lunes, 25 de julio de 2016

Conviértete en lo que eres (Alan Watts)




Algunos de nosotros siempre estaremos intentando –con un exasperante grado de relativo éxito mejorar de un modo u otro, y por más que queramos aceptarnos a nosotros mismos, lo seguiremos haciendo. La renuncia a uno mismo y la aceptación de sí mismo no son más que diferentes nombres para definir la misma cosa, el ideal para el que no existe un camino, el arte para el que no existe una técnica. Evidentemente, hay una vital contradicción en la idea de renunciar a uno mismo, y también en la de aceptarse a uno mismo. Nuestras tentativas de rechazo o aceptación son igualmente infructuosas, ya que no logran alcanzar ese centro inaccesible de nuestro yo más íntimo que está intentando aceptar o rechazar. La parte de nosotros que puede cambiarnos es la que necesita ser cambiada.

El único resultado importante de cualquier serio intento de renunciar o aceptarse a sí mismo es el humillante descubrimiento de que es imposible. Y a eso se refiere precisamente la muerte de uno mismo, que es la improbable fuente de un modo de vida tan nuevo y tan vivo que da la sensación de haber vuelto a nacer. En sentido metafórico, el ego muere al descubrir su propia incapacidad, su ineptitud de hacer variar algo de uno mismo que sea realmente importante.
    Cuando la vida nos obliga finalmente a ceder, a rendirnos ante la plena manifestación de lo que ordinariamente se llama “temor a lo desconocido”, el sentimiento reprimido surge súbitamente como un manantial de puro gozo. Lo que antes se experimentaba con horror a nuestra inevitable mortalidad, se transforma, por medio de una alquimia interior, en un casi extático sentido de liberación de las cadenas de la individualidad.

Pero es exactamente cuando descubro que no puedo abandonarme a mí mismo cuando me abandono; exactamente cuando creo que no puedo aceptarme cuando me acepto. Ya que al topar con la dura roca de lo imposible es cuando uno alcanza la sinceridad, en la que ya no puede perdurar el encubridor “juego del escondite” del yo y del mí, del “buen yo” que trata de cambiar al “malo de mí”.



Recibir el universo en uno mismo, a la manera de algunos “místicos”, es vanagloriarse con la idea de que uno es Dios, creando una nueva oposición entre el gran todo y la degradada parte. Darse de modo pleno e incondicional al mundo es convertirse en una no-entidad espiritual, un mecanismo, una cáscara, una hoja llevada por los vientos de las circunstancias. Pero, si al mismo tiempo, se percibe el mundo y se abandona el yo, entonces prevalece esa unión que origina el Segundo Nacimiento.
    Así, cuando decimos que de la unión del yo y la vida (o el mundo) nace el Cristo, queremos dar a entender que el ser humano se eleva a un nuevo centro de conciencia en el cual no es él ni solo él mundo… En realidad, este centro ya existía...
  
El desapego significa no sentir ningún remordimiento por el pasado ni miedo por el futuro; dejar que la vida siga su curso sin intentar interferir en su movimiento y cambio, sin intentar prolongar las cosas placenteras ni provocar la desaparición de las desagradables.
    Actuar de este modo es moverse al ritmo de la vida, estar en perfecta armonía con su música cambiante, a esto se llama iluminación. Dicho brevemente: es no apegarse al pasado ni al futuro y vivir en el eterno ahora. Por sí mismo el pasado y el futuro son una ilusión. La vida existe solo en este preciso momento, y es en este momento cuando es infinita y eterna. Ya que el momento presente es infinitamente pequeño, antes de que podamos medirlo ha desaparecido y, sin embargo, persiste para siempre. Este movimiento y cambio ha sido llamado Tao por los chinos.
    Un sabio dijo que si pretendemos vivir en armonía con el Tao debemos alejarnos de el. Pero no acababa de estar en lo cierto. Ya que lo curioso del caso es que no podemos alejarnos de él aunque queramos; aunque tus pensamientos huyan hacia el pasado o corran hacia el futuro; no pueden escapar del momento presente.


Quizá te creas fuera de la armonía de la vida y de su eterno ahora, pero no podrías existir, ya que tú eres vida y existes ahora. De ahí que no sea posible escapar ni atrapar el Tao infinito; no hay ni un acercarse a él, ni un alejarse de él; simplemente es, y tú lo eres. Por lo tanto, conviértete en lo que eres.




Alan Watts – Conviértete en lo que eres





sábado, 23 de julio de 2016

Entronizar el alma, el individuo psíquico en lugar del ego (Sri Aurobindo)




Entiendo por ser psíquico el alma íntima del ser y la naturaleza. Ése no es el sentido que se le da en el lenguaje ordinario. El ser psíquico es el núcleo divino que se mantiene detrás de la mente, la vida y el cuerpo, pero que nosotros no percibimos más que débilmente. Es una parcela del Divino que se perpetúa de vida en vida, recogiendo la experiencia de la vida por medio de sus instrumentos exteriores.

Es una personalidad espiritual formada por el alma en su evolución. Al principio está velado por las mente, el ser vital y el cuerpo, limitado en su autoexpresión. Pero a medida que crece se torna capaz de salir a la superficie y dominar mente, vida y cuerpo. Nosotros tenemos, en efecto, dos mentes; una la mente superficial de nuestro ego que se expresa en la evolución, la mente superficial que creamos emergiendo de la Materia; la otra, una mente subliminal que no está obstaculizada por nuestra vida mental actual y sus rigurosas limitaciones, y que es grande, poderosa y luminosa, el ser mental verdadero, detrás de esta forma superficial de la personalidad mental que nosotros tomamos por nosotros mismos erróneamente.
    Tenemos paralelamente dos vidas, una exterior, tejida en el cuerpo físico, ligada por su evolución pasada en la Materia, que vive, que ha nacido y que morirá; la otra, una fuerza subliminal de vida que no está encerrada entre las estrechas fronteras de nuestro nacimiento y nuestra muerte físicas, pero que es nuestro ser vital verdadero. Está abierta al conocimiento universal de la Mente cósmica.



La verdadera alma secreta en nosotros es la llama del Divino siempre encendida. Habitante luminoso de la Ignorancia, crece en ella hasta el momento en que puede volverla hacia el Conocimiento. Es lo que subsiste, lo que es imperecedero en nosotros de nacimiento en nacimiento, inalcanzable por la muerte. Teniendo por misión conducir al hombre desde la Ignorancia hasta la luz de la Conciencia divina, absorbe la esencia de todo lo que es vivido en la Ignorancia para formar el núcleo del crecimiento del alma en la naturaleza. Es esta entidad psíquica secreta la que es la verdadera Consciencia original en nosotros. Ésta es la función del Ser Psíquico: actuar en cada plano para que uno despierte a la auténtica verdad y a la Realidad divina.

