¿Qué va uno a hacer en un
mundo que es en realidad espantoso, brutal; un mundo en que hay tal violencia,
tal corrupción; en el que importa enormemente el dinero, dinero, dinero, y en
que uno está dispuesto a sacrificar a otro al buscar poder, posición,
prestigio, fama; donde cada hombre quiere o se esfuerza por afirmarse, por
llenar un cometido, por ser alguien? ¿Qué va uno a hacer?
¿Qué voy a hacer, viviendo en este mundo, viendo todo esto ante mí: la
desdicha, el enorme sufrimiento que el hombre causa al hombre, el hondo
sufrimiento por el que uno pasa, la ansiedad, el miedo, el sentido de culpa, la
esperanza y la desesperación? ¿Qué voy a hacer viviendo en un mundo así? ¿Cómo
vivir una vida completa, total? ¿Hay una vida de acción que nunca sea
fragmentaria, nunca exclusiva, nunca dividida? ¿Cómo vamos a descubrirla? ¿Cuál
es la acción que no engendra conflicto, contradicciones?
El intelecto no puede
contestar la pregunta que nos hemos formulado, ni puede hacerlo el pensamiento.
El pensamiento nunca puede producir unidad de acción. Vivir de acuerdo con una
fórmula, con una ideología, con una conclusión previsible, es vivir una vida de
adaptación, de limitación, de conformidad y por lo tanto, una vida de
oposiciones, de dualidad, de interminable conflicto y confusión.
¿Puede uno romper con esta
estructura: la tradición, cosa en que estamos presos, y descubrir ese estado de
amor que no es nada de esto? ¿Es posible una vida en que el vivir mismo sea la
belleza de la acción y del amor? Solo hay una acción que proviene del amor; no
hay ninguna otra que no engendre contradicción o conflicto. ¿Es posible, pues,
que nosotros, los seres humanos, lleguemos a envolvernos en esta belleza de la
acción, que es amor?
Sería extraordinario que
desde hoy mismo saliéramos efectivamente a una dimensión distinta y viviéramos
una vida tan completa, total, tan sagrada. Tal es la vida religiosa, no hay
otra vida, no hay otra religión. Una vida así resolverá todo problema, porque
el amor es extraordinariamente inteligente y práctico, y posee la más elevada
forma de sensibilidad. Además, en él hay humildad. Esto es lo único importante
en la vida: o uno está empapado de amor o no lo está. Si todos pudiéramos
llegar a esto de forma natural, fácil, sin ningún esfuerzo o conflicto,
entonces tendríamos una vida distinta, de gran inteligencia y claridad. Es esta
claridad la que constituye una luz para uno mismo; esta claridad resuelve todos
los problemas.
Lo importante no es
acumular palabras, razonamientos o explicaciones, sino más bien producir, en
cada uno de nosotros, una honda revolución, una profunda mutación psicológica,
para que haya una sociedad de tipo distinto, una relación totalmente diferente
entre hombre y hombre, que no se base en la inmoralidad, como ahora. Una
revolución así no se realiza mediante sistema alguno, ni por acción de la
voluntad, ni por ninguna combinación del hábito y de la previsión.
El amor nunca puede ser
una cosa del hábito. El placer puede convertirse en hábito, mas yo no veo cómo
puede volverse hábito el amor. Y el cambio profundo y radical que estamos
hablando ha de venir con esta cualidad del amor, una cualidad que nada tiene
que ver con la emoción o el sentimentalismo; no tiene nada que ver con la
tradición, con la cultura hondamente arraigada de sociedad alguna. Al darnos
cuenta de cómo todo este proceso de vivir en el hábito produce insensibilidad,
incapacitando la mente para comprender y para moverse con rapidez, empezamos a
ver el temor como es realmente. Mirando el temor y dejándolo en libertad,
termina el temor. El temor no es un problema insoluble. Cuando se comprende el
temor, se comprenden también todos los problemas relacionados con ese temor.
Cuando no hay miedo hay
libertad. Y cuando existe esta libertad interna, psicológica, total, y no hay
dependencia alguna, entonces la mente no queda tocada por ningún hábito. El
amor no es hábito, no puede cultivarse. Para dar con el amor tiene que haber
libertad. Cuando la mente está en completa calma, dentro de su propia libertad,
entonces surge lo “imposible, que es el amor. Éste es el único problema: cómo
vivir una vida de bienaventuranza, de gran intensidad para que, conociendo la
naturaleza misma y la estructura del propio ser –que está arraigado en el
animal– uno lo trascienda.
Cuando no hay distorsión
alguna, entonces hay orden, que en sí mismo lleva su propia disciplina,
extraordinaria, sutil. Y lo único que puede uno hacer es dejar abierta esa
puerta, venga o no por ella esa realidad. No puede uno invitarla. Y, si uno es
muy afortunado, por alguna casualidad extraña, puede que venga y dé su
bendición. Después de todo, así son la belleza y el amor. No podemos buscarlas;
si las buscamos, llegan a ser simplemente la continuación del placer, que no es
amor.
Hay una dicha que no es
placer. Cuando la mente se halla en ese estado de meditación hay dicha inmensa.
La meditación no es una desviación del curso de la vida o un entretenimiento;
es parte de toda nuestra vida. Si no hay meditación, entonces no sabe uno cómo
amar, no sabe lo que es la belleza. Y, haga uno lo que quiera nunca descubrirá
nada, porque la “búsqueda” de la verdad implica que una mente puede hallarla y
que tiene la capacidad de decir “esa es la verdad”. No hay sendero que conduzca
a la Verdad.
Procedamos , pues, a descubrir lo que es el amor. No
“encontrarle”, sino hallarnos en ese estado de perfección, en esa condición de
la mente que no está agobiada por los celos, la desdicha, el conflicto, la
propia lástima. Solo entonces hay una posibilidad de vivir en una dimensión
diferente, que es el amor.
Entonces el vivir diario,
con sus contradicciones, brutalidades y violencias, no tiene aquí lugar. Pero
tiene que trabajar uno de manera muy intensa todos los días, para echar los
cimientos; eso es lo único que importa, ninguna otra cosa. De ese silencio, que
es la naturaleza misma de una mente meditativa, puede venir el amor y la
belleza. Y, cuando todo esto se ve con mucha claridad y uno vive de esa manera,
entonces tal vez haya una vida sin principio ni fin, una vida eterna.
Krishnamurti – La libertad total: reto esencial del hombre
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