En la actualidad (finales
de los años 50) nos hallamos en la primera fase de lo que quizá sea la
penúltima revolución. Su próxima fase puede ser la bomba atómica, en cuyo caso
no vale la pena de que nos preocupemos por las profecías sobre el futuro. Pero
cabe en lo posible que tengamos la cordura suficiente, si no para dejar de
luchar unos contra otros, al menos para comportarnos tan racionalmente como lo
hicieron nuestros antepasados del Siglo XVIII. Suponiendo que seamos capaces de
aprender, podemos esperar un periodo, no de paz, ciertamente, pero sí de guerra
limitada y solo parcialmente ruinosa. Durante este periodo cabe suponer que la
energía nuclear estará sujeta al yugo de los usos industriales.
El resultado de ello será,
evidentísimamente, una serie de cambios económicos y sociales sin precedentes
en cuanto a su rapidez y radicalismo. Todas las formas de vida humana actuales
estarán periclitadas, y será preciso improvisar otras nuevas formas adecuadas
al hecho –no humano– de la energía atómica. El científico nuclear preparará el
lecho en el cual deberá yacer la
Humanidad , y si la Humanidad no se adapta al mismo…, bueno, será una
pena para la Humanidad. Habrá
que forcejear un poco y practicar alguna amputación, la misma clase de
forcejeos y amputaciones que se están produciendo desde que la ciencia aplicada
se lanzó a la carrera; solo que esta vez serán mucho más drásticas que en el
pasado.
Estas operaciones, lejos de ser indoloras,
serán dirigidas por gobiernos totalitarios sumamente centralizados; porque el
futuro inmediato es probable que se parezca al pasado inmediato, y en el pasado
inmediato los rápidos cambios tecnológicos, que se produjeron en una economía de
producción masiva y entre una población predominantemente no propietaria, han
tendido siempre a producir un confusionismo social y económico. Para luchar
contra la confusión el poder ha sido centralizado y se han incrementado las
prerrogativas del gobierno. Es probable que todos los gobiernos del mundo sean
más o menos enteramente totalitarios, aun antes de que se logre domesticar la
energía atómica; y parece casi seguro que lo serán durante el proceso de
domesticación de dicha energía y después del mismo.
Desde luego, no hay razón
alguna para que el nuevo totalitarismo se parezca al antiguo, que se ha
comprobado que es ineficaz. Un estado totalitario realmente eficaz sería aquel
en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran
gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuera necesario ejercer
coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre. Inducidos a amarla es la
tarea asignada en los actuales estados totalitarios a los Ministerios de
Propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de escuela. Pero
sus métodos todavía son toscos y acientíficos. Los mayores triunfos de la propaganda se han logrado, no haciendo
algo, sino impidiendo que algo se haga. Grande es la verdad, pero más grande
todavía, desde un punto de vista práctico, el silencio sobre la verdad. Por el
simple procedimiento de no mencionar ciertos temas, la propaganda totalitarista
ha influido en la opinión de manera mucho más eficaz de lo que hubiese
conseguido mediante las más elocuentes denuncias y las más convincentes
refutaciones lógicas. Pero el silencio no basta. Si se quiere evitar la
persecución, la liquidación y otros síntomas de fricción social, es preciso que
los aspectos positivos de la propaganda sean tan eficaces como los negativos.
Los más importantes
Proyectos Manhattan del futuro serán vastas encuestas, patrocinadas por los
gobiernos, sobre lo que los políticos y los científicos llamarán el problema de
la felicidad; en otras palabras, el problema de lograr que la gente ame su
servidumbre. Sin seguridad económica, el amor a la servidumbre no puede llegar
a existir. Pero la seguridad tiende muy rápidamente a darse por sentada. Para
llevar a cabo esta revolución, necesitamos, entre otras cosas, los siguientes
descubrimientos e inventos.
En primer lugar, una
técnica mucho más avanzada de la sugestión, mediante el condicionamiento de los
infantes y, más adelante, con la ayuda de drogas como la escopolamina. En
segundo lugar, una ciencia, plenamente desarrollada de las diferencias humanas
que permita a los dirigentes gubernamentales destinar a cada individuo dado a
su adecuado lugar en la jerarquía social y económica. En tercer lugar (puesto
que la realidad, por utópica que sea, es algo de lo cual la gente siente la
necesidad de tomarse frecuentes vacaciones) un sustitutivo para el alcohol y
los demás narcóticos, algo que sea al mismo tiempo menos dañino y más
placentero que la ginebra o la heroína. Y finalmente (aunque este será un
proyecto a largo plazo, que exigiría generaciones de dominio totalitario para
llegar a una conclusión satisfactoria) un sistema de eugenesia a prueba de
tontos, destinada a estandarizar el producto humano y a facilitar así la tarea
de los dirigentes.
En colaboración con la
libertad de soñar despiertos bajo la influencia de los narcóticos, del cine y
de la radio, la libertad sexual ayudará a reconciliar a sus súbditos con la
servidumbre que es su destino.
Ciertamente, a menos que
nos decidamos a descentralizar y emplear la ciencia aplicada, no como un fin
para el cual los seres humanos deben ser tenidos como medios, sino como el
medio para producir una raza de individuos libres, solo podemos elegir entre
dos alternativas: o cierto número de totalitarismos nacionales, militarizados,
que tendrán sus raíces en el temor que suscita la bomba atómica y, en
consecuencia, la destrucción de la civilización, o bien un solo totalitarismo
supranacional cuya existencia sería provocada por el caos social que resultara
del rápido progreso tecnológico en general y la revolución atómica en
particular, que se desarrollaría, a causa de la necesidad de eficiencia y
estabilidad, hasta convertirse en la benéfica tiranía de la utopía. Usted es
quien paga con su dinero, y puede elegir a su gusto.
Aldous Huxley – Un Mundo Feliz (Brave New World)