Si no existiese un Ser Psíquico en la Materia, no podría haber contacto directo con el Divino, y es gracias a esta presencia que el contacto puede ser directo entre la Materia y el Divino. Y se puede decir de todos los seres humanos: vosotros lleváis el Divino dentro y lo encontraréis. Es una infusión directa, especial y redentora en la Materia más inconsciente y oscura, para que ella pueda despertar de nuevo, por etapas, a la Consciencia divina, a la presencia divina y, finalmente, al Divino mismo.




Es la presencia del Ser Psíquico la que hace del hombre un ser excepcional. Y, a decir verdad, no saca gran provecho de ello. No parece que considere su virtud como algo muy deseable, por la forma con que trata esta presencia. Prefiere sus ideas de la mente, prefiere sus deseos del vital y prefiere sus hábitos del físico. En el hombre es posible y, de hecho, inevitable, como la evolución debe y puede efectuarse. Existe el renacimiento, el progreso del alma elevándose de escalón en escalón en la existencia que evoluciona. En el curso de esta progresión, la entidad psíquica esta todavía velada pos sus instrumentos, por la mente, la vida y el cuerpo; ella no puede manifestarse plenamente y es impedida de ponerse al frente donde podía revelarse como dominadora de su naturaleza. Pero en el hombre, la parte psíquica de la personalidad puede desarrollarse mucho más rápidamente que en la creación inferior, y puede ocurrir sin duda que llegue un momento en el que la entidad del alma alcanzará el punto en que, emergiendo desde detrás del velo, se manifestará abiertamente y tomará las riendas de sus instrumentos en la Naturaleza.
    Pero eso significaría que el espíritu interior secreto, el Divino interior, ha llegado a su punto de emergencia; y no se puede apenas dudar, de que en el momento de esta emergencia, él exigirá una existencia más divina y espiritual, como ya es el caso para la Mente misma cuando está bajo la influencia interior del Ser Psíquico.
    En la naturaleza de la vida terrestre, donde la mente es un instrumento de la Ignorancia, eso no puede efectuarse más que por un cambio de Consciencia, el paso de una fundación en la Ignorancia a una fundación en el Conocimiento, de la consciencia mental a una Consciencia supramental, una instrumentación supramental de la Naturaleza.




En el conocimiento espiritual del ser, existen tres etapas que llevan a la autorrealización y que son al mismo tiempo tres partes del conocimiento único.  La primera es el descubrimiento del alma, no del alma exterior atada a los pensamientos, a las emociones y a los deseos, sino de la secreta entidad psíquica, del elemento divino en nosotros. Cuando esta entidad consigue dominar la naturaleza, cuando nosotros somos conscientemente el alma y la mente, la vida y el cuerpo ocupan su verdadero lugar, que es el de sus instrumentos, somos conscientes de un guía interior que conoce la verdad, el bien, el verdadero deleite, la verdadera belleza de la existencia, somete el corazón y el intelecto a su luz luminosa y conduce nuestra vida y nuestro ser hacia la plenitud espiritual. Incluso en las oscuras operaciones de la Ignorancia tenemos entonces un testigo que discierne, una luz viva que ilumina, una voluntad que rehúsa dejarse extraviar y separa la verdad mental del error mental. Tal es la primera etapa de la autorrealización: entronizar el alma, el individuo psíquico en lugar del ego.

La etapa siguiente consiste en tomar consciencia de un ser racional eterno en nosotros, no nacido y uno con el ser de todos los seres. Esta realización libera y universaliza, incluso si nuestra acción sigue todavía la dinámica de la Ignorancia, ella no se encadena ni se extravía porque nuestro ser interior está instalado en la luz del conocimiento del ser-en-sí.


La tercera etapa consiste en conocer al Ser divino que es a la vez nuestro Yo supremo trascendente, el ser cósmico, asiento de nuestra universalidad, y la Divinidad interior, de la que nuestro ser psíquico, el individuo evolutivo verdadero es nuestra naturaleza, es una porción, una chispa, una llama que llega a ser el Fuego eterno, del cual ella ha sido encendida y del que es el testigo siempre vivo en nosotros, siendo el instrumento consciente de su luz, de su poder, de su gozo y de su belleza.


Sri Aurobindo – El Ser Psíquico

miércoles, 20 de julio de 2016

El Tránsito hacia el Todo, que es la Nada (Emilio Carrillo)


(Comentario del Libro de Emilio Carrillo - El Tránsito)

Realmente me gustaría que el concepto básico que da lugar a este libro, o sea, el de la reencarnación, fuera un hecho cierto, y yo durante muchos años lo he tenido por principio vital, en cuanto que por comodidad y lógica existencial, evitaba considerar un final absoluto a la vida, ¿y por qué no más positivo y tranquilizador creer en ello que lo contrario?
    Sin embargo, por lo que creemos saber, debemos cuestionar la afirmación categórica de que todas las tradiciones religiosas tenían entre sus credos la reencarnación. Si hacemos una sinopsis escueta de ello, tenemos que:

-El hinduismo creía en la transmigración y la metempsicosis, muy distintas de la reencarnación.
-Buda negaba la existencia de algo permanente en la persona que ocupe distintos cuerpos.
-El chamanismo nos dice que en el momento de la muerte, el espíritu sobrevive y vuelve al mundo de los espíritus para siempre.
-El Druidismo habla de un estado gozoso tras la muerte en mundos felices, sin reencarnación.
-Para Sumerios y egipcios, el alma realizaba una especie de recorrido o bien hasta una especie de infierno o hasta el mundo de los dioses para toda la eternidad.
-El Mazdeísmo o Zoroastrismo dice que el alma externa permanece 3 días y 3 noches junto al cuerpo muerto. Durante este tiempo todas las acciones anteriores se presentan en un juicio inexorable. Al final de los tiempos, se produce una especie de Apocalipsis y Resurrección.
-El Cristianismo, el Judaísmo y el Islamismo asumen lo anterior, basándose en las tradiciones espirituales de la zona de la que surgen.
-El Taoísmo no cree en la vida después de la muerte. El objetivo es alcanzar el conocimiento y la inmortalidad, pero no la del alma, sino la del cuerpo físico.
-El Sintoísmo considera que el espíritu que reside en el cuerpo sobrevive eternamente en el más allá.
-Para Aztecas y Mayas, el alma va al inframundo.
-Platón habla de la reencarnación en Fedro, quizá por influencia del Brahmanismo.
-Por fin el Brahmanismo, posterior al hinduismo, nos dice que el alma evoluciona a través de la reencarnación según obras y el karma. Supuestamente es una idea meditada por los brahmanes para dar sentido al sistema de castas, una especie de compesnsación hacia los menos favorecidos, y mantener su status de poder. Posteriormente, el budismo tibetano, a partir del S.VIII lo adopta, creando el conocido como “Libro de los Muertos”. Igualmente, lo adopta el ocultismo, el teosofismo y el esoterismo del finales del s.XIX.
-La Metafísica pura derivada de la tradición ancestral, uno de cuyos máximos exponentes fue Renè Guenon, declara que es un concepto imposible, un mismo ser no puede ocupar distintos cuerpos, que ya están ocupados por otros seres en cada uno de los grados de existencia. Solo la metempsicosis tiene posibilidad, en cuanto a la permanencia temporal de nuestros contenidos psíquicos en otro ser.



