido de "Yo, mío" desapareció. "El tiempo no estaba presente", afirma. "Tuve una sensación de eternidad. Mis viejos anhelos, odios, mi miedo a la muerte y toda sensación de individualidad desapareció. Yo había sido agraciado con una comprensión absoluta de la naturaleza ultima de las cosas".
Llámese experiencia mística, un momento espiritual, hasta una epifanía religiosa, sin embargo para Austin no fue nada de lo anterior. Lejos de interpretar su instante de gracia como prueba de algo más allá de la comprensión de nuestros sentidos, mucho menos como prueba de una deidad. Como neurólogo, él acepta que todo lo que vemos, escuchamos, sentimos y pensamos es mediado o creado por el cerebro. Sin embargo, esta experiencia en la estación subterránea lo inspiró a explorar los cimientos neurológicos de las experiencias místicas y religiosas. A fin de experimentar aquel momento de ausencia de miedos y consciencia de si mismo, algunos circuitos cerebrales debían ser interrumpidos. ¿Pero cuales?, Austin reflexionaba. La actividad de la amígdala, la cual monitorea el ambiente buscando amenazas y registra el miedo, debía desconectarse y dejar de funcionar. Los circuitos ubicados en el lóbulo parietal, el cual nos orienta en el espacio y marca la fina distinción entre nuestra individualidad y el resto del mundo, debía de reducir su actividad. Los circuitos del lóbulo parietal y temporal, los cuales nos permiten experimentar el transcurso del tiempo y generan la auto-consciencia, debían desconectarse. Cuando esto sucede, Austin concluye "lo que nosotros llamamos nuestras funciones superiores de individualidad, parecen disolverse o ser eliminadas de la consciencia”. Publicó sus teorías en 1998 en el libro “El Zen y el Cerebro”.
Desde entonces, más y más científicos se han agrupado en torno a la “neuroteología”, el estudio de la neurobiología de la religión y la espiritualidad. Todas estas investigaciones comparten una pasión por descubrir los cimientos neurológicos de las experiencias místicas y espirituales, por descubrir qué es lo que sucede cuando sentimos que “hemos encontrado una realidad diferente de -y en cierto sentido, mas alta- la realidad de la experiencia cotidiana”, como lo enuncia David Wulff, psicólogo del Wheaton Collage de Massachusetts.
Actualmente los investigadores emplean modernos sistemas de análisis de imágenes cerebrales para identificar los circuitos cerebrales que incrementan o disminuyen su actividad cuando pensamos que hemos llegado a lo divino, cuando nos sentimos transportados por oraciones intensas, por enaltecedores rituales o por alguna música sagrada.
Producto de la moderna tecnología de rastreo de imágenes cerebrales, se ha encontrado, como se esperaba, que durante experiencias de meditación la corteza prefrontal, sede de la atención, muestra un brillo inusual. El sujeto que experimenta la meditación se concentra profundamente, y un conjunto de neuronas en el lóbulo parietal superior, arriba y atrás del cerebro, se torna más oscuro de lo normal. Esta región, conocida como el área de orientación y asociación, procesa información sobre el tiempo, el espacio y la orientación del cuerpo humano en el espacio. Esta región determina donde es que el cuerpo termina e inicia el resto del mundo.
Específicamente, el área izquierda crea la sensación de un cuerpo físicamente delimitado; el área derecha crea la sensación de espacio físico en el cual el cuerpo existe. El área de orientación requiere del ingreso de datos sensoriales para hacer sus cálculos. "Si bloqueas la entrada de información a esta región, tal y como lo haces durante la intensa concentración de una meditación, estas evitando que el cerebro efectúe las distinciones entre el cuerpo y el resto del mundo", nos dice Andrew Newberg, investigador de la Universidad de Pennsylvania y autor del libro ¿Porqué dios no se irá?. Sin información proveniente de los sentidos, la región izquierda del cerebro que procesa el sentido de orientación no puede encontrar ninguna frontera o limite entre la propia individualidad y el resto del mundo. Como resultado de esto, al cerebro no le queda otra opción más que "percibir al ser como interminable e íntimamente entrelazado con todos y con todo".
"Sentí una absoluta comunión, una apertura a experimentar una consciencia de la presencia de Dios alrededor de mí, así como una sensación de quietud, de nadidad repleta de la presencia de Dios permeando mi ser".
Esta es la descripción que la hermana Celeste, una monja Franciscana, proporciona después de la oración de 45 minutos que realizó, experiencia que fue analizada por Newberg con el equipo más moderno de rastreo y monitoreo de actividad cerebral. Durante sus momentos religiosos más intensos, cuando ella experimentaba la presencia de Dios y una completa absorción de su propio ser dentro de la divinidad, su cerebro mostró cambios como aquellos que fueron observados por Newberg en meditadores Budistas Tibetanos: la región cerebral que percibe la orientación espacio-temporal se volvió mas oscura.
El hecho de que una experiencia religiosa se refleje en la actividad cerebral no es tan sorprendente, después de todo. Todo lo que experimentamos, desde el sonido de un rayo hasta la vista de una mascota, una sensación de miedo y el pensamiento de un castillo, deja una huella en el cerebro. Sin embargo, la Neuroteología está llegando más lejos que simplemente afirmar que las experiencias religiosas dejan huellas en el cerebro, ya que está señalando concretamente las áreas y regiones cerebrales involucradas en las experiencias espirituales, así como también rastreando cómo es que surgen dichas experiencias.
