La libertad es la
capacidad para abandonar la única habitación de la conciencia en la que uno
nació. En esa habitación se aprende cuáles son los límites de la vida. Fuera de
esa habitación se aprende que la vida cuenta con posibilidades ilimitadas. El
precio de la libertad es muy alto. La libertad solo puede alcanzarse cuando se
sueña sin esperanza, cuando se está dispuesto a perderlo todo, incluso los
sueños.
Para algunos de nosotros el soñar sin
esperanza, el luchar sin ninguna meta en la mente es la única manera de
mantenernos a la altura de la libertad. La libertad, si se la define como
ausencia de cadenas, existe para muchos. Pero si la libertad significa librarse
de aquello que nos constriñe la conciencia diaria, si la libertad significa
tener visiones ilimitadas y vivir en una dimensión espiritual radicalmente
nueva, entonces la libertad existe para muy pocos.
Cuando no se tiene nada que perder, se es
libre por completo, y cuando no preocupa la propia importancia se tiene
libertad total. Se tiene un propósito, se vive en júbilo, y uno espera que el
mundo sea un lugar divino donde amar a los otros. En realidad está creando de
nuevo su mundo con su recién hallada libertad.
Verse a sí mismo como un
ser espiritual sin etiquetas es una manera de transformar el mundo y alcanzar
un lugar sagrado. Comencemos por tomar la decisión de ser libres despojándonos
del pasado. Cuando uno se deshace de su historia sabe que no es ni su nombre,
ni su cuerpo, ni su mente, ni su ocupación, ni sus relaciones, ni su identidad
étnico-cultural. Así pues, ¿quién somos? Lo que queda es lo invisible, lo
intangible.
Cundo uno descubre su yo
más sublime, experimenta esa energía interior y permite que le guíe en su vida.
El adjetivo más corriente para describir esa fuerza interna es “espiritual”.
Cuando hablo de espiritualidad y de ser espiritual describo, una actitud hacia
Dios, un viaje interior de iluminación. Hablo de desarrollar las cualidades
divinas de amor, perdón, bondad, y éxtasis que tenemos dentro. La
espiritualidad no es cuestión de dogmas ni de ideas. Es luz, júbilo y
concentración en la experiencia del amor y el éxtasis internos, y transmitir
esas cualidades al exterior.
Al viaje destinado a descubrir su yo más
sublime lo llamo “búsqueda sagrada”. Verás que la totalidad del universo está
contenido en nosotros mismos. Sabrás que todo no son más que emanaciones de
nuestra existencia. Te darás cuenta de que somos quien se refleja en todas
partes y que es el propio reflejo el que pasa ante nuestros ojos.
Tienes dentro de sí este
poder de trascendencia sobre la vida dominada por el ego. Puedes darte la
vuelta y mirar hacia el interior, descubrir nuestra naturaleza espiritual.
Entonces podrás vivir cada uno de los días con la sensación de éxtasis que se
deriva de hallarte en el sendero de la búsqueda sagrada. Hacer explotar la luz
implica entender quién es uno y qué está haciendo aquí, en esta cosa llamada
cuerpo, en este lugar llamado mundo, en este momento de nuestra vida. Pero
nuestra alma interior sabe que eres eterno. En esa faceta del yo careces de
forma, no tienes límites. Sin límites no hay nacimiento ni muerte. ¡Nuestro yo
espiritual nunca nació, nunca morirá!
El saber esto de una forma que no deje
lugar para la duda te capacitará en gran manera para la búsqueda sagrada.
Cuando llegues a ese estado sabiendo que quien somos es el yo inmutable, tendrás
un propósito en la vida.
Cuando cultivamos la
condición de testigos comprensivos, adquirimos la conciencia de que somos algo
más que nuestros pensamientos, sentimientos y sensaciones. Más que unos
cautivos del conjunto de creencias y comportamientos adquiridos practicados a
lo largo de la vida. Adquiriremos una visión más amplia de quién somos, y esta
nueva percepción conducirá y a niveles de vida más elevados, nos pondrá en
contacto con nuestra alma eterna. Al conocer ese yo espiritual, seremos capaces
de elevarnos a alturas que creencias anteriores nos impedían ver.
Cuando cultivamos la
condición de espectador comprensivo, nos acercamos a la verdadera
experimentación de otra dimensión, no estorbada por las limitaciones del mundo
material, en la que se ve el cuerpo y los pensamientos sin identificarse con
ellos. Hay una realidad espiritual disponible cuando nos separamos del yo
material. La conexión con el plano superior la establecemos solo desde esa
posición; la energía divina que hay en nuestro interior nos envuelve en amor y
paz mientras observamos los pensamientos, sentimientos y sensaciones del
cuerpo.
Cuando se produce una
profunda revelación se ha de adoptar una actitud muy seria respecto de la
propia vida. En el instante en que reconocemos que estamos viviendo la verdad
tal cual es, tenemos que darnos cuenta de la trascendencia de lo que nos está
siendo revelado.
Dentro de nosotros existe la dimensión
eterna e inmutable de nuestro yo espiritual. Éste es el yo invisible que le
habla al yo físico. Es el pensador de los pensamientos. Cuando uno es realmente
capaz de creer en el dominio espiritual del espectador, entonces nada va mal,
porque el mal carece de sentido para el observador. Todo tiene su orden. Es
como vivir en el paraíso, donde está la eternidad y el alma, al tiempo que uno
se encuentra en el cuerpo físico. Pero en este espacio, el cuerpo no es el
centro de la existencia.
Wayne Dyer – Tu Yo Sagrado
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