Otra cuestión es que el hecho de admitir las ECM (experiencias cercanas a la muerte) no implica en modo alguno la persistencia y posterior reencarnación, serían los últimos latidos de la energía vital o alma, tal como yo la entiendo. Solo tenemos noticia de sensaciones de los que no han llegado a morir cerebralmente; más allá de lo que hay al final del túnel, no sabemos nada.

¿De qué me sirve a mí particularmente una persistencia o reencarnación de un supuesto yo (alma o chispa divina) superior individualizado del que no sé nada, que está toda la vida en silencio absoluto, como esperando que yo muera en el momento que ya previó antes de nacer? Si mi yo pequeño, por el cual tomo conciencia de ser, por el que vivo, sufro y muero, aquí y ahora, desaparece, todo lo demás no es de mi incumbencia inmediata.
¿Qué es eso de la multidimensionalidad coetánea en otros planos vibratorios más sutiles, que somos incapaces de experimentar?

Según el autor, todo depende del estado de conciencia justo un minuto antes del fallecimiento. Evidentemente, todos, cuando sintamos la muerte inminente, por si acaso, en ese momento y por ansia vital, acaso nuestro instinto de supervivencia innato nos hará creer en que espíritu divino y alma persisten, para poder descansar y morir en paz.

El libro, de hecho, niega  que nuestro libre albedrío sirva para algo, ya que casi todo lo importante que nos sucede está predeterminado por un supuesto espíritu que tiene completamente prefijada nuestra vida, las enfermedades que vamos a sufrir, ¡y en que momento vamos a morir y junto a quién!



Igualmente, nos dice que el conductor de nuestra vida es el espíritu. No llego a comprenderlo. El conductor soy yo, y en todo caso, el espíritu es un pasajero desconocido que no ha pagado ni el billete del viaje. Lo máximo que podemos constatar es que el conjunto de mi pequeño yo físico, mental y emocional, tira a duras penas de un coche, que es el alma, dentro del cual va paseando inmisericorde el espíritu.

Como si no lo necesitara en absoluto, el autor no aporta investigaciones importantes que se están dando en este terreno, ningún dato ni estudio científico. ¿Y por qué? ¿No será porque precisamente estas investigaciones ponen en serias dudas las teorías de la reencarnación? No obstante, toma como ejemplo lo expuesto en libros y películas de ficción como el "6º Sentido" o "4 Bodas y un Funeral" y otras más.
¿No existen la enfermedad, ni los cánceres, ni las epidemias? El autor recalca que son producto de nuestra imaginación…“La muerte es un imposible un fantasma de la imaginación humana”, ¿cómo vamos a estar de acuerdo en eso? “El yo no es nada”, pero resulta que lo es, por ahora, casi todo.

“Si nos muriéramos y no nos recreáramos, seríamos la única excepción en el universo entero”.  Un dicho oriental nos dice que:”la bellota se hace roble, pero el roble, por mucho que lo intente, jamás volverá a ser bellota.
“Las tragedias colectivas conmueven a muchas personas e impulsan su proceso consciencial y evolutivo” ¿De qué manera, si ya estamos curados de espanto…? No entiendo la relación entre sufrimiento y consciencia divina.

Por otro lado, el autor nos presenta un comentario ecléctico y coherente del Bardo Todol tibetano, única doctrina que deberíamos tener en cuenta. Pero aquellos que gustan de la lectura y la investigación razonada no encuentran en él un apoyo firme.



En fin, sin poder negar que el contenido del libro pueda tener algo u mucho de cierto, aun teniéndolo por completo, le veo escasa utilidad; al contrario, nos empapa de un determinismo peor que el de las religiones tradicionales, pero modernizado. Precisamente, aquellos que no creen que haya otra vida, tienen más razones aún para vivir intensamente ésta y no dejar nada para un mañana incierto.

Parece más bien la Biblia de un nuevo profeta del S. XXI, uno más, que ha vuelto para “transmitir seguridad a las personas”, proclamando una verdad absoluta, que no admite réplica, como una nueva religión sin posibilidad alguna de comprobación científica ni intelectual, ignorando los esfuerzos de grandes pensadores e investigadores en estos turbios vericuetos. Una nueva fe consoladora, pero no es la que el ser humano necesita actualmente.

Evidentemente, ni yo ni un montón de cientos de millones de los encarnados actualmente pertenecerán a ese grupo selecto de 9 mil millones que se necesitan, según el autor, para el cambio total de conciencia planetaria, ya que la conciencia vibracional del planeta no admitirá nuestros renacimientos. Quiero creer en la transformación  de la materia por el ser Psíquico, según la denominación de Sri Aurobindo del espíritu divino, presente en nuestro interior, pura consciencia que aspira a la Consciencia Pura a través de indefinidas encarnaciones, para lo que necesita una ardua y concienzuda ascesis, pero no comparto el tránsito como base del sistema, y de que solo es necesario tener consciencia de la única realidad de este yo-espíritu divino para ese salto evolutivo.


Aún así, recomiendo su lectura encarecidamente, ni yo mismo estoy convencido de mis propias críticas; es posible que a otros les suponga una auténtica transformación. Puede que, por mi parte, aún no esté preparado para interiorizar este asunto y que, algún día, sienta haber desperdiciado el tiempo con tantas dudas.



(Comentario del Libro de Emilio Carrillo: El Tránsito)

martes, 19 de julio de 2016

El Oscuro mar de la Conciencia (Carlos Castaneda)



Parece que en nuestra mente el universo entero es la palabra de Dios: algo absoluto e inmutable. Así nos comportamos. En lo más profundo de nuestra mente existe un mecanismo de control que nos impide detenernos a analizar que, tal como la aceptamos y creemos en ella, la palabra de Dios pertenece a un mundo muerto. Por su parte, el mundo vivo es un flujo constante. Se mueve, cambia, invierte la dirección. El motivo por el cual los pases mágicos de los chamanes de mi linaje lo son consiste en que, al ejecutarlos, los cuerpos de los practicantes se percatan de que, en lugar de ser una cadena ininterrumpida de objetos afines, todo es una corriente, un flujo. Si todo lo que existe en el universo es un flujo o una corriente, ésta puede detenerse. Es posible represarla para detener o desviar el flujo.

