jueves, 18 de agosto de 2016

Recobrar la Mente (Ramiro Calle)



La mente es desarrollable, purificable y factible de ser puesta al servicio de la evolución interior y el perfeccionamiento. Claro que solo algunos seres humanos se deciden a hacerlo. Los restantes siguen aceptando un mente semidesarrollada, crepuscular, en continuo deterioro.

La mente es una gema preciosa. La mente es una orquídea espléndida, solo en proyecto. Lo que la mente termine siendo dependerá del trabajo que se lleve a cabo con ella. Este trabajo nadie puede realizarlo por nosotros, nadie puede purificarla por nosotros. La mente es un gran misterio, sí, pero cada uno puede revelarlo por sí mismo. Si en el mundo hay tantos problemas, desencuentros y horrores, es porque comienzan en la mente. ¿Cómo podremos solucionarlos en el exterior? Mentes conflictivas, neuróticas y ávidas hacen una sociedad conflictiva, neurótica y ávida.
    Debemos aprender a bregar con nuestra mente, es insatisfactoria e indócil, pero puede volverse dócil y dichosa. La mente admite una radical transformación; tal como es ahora, también podría ser de otra forma. Todas las facultades de la mente pueden desarrollarse, pero lo más importante y prometedor: se pueden modificar los cimientos de la mente y proporcionarle una nueva manera de vivenciar, mirar, relacionarse. No hay que ser triunfalistas, no es un trabajo fácil, pero la mente del año próximo será como nosotros vayamos haciéndola a cada momento. Recogeremos la mente que cultivemos, como ahora hemos recogido la mente que hemos permitido.




La mente ha ido construyendo autodefensas, parapetos, se ha atrincherado. Ha construido su propia cárcel; más aún: ella misma es la cárcel. Complaciéndose neuróticamente en su propio egocentrismo sin límite, en su paranoica autoimportancia, una mente tal se contrae, se enrarece, se petrifica. Entonces conecta, por así decirlo, con longitudes de onda lerdas, insensitivas, egocéntricas, torpes, mezquinas. Pero si estamos más abiertos y fluidos, si hacemos la mente más expansiva, conecta con longitudes de onda creativas, amorosas.

La mente es una gran jaqueca, ésta vive a la sombra del pasado que anega el presente y condiciona el futuro. Se resiste al momento y añora momentos anteriores o se ilusiona con momentos posteriores, impidiendo así su madurez. Se obsesiona por el logro, por la meta, y deja de apreciar el camino, el proceso. Cuando conquista el logro se sacia, se hastía y se propone otro logro; cuando no alcanza el logro se siente frustrada, lastimada, deprimida; ha entrado en una dinámica peligrosa. Tanto quiere disfrutar, que no disfruta; tanto teme sufrir, que sufre más; tanta demanda de seguridad exige que cada día está más insegura.



Tal como se encuentra ahora, la mente está enferma. No es una exageración. Es una mente herida, desgastada y sometida a sus propias limitaciones y paranoias. De algún modo todavía se está a tiempo y es posible modificarla. Por eso hablo de recobrar la mente, de recuperar su estado original de salud total, entendimiento correcto y cordura. En todo ser humano puede ser restablecido o rescatado ese elemento de cordura. Mediante el método adecuado es posible alertar la mente, amplificar la conciencia, ganando terreno al inconsciente, aproximarse al propio ángulo de quietud interior y reencontrar la inteligencia primordial.

El trabajo interior debe consistir en “desembobinar” la bobina de autoengaños reactivos, acrecentar la conciencia para obtener un nuevo modo de ver y comprender, desalojar los pensamientos y emociones negativas mediante el cultivo de los positivos, ejercitar metódicamente la atención mental para mejorar la relación con nosotros mismos y con los demás, desenraizar los venenos de la mente y conquistar la clara energía de la ecuanimidad.

Aquietarse, detenerse, remansarse, estar, ser… es un medio para reconectar con nuestro propio ángulo de quietud y empezar a transformarse. Cuando las modificaciones de la mente van cediendo y nos vamos desprendiendo de la fuerza centrífuga del pensamiento y cortando con todo lo exterior, vamos sumergiéndonos en lo más profundo de nosotros, atravesamos el núcleo caótico y confuso y, en un gradual y saludable vaciamiento vamos estableciéndonos en nuestra naturaleza más genuina, en un estado de paz y de dicha. Este arte de la detención se ejercita y se aprende. La quietud se torna en ojo de buey hacia otro modo de vivenciar y ser. Cualquiera puede aprender.




Cuando con un entrenamiento adecuado y el trabajo interior vamos recobrando la mente, comienza a emerger una nueva forma de espontaneidad y expresión muy pura. También brota, como una bella luz, la percepción pura, no contaminada por el fango del inconsciente, ni condicionada por el pasado. Para ello hay que ganar una dimensión de la mente libre de las tensiones comunes, y son posibles percepciones que escapan a la mente ordinaria. Esa dimensión supraconceptual se gana mediante un entrenamiento, un trabajo interior que proponga: el desarrollo metódico de la atención pura; el establecimiento en la firme ecuanimidad; la actitud meditativa en la vida diaria; el desenraizamiento de las negaciones y los venenos mentales, el cultivo de sentimientos nobles y positivos; la práctica de métodos y técnicas de contramecanicidad, como el yoga y otras artes.


Ramiro Calle – Recobrar la Mente

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