Por otro lado, el hecho de que una experiencia tenga su explicación a nivel neuronal no significa que dicha experiencia exista “sólo” en el cerebro, o que sea solo parte de una actividad cerebral sin una realidad independiente. Pensemos en la experiencia "pastel de manzana". La región olfativa del cerebro registra el aroma de la canela y la fruta. La corteza somato-sensorial procesa la sensación crujiente en los labios y la lengua. La corteza visual registra la imagen del pastel. Recuerdos de pasteles pasados (la cocina de la abuela, la panadería de la esquina) activan las cortezas asociativas. Un neurocientífico con algo de tiempo disponible podría efectuar un rastreo de nuestro cerebro inmerso en la experiencia “pastel de manzana”, pero esto no niega su realidad. "El hecho de que ciertas experiencias espirituales pueden ser asociadas con diferentes actividades neuronales no necesariamente implica que dichas experiencias sean meras ilusiones neurológicas", insiste Newberg. "Es riesgoso afirmar que las experiencias espirituales son causadas por la actividad cerebral, ya que de lo contrario se podría pensar que los cambios neurológicos que experimentamos al disfrutar del pastel de manzana son los que causan que este exista". A final de cuentas, nos dice Newberg, es que "no hay forma de determinar si los cambios neurológicos asociados con la experiencia espiritual son los que crean esa experiencia… o si estamos frente a la percepción de una realidad espiritual".
Sin embargo, hasta la gente que se describe a sí misma como no espiritual puede llegar a ser conmovida por ceremonias religiosas y liturgias. He aquí el poder del ritual. Sonidos de tambores, danzas, encantamientos, todas estas manifestaciones de misticismo y espiritualidad implican la concentración de la atención en una sola fuente de estimulación sensorial. Así mismo estos eventos evocan poderosas respuestas emocionales. Esta combinación -atención enfocada excluyendo otros estímulos sensoriales, y respuestas emocionales muy intensas- es clave, ya que manda a varios sistemas cerebrales a una actividad muy intensa, tanto como lo hace la sensación de miedo intenso. Cuando esto sucede, explica Newberg, una de las estructuras cerebrales encargadas de mantener el equilibrio, el hipocampo, "activa los frenos": inhibe el flujo de señales entre las neuronas, como una agente de transito evitando que entren más autos a una avenida afectada por congestión vehicular.
El resultado es que ciertas regiones cerebrales son privadas de flujo neuronal, como el área de orientación, la misma región que baja su actividad durante la meditación y la oración. En este estado, sin entrada de información sensorial, el área de orientación no puede llevar a cabo su función de mantener un sentido de donde el cuerpo termina y donde empieza el mundo exterior. Debido a esto es que los rituales y liturgias pueden llevar a lo que Newberg llama "suavizar las fronteras del ser", y a un sentido de unidad espiritual. Cantos suaves y repetitivos, melodías litúrgicas y las oraciones rituales susurradas parecen ejecutar su magia de la misma manera: activan el hipocampo y bloquean el tráfico neuronal a ciertas áreas del cerebro, perdiendo éste su capacidad de percepción del sentido del ser, abriendo la puerta a estados de esa unidad absoluta que es el objetivo de los rituales religiosos y místicos.
De todos los éxitos que los científicos están logrando en su búsqueda de los fundamentos biológicos de las experiencias religiosas, espirituales y místicas, seguramente un misterio permanecerá lejos de su alcance. Ellos podrán rastrear la experiencia trascendental y las sensaciones de lo divino a lo largo de nuestra materia gris, pero es muy probable que ellos nunca resuelvan la más grande interrogante: si es nuestro cerebro el que crea a Dios, o es Dios quien ha creado nuestro cerebro.
Societá Europea di NeuroTeología
Varios autores - El ajuste fino de la Naturaleza. Replanteamientos contemporáneos de la Teología Natural
https://drive.google.com/file/d/10EcA_tDsbb8YbyuhuLGocHWPt2H8NjZL/view?usp=sharing
Varios autores - El ajuste fino de la Naturaleza. Replanteamientos contemporáneos de la Teología Natural
https://drive.google.com/file/d/10EcA_tDsbb8YbyuhuLGocHWPt2H8NjZL/view?usp=sharing
"De todos los éxitos que los científicos están logrando (...) seguramente un misterio permanecerá lejos de su alcance".
ResponderEliminar¿"SEGURAMENTE"? ¿Es eso una afirmación objetiva o una simple expresión de deseo?
Es notable, pero hace recordar la desafortunada frase de Auguste Comte (¡un positivista!), quién afirmara que la Ciencia jamás podría determinar la composición de las estrellas. Y al poco tiempo se inventó el espectroscopio...
El texto ofrece un interrogante muy cauteloso; al decir: "si es nuestro cerebro el que crea a Dios, o es Dios quien ha creado nuestro cerebro", si hay efectivamente un Dios Creador de la especie humana, parte de cuyos atributos nos ha legado, y existe la posibilidad de sintonizar con esa energía y fuerza divina, debería afirmarse, aunque jamás nadie pudiera probarlo. Pero si no hay ningún Dios que nos haya creado y todo el concepto de divinidad fuera fruto de la fantasía y eso pudiera probarse, que tampoco veo cómo, será loable que el hombre aspirara a la perfección que sabe que no tiene, pero que intuye en la naturaleza frente a la que se ve como extraño invasor.
EliminarYa que nadie, en su sano juicio, puede afirmar rotundamente la existencia de Dios, pero si que es posible experimentar por ejemplo el éxtasis de los místicos y sufíes, o la aparición de facultades y poderes fuera de lo común, que potencialmente pueden existir en todos y llegar a desarrollarse, el campo de investigación es amplísimo.
Desconozco si han tenido desarrollo estos estudios, pero sería bueno que se cumpliera lo que Gustav Rol dijo afirmando que "algún día todos los hombre llegarán a poseer estas facultades". Falta saber cómo.