Los chamanes del linaje de Don Juan creían que, en un sentido amplio, la conciencia acrecentada creaba un estado de bienestar. Se dieron cuenta de que, al entrar en estados de conciencia acrecentada, sus cuerpos se movían involuntariamente de determinadas maneras que eran el origen de la peculiar sensación de plenitud física y mental, los movimientos se producían espontáneamente y una fuerza guiaba los efectos sin la intervención de la voluntad. Los pases mágicos producen un efecto que no responde a las explicaciones habituales. Los movimientos no son ejercicios físicos ni posturas corporales, sino verdaderos intentos de alcanzar el estado óptimo del Ser. Se denominan pases mágicos ya que, al practicarlos, en lo que a la percepción de refiere, los chamanes son transportados a otros estados del ser en los que perciben el mundo de manera indescriptible. El propósito es redistribuir la energía. Los seres humanos tienden espontáneamente a apartar la energía de los centros de vitalidad, a través de las preocupaciones y dejándose arrastrar por el estrés de la vida cotidiana. La coerción de las actividades diarias pasa factura al cuerpo; se acumula en la periferia de la bola luminosa y en ocasiones forma un depósito grueso semejante a la corteza del árbol.



Los pases mágicos se vinculan con el ser humano total en cuanto cuerpo físico y como conglomerado de campos de energía. Agitan la energía acumulada en la bola luminosa y la devuelven al cuerpo físico propiamente dicho. La verdadera magia de los pases mágicos es que permiten que la energía encastrada vuelva a entrar en los centros de vitalidad.

El objetivo es la redistribución de la energía y las tres cuestiones que lo acompañan: la interrupción del diálogo interior, la posibilidad del silencio interior y la fluidez del punto de encaje. Una vez que el diálogo interior se reduce al mínimo, notas la llegada del silencio interior. Un nuevo flujo de cosas entra en tu campo de percepción. Estas cuestiones siempre estuvieron en la periferia de tu conciencia general, pero no disponías de suficiente energía para ser deliberadamente consciente de su existencia. A medida que desvías el diálogo interior otros elementos de la conciencia ocupan el espacio vacío. El nuevo flujo de energía que los pases mágicos llevan a tus centros de vitalidad da una fluidez a tu punto de encaje, que ya no está rígidamente vallado. Los miedos ancestrales que nos impiden dar un paso han dejado de impulsarte.

Mediante la redistribución de la energía que no se utiliza, los pases mágicos conducen a los practicantes a un nivel de conciencia en el cual los parámetros de la percepción normal tradicional quedan anulados porque se expanden. Así, los practicantes incluso pueden entrar en mundos inimaginables. Ahora sé que los humanos somos seres de la conciencia, que participamos en el evolutivo viaje de la conciencia y que estamos llenos a rebosar de recursos increíbles que jamás aprovechamos.




La recapitulación es la técnica descubierta por los brujos del antiguo México con el fin de alcanzar dos objetivos trascendentales: en primer lugar, el fin abstracto de cumplir el código universal que exige renunciar a la conciencia en el momento de la muerte. Vieron que en el universo existe una fuerza descomunal, un inmenso conglomerado de campos de energía al que denominaron águila o el oscuro mar de la conciencia, que es la fuerza que da conciencia a todos los seres vivos. En su opinión, los seres vivos mueren porque están obligados a devolver su conciencia prestada. Consideraban que la recapitulación suponía dar al oscuro mar de la conciencia lo que buscaba: experiencias vitales, es decir, adquirían un grado de control que les permitía separar las conciencias vitales de la fuerza vital, que no estaban unidas de manera indisoluble.
    Como es imposible explicar estos fenómenos según la lógica al uso, los chamanes aspiraban a lograr la hazaña de retener la fuerza vital sin saber cómo lo hacían. Solo se trata del ingreso en un proceso evolutivo con la ayuda del único medio de que el hombre dispone: la conciencia. Los chamanes tenían el convencimiento de que, biológicamente, el hombre no puede seguir evolucionando, por lo que llegaron a la conclusión de que la conciencia humana era el único modo de evolución. En el momento de la muerte, los chamanes no son aniquilados, sino que se transforman en seres inorgánicos, seres que tienen conciencia pero carecen de organismo. Para ellos, la transformación era evolucionar, y suponía el acceso a una clase de conciencia nueva e indescriptible, conciencia que realmente duraría millones de años y que algún día tendrían que devolver.

El segundo objetivo de la recapitulación es el fin pragmático de adquirir fluidez perceptiva. El fundamento se relaciona con uno de los temas más esquivos de la brujería: el punto de anclaje, punto de luminosidad intensa, del tamaño de una pelota de tenis, perceptible cuando los chamanes ven al ser humano como un conglomerado de campos de energía. Billones de campos de energía con forma de filamentos de luz que proceden del universo en general convergen en el punto de anclaje y los atraviesan. El ser humano la convierte en datos sensoriales. A continuación, los interpreta como el mundo de la vida cotidiana, es decir, en función de la socialización y el potencial humano.



La recapitulación significa revivir todas o casi todas las experiencias que hemos tenido y, de este modo, desplazar un poco o mucho el punto de anclaje y llevarlo a adoptar la posición que ocupaba cuando aconteció el hecho recapitulado. El acto de desplazarse entre posiciones anteriores y la presente proporciona la fluidez necesaria para salvar los obstáculos extraordinarios en sus viajes al infinito.

Los chamanes están convencidos de que el misterio de la recapitulación reside en el acto aspirar y espirar. Como se trata de una función que sustenta la vida, creen que a través de la respiración también podemos entregar al oscuro mar de la conciencia el facsímil de las propias experiencias vitales. Cuestiones como la recapitulación no se explican, simplemente se experimentan. Al vivirla podemos encontrar la liberación, y explicarla equivale a consumir energía en esfuerzos inútiles. Cualquier cambio de comportamiento tendría que realizarse a través de la recapitulación, porque es el único medio que puede realzar la conciencia y liberarnos de las demandas implícitas de la socialización.



El silencio interior es el estado natural de la percepción humana en el que los pensamientos quedan bloqueados y nuestras facultades funcionan con un nivel de conciencia que no exige la utilización del sistema cognitivo cotidiano. La percepción humana que funciona en las condiciones de silencio interior puede alcanzar niveles indescriptibles. Algunos de ellos son universos en sí mismos, son estados inefables e inexplicables.
    El silencio interior es la matriz de un espectacular paso evolutivo: el conocimiento silencioso, es decir, el nivel de la conciencia humana donde el conocimiento es espontáneo e instantáneo. A este nivel el conocimiento no es consecuencia de la reflexión cerebral, la inducción y la deducción lógicas, o las generalizaciones basadas en las semejanzas y las diferencias. En el nivel de conocimiento silencioso no hay nada apriorístico o que constituya un caudal de conocimiento, ya que todo ocurre inminentemente ahora. El conocimiento silencioso le fue insinuado al hombre primitivo pero, en realidad, nunca lo poseyó. A pesar de que hemos perdido dicha insinuación, a través del silencio interior la humanidad siempre tendrá abierto el camino que conduce a él.


El silencio interior debe acumularse o almacenarse poco a poco, segundo a segundo, tenemos que obligarnos a ahorrar silencio y alcanzar el umbral de tiempo acumulado. Entonces se experimenta parar el mundo; éste deja de ser lo que era y se es consciente de ver la energía como fluye por el universo. Lo que se experimenta en el instante de parar el mundo es el resurgimiento del cuerpo energético, y que esta configuración energética es la que siempre fue capaz de ver la energía como fluye por el universo.




Carlos Castaneda – Pases Mágicos

lunes, 20 de junio de 2016

Listas de Reproducción (1957-1971)

Subo aquí estas listas de reproducción que he confeccionado por varios motivos.

Primero el gran álbum de Carole King (Music) remasterizado que no hallaba completo en Youtube. Después uno de los mejores discos de Jazz para mí que tampoco encontraba completo, Charles Mingus Trio (1957) con un Charlie Mingus insuperable, formidablemente acompañado por Hampton Hawes y Danny Richmond. Sigue el mejor conjunto de temas de Howlin Wolf, con el blues más auténtico y desgarrado. Y, por último, una selección de singles de los 60, que aún  conservo y que escuchaba infinidad de veces.













lunes, 13 de junio de 2016

Humanismo: libertad y autorrealización





Un humanista es alguien que sitúa a la persona, su vida y sus valores en el centro de su visión del mundo. El humanismo da gran importancia a la libertad, la razón y las posibilidades y derechos del individuo; pero la razón es solo una de las herramientas que empleamos para comprender el mundo. También hemos de usar nuestra capacidad de cosechar experiencias. Razón y experiencia constituyen la base de nuestro conocimiento.

El ser humano no puede, ni basándose en la razón, ni en las experiencias, decir que existe un dios. Pero tampoco se puede decir con seguridad absoluta que no exista ninguno. Un humanista suele por tanto definirse como agnóstico.
    Los humanistas reconocen que las facultades del ser humano son limitadas. Hay preguntas a las que no sabemos contestar. Hay enigmas que no sabemos solucionar. Y sin embargo es humano formarse ideas sobre lo desconocido. Lo que no debemos hacer es convertir esas ideas en principios religiosos absolutos. En la práctica, los humanistas adoptan por tanto una postura atea. Viven como si no existiera ningún dios. No aceptan ninguna realidad sobrenatural, porque carecen de fundamento para creer en alguna; existe una sola realidad que es relevante para la vida.




Como los humanistas no cuentan con ningún destino o voluntad divina que dirija la vida de los hombres, subrayan que el ser humano tiene que fiarse de sí mismo. El hombre es su propio señor. La visión que tiene el humanismo de los seres humanos es positiva y optimista. El ser humano tiene gran valor y muchas posibilidades, y es bueno por naturaleza.
   Los humanistas señalan a menudo al hombre como un ser espiritual, con facultades y posibilidades que superan a las de todos los demás seres, y también una libertad muy distinta. Posee la facultad de crear algo mediante el trabajo y la actividad artística.

El ser humano constituye también una parte de la naturaleza, y como tal está ligado a sus leyes. El alma humana está totalmente relacionada con las funciones del cerebro. El humanismo rechaza por ello que el hombre tenga un alma inmortal. El hombre no tiene ninguna consciencia después de la muerte.
   El ser humano es un ser único. Pero, aunque somos distintos, todos los seres humanos somos igual de valiosos. La tolerancia mutua ante las cualidades que distinguen a los unos de los otros es uno de sus ideales principales.



También es muy importante el que ningún ser humano sea usado como medio para algún otro fin, sea por “necesidad histórica”, medios políticos superiores u otra cosa parecida. Una persona a menudo puede encontrar sentido en lo de “sacrificarse” por una causa, pero jamás debe ser convertido involuntariamente en víctima para los fines de otros. Cualquier persona es un fin en sí misma, jamás ha de ser tratada como un mero número en la masa.
   El objetivo debe ser que todo el mundo pueda realizarse personalmente y desarrollar sus aptitudes; la felicidad y la autorrealización del individuo son por tanto de gran importancia.

Con su énfasis en la singularidad de cada uno, los humanistas tienen una visión individualista del ser humano. Pero éste no vive solo para sí y lo suyo. Los humanistas suelen identificarse con la humanidad en general, y tienen una visión optimista de su evolución.

Opinan que el ser humano gracias a su razón conoce la diferencia entre el bien y el mal. No necesita ningún mensaje o reglas impuestas desde fuera. Sobre una base puramente racional sabe establecer ciertos valores y normas fundamentales.
   El principio ético más importante de los humanistas es la regla de oro que dice que debes hacer a los demás lo que quieres que los demás te hagan a ti. Dicho “principio de reciprocidad” se puede establecer sobre una base humana, como el respeto por la dignidad y la inviolabilidad del ser humano. Los derechos humanos ocupan, por tanto, un lugar principal. Como prójimo, estoy obligado a luchar por la libertad, la igualdad y la justicia entre los hombres en el mundo entero.





Con su énfasis en la vida en la tierra, en el aquí y ahora, los humanistas también luchan por un mayor bienestar material. Ahora bien, este objetivo tiene que sopesarse constantemente con los valores vitales y la calidad de vida en un sentido amplio. El fin en sí no es un aumento ciego de la eficiencia, ni un materialismo ávido de placeres. En este sentido, el humanismo se opone al materialismo y al desarrollo tecnológico unidimensional, sea bajo el auspicio socialista o capitalista.


Jostein Gaardner, Victor Hellern, Henry Notaker – El Libro de las Religiones

martes, 31 de mayo de 2016

La lucha entre la memoria y el olvido (Jaime Rodríguez Sacristán)





Los olvidos son esquivos y misteriosos. Se ocultan detrás de los pensamientos, de los sentimientos y de las palabras. Apenas sabemos cómo se van o cuándo han de volver. Los olvidos se mueven en tierras de penumbra. Son recuerdos ocultos que de momento no están presentes en nuestro mundo consciente.

Olvido no es desmemoria. No es el almacén cerrado y pasivo de lo inservible, de lo que ya no tiene vida. Al contrario, el olvido es algo vivo, que forma parte de nosotros porque está presente en la batalla del hombre contra el tiempo. Está en la historia personal y en la historia colectiva de los hombres y de los pueblos. Está en el amor, en la soledad, en las relaciones del hombre con Dios y con lo sobrenatural.

Algunos olvidos no vuelven, no se hacen recuerdos, nunca salen de las sombras para recibir la luz de nuestro tiempo consciente, de nuestro mundo actual. Algunos olvidos salen a la luz de forma no deseada. Otros olvidos siguen caminos tortuosos para hacerse recuerdo. Y hay olvidos que están a mitad de camino entre lo consciente y lo inconsciente, que están ocultos detrás de algo; quieren salir a la superficie, están a la espera de que alguien sepa levantar el velo de misterio que los envuelve y los esconde.




La lucha entre la memoria y el olvido es como un fuego que se enciende y que ilumina al ser humano. La memoria tiene, como el fuego, un enorme potencial de fuerza, de energía interior que puede quemarnos. Los recuerdos no son solo pasado, matizan y condicionan el presente y preparan y determinan el futuro. Hay recuerdos que se repiten de manera martilleante. Los olvidos ocultos están ahí, vivos, para intervenir, para aflorar en nuestro mundo consciente. El olvido no es la ausencia, porque está lleno de vida.

El olvido se mueve entre lo irracional, lo imaginario y lo fantástico. Somos conscientes de sucesos que hemos olvidado, pero el material del que están hechos los olvidos posee el carácter de las fabulaciones huidizas y el añadido de un toque fantástico, inefable y misterioso. Todo olvido posee algo de perturbador que irrumpe en nuestra vida, un pasado que vuelve, a veces emocionalmente neutro y otras cargado de emoción disturbadora.

El olvido no tendría sentido si no se tratara de tiempos vividos, traídos a un tiempo presente y con repercusiones en un tiempo por llegar. Los olvidos tienen vocación de permanencia y oficio de desaparición y de huida. Todo empezó en un momento que fue presente, cuando se vivió lo que después será olvidado y recordado. En esos momentos se vive una experiencia que queda impresa en lugares de nuestro cuerpo. Y a partir de ahí todo es vivo, móvil, con un juego de tiempos, porque se trae el pasado al presente. Retener supone permanecer, mantener en el tiempo lo vivido para poderlo tener a nuestra disposición en un momento dado.



Después de “fijar los recuerdos” empieza la batalla memoria-olvido. Una guerra en que la sal, la salsa y los condimentos los ponen los sentimientos y las emociones. A partir de ese momento aumentan los enigmas, cuando los recuerdos huyen y no sabemos cómo. La búsqueda de los recuerdos que permanecen ocultos en nosotros sigue siendo un misterio. No estamos seguros de cuáles son los recuerdos que van a hacerse inolvidables y apenas sabemos por qué no hay manera de olvidar ciertas experiencias; por qué hay recuerdos que huyen y recuerdos encubridores, y el por qué del olvido de la ausencia y el olvido del olvido.

No todos los olvidos son tristes, pero la constelación de la tristeza siempre está cerca de los olvidos y de la pérdida de los recuerdos. El hombre actual es consciente de su finitud y del paso del tiempo y también sabe que al no estar será olvidado. Este hombre postmoderno vacío que se siente intrascendente reacciona con sentimientos, ideas y comportamientos de la constelación de la tristeza, tristeza que se convierte con facilidad en depresión. Muchos hombres sensibles actuales son conscientes de la cercanía entre el olvido y el tiempo, que están hechos de la misma materia, la misma que da cuerpo a los sueños. El olvido también porta el peligro del alejamiento, la ausencia y la pérdida de lo que somos, de lo que constituye el eje de nuestro ser en el mundo, de lo que sabemos de nosotros mismos.



Algunas experiencias que parecen no ser ni llamativas ni alarmantes poseen capacidad para generar imposibles olvidos. Son olvidos y recuerdos que vuelven a nosotros a medias, a través de simbolismos variados, en situaciones conflictivas, cuando hay lucha interior o angustia. Las experiencias semiolvidadas han sido vividas en un tiempo decisivo, emociones e ideas pugnando entre sí, que no son aceptables en nuestro mundo consciente. Ahí están, semiolvidadas, pero activas y con capacidad para asociarse y constituirse más adelante en olvidos imposibles.

Algunos recuerdos solo salen en los sueños. La voluntad no puede controlarlos. El deseo de olvidarlos no consigue su exclusión, la determinación de olvidar no es suficiente. Vuelven esos recuerdos a nuestro mundo consciente a través de los sueños y lo hacen acompañados de sentimientos contradictorios: una mezcla de rechazo, complacencia  e inquietud. Tienen mucho en común  los sueños y el olvido. Los dos son atractivos y misteriosos. Las imágenes que utilizan los sueños y el olvido son huidizas y parecen alucinatorias, son como imágenes desfiguradas que se desvanecen y cambian; también tienen en común la forma de utilizar el tiempo y el espacio, se presentan siguiendo unas reglas aparentemente caprichosas. También comportan una aparente ausencia de lógica, porque ambos poseen una lógica propia, una dinámica coherente en sí misma, por la que se rigen.




Saber olvidar es un arte, que no se aprende fácilmente. El arte del olvido es necesario para mantener el equilibrio inestable de la existencia humana. El arte de la memoria es útil y conveniente para vivir mejor. La batalla memoria-olvido y la guerra entre el recuerdo consciente y el inconsciente hacen que el saber sea limitado, débil y frágil. La duda está siempre presente. No sabemos cuánto sabemos ni lo que hemos olvidado. La duda, la inseguridad y el error son habituales en lo recordado. El olvido se queda con parte del contenido de los recuerdos y le añade, maliciosamente, imaginación. La fiabilidad de lo recordado es discutible, los falsos recuerdos aparecen con demasiada facilidad. La realidad vivida no es siempre la recordada y la deformación es habitual. La vulnerabilidad del recuerdo y la presencia misteriosa de los olvidos es debido a la propia esencia de los seres humanos.

Los olvidos son necesarios y van donde el corazón los lleva. Son la sal de la vida. Los recuerdos ocultos dan el toque de misterio y de milagro a nuestro vivir en el mundo, al querer retener en nuestro interior lo que hemos vivido y lo que hemos sentido. Tanto los olvidos como los recuerdos ocultos llevan siempre nuestro sello personal y diferenciativo, porque las formas de vivir y de elaborar los olvidos son tan diferentes como son las personas.

Al asomarnos al interior del hombre, a los vacíos de la memoria y a los vacíos del espíritu, aprendemos que todos los hombres somos portadores de una memoria y de un olvido que son expresión de nuestra vulnerabilidad, de nuestros sufrimientos y de nuestras esperanzas.


Jaime Rodríguez Sacristán – El olvido y los recuerdos ocultos



lunes, 30 de mayo de 2016

Nuestra misión es ser felices (María A. Servián)



No importa cómo se llamen: pareja, amigo, amante, hermano, tío, prima, padres o sobrinos…, mientras no permitas que las personas de tu alrededor sean libres de pensar, sentir, decidir y actuar sin tu permiso, la relación antes o después… fracasará. No se trata de que tú le des permiso, ni que estés o no de acuerdo con lo que hacen. No es tu misión decidir esto.

Lo cierto es que todas y cada una de las personas que habitan este planeta son libres, completamente libres de hacer con sus vidas lo que crean y estimen más oportuno, sin que tú por eso tengas que sentirte ofendido o enfadado, y esto ocurre más de lo que nos gustaría.

El “permitir” desde nuestra parte que escojan su propio camino nos hace liberarnos de cosas tan amargas como: juzgar, criticar, sentirnos mal, enfadarnos… nadie es igual a nadie. Somos únicos e irrepetibles. En nuestra unidad con el Todo, cono nuestros deseos y propios aprendizajes.



Por lo que mientras más despejemos el camino de los demás dándoles la libertad de que aprendan lo que han venido a experimentar, mejor para ellos y para nosotros, ya que podemos avanzar libres de cargas que no nos corresponden en absoluto. No se trata de estar de acuerdo con sus actuaciones, sino de permitirles que tengan su propio concepto de ver y hacer las cosas.

Mientras más libertad des, con más autonomía amarás a las personas que tienes cerca; mientras más juzgues, critiques, limites…, más solo te sentirás, porque abandonarás la Unidad para convertirte en un ser insociable y retraído, tu corazón sufrirá y tu cuerpo físico también, y estamos en época de unión, de ser un Todo con todos.


Nuestra misión no es más ni menos que ser felices y, aunque parezca extraño, es posible…, aunque pienses que no es el momento adecuado.


María A. Servián – El Aprendizaje

jueves, 21 de abril de 2016

Religión para el siglo XXI: que el mundo viva en su unidad (Roger Garaudy)



La espiritualidad es el esfuerzo por hallar el sentido y la finalidad última a nuestras vidas. Esta espiritualidad se puede vivir en el marco de las sabidurías sin Dios. Desde el Tao en China hasta los Upanishads en India, todas son un llamamiento al dominio e incluso a la extinción del “yo pequeño individual” y de sus deseos parciales, lo que supone una toma de conciencia de que el centro más íntimo del yo es el centro de la vida total del universo, una llamada a ser uno con el Todo.




Todas las grandes mutaciones humanas comienzan en la mente y en el corazón de los hombres cuando éstos se preguntan sobre el sentido de su vida y de su historia común. Las religiones instituidas no responden hoy día a los problemas vitales de nuestro tiempo. Es el caso, por ejemplo, de las tres religiones reveladas, que se fueron degradando muy pronto hasta convertirse en teologías de dominación.
    La defensa de lo sagrado es asunto de todos: el Reino de Dios está dentro de nosotros y no fuera del mundo y de la historia; cada uno de nosotros es responsable de su advenimiento. No se trata ya de las religiones del porvenir ni del porvenir de las religiones, sino del porvenir de la vida, de la realización plena del hombre, de su fe en el porvenir de la vida.

Hay, pues, una necesidad de “reformular” en nuestras nuevas circunstancias históricas lo que podría ser un orden social para el siglo XXI, a partir de los principios esenciales de nuestra fe común. Semejante reformulación exige una relectura de textos sagrados, hecha a la luz de las exigencias de los pueblos y, en primer lugar, de los más desamparados de nuestra época.

Si un hombre o una mujer va a la sinagoga, a la iglesia o a la mezquita, lo importante es que su rezo sea el momento en que cada uno se concentre para tomar conciencia de su relación con Dios, o con el Todo, pues el centro más íntimo y más preciado de uno mismo es el centro de toda vida, y solo hay existencia por esta relación, no simplemente concebida, sino vivida, y vivida en el amor. Su religión o su sabiduría le hacen encontrar a Dios o al Uno en cada acto cotidiano, fuera de cualquier sectarismo religioso, de todo espíritu particularista de partido o de nación. Su única lealtad es en relación con el Todo y con la comunidad universal de los hombres.



La sabiduría consiste en reconocer que nuestros conocimientos siempre nos dejan a la orilla de un abismo, de un vacío poblado de una infinidad de posibles. Esta conciencia de los límites y de los postulados de nuestro conocimiento y esta apertura al infinito de los posibles, es la experiencia primera de la fe en lo que las religiones reveladas llaman Dios, y las sabidurías sin Dios la marcha hacia el Uno y el todo. La fe es una razón sin fronteras. Es el acceso a la realidad en su plenitud: ser para los demás es la única experiencia de la trascendencia. El amor es la salida de sí mismo, fundamental y primera: la unión del “yo” con un “tú” que le trae el mensaje. Un mensaje por el cual el hombre se vuelve humano y divino.

El reinado de Dios se hace presente ahí donde un hombre realiza esta total desposesión. Si no se hace “todavía” presente, es porque esta relación con el mundo no se ha realizado aún en todos. Esta tensión entre el “ya aquí” del despertar personal a la vida del Todo, y el “aún no” del despertar de todos a la vida del Todo es la tragedia optimista del despertar, pues cada uno de nosotros es responsable del despertar de todos.




La fe es el motor inagotable de la búsqueda que, sin ella, degeneraría en supersticiones sugeridas por formas infantiles de la ciencia. La fe es, antes que nada, fe en la razón, fe en el hombre al que insta a proseguir la búsqueda hasta sus límites extremos, hasta alcanzar el silencio de la sabiduría y de la ciencia, disponiéndose a acoger nuevas dimensiones de lo real. Esta sabiduría, como la ciencia, toma conciencia durante  la lucha de sus límites y postulados, de su apertura, sin excluir ninguna, a todas las experiencias, de lo radicalmente nuevo, apertura fundada sobre milenios de errores y de victorias, siempre posibles, de lo nuevo, de lo inesperado, de lo inédito.

El problema de la “defensa de lo sagrado” no es, pues, el de una rivalidad de las religiones ni el de una mezcla ecléctica de sus enseñanzas, sino la conciencia de lo que, en su búsqueda sobre el sentido de la vida, es no solo común a todos, sino también accesible, además, a un mundo irreligioso. Cuando un hombre que detesta el nombre (de Dios) y se cree ateo, empieza por dedicarse por entero al diálogo con el “tú” de su ser, como un “tú” que no puede estar limitado por otro, ya se está dirigiendo a Dios.




“Lo sagrado” no es sino la plenitud de lo real en todas sus dimensiones, es decir, más allá de los sentidos y de la razón, con su significado y su trascendencia. No se puede hallar a Dios si no es en todas partes. Esta es nuestra defensa de lo sagrado: descubrir en cada persona lo que le falta para ser más humana. La realidad central y el drama de nuestro tiempo es que estamos viviendo la más cruel de las guerras de religión. Se trata de la guerra declarada por una religión que no se atreve a proclamar abiertamente su nombre todavía, pero que, de hecho, rige hoy tanto las relaciones sociales como las internacionales: lo que llamo el “monoteísmo” del mercado, que abarca todas las idolatrías. En realidad, nuestra época no es atea, sino más bien politeísta, pues el monoteísmo del mercado engendra el culto de numerosos ídolos, como el dinero, el poder, los nacionalismos o los integrismos.


La tarea más urgente es congregar a todos aquellos para los que la vida tiene un sentido y que son conscientes de ser personalmente responsables de descubrirlo y ponerlo en práctica. Estamos viviendo un momento histórico de crisis, de cuestionamiento y de inevitable toma de decisiones. La condición primordial de cualquier solución a este problema único y vital es que el mundo viva en su unidad.


Roger Garaudy – El Diálogo entre Oriente y Occidente. La religión y la fe en el Siglo XXI

miércoles, 6 de abril de 2016

El Fundamentalismo religioso (Juan José Tamayo)




“Fundamentalismo” es una palabra erudita del ámbito del cristianismo, usada primero por los expertos para designar un fenómeno religioso muy concreto del protestantismo evangélico en Estados Unidos a principios del siglo XX. El término “fundamentalista” se aplica a personas creyentes de las distintas religiones, sobre todo a judíos ultra-ortodoxos, a musulmanes integristas y a cristianos tradicionalistas.

La característica que mejor define la actitud fundamentalista es su negativa a recurrir a la mediación hermenéutica en la lectura de los textos fundantes de las religiones. Se cree que éstos han sido revelados directamente –o mejor, dictados– por Dios, tienen un solo sentido, el literal, y una única interpretación, la que emana de su lectura directa. El fundamentalismo propende a aislar el texto de su contexto socio-histórico hasta convertirlo en objeto devocional, a quien se considera intocable y se rinde culto. Tal concepción conduce inevitablemente al dogmatismo en las creencias, al sobrenaturalismo en la comprensión de la realidad, a la uniformidad en el actuar y al providencialismo en torno al futuro. El lenguaje religioso se convierte en fórmula fija, inmutable, toma la forma de dogma y funge al interior de la comunidad creyente como ortodoxia. El pluralismo es visto, por ende, como una amenaza contra la unidad de la fe.

El fundamentalismo cristiano defiende el carácter infalibilista de las escrituras sagradas. Por eso, al referirse a éstas, lo hace afirmando: “dice la Biblia” y no “la Biblia significa”. La verdad de la Biblia se extiende a la doctrina y a la moral, a los aspectos históricos y a la práctica. Su autoridad es definitiva y completa en todos los campos. Parte de una posición dogmática que impone a la Biblia. De esta forma la secuestra y le impide el poder expresarse libremente, cuando si algo caracteriza a la palabra de Dios es no estar encadenada.



El fundamentalismo adopta una actitud de sospecha y desdén permanentes ante los que defendemos la necesidad de la mediación hermenéutica en la lectura de los textos sagrados, y nos pregunta entre la ingenuidad y la indignación: “¿Cómo puede usted leer el mismo texto que yo leo, y no llegar a la misma interpretación que yo le doy? Sin duda usted actúa de mala fe, que es lo que caracteriza a toda interpretación liberal y pone en entredicho, o incluso desvirtúa, la palabra de Dios”. Al reaccionar así, el fundamentalista se niega a aceptar que la interpretación admite múltiples opciones.

El lenguaje simbólico, metafórico, imaginativo es suplantado por el lenguaje realista. Solo les reconoce un solo sentido, lo que implica un empobrecimiento semántico del rico mundo simbólico. No hay ni puede haber lenguaje literal sobre Dios y lo divino; la afirmación del realismo bíblico es una consecuencia de la interpretación fundamentalista de la Biblia.

La tendencia fundamentalista se opone al ecumenismo y se muestra intolerante con otras concepciones y experiencias que no coinciden con la suya. No se encierra en una burbuja. Suele asociarse con otros fundamentalismos de carácter político, económico, cultural y social, con quien establece alianzas para defender con más eficacia el etnocentrismo cultural, una moral regresiva, la tendencia a las exclusiones por razones de etnia o raza y una concepción religiosa restauracionista. Utiliza la religión de manera instrumental para sus fines expansionistas y para sus intereses hegemónicos.



La actitud fundamentalista se caracteriza por imponer sus creencias, incluso por la fuerza, a toda la comunidad humana en la que está implantada la religión profesada, sin distinguir entre creyentes y no creyentes. De ahí la confusión de lo público y lo privado y la ausencia de distinción entre comunidad política y comunidad religiosa, entre ética pública y ética privada. El fundamentalismo religioso ha desembocado con frecuencia en choques, enfrentamientos y guerras de religiones. La historia universal es la mejor prueba de ello. Incluso hay quienes consideran que la violencia se encuentra en el principio de las religiones y que éstas son fuente de aquéllas. La violencia estaría ya presente en los mismos textos tenidos por revelados.

Y así es de hecho. No pocos textos fundantes del judaísmo, el cristianismo y el Islam presentan a un Dios violento y sanguinario, a quien se apela para vengarse de los enemigos, declararles la guerra y decretar castigos eternos contra ellos. Con estos ingredientes, se construye la trama perversa de la violencia y lo sagrado, que da lugar a la “sacralización de la violencia” o “violencia de lo sagrado”.

El Antiguo Testamento es uno de los libros más llenos de sangre de la literatura mundial. Hasta mil son los textos que se refieren a la ira de Yahvé que se enciende, juzga como un fuego destructor, amenaza con la aniquilación y castiga con la muerte. El poder de Dios se hace realidad en la guerra, batallando del lado del “pueblo elegido”, y su gloria se manifiesta en la victoria sobre los enemigos. En el Nuevo Testamento aparece también el Dios sanguinario, al menos de manera indirecta, en la interpretación que algunos textos ofrecen de la muerte de Cristo como voluntad de Dios para expiar los pecados de la humanidad. Según esta teoría, Dios reclamaría el derramamiento de la sangre de su “Hijo” para aplacar su ira.



Algunas imágenes del Corán sobre Alá no son menos violentas que las de la Biblia judía y cristiana. El Alá de Mahoma, como el Yahvé de los profetas, se muestra implacable con los que no creen en Él. “!Que mueran los traficantes de mentiras!”, dice el libro sagrado del Islam. Dios puede hacer que los descreídos se los trague la tierra o caiga sobre ellos un pedazo de cielo; para ellos solo hay “el fuego del infierno”. El simple pensar mal de Alá comporta la maldición. En el Corán se hace referencia a la lucha “por la causa de Dios”, incluso hasta la muerte, contra quienes combaten a los seguidores de Alá.

Las tradiciones religiosas que incitan a la violencia o la justifican, y más si lo hacen en nombre de Dios, no pueden considerarse reveladas, ni ser tenidas por palabra de Dios, y menos aún imponerse como normativas a sus seguidores. En cuanto “textos de terror” deben ser excluidos  de las creencias y las prácticas religiosas, así como del imaginario colectivo de la humanidad.


El fundamentalismo, en fin, adopta una actitud hostil frente a los fenómenos socioculturales de la modernidad que, a su juicio, socavan los fundamentos del sistema de creencias: la secularización, la teoría evolucionista, el progresismo, el diálogo con la cultura moderna y posmoderna, las opciones políticas revolucionarias de las personas y los grupos creyentes, la emancipación de la mujer, la apertura a los descubrimientos científicos, los avances en la genética, los movimientos sociales, los métodos histórico-críticos, etc. Todos ellos son  considerados enemigos de la religión y en esa medida son combatidos frontalmente.


Juan José Tamayo – Fundamentalismo y Cristianismo